martes, 7 de febrero de 2012

JESÚS DECLARA SU DIVINIDAD EN JUAN: TRES CONFESIONES

JESÚS DECLARA SU DIVINIDAD EN JUAN - Resúmen

Capítulo IV: I TRES CONFESIONES

1. La confesión de Pedro
2. La confesión de Marta
3. La confesión de Tomás
4. El eco de la declaración ante el Sanedrín

1. La confesión de Pedro. Juan no incluye en su evangelio la confesión de Pedro ante los demás apóstoles en Cesárea de Filipos, según los relatos de Mateo y Marcos.
Incluye una confesión que no está en los sinópticos y que por el orden de secuencias de los relatos se puede decir que es otra confesión distinta, porque se diferencian no sólo por la redacción, sino por el contenido y el lugar. Se puede decir que son complementarias:

Después del discurso del Pan de Vida, los discípulos le abandonan y pregunta a los doce: «También vosotros queréis marchar?» (Jn 6, 67).

Simón Pedro proclama:

«Señor, ¿a quién iremos?
Tú tienes palabras de vida eterna.
Y nosotros hemos creído y conocido
que Tú eres el Santo de Dios (ó Agios toú Zeoú)». (Jn 6, 69)

2. La confesión de Marta

Cuando llega Jesús a Betania al saber que Lázaro había muerto, tiene un diálogo con Marta, la hermana de Lázaro.
A la pregunta de Jesús: «Yo soy la resurrección y la Vida. Todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre» (11, 25-26). «¿Crees esto» (que Yo-soy la Vida, y su Autor).
Marta responde: «Sí, Señor.
Yo he creído que Tú eres el Cristo,
el Hijo de Dios,
él que viene al mundo». (11, 27).

La confesión de Marta proclama tres cosas equivalentes: que Jesús es el Cristo, el Mesías (confesión mesiánica), que es el Hijo de Dios, que es el que viene al mundo. Es decir, la mesianidad, la divinidad, el origen preexistente

3. La confesión de Tomás

Jesús después de su resurrección se aparece a los apóstoles estando ausente Tomás. Cuando se lo dicen el no les cree a no ser que introduzca el dedo en los agujeros de los clavos en las manos y el puño en la herida del costado.

Vino Jesús, se puso en medio, y dijo: Paz a vosotros» (Jn 20, 26). Y frente a Tomás ofrece manos y costado:

«Trae tu dedo aquí, y toca mis manos.
Trae tu mano y métela en mi costado.
Y no seas incrédulo sino fiel (o creyente)».
«Respondió Tomás, y le dijo:Señor mío, y Dios mío». (Jn 20, 27-28).

La confesión de Tomás es absolutamente directa y expresa. Y Jesús la recibe, invitándole a la fe antes de la experiencia divina: «No seas incrédulo, como hasta ahora, sino fiel o creyente»; y después: «Porque me has visto, has creído. Dichosos los que no ven y creen» (20, 29), proclamando verdadera la fe expresada por Tomás.

4. El eco de la declaración ante el Sanedrín

En el evangelio de Juan no tenemos la escena solemne del juicio del Sanedrín, donde a la pregunta de si era el Hijo de Dios, contestó de forma afirmativa, pero sí un eco y alusión clara a la misma.

Que Jesús de declaró Hijo de Dios y, por tanto, Dios se pone de manifiesto en el evangelio de Juan por las afirmaciones sacerdotales, tanto antes del juicio del Sanedrín, como después del mismo, cuando comparece ante Pilato.

Antes del juicio del Sanedrín, se pone de manifiesto que Jesús se había proclamado Hijo de Dios por la reacción de los sacerdotes los milagros realizados en sábado de la curación del paralítico de la piscina y la curación del ciego de nacimiento.

Después de la curación del paralítico y del interrogatorio al mismo, los sacerdotes buscaron a Jesús y él les respondió: «Mi Padre continúa obrando hasta ahora, y por eso yo también actúo» (Jn 5, 17). Prosigue el evangelista «Por eso buscaban más todavía los judíos matar a Jesús, porque decía que Dios era su Padre, haciéndose a sí mismo igual a Dios» (Jn 5,18).

Después de la curación del ciego de nacimiento, quieren apedrear al Jesús, y Él les pregunta: «Muchas buenas obras os he mostrado de mi Padre, ¿por cuál de ellas me apedreáis?», ellos respondieron: «No te apedreamos por ninguna buena obra, sino porque, siendo como eres hombre, te haces a ti mismo Dios» (10, 32-33).

