domingo, 22 de febrero de 2009

Lamentabili sine exitu - SAN PÍO X

Decreto sobre los errores del "Modernismo"
3 de julio de 1907

Es un Decreto del entonces Santo Oficio, hoy Congregación para la Doctrina de la Fe. En el Decreto "Lamentabili" se condenan un total de 65 errores del modernismo, los que califican el modernismo de forma más clara y los que muestran el alcance del mal que representa para la Iglesia ese conjunto de doctrinas.

Una de las características del "modernismo", como movimiento o doctrina religiosa, es que, como dice San Pío X en la Encíclica "Pascendi", siendo un sistema de doctrina coherente y muy estructurado, sin embargo, se presenta muchas veces en forma de enseñanzas deslabazadas y con contradicciones, según sea el auditorio ante el que se manifiesta el modernista y de ello resulta que es un sistema que parece estar lleno de contradicciones.

Los 65 errores citados por el Decreto "Lamentabili" se encuentran clasificados o agrupados Los errores del modernismo
• Autoridad doctrinal y disciplinar de la Iglesia
• Autoridad de las Sagradas Escrituras
• Autoridad humana de los Libros Sagrados
• La Revelación y el dogma
• La divinidad de Jesucristo
• Los Sacramentos
• La Iglesia Católica y su doctrina
Aprobación del Papa
Los errores del modernismo

Son lamentables los resultados con que los tiempos actuales, refractarios a toda mesura, van tras las novedades que la investigación de las supremas razones de las cosas ofrece, y caen en gravísimos errores al mismo tiempo que desprecian lo que es la herencia del género humano. Estos errores son mucho más graves cuando se trata de la ciencia sagrada, o de la interpretación de la Sagrada Escritura, o de los más importantes misterios de la fe. Es muy doloroso encontrar incluso no pocos escritores católicos que traspasan los límites puestos por los Santos Padres y por la Iglesia misma, y se dedican a desarrollar los dogmas de una manera que en realidad no es más que deformarlos; y esto con el pretexto de ofrecer una más profunda comprensión de los mismos y en nombre de la crítica histórica.

Estos errores se están difundiendo cada vez más entre los fieles; para que no arraiguen en ellos corrompiendo la pureza de su fe, nuestro Santísimo Padre el Papa Pío X ha encomendado a este Tribunal de la Santa Inquisición Romana y Universal que señale y condene los principales de esos errores.
En consecuencia, después de un detenido examen, y con el voto de los Consultores, los Eminentísimos Cardenales, Inquisidores Generales en cuestiones de fe y de costumbres, creyeron conveniente condenar y proscribir las proposiciones siguientes, tal y como se reprueban y proscriben en este Decreto.

Autoridad doctrinal y disciplinar de la Iglesia

1. La ley eclesiástica, que ordena someter a la censura previa los libros que tratan de las sagrada Escritura, no afecta a los escritores que se dedican a la crítica o a la exégesis científica de los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento.
2. No se debe menospreciar la interpretación que la Iglesia hace de los Libros Sagrados; sin embargo, debe estar sometida al juicio y corrección más profundos de los exegetas.
3. Los juicios y censuras de la Iglesia contra una exégesis libre y más científica hacen pensar que la fe propuesta por la Iglesia contradice a la historia, y que los dogmas católicos no pueden compaginarse con los verdaderos orígenes de la religión cristiana.
4. El magisterio de la Iglesia no puede determinar ni siquiera por medio de definiciones dogmáticas, el genuino sentido de las Sagradas Escrituras.
5. Dado que el depósito de la fe solamente contiene verdades reveladas, bajo ningún concepto corresponde a la Iglesia juzgar acerca de las afirmaciones de la ciencia humana.
6. Es de tal índole la colaboración entre la Iglesia discente y la Iglesia docente para definir las verdades, que la Iglesia docente se limita a aprobar las opiniones comunes de la discente.
7. Cuando la Iglesia condena errores, no puede exigir a los fieles un asentimiento interno, por el que se adhieran a los juicios por ella emitidos.
8. Se han de considerar libres de culpa a quienes no tienen en cuenta las condenas emanadas de las Sagradas Congregaciones Romanas.(1)

