martes, 19 de junio de 2012

“Los siete primeros Concilios” - D. Francisco Canals Vidal
Puede adquirirse en librería Balmes Durán i Bas 9 - 08002 Barcelona - http://www.balmeslibreria.com/




Introducción

El primer Concilio: Nicea I (325)

Constantino busca la paz en la Iglesia y en el Imperio - Lo que los Padres llamaban «el error judío» - El ebionismo como teología de la liberación intramundana - Interpretación antitrinitaria del monoteísmo - Un error opuesto: deformación emanatista de la divina Trinidad - Complejos antecedentes del arrianismo - Característica de la doctrina de Arrio: un Cristo ni divino ni humano - Error judío y racionalismo helénico en el arrianismo - Aparece Atanasio: el Concilio de Nicea - El Símbolo de Nicea - Atanasio personifica la fe ortodoxa

El arrianismo después del Concilio de Nicea

Ofensiva contra Nicea y el «homousion» - Obispos arrianos en Antioquía y en Constantinopla - El semiarrianismo - Los orientales apelan al papa contra Atanasio - ¿Triunfo universal del arrianismo? - Actitud generosa de san Atanasio y san Hilario - Multiplicidad de fórmulas - Del arrianismo no quedó, finalmente, nada - Pero, «el orbe entero gemía viéndose arriano»

El segundo Concilio: Constantinopla I (381)

Un concilio constantinopolitano reconocido después como de valor ecuménico - Los enemigos del Espíritu Santo - Un grave malentendido desconoce la divina economía salvífica - Vacilaciones terminológicas: la cuestión de las tres hipóstasis divinas - El cisma antioqueno, antecedente del cisma oriental - El Concilio de Constantinopla enfrentado a san Gregorio Nacianceno - Constantinopla aspira a ser la «nueva Roma» - El símbolo de Constantinopla. Carácter especial de sus cánones

El tercer Concilio: Éfeso (431)

Los antiapolinaristas de Antioquía hablan de «dos hijos» - Argumentación hipócrita contra el misterio del descenso del Hijo de Dios a la condición humana - Conmoción en Egipto y en todo el Oriente - San Cirilo de Alejandría defiende la fe contra Nestorio - El Verbo no asume un hombre, sino que se hace hombre - La «humildad de Dios» en el descenso misericordioso a nosotros - «Talis decet partus Deum» - La virginidad de María pertenece a la fe católica - El malentendido de la soberbia religiosa - «Es propio del amor bajarse...» - «Si conocieras el don de Dios...» - Iniciativa imperial en la convocatoria del Concilio de Efeso - El papa Celestino delega en el patriarca alejandrino el juicio sobre Nestorio y envía legados al concilio - San Cirilo reúne el concilio en Éfeso: los doce anatematismos contra Nestorio - La definición dogmática aprobada en el Concilio de Éfeso - Para juzgar como hereje a Nestorio se leen ante el Concilio los doce anatematismos - El enfrentamiento de los antioquenos a san Cirilo y al Concilio de Éfeso - Heroica actitud conciliadora de san Cirilo de Alejandría - El Concilio de Éfeso y el pueblo cristiano - San Cirilo canta la grandeza de la Théotokos


El cuarto Concilio: Calcedonia (451)

Persiste la hostilidad anticiriliana de los antioquenos - Fin de la hegemonía ciriliana en Constantinopla - Una alianza seudociriliana fomenta la herejía monofisita - Apelación al papa. Definición dogmática de San León Magno - El «latrocinio efesino» de 449 - Muerte de Teodosio II. Nueva política: el Concilio de Calcedonia - Enfrentamientos doctrinales y tensiones sociales - La política imperial propugna que el Concilio redacte una profesión de fe - Se elabora en comisión la fórmula dogmática de Calcedonia - Profundo acuerdo doctrinal entre Éfeso y Calcedonia - La tragedia de Calcedonia: separaciones milenarias que se seguirían del Concilio - Un paso decisivo hacia la separación del Oriente bizantino: la pretensión de la Nueva Roma

El quinto Concilio: Constantinopla II (553)

¿Calcedonia contra Éfeso? - Constantinopla humilla a Alejandría y se enfrenta a Roma - Progreso dogmático en el Concilio de Calcedonia - Reposición y rehabilitación de adversarios de san Cirilo - Violenta reacción anticalcedonita - El emperador Zenón y el patriarca Acacio intentan una «vía media» - El episcopado de Oriente profesa la autoridad doctrinal del sucesor de Pedro - Polémica cristológica entre los monjes acemetas y los monjes escitas - El V Concilio ecuménico, II de Constantinopla, del año 553

El sexto Concilio: Constantinopla III (681)

Verbalismo y ficción heréticos por motivos políticos - El monoenergismo - San Sofronio defiende la fe ortodoxa - Hacia la táctica del silencio. El papa Honorio recomienda no tratar el tema - El monotelismo - San Máximo el Confesor defiende la doctrina ortodoxa de las dos voluntades en Cristo - El papa san Martín I y el Concilio de Letrán de 649 - Cambia la situación: la invasión musulmana - El Imperio vuelve al apoyo de la ortodoxia: el Concilio III de Constantinopla - La voluntad humana del Hijo de Dios encarnado - Profunda coherencia con el Concilio de Calcedonia - Cristo es nuestro camino en cuanto hombre. Su carne es divinizante como instrumento de su divinidad