Aparece en Juan con claridad que antes del proceso se había proclamado en público «Hijo de Dios, y Dios».

Después del juicio ante el Sanedrín, hay en Juan una confirmación de dicha escena. La acusación de los sacerdotes y escribas ante Pilato para que se inicie el proceso de muerte es: se proclama rey de los judíos, pero Pilato pensaba que era inocente de lo que le acusaban y después de compararle a Barrabás y de la flagelación, trataba de librarle. Ante la obstinación del Procurador romano en no aceptar la condena de Jesús, los judíos recurren al último argumento, para ellos supremo:

«Nosotros tenemos Ley, y según la Ley debe morir, porque se ha hecho Hijo de Dios» (Jn 19, 7).

Pilato le condena jurídicamente como a Mesías o Rey. Los sacerdotes le llevan a la cruz por proclamarse Hijo de Dios, igual a Dios: «Siendo hombre, te haces a ti mismo Dios» (Jn 5, 18; 10, 33; 10, 36).

JESÚS DECLARA SU DIVINIDAD EN JUAN


1. La confesión de Pedro

Juan no ha incluido en su evangelio la escena de la confesión de Pedro ante los demás apóstoles, a requerimiento de Jesús sobre su propia persona. Sin embargo, hay una confesión de Pedro, que puede decirse equivalente a aquélla.

En el capítulo sexto de Juan, después del milagro de la multiplicación de los panes, la multitud llega en barcas hasta Cafarnaum. Jesús propone su doctrina sobre el pan divino, declarándose «pan de vida» (Jn 6, 35). A continuación expone la doctrina de la eucaristía futura, manifestando que dará a comer su carne y a beber su sangre, como «pan de vida que ha bajado del cielo» (Jn 6, 50-58). Muchos se apartan de él, «esta doctrina y enseñanza es dura, ¿quién la puede soportar?» (Jn 6, 60). Y entonces «muchos de sus discípulos se volvieron atrás, y ya no iban con él» (Jn 6, 66).

Al ver Jesús la deserción de sus discípulos se dirige directamente a los doce, les pregunta: «También vosotros queréis marchar?» (Jn 6, 67). Simón Pedro proclama:

«Señor, ¿a quién iremos?
Tú tienes palabras de vida eterna.
Y nosotros hemos creído y conocido
que Tú eres el Santo de Dios (ó Agios toú Zeoú)». (Jn 6, 69).

Esta confesión de Simón Pedro no es refrendada en el corazón de Judas Iscariote, ya que Jesús dice: «¡No os he elegido Yo Doce! Y uno de vosotros es diablo» (Jn 6, 70). Y advierte el evangelista que lo dijo por Judas, que le había de entregar y era uno de los Doce.

La confesión de Pedro proclama ciertamente la santidad de Jesús: «Santo de Dios». La santidad es uno de los atributos de Dios.

Parece que esta confesión y la de Pedro en Cesárea, Mateo (16, 16) son semejantes, no idénticas. Las circunstancias son distintas, el orden de secuencias es el mismo.

En Mateo, relatos: el martirio del Bautista, la multiplicación de los cinco panes, la marcha de Jesús sobre las aguas, las tradiciones de los fariseos y lo que mancha al hombre, la cananea, la segunda multiplicación de los siete panes, la señal del cielo, el fermento de los fariseos, y la confesión de Pedro en Cesárea (Mt 14-16; Mc 6-8). Esta en Mt y Mc sigue a la segunda multiplicación de los panes, y no a la primera, y tiene lugar en Cesárea de Filipos.

En Juan, relatos: la multiplicación de los cinco panes, la marcha de Jesús sobre las aguas, como en Mt y Mc, el sermón eucarístico en Cafarnaum (Jn 6, 24), la marcha de discípulos y la confesión joánica de Pedro.

Aparece como una escena diferente de la de los sinópticos, porque sigue en Jn a la primera multiplicación de los panes en Cafarnaum, y en Mt y Mc a la segunda en Cesárea. Se trata de un hecho diverso, y no parece que sea redaccional la diferencia, como sucede en Lucas.

Lucas, relatos: la primera multiplicación de los panes (9, 10-17: cinco panes, cinco mil hombres, doce cestos). No propone la marcha de Jesús sobre el agua. No sitúa la confesión de Pedro en Cesárea, y la pone en lugar innominado.