Autoridad de las Sagradas Escrituras

9. Quienes creen que Dios es el verdadero autor de la Sagrada Escritura demuestran ser exageradamente simples o ignorantes.
10. La inspiración de los libros del Antiguo Testamento consiste en que los escritores israelitas transmitieron las doctrinas religiosas bajo un aspecto poco conocido o ignorado por los paganos.
11. La inspiración divina no abarca a toda la Sagrada Escritura, de manera que todas y cada una de sus partes carezcan de error.
12. Si el exegeta quiere dedicarse con provecho a los estudios bíblicos, lo primero que ha de hacer es rechazar cualquier idea preconcebida acerca del origen sobrenatural de la Sagrada Escritura y proceder a interpretarla el mismo modo que cualesquiera otros documentos puramente humanos(2).

Autoridad humana de los Libros Sagrados

13. Los mismos evangelistas y los cristianos de la segunda y tercera generación fueron quienes elaboraron las parábolas del Evangelio; de esta forma justificaban los exiguos frutos que produjo la predicación de Cristo a los judíos.
14. En muchas narraciones, los evangelistas contaron no tanto lo que es verdad, cuanto lo que juzgaron más provechoso para sus lectores, aunque fuera falso.
15. Los Evangelios fueron aumentados con adiciones y correcciones continuas hasta llegar al canon definitivo y constituido; en ellos, por ende, no quedó sino un tenue e incierto vestigio de la doctrina de Cristo.
16. Las narraciones de San Juan no son propiamente historia, sino una contemplación mística del Evangelio; los discursos que el citado Evangelio contiene, son meditaciones teológicas sobre el misterio de la salvación, desprovistas de verdad histórica.
17. El cuarto Evangelio exageró los milagros, no sólo para que pareciesen más extraordinarios, sino también con el fin de que fuesen más adecuados para simbolizar la obra y la gloria del Verbo Encarnado.
18. San Juan se arroga la condición de testigo de Cristo; pero en realidad no fue más que un testigo de la vida cristiana, o de la vida de Cristo en la Iglesia, durante los últimos años del primer siglo.
19. Los exegetas heterodoxos han expresado el sentido verdadero de las Escrituras con mayor fidelidad que los exegetas católicos.

La Revelación y el dogma

20. La revelación no ha podido ser otra cosa más que la conciencia que el hombre adquiere de su relación con Dios (3).
21. La revelación, que constituye el objeto de la fe católica, no quedó cerrada con los Apóstoles.
22. Los dogmas que la Iglesia presenta como revelados no son verdades venidas del Cielo, sino sólo una interpretación de hechos religiosos que la mente humana se ha proporcionado por medio de un esfuerzo laborioso.
23. Puede existir, y de hecho existe, oposición entre los hechos que la Sagrada Escritura narra y los dogmas de la Iglesia que en ellos se apoyan; por consiguiente, el crítico puede rechazar como falsos hechos que la Iglesia cree absolutamente ciertos.
24. No hay por qué condenar al exegeta que sienta unas premisas de las cuales se sigue que los dogmas son históricamente falsos o dudosos, con tal de que directamente no niegue directamente esos dogmas.
25. El asentimiento de la fe se apoya, en último término, en el número de probabilidades.
26. Los dogmas de la fe se han de admitir solamente según su sentido práctico; es decir, como normas preceptivas de conducta, no como normas de lo que hay que creer.