El séptimo Concilio: Nicea II (787)

La herejía iconoclasta, en línea con el antinomismo gnóstico - Reacción asiática contra el helenismo - Cinco protagonistas de la tragedia iconoclasta - Contra la historia evangélica y la Iglesia institucional - El grave error de la infinidad de Cristo en cuanto hombre - El primer cisma iconoclasta y la orientalización de Grecia - Persecución contra el monacato - Un «concilio» iconoclasta - Reacción ortodoxa: el II Concilio de Nicea - En defensa del realismo evangélico y de la Tradición eclesiástica - Distanciamiento cultural entre los francos y los griegos - Conciencia común de la unidad del Imperio romano - La Iglesia romana proclama los siete Concilios.


“Los siete primeros Concilios”

*    Introducción

*    Relación sintética de los siete primeros concilios

*    Significado y alcance de la obra


Introducción

Al decir «los siete concilios» aludimos a los siete primeros concilios ecuménicos de la Iglesia católica, no sólo comunes a la Iglesia occidental y a la oriental, sino aquellos por los que se define a sí misma la Iglesia ortodoxa, la que se separó de la Iglesia romana en el siglo XI.

Su estudio tiene un gran interés ecuménico, puesto que por ellos se expresó el fundamental te­soro dogmático trinitario, cristológico y eclesiológico que ha sido siempre patrimonio común de la Iglesia católica romana y de la Iglesia ortodoxa del Oriente.


En Nicea (325) se proclama la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, de la misma naturaleza que el Padre.

En el Prime­ro de Constantinopla (381) la divinidad del Espíritu Santo, Señor y Vivifi­cador, glorificado y adorado juntamente con el Padre y el Hijo.

En Efeso (431), y para reconocer que es verdaderamente Dios el Emmanuel nacido de la Virgen, se define que tenemos que proclamar Madre de Dios a María.

En Calcedonia (451) se define que, porque el Hijo eterno de Dios bajó de los cielos y se hizo hombre «por nosotros los hombres y por nuestra salvación», hemos de profesar nuestra fe en que Nuestro Señor y Salva­dor tiene, con su naturaleza divina, también la naturaleza hu­mana, y que las dos naturalezas concurren en una sola persona.

En el II de Constantinopla (553), ratificando y sintetizando lo enseñado en Éfeso y en Calcedonia, se ilumina nuevamente que esta persona de nuestro Salvador, el Hijo de María, no es otra que el Hijo eterno de Dios, la segunda persona de la Santa Trinidad.

En el III de Constantinopla (681) se define que hemos de creer que, por la dualidad inconfusa e inseparable de las naturalezas divina y humana, hay en Jesucristo, con las operacio­nes y la voluntad, divinas, también operaciones humanas y vo­luntad humana, plenamente sometidas a su voluntad divina y omnipotente.

En el II de Nicea (787), para la defensa del culto a las imá­genes sagradas, se formulan también importantes definiciones sobre la concreción y realidad histórica de Jesucristo, sobre la historia evangélica, sobre la visibilidad de la Iglesia y su consti­tución jurídica y jerárquica.


Desde el misterio de la salvación por la Encarnación hasta la fe en la Trinidad

La orientación característica de la tarea de los siete primeros concilios se caracteriza porque sus formulaciones dogmáticas se movieron desde la penetración en el misterio de la Salvación del género humano por la Encarnación del Hijo y la misión del Espíritu Santo hasta la profesión de la fe en la Trinidad divina. Esto permite comprender el admirable desarrollo del dogma reali­zado en ellos.

Theologia y Oikonomia

 «Los Padres de la Iglesia distinguen entre la Theologia y la Oikonomia. Con la primera de estas palabras se refieren al misterio de la vida íntima de la Trinidad; con la segunda, a to­das las obras con que y por las que Dios se revela y comunica su vida. Por la Oikonomia se nos revela la Theologia, pero, a la inversa, la Theologia nos explica y aclara la Oikonomia» (Catecismo de la Iglesia católica, núm. 236).

En los siete concilios hallamos como su tarea propia la de alcanzar la precisión dogmática de la fe ortodoxa sobre el Hijo y el Espíritu Santo, a partir de lo que en la Escritura y en la Tradición era patente y luminoso sobre la divina dispensación salvadora, sobre la Oikonomia, por la que Dios restauraba en la humanidad pecadora la parti­cipación de la divina naturaleza. También por la Oikonomia, obrada por Jesucristo, se defendió y se alcanzó a definir la verdad sobre la Encarnación. El reconocimiento de que nues­tro Redentor es el Hijo de Dios enviado al mundo, es inseparable y se implica en el reconocimiento de que sólo Dios puede ser «el que salve al pueblo de sus peca­dos» y que no podría nuestra incorporación a Cristo restaurar en los hombres pecadores la filiación divina adoptiva si no cre­yésemos en Cristo como el verdadero Hijo de Dios.

