martes, 7 de febrero de 2012

JESÚS DECLARA SU DIVINIDAD EN JUAN - EL YO DIVINO DE JESÚS

JESÚS DECLARA SU DIVINIDAD EN JUAN - EL YO DIVINO DE JESÚS – Resumen

Otras formas de declaración de divinidad en el evangelio de Juan.

1. El título de Padre con la correspondiente relación de Hijo;
2. La expresión del Yo de Jesús;
3. El origen de su persona en otra región superior a la humana;
4. La reivindicación de cualidades que sólo a Dios convengan como atributos divinos, y
5. los poderes de Dios considerados como propios.


1. El título de Padre con la correspondiente relación de Hijo

En el evangelio de Juan hay un centenar de versículos que contienen la relación y el nombre Padre o Hijo.

Al pueblo en general,

Ø A los mercaderes del Templo, les dice: «No hagáis de la casa de mi Padre casa de negocios» (2, 16).
Ø A la multitud se dirigen las palabras del sermón eucarístico. «Mi Padre es el que os da el pan verdadero» (6, 32) y «Esta es la voluntad de mi Padre...» (6, 40),.
Ø En la sinagoga de Cafarnaum, llama a Dios Padre (6, 44.57).

A sus adversarios.

Ø En el capítulo quinto: «Amén, Amén, os digo, el Hijo no puede hacer nada sino lo que ve al Padre hacer...» (v. 20);.
Ø «Yo he venido en nombre de mi Padre y no me recibís; si viene otro en su nombre a ése le recibiréis» (v. 43),
Ø En el capítulo diez: tenemos varios. «Muchas buenas (o admirables) obras os he mostrado del Padre, ¿por cuál de ellas me queréis apedrear?» (10, 32), a lo que los judío respondieron: «Por ninguna buena obra te apedreamos, sino porque tú, siendo como eres hombre, te haces igual a Dios» (10, 33).

A sus propios apósto­les,

Ø En la Última cena capítulos 14-16. Hay numerosos versículos en los que llama a Dios «mi Padre», (14, 2.21; 15, 1.8.23-24).
Ø A Magdalena: «Subo a mi Padre y vuestro Padre, mi Dios y vuestro Dios» (Jn 20,17). El es «Dios de Dios», nosotros sólo criaturas de Dios.
Ø En la oración que dirige al Padre en la cena: «Padre, ha llegado la hora» (17,1).
Ø Jesús hacía oración al Padre con frecuencia,

El evangelista Juan indica varias veces que esta relación de Hijo a Padre significaba que Jesús era Dios.


2. La expresión del Yo de Jesús

La primera declaración del Yo-soy en Juan es en la escena de Jesús caminando sobre las aguas. Jesús dice: «Yo-soy, no temáis».

En el capítulo octavo, en disputa con los judíos, dice hasta cuatro veces Yo soy
18Yo soy el que doy testimonio de mí mismo, y conmigo da testimonio el Padre que me envió (…)
24 Por esto os dije que moriréis en vuestros pecados; porque si no creéis que yo soy, moriréis en vuestro pecado.
28 Entonces Jesús les dijo: Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces conoceréis que yo soy
«Amén, Amén, yo os digo» «Antes que Abraham existiese, Yo-soy» (8, 58).

3. Los egotismos divinos de Jesús

Significa las pronunciaciones sobre su propio Yo [Ego), que completan la frase con alguna cualidad que Jesús es, y que tienen forma de aseveración de divinidad.

1. «Yo soy el Pan de vida» (Pan vivo) (6, 48; 6, 51).
2. «Yo soy la Luz del mundo» (8, 12; cf. 12, 46; 1, 4.5.9).
3. «Yo soy la Puerta (del redil)» (10, 7.9).
4. «Yo soy el Buen Pastor» (10, 11.14; cf. Ez 34, 11-12; 23-24).
5. «Yo soy la Resurrección y la Vida» (11, 25).
6. «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida» (14, 6).
7. «Yo soy la Vid verdadera, y mi Padre el Labrador»
(15, 1.5).
8. «Yo soy Rey» (18, 37).
9. «(Yo soy la Fuente): si alguno tiene sed, venga a Mí y beba» (7, 37)


4. El origen divino de Jesús

En el evangelio de Juan encontramos, más abundantemente que en los sinópticos, referencias continuas a su «ser enviado» por el Padre. «El me ha enviado...», «El que me envía...» (apesteilen, pempsas...). Hay más de treinta textos

5. Atributos divinos en Jesús

1. Ciencia superior al conocimiento humano,
2. Omnipotencia con que Dios hace todo lo que es posible y quiere,
3. Eternidad de preexistencia,
4. Vida que puede comunicar especialmente a los hombres.
JESÚS DECLARA SU DIVINIDAD EN JUAN – Resumen


Capítulo V: II - EL YO DIVINO DE JESÚS

Otras formas de declaración de divinidad en el evangelio de Juan.