La divinidad de Jesucristo

27. La divinidad de Jesucristo no se prueba por medio de los Evangelios; pero es un dogma que la conciencia cristiana deduce de la noción del Mesías (4).
28. En el ejercicio de su ministerio, Jesús no hablaba con la finalidad de enseñar que El era el Mesías, ni sus milagros iban encaminados a demostrarlo.
29. Se puede admitir que el Cristo, que nos muestra la historia, es muy inferior al Cristo que es objeto de la fe.
30. En todos los textos evangélicos el nombre de Hijo de Dios es equivalente sólo al nombre de Mesías, pero de ningún modo significa que Cristo es verdadero y natural Hijo de Dios.
31. La doctrina que acerca de Cristo, nos han transmitido Pablo, Juan y los Concilios de Nicea, de Éfeso y Calcedonia, no es la que Jesús enseñó, sino la que acerca Jesús concibió la conciencia cristiana.
32. El sentido natural de los textos evangélicos no puede compaginarse con lo que nuestros teólogos enseñan acerca de la conciencia de Jesucristo y de su ciencia infalible.
33. Es evidente para cualquiera que no se deja llevar por ideas preconcebidas que, o bien Jesús estaba equivocado acerca del próximo advenimiento del Mesías, o bien la mayor parte de Su doctrina contenida en los Evangelios Sinópticos no es auténtica.
34. El crítico no puede atribuir a Cristo una ciencia sin límites, a no ser que se apoye en una hipótesis históricamente concebible y que repugna al sentido moral: que Cristo, en cuanto hombre, poseía la ciencia de Dios y, no obstante, no quiso comunicar ese conocimiento acerca de tantas cosas ni a los discípulos ni a la posteridad.
35. No siempre tuvo Cristo conciencia de su dignidad mesiánica.
36. La Resurrección del Salvador no es propiamente un hecho histórico, sino de orden meramente sobrenatural, ni demostrado ni demostrable, que la conciencia cristiana fue poco a poco derivando a partir de otros hechos.
37. En un comienzo, la fe en la Resurrección de Cristo no versó tanto sobre el mismo hecho de la Resurrección como sobre la vida inmortal de Cristo junto a Dios.
38. La doctrina acerca de la muerte expiatoria de Cristo no es evangélica, sino solamente paulina.

Los Sacramentos:

39. Las opiniones acerca del origen de los Sacramentos, de que estaban imbuidos los Padres de Trento y que indudablemente influyeron en sus cánones dogmáticos, están muy lejos de las que ahora mantiene con razón la investigación histórica sobre el cristianismo.
40. Los sacramentos tuvieron su origen en la idea que los Apóstoles y sus sucesores, movidos y convencidos por determinados acontecimientos y circunstancias, se formaron acerca de Cristo y de su intención.
41. Los sacramentos no tienen más finalidad que la de mantener viva en el espíritu la presencia siempre beneficiosa del Creador.
42. Fue la comunidad cristiana la que introdujo la necesidad del bautismo, al adoptarlo como un rito necesario y añadiéndole las obligaciones de la profesión cristiana.
43. La costumbre de bautizar a los niños fue una evolución de la disciplina, y fue una de las causas de que el sacramento se dividiera en dos: el Bautismo y la Penitencia.
44. Nada prueba que los Apóstoles practicasen el rito del sacramento de la Confirmación; la distinción formal entre Bautismo y Confirmación, es ajena a la historia del cristianismo primitivo.
45. No todo lo que San Pablo relata acerca de la institución de la Eucaristía (1 Cor. 11, 23-25), ha de ser considerado como histórico (5).
46. En la Iglesia primitiva no existía el concepto de pecador cristiano reconciliado por la autoridad de la Iglesia; ésta fue asimilando con gran lentitud el citado concepto; es más, después de ser conocida la penitencia como una institución de la Iglesia, no se le daba el nombre de Sacramento, pues era considerado como un sacramento infamante.
47. Las palabras del Señor: Recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonareis los pecados les serán perdonados, y a quienes se los retuviereis les serán retenidos (Juan, 20, 22. 23), no se refieren en absoluto al sacramento de la Penitencia, por más que lo afirmaran así los Padres de Trento.
48. Santiago, en su epístola (5, 14. 15) no tuvo intención de promulgar un Sacramento de Cristo, sino recomendar una práctica piadosa. Si acaso ve en ello algún medio para obtener la gracia, no lo entiende con el rigor con que lo han interpretado los teólogos que fijaron el concepto y el número de los sacramentos (6).
49. A medida que la Cena cristiana fue poco a poco convirtiéndose en acción litúrgica, quienes solían presidir la Cena adquirieron carácter sacerdotal.
50. Los ancianos que tenían la misión de atender a los grupos de cristianos fueron instituidos como presbíteros u obispos por los Apóstoles, con el fin de que se ocuparan de la necesaria organización de las comunidades en auge, pero no con el fin de perpetuar la misión y potestad apostólica.
51. El matrimonio no pudo convertirse en Sacramento de la nueva ley, sino hasta muy tarde en la Iglesia; puesto que para que el matrimonio se considerase como Sacramento, era necesario que previamente se llegara a un pleno desarrollo teológico de la doctrina sobre la gracia y sobre los Sacramentos.