La confesión de Pedro en Juan es anterior a la confesión de Pedro en Mateo. En esta segunda, Jesús dice a Pedro que el Padre le ha revelado quién es él. Por ello no parece que la confesión de Pedro en Juan: «Tú eres el Santo de Dios» (Jn 6, 69) tenga el carácter de una confesión explícita de la divinidad de Jesús, la contiene implícitamente. Parece más bien una confesión de mesianidad, de una mesianidad religiosa y no política, de carácter trascendente. Pedro pasará del «Santo de Dios» al «Hijo de Dios Viviente», desde la primera multiplicación de los panes a la segunda, desde Cafarnaum a Cesárea de Filipos.

2. La confesión de Marta

La confesión de la divinidad de Jesús por Marta, hermana de Lázaro de Betania. Avisan a Jesús: («El que tú amas está enfermo», Jn 11, 3), Llega Jesús cuando lloran el duelo de la muerte en el cuarto día con este retraso (Jn 11, 19.39), y estando aún a la entrada de Betania, sale Marta a su encuentro.

Juan (11, 20-27). Marta, arrojándose a sus pies le dice: «Señor, si tú hubieses estado aquí mi hermano no hubiera muerto» (11, 21), lo mismo le dice María a Jesús (11, 32). Marta añade: «Pero aun ahora sé que Dios te dará cuanto le pidas» (11. 22). Insinúa que Jesús resucite a Lázaro, como en Naim o a la hija de Jairo, y quizás a otros más (Mt 11, 5; Lc 7, 22; Jn 20, 30). Jesús responde: «Tu hermano resucitará» (11, 23). Marta le dice: «Sé que resucitará en el último día en la resurrección final» (11, 24).

Jesús le responde: «Yo soy la resurrección y la Vida. Todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre» (11, 25-26).

Jesús: «¿Crees esto» (que Yo-soy la Vida, y su Autor).
Marta: «Sí, Señor.
Yo he creído que Tú eres el Cristo,
el Hijo de Dios,
él que viene al mundo». (11, 27).

La confesión de Marta proclama tres cosas equivalentes: que Jesús es el Cristo, el Mesías (confesión mesiánica), que es el Hijo de Dios, que es el que viene al mundo. Es decir, la mesianidad, la divinidad, el origen preexistente. El milagro de la resurrección de Lázaro que resulta ciertamente el más esplendente de los de Jesús, y en el cual, el propio Jesús dice que lo hace «para que crean que Tú me has enviado», confirma la fe de Marta. Es una clara confesión de la divinidad del Hijo de Dios: El-es-la-Vida.

3. La confesión de Tomás

En Jn 20, 19-23, el relato de la aparición del Resucitado a los apóstoles estando ausente Tomás. Ellos dijeron a Tomás. «Hemos visto al Señor». Pero Tomás estaba abrumado por la muerte de Jesús en la cruz, como los otros y lo muestran los dos de Emaús (Lc 24, 19-21).

Tomás responde: «Si no veo en sus manos la herida de los clavos, y meto mi dedo en el agujero de los clavos, y mi mano en su costado (abierto), no creeré» (Jn 20, 25). Para Tomás el resucitado debía ser el mismo hombre del sepulcro, y que conocía que el costado estaba abierto por la lanza. Jesús «había mostrado a los apóstoles las manos y el costado» (20, 20).

Y prosigue el relato, «a los ocho días, estaban de nuevo los discípulos dentro, y Tomás con ellos. Vino Jesús, se puso en medio, y dijo: Paz a vosotros» (Jn 20, 26). Y frente a Tomás ofrece manos y costado:

«Trae tu dedo aquí, y toca mis manos.
Trae tu mano y métela en mi costado.
Y no seas incrédulo sino fiel (o creyente)».
«Respondió Tomás, y le dijo:
Señor mío, y Dios mío». (Jn 20, 27-28).

Tomás ha caído vencido por la evidencia. La invitación de Jesús al hasta entonces incrédulo ha respondido a cada una de sus exigencias. El dedo en el agujero de los clavos, la mano en la abertura del costado. Y el discípulo «incrédulo» hasta entonces ha caído ante Jesús proclamando: «El Señor mío y el Dios mío (O Kyrios moú, kaí o Zeós moú)». No proclama su fe en Dios solamente, sino en Jesús presente a quien llama «Señor y Dios mío».