Ø El título de Padre con la correspondiente relación de Hijo;
Ø La expresión del Yo de Jesús;
Ø El origen de su persona en otra región superior a la humana;
Ø La reivindicación de cualidades que sólo a Dios convengan como atributos divinos, y
Ø los poderes de Dios considerados como propios.

No presentamos tales palabras como dichas realmente por Jesús, sino puestas por el evangelista en sus labios, dejando para otro capítulo el examen de su realidad.


1. El título y relación de Hijo a Padre

En el evangelio de Juan hay un centenar de versículos que contienen la relación y el nombre Padre o Hijo, que vienen a ser una novena parte de la totalidad de versículos del evangelio. Señalaremos algunos.


Al pueblo en general,

Ø A los mercaderes del Templo, les dice: «No hagáis de la casa de mi Padre casa de negocios» (2, 16). A sus doce años, llamó al Templo «la Casa de mi Padre» (Lc 2, 49), al parecer sólo ante sus padres,
Ø A la multitud se dirigen las palabras del sermón eucarístico. «Mi Padre es el que os da el pan verdadero» (6, 32) y «Esta es la voluntad de mi Padre...» (6, 40), aunque todos los demás también tienen referencia inmediata y específica a Jesús («Lo que me da el Padre...», v. 37; «El Padre que me envía...», v. 39).
Ø En la sinagoga de Cafarnaum, llama a Dios Padre (6, 44.57). También en el capítulo doce le oye la multitud admirada, cuando exclama en un momento de turbación repentina de angustia: «Padre, sálvame de esta hora...Glorifica tu nombre» (12, 22-25).

A sus adversarios.

Ø En el capítulo quinto hay un diálogo con los adversarios, con repetidas referencias al Padre y al Hijo (5, 19-28).

o Dos subrayadas con la locución propia: «Amén, Amén, os digo, el Hijo no puede hacer nada sino lo que ve al Padre hacer...» (v. 20); «Amén, Amén, os digo, ésta es la hora en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oigan» (v 25).
o Hay una significativa: «Yo he venido en nombre de mi Padre y no me recibís; si viene otro en su nombre a ése le recibiréis» (v. 43), donde establece su misión mesiánica, y la venida del Anticristo, el cual vendrá «en nombre de Cristo», fingiendo ser el Mesías (2 Tes 2, 3-4; cf. Suárez, In Summ. 3ª, q. 59; Disp. 54, 1,4).
Ø En el capítulo diez tenemos varios. Uno: «Muchas buenas (o admirables) obras os he mostrado del Padre, ¿por cuál de ellas me queréis apedrear?» (10, 32), a lo que los judío respondieron: «Por ninguna buena obra te apedreamos, sino porque tú, siendo como eres hombre, te haces igual a Dios» (10, 33), confesando así sus adversarios que la concepción que Jesús hacía de su persona era la de un Hijo de Dios igual al Padre en la divinidad.

A sus propios apósto­les,

Ø En la Última cena capítulos 14-16. Hay numerosos versículos en los que llama a Dios «mi Padre», (14, 2.21; 15, 1.8.23-24), o dice que el Padre «está con él» (8, 29; 16, 32).
Ø A Magdalena, le da este mensaje: «Subo a mi Padre y vuestro Padre, mi Dios y vuestro Dios» (Jn 20,17). El es «Dios de Dios», nosotros sólo criaturas de Dios.
Ø En la oración que dirige al Padre en la cena: «Padre, ha llegado la hora» (17,1). La afectuosa palabra resuena en toda la oración. Es una oración de Jesús al Padre.
Ø Jesús hacía oración al Padre con frecuencia,
o En momentos de soledad (Mc 1, 35; 6, 46; Lc 5, 16; 6, 12; 9, 18; 9, 28; Mt 14, 23).
o En momentos solemnes, como al multiplicar los panes (Mc 6. 41), o al proclamar una doctrina sublime (Mt ll 25-26), o al resucitar a Lázaro (Jn 11,41).
o En el huerto de Getsemaní tenemos una muestra de la oración de Jesús en angustia, como en las palabras de la cruz dirigidas al Padre.