La Iglesia Católica y su doctrina

52. Fue ajeno fue a la intención de Cristo fundar la Iglesia como sociedad que había de durar sobre la tierra, durante largos siglos; por el contrario, Cristo pensaba que el reino de los Cielos junto con el fin del mundo estaba a punto de llegar.
53. La constitución orgánica de la Iglesia no es inmutable, pues la sociedad cristiana, está sujeta, como toda sociedad humana, a una continua evolución.
54. Los dogmas, los Sacramentos la Jerarquía -tanto en lo que se refiere a su concepto como a su realidad- no son más que interpretaciones y evoluciones de la mente cristiana, que hicieron crecer y perfeccionaron con añadiduras exteriores, el germen diminuto latente en el Evangelio.
55. Nunca pensó Simón Pedro que Cristo le hubiese encomendado el primado en la Iglesia.
56. La Iglesia romana se convirtió en la cabeza de todas las Iglesias, no por ordenación de la divina, sino meramente por circunstancias políticas.
57. La Iglesia se manifiesta enemiga de los progresos en las ciencias naturales y teológicas.
58. La verdad no es más inmutable que el hombre mismo, y que con él, en él y por él evoluciona.
59. Cristo no enseñó un determinado cuerpo de doctrina aplicable en todo tiempo y a todos los hombres, sino que más bien inició un movimiento religioso adaptado o adaptable a los diversos tiempos y lugares.
60. La doctrina cristiana fue judaica en sus inicios, pero por medio de evoluciones sucesivas se hizo primero paulina, después joánica y por último helénica y universal.
61. Puede decirse, sin afirmar nada extraño, que ningún capítulo de la Escritura, -desde el primero del Génesis hasta el último del Apocalipsis- contiene una doctrina idéntica a la que acerca de la misma materia enseña la Iglesia, por consiguiente, ningún capítulo de la Escritura tiene el mismo sentido para el crítico que para el teólogo.
62. Los principales artículos del Símbolo de los Apóstoles no tenían para los primeros cristianos la misma significación que tienen para los cristianos de hoy.
63. La Iglesia se muestra incapacitada para defender con eficacia la moral evangélica al adherirse obstinadamente a doctrinas inmutables que no pueden estar en armonía con el progreso moderno.
64. El progreso de las ciencias está exigiendo una modificación de los conceptos acerca de Dios, de la Creación, de la Redención, de la persona del Verbo Encarnado y de la Redención.
65. El catolicismo actual no puede armonizarse con la verdadera ciencia, si no se transforma en un cristianismo no dogmático: en un protestantismo amplio y liberal (7).
3 de julio de 1907

La aprobación del Papa.

El día siguiente, jueves 4 del mismo mes y año, habiéndose hecho a su Santidad el Papa Pío X un informe fiel de todo esto, su Santidad aprobó y confirmó el decreto de los Eminentísimos Padres, y ordenó que todas y cada una de las proposiciones arriba insertas fuesen consideradas por todos como reprobadas y proscriptas, Petrus Palambelli (Notario de la S. R. U. I)

