miércoles, 20 de junio de 2012

DESDE EL «GRANDE Y SANTO SÍNODO DE LA IGLESIA CATÓLICA» EN NICEA HASTA EL SEGUNDO CONCILIO ECUMÉNICO

RESUMEN: “LA LUCHA POR LA ORTODOXIA – F. Canals Vidal” – CRISTIANDAD DICIEMBRE 1959
DESDE EL «GRANDE Y SANTO SÍNODO DE LA IGLESIA  CATÓLICA» EN NICEA HASTA EL SEGUNDO CONCILIO ECUMÉNICO
A los alumnos del Curso Preuniversitario del Instituto "Jaime Balmes".
Del error ebionita a la herejía arriaría

Muy pocos años después de la liberación oficial de la Iglesia por Constantino, se iniciaba en Alejandría la quere­lla doctrinal entre el presbítero Arrio y el Obispo San Ale­jandro. (…) El "arrianismo" iba a encontrar en la situación espiritual, y en el ambiente cultural y político del tiempo que siguió a la conversión del Estado romano el clima propicio para una expansión que durante más de medio siglo haría de él como la "religión oficial" a que parecía tender, como a su natural situación de equilibrio, el "Imperio cristiano" en el Oriente helenístico. (…)

Para comprender el arrianismo, conviene considerar su continuidad y a la vez su contraste con anteriores fases del "error judío", que intentaba reducir a horizontes terrenales y humanos la fi­gura del Mesías y el sentido y carácter de su reino. (…)

HEREJIA CRISTOLOGICA. EBIONISMO CRISTO ERA UN HOMBRE

La secta ebionita. Su concepto del Mesías como un puro hombre — el Hijo de Israel por exce­lencia — estaba en coherencia con el horizonte terreno de su ideal religioso y la concepción judaica de la salvación del hombre por sus solas fuerzas. Cristo era el Hijo adoptivo de Dios, que merecía esta adopción por su fidelidad a la ley. El "Hijo del hombre" era así elevado a la diestra de Dios, que le daba la realeza sobre todas las gentes. (…)

El Evangelio de San Juan significó a su vez la afirmación reiterada y expresa de la divinidad de Jesucristo frente a la idea judaica del Mesías.

Los judaizantes ebionitas no acep­taban sino el Evangelio de San Mateo, que interpretaban según su propio error; escrito directamente para probar el cumplimiento  en Jesús  de las profecías mesiánicas,  este Evangelio nos presenta en su primera página la genealogía de Jesucristo "Hijo de David, Hijo de Abraham". San Juan se remonta desde el primer momento al nacimiento eterno del mismo Jesucristo, que es el Logos, el Verbo que en el principio era junto a Dios y que se hizo carne y ha­bitó entre nosotros.(…)

La Iglesia cristiana bautizaba en nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y la creencia en Jesucristo, Hijo de Dios, era el corazón mismo de la fe por la que daban su vida los mártires; pero frente al politeísmo pagano, la evangelización cristiana era precisamente la propagadora de la creencia tradicional de Israel en Dios, el Señor Uno.

La negación de la divinidad de Jesucristo pudo encontrar su primer pretexto en la insistencia monoteísta, en la afir­mación de la "monarquía" divina.



HEREJIAS TRINITARIAS: MONARQUIANISMO

El "monarquianismo" adoptó desde el siglo II dos formas diversas y en algún modo opuestas.

La que representaba de modo más directo la continuidad del "error judío", consti­tuye el llamado "monarquianismo dinamista" o "adopcionismo". El Mesías sólo es Hijo por adopción, por descansar en Él la fuerza — "dynamis" — de Dios. Sus representantes principales fueron los dos Teodotos, llamados el "Coriario" y el "Nummulario".