El evangelista Juan indica varias veces que esta relación de Hijo a Padre significaba que Jesús era Dios. La expresión de Unigénito del Padre, la utiliza el evangelista en el prólogo por dos veces: «Hemos visto su gloria como de Unigénito del Padre» (Jn 1, 14), «Nadie ha visto a Dios, pero el Hijo Unigénito, que está en el seno del Padre, nos lo ha narrado, o revelado» (Jn 1, 18).

Los enemigos le acusaron de hacerse Dios por llamar así a Dios su Padre. (Jn 5, 18; 10, 33; 19). Se expresa con claridad que es Hijo de Dios en verdad.

2. El Yo divino de Jesús

Primero las expresiones en la forma del «Yo-soy». Segundo las expresiones llamadas «egotismos», o declaraciones especiales de su Yo (= Egó).

La primera declaración del Yo-soy en Juan es en la escena de Jesús caminando sobre las aguas. Ante el grito de temor de los apóstoles, Jesús dice: «Yo-soy, no temáis». Este Yo-soy (6, 20), es para dar seguridad, como el Nombre Yahvéh.

En el capítulo octavo, en disputa con los judíos, dice hasta cuatro veces Yo soy:

12 Jesús les habló otra vez a los fariseos diciendo: Yo soy la luz del mundo. (…).
13 Entonces los fariseos le dijeron: -Tú das testimonio de ti mismo; tu testimonio no es verdadero.
14 Jesús respondió y les dijo: Aun si yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio es verdadero, porque sé de dónde vine y a dónde voy. (…) 16 Y aun si yo juzgo, mi juicio es verdadero; porque no estoy solo, sino que estoy con el Padre que me envió. 17 En vuestra ley está escrito que el testimonio de dos es válido o aceptado como verdadero. 18 Yo soy el que doy testimonio de mí mismo, y conmigo da testimonio el Padre que me envió.

19 Entonces le decían: ¿Dónde está tu Padre? queriendo llegar a oir de sus labios que tenía por Padre a Dios, para acusarle mejor.
Respondió Jesús: Ni a mí me conocéis, ni a mi Padre. Si a mí me hubierais conocido, a mi Padre también habríais conocido. (…)

21 Luego Jesús les dijo otra vez: Yo me voy, y me buscaréis; pero en vuestro pecado moriréis. A donde yo voy, vosotros no podéis ir.

Desconcertados, se preguntan a dónde puede ir, e ironizan sobre la muerte de Jesús como un posible suicidio.

22 Entonces los judíos decían: -¿Será posible que se habrá de matar a sí mismo? Pues dice: "A donde yo voy, vosotros no podéis ir."
23 El les decía: Vosotros sois de abajo; yo soy de arriba. Vosotros sois de este mundo; yo no soy de este mundo.

Y entonces llega la afirmación de la fe en él mismo como Dios – Yo soy

24 Por esto os dije que moriréis en vuestros pecados; porque si no creéis que yo soy, moriréis en vuestro pecado.

25 Así que le decían: -Tú, ¿quién eres?
Entonces Jesús les dijo: Lo mismo que os vengo diciendo desde el principio

No hay duda alguna sobre el sentido de la frase. Hay que tener fe en Jesús para salvarse de la muerte en pecado, y ésta fe en Jesús consiste en «creer que Yo-soy».

El sentido de este Yo-soy es decir que soy Dios, cuyo nombre, es Yo-soy». No puede significar creer que yo estoy aquí ahora, o que yo existo como hombre, lo cual seria totalmente ridículo e inútil, por ser evidente y no objeto de fe alguna.

Como ellos entendieron bien a dónde iba Jesús, propusieron entonces la pregunta que resuena en el mundo desde entonces sobre Jesús: «¿Tu quien eres?» (8, 25), Y ahora Jesús se enfrenta a la misma pregunta que Juan en el Jordán, y da una respuesta misteriosa:

«¿Tú quién eres?—
Lo primero (que respondo), precisamente lo que os hablo o digo» (8, 24-25).