NOTAS
(1) Estas ocho primera proposiciones, aunque con otras palabras, no hacen más que repetir los antiguos errores protestantes y racionalistas, que pretendían negar o desvirtuar la autoridad doctrinal y disciplinar de la Iglesia Católica.
• (2) Las proposiciones 9, 10, 11 y 12, niegan, o al menos ponen en duda la autoridad de las Sagradas Escrituras; las proposiciones siguientes, hasta la 19 inclusive, niegan también la autoridad humana de los Libros Sagrados, principalmente la de los Evangelio sinópticos y más todavía la del Evangelio de San Juan.
• (3) Las proposiciones siguientes (20-26), que intentan explicar la revelación y el dogma por medio de la conciencia y la evolución psicológica según los métodos del subjetivismo kantiano, se apoyan en los principios erróneos ya expuestos acerca de la Sagrada Escritura.
• (4) Las restantes proposiciones se apoyan en el citado evolucionismo subjetivo, tanto las que se refieren a la persona misma de Jesucristo y a su muerte y resurrección (27-38), como las que atañen a la doctrina general y especial de los Sacramentos (29-51); también las que conciernen directamente a la Iglesia, a su constitución y jerarquía, al primado de San Pedro y de la Iglesia de Roma, y a la verdad universal.
• (5) Estas son palabras de San Pablo: "Porque yo he recibido del señor lo que os he transmitido: que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó el pan y, después de dar gracias, lo partió y dijo: Esto es mi cuerpo, que será entregado por vosotros; haced esto en memoria mía. Igualmente, después de cenar, tomó el cáliz diciendo: este es el cáliz de la nueva alianza en mi sangre; cuantas veces lo bebáis haced esto en memoria mía."
• (6) Santiago se refiere al Sacramento de la Extremaunción o Unción de los enfermos: "¿Alguno de vosotros cae enfermo? Haga llamar a los presbíteros de la Iglesia, para que recen sobre él, ungiéndolo con óleo en nombre del Señor; y la oración de la fe salvará al enfermo, y el Señor lo aliviará y, si tuviera pecado, obtendrá el perdón".
• (7) Las dos últimas proposiciones evolucionistas, que son más concretas, tienen una gran afinidad con las proposiciones ya condenadas por Pío IX en el Syllabus, el 8 de diciembre de 1864, y también en el Concilio Vaticano I, en el año 1870

martes, 10 de febrero de 2009

La condenación del Modernismo por San Pío X (1)


1. Breve introducción, rasgos del papa San Pío X
2. Condena del modernismo
3. Contenido de la pascendi: el sistema modernista
4. La evolución en el origen y desarrollo del sistema modernista
5. La forma de tratar las diferentes disciplinas: los personajes
6. Consecuencias sociales del modernismo
7. La expansión del modernismo su lugar de cultivo
8. El peligro del modernismo
9. Primacía de lo sobrenatural: la revelación divina y la razón
10. La religión surge del sentimiento religioso. La Escritura es reflejo del mismo
11. El efecto de la pascendi. Situación actual

1.- Breve introducción, rasgos del papa San Pío X

Se cumple este año el centenario de la subida al solio pontificio del papa san Pío X, el papa sencillo, de humilde origen, de escasa rele­vancia intelectual o diplomática, pero profunda­mente enamorado de Cristo y de su Iglesia. Susti­tuyó al «sabio» -y en tantos sentidos verdadera­mente grande- León XIII, pero su labor eclesial supera incluso la de su predecesor. Basta leer el elogio que hizo de él Su Santidad Pío XII al beati­ficarlo. Bastaría también recordar que es por ahora el único papa declarado santo desde los tiempos de san Pío V en el ya lejano siglo XVI. Nos deten­dremos aquí solamente en una sucinta memoria de uno de sus documentos más clarividentes, la larga y elaborada encíclica Pascendi dominici gregis.

2.- Condena del modernismo

El 3 de julio del año 1907, en el quinto año de su pontificado, publicó Pío X a través de la Sagra­da Congregación del Santo Oficio el decreto lla­mado Lamentabili, que contenía una lista de se­senta y cinco errores de lo que se daba en llamar «modernismo». El 8 de septiembre siguiente daba a la luz la encíclica Pascendi, que contenía no sólo la condenación sino toda la explicación y el desa­rrollo del mismo modernismo a partir de su núcleo originario y en todas sus consecuencias. Nunca antes una encíclica había explicado un error con tal detalle. Siempre la herejía ha fingido no ser co­nocida por el magisterio que la condenaba, pero este conocimiento tan explícito del modernismo por parte del documento pontificio exasperó aún más a los fautores de aquel inmenso error.

3.- Contenido de la pascendi: el sistema modernista

La encíclica, en efecto, constituye un documen­to casi inédito en las enseñanzas pontificias de to­dos los tiempos, por cuanto contiene una explica­ción global y completa del sistema -porque se trata, en verdad, de un sistema- cuya caracterización, con el ambiguo y accidental nombre de modernismo, constituía en el seno de la Iglesia católica el papel que en la pura filosofía había desempeñado el idea­lismo del que surge.


4.- La necesidad de explicar el sistema modernista

En palabras de la encíclica, «del consorcio de la falsa filosofía con la fe ha nacido el sistema modernista» (núm. 42). Tal sistema no po­día ser condenado sin ser explicado, por cuanto no se hubiera entendido su núcleo filosófico, su inten­ción fuertemente racionalista, y su inmersión total y absoluta en el seno de los dogmas y de la totalidad de los elementos que constituyen la religión, con­virtiéndose, además, en una corriente que todo lo atravesaba hasta convertirse en el mismo ateísmo.