El monarquianismo "modalista", representado por Noeto, Práxeas, y — ya a principios del siglo III — por Sabelio, no negaba la Encarnación, pero reducía las tres divinas per­sonas a meros aspectos o denominaciones de Dios. Los sabelianos pudieron ser llamados también "patripasianos" ya que, en coherencia con su doctrina, atribuían al mismo Dios Padre, no realmente distinto del Hijo, la pasión y la muerte redentoras. (…)

Paulo de Samosata, obispo de Antioquía, excomulgado y depuesto por un Concilio reunido en aquella ciudad (268), sintetiza el adopcionismo con el modalismo. Jesucristo era un puro hombre, en el cual venía a descansar y a habitar el mismo Dios, que bajo este aspecto podía ser denominado Hijo. El monar­quianismo modalista entraba así en síntesis con el adopcionismo dinamista de los dos Teodotos.(…)

Luciano de Antioquía (…). Jesús ya no es un puro hombre, sino un ser celeste preexistente a su aparición en carne, el 'Logos creado" distinto del Verbo divino increado y eterno que no es sino un modo o aspecto de Dios. Jesucristo es en definitiva una criatura excelente a la que en el sistema de Luciano se pretende dar el mismo nombre con que San Juan nombraba a Cristo como el Verbo que era Dios y se había encarnado por nosotros. (…)

Entre las fuentes doctrinales del arrianismo debe contarse también como factor muy primordial el "subordinacionismo" y la ten­dencia a concebir como "separadas" las tres "hipostasis" divinas, características del sistema teológico de Orígenes. (…). Por re­acción excesiva contra el sabelianismo se recaía en algún modo en el "triteísmo" o se pretendía corregir este último peligro y salvar la "monarquía" divina afirmando la "subor­dinación" del Hijo al Padre, y la del Espíritu Santo, como tercera hipostasis, al mismo Padre, por el Hijo.

El sistema de Arrio reproducía en el fondo el pensa­miento de Luciano de Antioquía: Dios es Inengendrado y sin principio; por esto mismo el Verbo, que es engen­drado por el Padre, no es Dios. Confundiendo los conceptos de "generación" y de "creación" se afirma que el Verbo es una criatura a la que se caracteriza, con una idea tam­bién de ascendencia filoniana, como el intermediario entre Dios y el mundo.

El Hijo no es igual ni consubstancial al Padre; no es tampoco eterno, y difiere de la Sabiduría increada: "Dios no ha sido siempre Padre... hay dos Sabidurías: Una es la propia Sabiduría de Dios coeterna con Él; el Hijo, es llamado Sabiduría y Logos sólo por denominación y en cuanto participa de la Sabiduría divina."

El Espíriu Santo, la "tercera hipostasis", es también una criatura inferior al Logos creado y, como Éste, ministro y servidor de Dios Padre. Arrio habla, como vemos, de una "Trinidad de hipóstasis", pero excluye de la divinidad al Logos y al Espíritu Santo; sólo el Padre, el Principio Inen­gendrado y eterno es verdadero Dios.

A diferencia del adopcionismo judaizante del monarquianismo "dynamista", Arrio — siguiendo a Lu­ciano de Antioquía — no concebía a Cristo como un verda­dero hombre: el Logos creado se unía a la carne y hacía las veces de alma espiritual de la que carecía Cristo. Por otra parte atribuía Arrio al Logos creado, no semejante a Dios Padre, el poder de "justificarse a sí mismo" ante Dios, de un modo análogo a como lo entendía la mentalidad judai­zante y ebionita:

"El Logos es de naturaleza mudable y usa como quiere de su libre arbitrio; si permanece en el bien es por su voluntad. Dios, habiendo previsto su bondad, le ha dado por anticipado la gloria que ha merecido después por su virtud, y debe a sus obras, de antemano conocidas por su Padre, el ser lo que es cuando es engendrado".