La respuesta de Jesús en el original griego es: «Ten arjén, ó tí kaí laló umín». Esta frase ha sido interpretada, por la dificultad de su construcción, de varias maneras, de las cuales las principales son dos: una de afirmación, otra de interrogación. Una sería «Lo primero, (soy) lo que os digo o hablo» y la segunda: «Lo primero, ¿para qué hablo con vosotros?». Parece que la más exacta traducción literal es la primera. En cualquiera de los casos e interpretaciones, a la afirmación anterior del «Yo-soy». Viene a decir: Lo primero, soy precisamente lo que os digo». ¿Y qué les ha dicho? «Debéis creer que Yo-soy». Y así viene a confirmar y reforzar la afirmación de divinidad.

Jesús prosigue el diálogo afirmando que cuando él habla, habla lo que ha oído al Padre que le ha enviado. Dice

26 Muchas cosas tengo que decir y juzgar de vosotros. Pero el que me envió es veraz; y yo hablo al mundo lo que he oído a El.

27 Pero no entendieron que les hablaba del Padre.

Y a continuación volvió a confirmar por tercera vez la palabra del Yo-soy.

28 Entonces Jesús les dijo: Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces conoceréis que yo soy, y que nada hago de mí mismo; sino que estas cosas hablo, así como el Padre me enseñó.

Se inicia una dura discusión sobre la paterni­dad. Los oyentes reclaman que es la de Abraham, padre de la fe religiosa y del pueblo de Dios como raza: «Somos descendientes de Abraham» (8, 33.39). Pero Jesús interpela muy duramente, como a hijos del diablo. Este diálogo finaliza con la máxima afirmación de Jesús en cuarta formulación del Yo-soy:

«Amén, Amén, yo os digo» «Antes que Abraham existiese, Yo-soy» (8, 58).

Aquí triunfa con plenaria claridad el Yo-soy de la afirmación divina, hasta cuatro veces.

Quedan dos casos del Yo-soy absoluto en labios de Jesús en el evangelio de Juan.

Uno, en la Cena con los apóstoles, cuando les anuncia la traición de uno de ellos, Judas Iscariote. Y después de haberlo dicho, a las expansiones sobre su próxima pasión y vuelta al Padre, exclama: «te lo digo antes de que suceda, para que cuando suceda creáis que Yo-soy» (13, 19).

Otro, en el huerto de Getsemaní, cuando vienen a prenderle con Judas el traidor. Jesús, sabiendo todo lo que venía sobre él, se adelantó y dice: ¿A quién buscáis? Ellos respondieron: A Jesús Nazareno. Les dice Jesús: Yo-soy» (18, 4-5).

Esta invocación de su nombre con el nombre de Yahvéh produce tal impresión de majestad en sus enemigos armados que «retrocedieron y cayeron postrados a tierra». Cayeron de bruces, después de retroceder. Cayeron por el poder majestuoso de Jesús. Pero también cayeron ante el nombre, invocado como propio, que les produjo el temor de lo divino: Yo-soy, Yahvéh.


3. Los egotismos divinos de Jesús

Significa las pronunciaciones sobre su propio Yo [Ego), que completan la frase con alguna cualidad que Jesús es, y que tienen forma de aseveración de divinidad.

7. «Yo soy el Pan de vida» (Pan vivo) (6, 48; 6, 51).
8. «Yo soy la Luz del mundo» (8, 12; cf. 12, 46; 1, 4.5.9).
9. «Yo soy la Puerta (del redil)» (10, 7.9).
10. «Yo soy el Buen Pastor» (10, 11.14; cf. Ez 34, 11-12; 23-24).
11. «Yo soy la Resurrección y la Vida» (11, 25).
12. «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida» (14, 6).
7. «Yo soy la Vid verdadera, y mi Padre el Labrador»
(15, 1.5).
8. «Yo soy Rey» (18, 37).
9. «(Yo soy la Fuente): si alguno tiene sed, venga a Mí y beba» (7, 37)

Son expresiones que sólo se pueden aceptar si quiere proclamar su divinidad. Yo soy la Luz del mundo, Yo soy la Verdad, Yo soy la Vida.

Yo soy la Luz del mundo. Solamente el Creador de todo podría hacer semejante afirmación. Ningún hombre, sino por absurdo engreimiento, podría calificarse a sí mismo de «Luz del mundo». Ni tampoco la luz espiritual o intelectual del mundo, que es Dios (Jn 1, 4-5.9).