La confesión de Tomás es absolutamente directa y expresa. Y Jesús la recibe, invitándole a la fe antes de la experiencia divina: «No seas incrédulo, como hasta ahora, sino fiel o creyente»; y después: «Porque me has visto, has creído. Dichosos los que no ven y creen» (20, 29), proclamando verdadera la fe expresada por Tomás

Se notará que esta confesión de Tomás, tan explícita, es posterior a la resurrección. A nosotros nos interesan las afirmaciones de la divinidad de Jesús puestas en su boca por el evangelista, que después veremos si han de ser consideradas como reales y en qué grado.


4. El eco de la declaración ante el Sanedrín

Los tres sinópticos confirman que la respuesta de Jesús a la pregunta concreta: ¿Eres tú el Hijo de Dios?, fue: «Sí, lo soy», con un añadido mesiánico relativo al Hijo del hombre como juez.

En el evangelio de Juan no tenemos la escena solemne del juicio del Sanedrín, pero sí un eco y alusión clara a la misma.

Vamos a examinar las afirmaciones sacerdo­tales, anteriores a tal juicio, y posteriores a él en el proceso de Jesús ante Pilato. Confirman que Jesús se proclamó a sí mismo Dios en público antes de su muerte.

Uno de los pecados mayores contra la Ley era romper el monoteísmo de Israel, expresado en el Shemá con rotunda claridad por la Thorá, conforme a la Revelación divina: «Oye, Israel. Yahvéh es nuestro Dios, sólo Yahvéh. Amarás a Yahvéh tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas» (Deut 6, 4-5). Yahvéh, pues, es único, y hay que amarle de forma tan exclusiva y absoluta, sin que este amor pueda dividirse con ningún otro dios. Al entender «los judíos», es decir según Juan los escribas y fariseos y sacerdotes, que Jesús se proclamaba Dios, pensaron y juzgaron con indignación religiosa que era digno de muerte ya que la Ley mandaba dar muerte al que blasfemase de Yahvéh (Lev 24, 16), y era blasfemia romper el monoteísmo, y equipararse a Dios mayor aún.

Dos casos de afirmaciones anteriores al juicio del Sanedrín que muestran qué pensaban los adversarios de lo que Jesús decía.

La curación del paralítico de la piscina. Fue en sábado. Jesús dijo al curado: «Levántate toma la camilla, y anda» (Jn 5,8). Los judíos le dijeron al curado: «Es sábado y no es lícito coger la camilla». El curado respondió: «El que me ha curado me ha dicho: Toma tu camilla, y anda». Preguntaron ellos: «¿Quién es ese hombre que te lo ha dicho?». El sanado no conocía a Jesús. Jesús fue a su encuentro: «Ya estás curado. No quieras volver a pecar, no te ocurra algo peor», (Jn 5, 14; cf. 9, 3). El curado dijo que le había sanado Jesús. Y los judíos perseguían a Jesús por actuar en sábado (Jn 5, 16; cf. Jn 9, 16; 7, 23; Mt 12, 1-13, par.).

Buscaron a Jesús y él les respondió: «Mi Padre continúa obrando hasta ahora, y por eso yo también actúo» (Jn 5, 17). Y prosigue el evangelista «Por eso buscaban más todavía los judíos matar a Jesús, porque decía que Dios era su Padre, haciéndose a sí mismo igual a Dios» (Jn 5,18). Entendieron los adversarios que Jesús, al llamar a Dios su Padre, «se hacía a sí mismo igual a Dios» (íson to Zeó).

La curación del ciego de nacimiento. La realizó en sábado (9, 16). Después del discurso del Buen Pastor, los judíos le preguntan si declara o no ser el Cristo, esto es el Mesías de Israel: «¿Hasta cuándo nos tienes en suspenso? Si eres el Cristo, dínoslo». Jesús responde: «Os lo digo y no creéis. Las obras que hago en nombre de mi Padre dan testimonió de mí» (10, 24-25). Llega a afirmar que es igual al Padre y una cosa con El. (10, 30), lo que provoca la ira indignada de sus enemigos. Llegaron a tomar piedras para darle muerte, conforme a la Ley (10, 31). Y a la pregunta de Jesús: «Muchas buenas obras os he mostrado de mi Padre, ¿por cuál de ellas me apedreáis?», ellos respondieron: «No te apedreamos por ninguna buena obra, sino porque, siendo como eres hombre, te haces a ti mismo Dios» (10, 32-33).