El Grande y Santo Sínodo de la Iglesia Católica

De una polémica local, iniciado el año 318, la cuestión del arrianismo trascendió pronto a todo el Oriente cristiano. Un Concilio reunido en Alejandría en 320 condenaba la herejía de Arrio; pero éste buscó inmediatamente el apoyo de otros Obispos, especialmente entre los "orientales", es decir, perteneciente en lo político a la llamada "diócesis" de Oriente, y agrupados en lo eclesiástico en los países de­pendientes del Patriarcado de Antioquía. (…)

En el momento de su victoria contra Licinio, el Empera­dor Constantino encontró la cuestión arriana agitada en todas las grandes capitales de Oriente. De aquí que el pro­pio interés político le impulsase a la convocación de todo el episcopado cristiano. En Nicea de Bitinia, en el Palacio Imperial de Verano, Obispos de todas las regiones del Im­perio, principalmente de su parte oriental, y aun de fuera de él, se reunieron de mayo a julio del año 325, en el que había de quedar en la memoria de los cristianos de los si­glos posteriores como "el Grande y Santo Sínodo de la Iglesia Católica", el de "los 318 Padres reunidos en Nicea". (…)

Eusebio de Cesárea, iniciando una táctica que iba a ser característica de toda su actuación ulterior, propuso la adopción de una fórmula adoptada en su ciudad episcopal como símbolo de fe en la administración del bautismo. Con una apariencia de ortodoxia y de fidelidad al lenguaje de la Escritura, la fórmula propuesta por Eusebio hubiera podido ser entendida en sentido herético y encubrir las tesis propias del arrianismo. Se expresaba así:

"Creemos en un solo Dios, Padre Omnipotente, Creador de todas las cosas visibles y de las invi­sibles.
Y  en un solo Señor Jesucristo, el Verbo de Dios.
Luz de Luz, Vida de Vida, Hijo único, Primo­génito de toda la Creación, engendrado del Padre antes de todos los siglos, por quien todo ha sido hecho.
Que por nuestra salvación se hizo carne y ha habitado entre nosotros, padeció y resucitó al tercer día.
Ha subido hacia su Padre y volverá con gloria para juzgar a los vivos y a los muertos.
Creemos también en un Espíritu Santo.
Creemos que cada uno de Éstos existe verdade­ramente, el Padre que es verdaderamente Padre, el Hijo que es verdaderamente Hijo, el Espíritu Santo que es verdaderamente Espíritu Santo, como el Señor lo ha dicho al enviar sus discípulos a predicar, diciéndoles:  Enseñad a todas las naciones...

Teniendo en cuenta la equiparación por parte de los arrianos entre los conceptos de "generación" y de "crea­ción", la fórmula con que en el símbolo propuesto por Eu­sebio se confesaba que el Hijo "es engendrado antes de todos los siglos" no era en el fondo sino la profesión de que el Hijo era la primera de las criaturas, el "Primogénito de toda la Creación", que como instrumento "por quien todo ha sido hecho" era el intermediario entre Dios, el Padre, y las demás criaturas. De este modo la expresión "Hijo único" no encerraba ya la afirmación de la divinidad del Verbo; por el contrario al insistir en la diferencia entre el que es verdaderamente Padre, es decir, Dios, que engendra o crea al Hijo, y por el Hijo al Espíritu Santo y al conjunto de las criaturas, y las otras dos hipóstasis de la "trinidad" se su­gería en el fondo la idea arriana de las "tres hipóstasis", es decir, tres substancias diversas de las que sólo la primera era el Dios verdadero y único. (…)


El símbolo de Nicea dice así:

Creo en un solo Dios Padre Omnipotente, crea­dor de todas las cosas visibles y de las invisibles.
Y  en sólo Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, na­cido Unigénito del Padre, es decir, de la substancia — ousia — del Padre,
Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero.
Nacido, no hecho, consubstancial — homoousios — al Padre; por quien todas las cosas fueron hechas, las que hay en el cielo y las que hay en la tierra.
Que por nosotros los hombres y por nuestra sal­vación, descendió y se encarnó, se hizo hombre, pa­deció y resucitó al tercer día.
Subió a los cielos y ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos.
Y en el Espíritu Santo.

"En cuanto a los que afirman: Hubo un tiempo en que el Hijo no fue, y que fue hecho de la nada, o los que dicen que es de otra hipóstasis o substancia — ousia — o que el Hijo de Dios es creado, o sujeto a cambio y mutación; a estos anatematiza la Iglesia Católica y Apostólica".