Yo soy la Vida. He aquí otra característica que es imposible atribuir a hombre alguno. Todos tenemos vida, pero ninguno puede atreverse a identificarse con la misma vida. Y para mayor dificultad afirma que es «la Resurrección» de la vida muerta (Jn 1, 3-4).

Yo soy la Verdad. Cualquier hombre podrá afirmar que él dice la verdad, o que esto o aquello es verdad. Pero la misma «Verdad», es decir lo que hace que los conocimientos sean verdaderos, y lo que es la base de todo lo inteligible, ¿quién soñará nunca con reivindicarla para sí? Jesús llama al diablo, Satanás, «padre de la mentira», porque nace de sus sugestiones, que llevan esta marca. Pero él no es «el padre de la verdad» metafóricamente, sino que es la Verdad» (Jn 1, 17).

Yo sov el Buen Pastor. En el AT, el Profeta Ezequiel nos dice: «Esto dice Yahvéh Dios: Yo mismo buscaré mis ovejas y las visitaré. Como visita el pastor a su rebaño... así Yo visitaré a mis ovejas (Ezx 34, 11-12). Y algo después, anunciando el pastor mesiánico, afirma que suscitará un pastor de la descendencia de David, el Mesías (pues Ezequiel es posterior en varios siglos a David, el cual será pastor de su pueblo en su nombre (Ez 34, 23-24). Así pues, cuando Jesús declara que él es el Buen Pastor, el Pastor modelo, ideal (ó poimén ó kalós) se declara el pastor mesiánico, y se llega a identificar con el mismo Dios, que ha prometido ser él mismo el mejor pastor de sus ovejas y pueblo (Ez 34, 11-12).

Yo soy Rey. La afirmación ante Pilato en el proceso tiene pleno carácter mesiánico, conforme a la pregunta del presidente.

De modo semejante se puede decir que sólo alguien que es más que hombre puede calificarse a sí mismo de «Pan de vida» y de Manantial para la sed, o de ser «el Camino» por el cual los hombres deben andar para ir al Padre, y el tronco de «La Vid», cuyas ramas o sarmientos con fruto son los demás hombres.


4. El origen divino de Jesús

En el evangelio de Juan encontramos, más abundantemente que en los sinópticos, referencias continuas a su «ser enviado» por el Padre. «El me ha enviado...», «El que me envía...» (apesteilen, pempsas...). Hay más de treinta textos.

Cuando Jesús subió a Jerusalén a la fiesta de las Tiendas o Scenopegia, hubo una conmoción general. La gente se decía: «¿No es éste aquel a quien quieren matar? Pues aquí está y nadie se mete con él. ¿Habrán averiguado ellos que es el Cristo?» (7, 25-26). Pero añadían entonces, o quizás les respondían otros: «Este sabemos de dónde es (de Nazaret, el Nazareno el hijo de José: 6, 42, cfr. 1, 45), el Mesías nadie sabrá de dónde viene» (7, 27).

Jesús al oírlo respondió en el Templo: «Decís que sabéis quién soy y de dónde vengo. Y, sin embargo, no vengo de mí mismo, y el que me envía es veraz, a quien vosotros no conocéis» (7, 28). La cuestión de saber de dónde viene Jesús, o sea su origen, fue planteada también por Pilato a Jesús, aunque no obtuvo respuesta.

Jesús dijo a sus adversarios que «él sabía de dónde venía (pózen élzon) y a dónde iba (poú upágo)» (8, 14), y que ellos, en cambio, no lo sabían. En varios de los textos que siguen dirá que «no viene de sí mismo» (7, 28; 8, 42), indicando que tiene otro origen que el humano.

Unas veces dice que viene del cielo». Se lo dice a Nicodemo, que «desciende del cielo, y que «el está en el cielo» (3, 13), indicando su misterio de venir de allí y a la vez permanecer, como Dios por tanto. Lo dirá Jesús en el discurso eucarístico, provocan­do la objeción de los que le conocen en su vida humana: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo» (6, 41; cf. 6, 33.38.50.51.58). Pero todavía más expresamente hace referencia a su origen en Dios. Y así lo dice: «Yo he salido y vengo de Dios» (ek tou Zeou; 8, 42). Y del mismo modo y más explícitamente a sus apóstoles en la cena: «Habéis creído que yo salí de Dios. Yo salí del Padre, y he venido al mundo» (16, 27-28). Y la confirma ante sus apóstoles en la oración dirigida a su Padre: «Ellos (mis apóstoles que te encomiendo) han conocido que yo salí de ti, y han creído que Tú me enviaste» (17, 8). Salir y ser enviado son lo mismo.