Aparece en Juan con claridad que antes del proceso se había proclamado en público «Hijo de Dios, y Dios». El acepta la formulación de sus adversarios: «Siendo hombre, te haces Dios», porque les argu­menta de nuevo: «¿No está escrito en vuestra Ley: Yo he dicho, sois dioses (Sal 81, 6)? Pues si llama dioses a aquellos a quienes habla Dios, y la Escritura no puede equivocarse, ¿a mí, a quien el Padre ha santificado y enviado al mundo, me decís que blasfemo, porque he dicho: Soy Hijo de Dios?» (10, 34-36). Y luego arguye de nuevo con sus obras milagrosas como señal de su verdad. «Y ellos querían cogerle, (para matarle), pero él escapó de sus manos» (Jn 10, 39; cf. Lc 4, 28-30).

Ante el tribunal religioso de Israel, el Sanedrín, reunido en sesión especial y presidido por el Sumo Sacerdote Caifas, Jesús responde a la pregunta de éste: «¿Eres tú el Hijo de Dios?» (Mt 26, 63; Mc 14, 61; Lc 22, 70). En los tres sinópticos Jesús responde: «Lo-soy».

Hay en Juan una confirmación de la escena del Sanedrín. La acusación de los sacerdotes y escribas ante Pilato para que se inicie el proceso de muerte es: se proclama rey de los judíos. En Lucas: «Hemos hallado a éste provocando la rebelión de la gente, prohibiendo pagar los tributos al Cesar, y diciendo que es el Mesías (o Cristo)» (Lc 23,2). Mateo, Marcos y Juan dicen que «le acusaban de muchas cosas» (Mt 27, 12-13; Mc 15, 3), o «es un malhechor» (Jn 18, 30). Pero en los cuatro evangelistas aparece que la cuestión fundamental, que Pilato interroga y que al fin aparecerá judicialmente como motivo de su condena sobre la cruz es: «¿Eres tú el Rey de los Judíos?».

Pilato, convencido de la inocencia jurídica y real de Jesús ante la ley romana, quiere librar a Jesús de sus enemigos. Le manda azotar, le intenta liberar comparándolo con Barrabás, y después se niega a condenarle diciendo: «Crucificadle vosotros, que yo no encuentro motivo» (Jn 19,6). Ante la obstinación del Procurador romano en no aceptar la condena de Jesús, los judíos recurren al último argumento, para ellos supremo:

«Nosotros tenemos Ley, y según la Ley debe morir, porque se ha hecho Hijo de Dios» (Jn 19, 7).

Jesús se ha proclamado Hijo de Dios, y le han condenado por blasfemia. Presentan ante Pilato la sentencia religiosa como argumento que le cierre el paso. Pero, para Pilato se convierte en argumento en favor del reo. «Y Pilato buscaba por esto librarle» (Jn 19, 12). Entonces los sacerdotes, vuelven a la política, de manera personal contra Pilato: «Si le sueltas no eres amigo del César. Todo el que se hace rey, se opone al César» (19, 12). Vuelta la causa a su primer cauce político se produce la sentencia de Pilato, y el letrero de la condena será: «Jesús Nazareno, el Rey de los Judíos».

Mateo, a diferencia de Lucas y de Marcos, como Juan subraya que la acusación contra Jesús era la que Juan presenta como dicho ante Pilato: «Se ha hecho Hijo de Dios».

Dice el evangelista que los sacerdotes y escribas decían ante la cruz: «Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo. Si es Rey de Israel baje de la cruz, y creeremos en él. Ha confiado en Dios, pues que le libre ahora si le quiere. Puesto que ha dicho: Soy Hijo de Dios» (Mt 27, 42-43). Otros, decían: «Tú que destruyes el Templo de Dios, y lo levantas en tres días, sálvate a ti mismo. Si eres Hijo de Dios baja de la cruz» (Mt 27, 40). De este modo coincide Mateo con Juan en aducir en el curso del proceso la idea subyacente a la acusación de mesianismo: la de pretensión divina, que era blasfema para ellos, y por la cual le habían condenado.

La sangrienta ironía sacerdotal ante la cruz refleja la doble pregunta de Caifas y el Sanedrín, y la doble respuesta de Jesús. Lo decían hablando entre sí de modo que él les oyese desde la altura de su cruz: «Si es el Rey de Israel...», y «Ha dicho: Soy Hijo de Dios». La acusación, según Juan, había sido: «Se ha hecho Hijo de Dios».
Pilato le condena jurídicamente como a Mesías o Rey. Los sacerdotes le llevan a la cruz por proclamarse Hijo de Dios, igual a Dios: «Siendo hombre, te haces a ti mismo Dios» (Jn 5, 18; 10, 33; 10, 36).