5.- La evolución en el origen y desarrollo del sistema modernista

Hacía más difícil la denuncia del error modernista el hecho de que había que explicar algo cuya naturaleza misma es la «evolución» de lo que pretende explicar. En efecto, el modernismo sos­tiene como tesis fundamental de su sistema que, siendo la religión algo en constante e imparable evolución, la explicación de la misma ha de con­sistir en una constante evolución. De ahí que el mo­dernismo no se deje fijar en determinadas proposi­ciones.

6.- La forma de tratar las diferentes disciplinas

Es así que la explicación pontificia de la natu­raleza del modernismo se hace en la encíclica de forma a la vez analítica y sintética, mostrando to­das las fases del desarrollo y poniendo de relieve sus diversas conclusiones en los distintos ámbitos de la religión. Por la explicación del documento pontificio pasan el modernista filósofo, el modernista creyente, el modernista teólogo, inclu­so el modernista apologista, el modernista histo­riador, el modernista crítico y, sobre todo, el modernista reformador de la Iglesia,

7.- Consecuencias sociales del modernismo

sin olvidar las consecuencias sociales del modernismo, que no son otras que el liberalismo más craso. En efecto, como leemos a este respecto en la encíclica, «no le satis­face a la escuela de los modernistas que el Estado esté separado de la Iglesia... en los negocios tempo­rales la Iglesia debe someterse al Estado» (núm. 24). Lo segundo se deriva necesariamente de lo prime­ro y por ello en todos los asuntos humanos -matri­monio, familia, educación, vida social, etc.- será únicamente el Estado quien dicte las leyes y las normas de conducta. Una de las notas que caracte­rizan al modernismo son los constantes y mutuos elogios que se prodigan la sociedad laica y los modernistas.

8.- La expansión del modernismo y su lugar de cultivo

Hace la encíclica especial mención de una cues­tión esencial: el modernismo, por la índole misma de su gestación y de su autoalimentación, anida principalmente en los lugares de estudio, es decir, en los seminarios y universidades católicas. Nada menos que en los lugares donde se han de formar los futuros sacerdotes y los clérigos más influyen­tes. Leemos en la encíclica: «En los seminarios y universidades andan a la caza de las cátedras, que convierten poco a poco en cátedras de pestilencia. Aunque sea veladamente inculcan sus doctrinas predicándolas en los púlpitos de las iglesias; con mayor claridad las publican en sus reuniones y las introducen y realzan en las instituciones sociales» (núm. 44). Esta presencia en los estudios y esta tác­tica de gradualidad en las manifestaciones modernistas convertían el modernismo en una he­rejía de una influencia y de una universalidad des­conocida hasta entonces en la Iglesia.

La encíclica no sólo explica y condena sino que advierte y, como hace el buen pastor -cuyo oficio se recuerda en las primeras palabras de la encícli­ca- pretende evitar que los católicos de buena fe se dejen enredar por un sistema que ya había he­cho estragos en el seno de la comunidad protestan­te y que aspiraba a hacer lo mismo con el catolicis­mo, según la última de las proposiciones condena­das en el mencionado decreto: «El catolicismo ac­tual no puede conciliarse con la verdadera ciencia, si no se transforma en un cristianismo no dogmáti­co, es decir, en protestantismo amplio y liberal».