«Lo que no es asumido, no es redimido», recordaba san Dámaso frente a quienes nega­ban una dimensión de la verdadera e íntegra humanidad de Jesucristo. «Decimos que Cristo es hombre para que comuni­que al hombre la santidad, asumiendo en sí, para librarlo de la condenación, todo lo que había sido condenado», enseñaba san Gregorio Nacianceno.

Unidad según síntesis

En la analogía de la fe, esta «unidad según síntesis» -en expresión del V Concilio- por la que Dios puso, con la divi­nidad del Hijo de Dios, todo lo humano de Jesucristo, de tal modo se manifiesta y desarrolla en la comunicación de la gracia divinizante y sanante al linaje humano pecador, que el «Redentor del hombre», con su gracia, no destruye, sino que perfecciona nuestra naturaleza humana.

Y si sólo la gracia de Cristo tiene poder para salvarnos, quiso Dios que fuese salvado el libre albedrío humano. «Sólo la gracia sal­va, sólo el libre albedrío es salvado», afirmó san Bernardo. Y santo Tomás de Aquino lamentaba la tendencia a distribuir el mérito de nuestras buenas obras entre la gracia de Cristo y el libre albedrío humano «como si no pudiese ser efec­to de ambos».

Luteranismo y Eutiquianismo. La conversión del cardenal Newman

La proporcionalidad y armonía entre el misterio de Cristo y la economía salvífica explica que el cultísimo presbítero anglicano que fue después el cardenal Newman se convirtiese a la Iglesia romana por haber advertido una común actitud errónea en el eutiquianismo, que creyendo proclamar mejor la divinidad de Cristo minimizaba su humanidad, y el luteranismo, impulsa­do a la negación del libre albedrío humano y el mérito de las buenas obras por lo que entendía ser una exigencia del recono­cimiento de que nos salvamos y somos justificados por la fe y la gracia de Cristo.

El libro es tarea de teología positiva

Pero, al caracterizar la intención de mi estudio como una tarea de teología positiva, he de afirmar claramente que no la entiendo, como se hace a veces, como algo por lo que se pueda revisar el sentido en que la Iglesia jerárquica y la fe del pueblo de Dios ha recibido aquellas formulaciones, y en el que los grandes Doctores escolásticos las recibían del magisterio ecle­siástico.

El significado doctrinal de lo dogmáticamente definido o enseñado como divinamente revelado por el magisterio ordina­rio universal de la Iglesia no puede ser conmovido desde un pretendido retorno a las fuentes que lleve al equívoco y a la ambigüedad, a la confusión en la lectura de los Santos Padres y a la anarquía, con falsos pretextos «hermenéuticos» de la inteligencia de la Sagrada Escritura.

Pío XII, en la encíclica Humanni generis, ratificando lo enseñado por su predecesor, el beato Pío IX, recordaba que «el nobilísimo oficio de la Teología positiva es el de manifestar cómo la doctrina definida por la Iglesia se contiene en sus fuentes en el mismo sentido en que ha sido definida por la Iglesia». En aquel mismo documento, lamentaba Pío XII «el intento de algunos, en lo concerniente a la Teología, de debilitar al máximo el significado de los dogmas, y librar al mismo dogma del modo de hablar recibido desde siglos en la Iglesia y de los conceptos filosóficos de los Doctores católicos...». Notaba que tales tendencias no sólo conducen al relativismo dogmático, sino que lo contienen ya de hecho. Ya san Pío X había advertido que «del desprecio de los principios, que son como los fundamentos en que se apoya toda  ciencia de lo natural y de lo divino, y que son lo capital en la sistematización escolática de santo Tomás... se sigue, necesariamente, que los alumnos de las disciplinas sagradas ni siquiera entiendan el significado de las palabras con las que el magisterio de la Iglesia propone los dogmas revelados por Dios».

Lejos de negar, afirmo que creo haber aprovechado el estudio de santo Tomás para situarme en la actitud que me llevó a la atención y a la comprensión de las verdades dogmáticas enseñadas en aquellos siete concilios; lo que no he hecho es interferir, con planteamientos o precisiones posteriores cronológica y conceptualmente, el sentido mismo de sus fórmulas dogmáticas.

Los siete concilios, por los que se define a sí misma la Iglesia ortodoxa, tienen una decisiva significación «ecuménica» y dogmática.

Motivación de la publicación del libro

Si he accedido a la iniciativa tomada por los que han considerado conveniente la publicación de este ciclo de conferencias ha sido por la reiterada experiencia de que quienes han oído, a lo largo de los años y en situaciones diversas, mi reflexión sobre la tarea dogmática de los siete concilios me han dado testimonio reiterado de no haber olvidado las explicaciones y reflexiones que de mí recibieron.

En este sentido espero y deseo puedan contribuir, de algún modo, a redes­cubrir el tesoro que la Iglesia católica tiene en aquel patrimonio doctrinal y en la iluminadora tarea de los Padres y Doctores que defendieron y dieron claridad luminosa a las verdades dog­máticas allí definidas.