9.- Primacía de lo sobrenatural: la revelación divina y la razón

Tal documento no se entiende plenamente si no se atiende al punto de vista que le anima, que no es otro que la necesidad de sostener en todos los cam­po de la religión la primacía de lo sobrenatural. En efecto, siendo el modernismo, a la vez la «explica­ción» racional del «fenómeno» religioso, consis­tente todo él en un sentimiento humano de aliena­ción respecto a lo absoluto, y desplegándose, por tanto, en una continua elaboración y a la vez recti­ficación de las fórmulas religiosas, la única mane­ra efectiva de luchar contra su multiforme mani­festación es la de sostener firmemente la suprema­cía de la revelación divina sobre la naturaleza hu­mana. La naturaleza del hombre es la condición de dicha revelación, el necesario sujeto pasivo de la misma, pero su fundamento positivo es la revela­ción que trasciende toda filosofía, como enseñaba reiterada e incansablemente san Pablo y preconiza el Evangelio en sus relatos de cada discusión de Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, frente a los fariseos ufanos de poseer la Ley y los Profetas como adquisición propia. Para los fariseos, como para los modernistas, la piedra de toque era la negación de la divinidad de Jesús. Como aquellos interlocutores de Jesús que hicieron suya la reli­gión, los modernistas afirman lo que se contiene en la proposición 27 del decreto Lamentabili: «La divinidad de Jesucristo no se prueba por los Evan­gelios, sino que es un dogma que la conciencia cris­tiana derivó de la noción de Mesías».

La tarea de publicar esta memorable e inmortal encíclica sólo podía salir de aquel papa en verdad manso y humilde, del todo entregado a su oficio de Pastor supremo de la Iglesia, que no ponía su esperanza más que en Dios y que sabía que frente a la malicia del error no cabe más que la afirma­ción de la verdad más clara. Cualquier concesión hubiera dado al modernista más ánimos.

10.- La religión surge del sentimiento religioso. La Escritura es reflejo del mismo

El modernismo parte del supuesto de que la religión no tiene otro fundamento que el sentimiento religioso y de ahí que considere la Escritura como mero testimonio de una cierta conciencia social de tal sentimiento. Pero tal conciencia no queda bien reflejada en las formulaciones dogmáticas; por ello el modernismo estuvo -y está- especialmente pre­sente en el campo bíblico, donde rige, como nor­ma habitual, la proposición condenada en el nú­mero 61 del citado decreto Lamentabili: «Se pue­de decir sin paradoja que ningún capítulo de la Escritura desde el primero del Génesis hasta el úl­timo del Apocalipsis, contiene doctrina totalmen­te idéntica a la que enseña la Iglesia sobre el mis­mo punto y, por ende, ningún capítulo de la Escri­tura tiene el mismo sentido para el crítico que para el teólogo». Según la doctrina modernista, la Igle­sia ha formulado a lo largo de los siglos dogmas que no expresan ya la verdadera «vivencia» reli­giosa y han de ser rectificados y reconducida su interpretación por el crítico. Es tarea esencial del modernista hacer que la crítica bíblica sea la nor­ma de la interpretación de las fórmulas de la teolo­gía dogmática, cuyo contenido debe cambiar sustancialmente, aun cuando no pueda cambiarse su formulación -básicamente, porque la autoridad infalible de la Iglesia no lo permitiría y, por otra parte, porque dicho cambio dejaría al modernista al descubierto ante el pueblo fiel, que sigue creyendo en las fórmulas dogmáticas y su natural sentido.

11.- La Encíclica "Pascendi" hizo un gran bien

Sería muy ciego no reconocer hoy el gran mal que evitó la encíclica Pascendi, al denunciar y con­denar sin paliativos el modernismo, su contenido, sus intenciones y su táctica. Sería -o quizá simple­mente, es- muy injusto no agradecer a san Pío X el conjunto verdaderamente exhaustivo de disposicio­nes que se contienen al final de la misma encíclica a fin de evitar la propagación de un error que la propia encíclica calificó de «suma de todas las he­rejías». El modernismo, después de san Pío X, no puede presentarse abiertamente en la Iglesia.

El silencio acerca de estos reconocimientos y el generalizado silencio hacia san Pío X no puede interpretarse más que como manifestación taimada de simpatías por el modernismo. Es evidente que, a pesar de san Pío X, -y sería ingenuo el desconocer­lo-, el modernismo ha llegado a ser la herejía hoy más presente en la Iglesia en su multiforme mani­festación, según aquellas palabras de Pablo VI en su habitual estilo interrogativo «¿no es el progresis­mo actual lo mismo que el modernismo?».
Toda verdadera y profunda regeneración en la Iglesia pasa necesariamente por el recuerdo positi­vo de la doctrina manifestada en el decreto Lamentabili y la encíclica Pascendi y por la apli­cación de aquellas disposiciones que el santo papa promulgó.

[1] CRISTIANDAD AÑO 2003 Nº 868. José Mª Petit Sullá