Este origen celeste, se completa con un retorno al Padre de donde salió. «Salí del Padre y vine al mundo, (ahora) de nuevo dejo el mundo y voy al Padre» (16, 28). «Voy al que me envió, y ninguno de vosotros me pregunta: ¿A dónde vas?» (16, 5.10.16). Esta vuelta al Padre, subiendo al cielo, la realizará a través de la muerte y resurrección, y explícitamente hablará de subida anunciando la ascensión y la gloria de su triunfal subida. Así lo anuncia por medio del mensaje encargado a María Magdalena: «Vete a mis hermanos y diles: «Subo a mi Padre y vuestro Padre, mi Dios y vuestro Dios» (Jn 20, 17).

El evangelista resumió toda esta doctrina de la venida y de la vuelta diciendo en el exordio del relato de la cena sagrada: «Realizada cena, sabiendo que el Padre lo entregó todo en sus manos, y que de Dios había salido y a Dios volvía...» (13, 3).

5. Atributos divinos en Jesús

Ciencia superior al conocimiento humano,
Omnipotencia con que Dios hace todo lo que es posible y quiere,
Eternidad de preexistencia,
Vida que puede comunicar especialmente a los hombres.

Ciencia divina.— Jesús declara que posee una ciencia superior a la humana. Le asegura a Nicodemo que todo lo que habla lo sabe directamente: «Amén, Amén, te digo. Hablamos lo que sabemos, y damos testimonio de lo que hemos visto» (Jn 3, 11). Luego, el propio evangelista lo confirmará diciendo: «Lo que vio y oyó, esto es lo que testifica» (3, 32). A esta ciencia plena de Jesús vuelve a aludir el evangelista en el exordio de la cena, (13, 1.3), y también declara que sabía todo lo que le iba a suceder en su pasión (18, 4).

He aquí proclamado por Jesús el conocimiento pleno que tiene de la misma divinidad del Padre, que por lo tanto le iguala con El:

«Ninguno ha visto al Padre, sino el que está junto al Padre, éste ha visto al Padre» (6, 46).
«Yo conozco al que me ha enviado, porque estoy junto a él» (7, 29).
«Mi Padre, de quien vosotros decís que es vuestro Dios, es quien me glorifica. Y no le habéis conocido, pero yo le conozco» (8, 55).
«Como el Padre me conoce a mí, también yo conozco al Padre» (10, 15).
«Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido» (17, 25).

Esta plenitud de conocimiento del Padre es propia de sólo Dios, ya que es igual a la que Dios tiene de él (10. 15), como en Mt 11. 27 v Le 10, 22 tuvimos ocasión de notarlo, en el c. 3,1.

Omnipotencia divina.— El atributo del poder del Padre lo llamamos Omnipotencia divina. Este queda también atribuido a Jesús en sus propias palabras, según Juan, cuando dice: «Amén Amén, os digo. El Hijo no puede hacer nada por sí propio (como distinto del Padre), sino lo que ve al Padre hacer. Lo que él hace, esto mismo también el Hijo lo hace igualmente» (Jn 5, 19). Esta igualdad en la acción del Hijo con el Padre muestra la igualdad de poder claramente.

En el coloquio con sus apóstoles en la cena, Jesús les dice: «Todo lo que el Padre tiene es mío» (16, 15), es decir la plenitud de su poder. Y en la elevación de su oración al Padre, le dice así, de manera todavía más clara y plena: «Todas las cosas mías son tuyas, y las tuyas mías» (17, 10), declarando así en su conmovedora oración la igualdad de su poder por identificación de poderes con el Padre.. Este poder se atribuye, obviamente, a la persona, no a su naturaleza humana. Jesús es omnipotente como el Padre, porque es Dios.

La eternidad de preexistencia.— El pasaje clásico en Juan sobre la eterna preexistencia de Jesús, está en el diálogo con los judíos adversarios sobre la paternidad de Abraham: «Amén, Amen os digo. Si alguno guarda mi palabra no verá la muerte jamás» (8, 51). La respuesta indignada de los judíos ante tal pretensión sobre su palabra y sus efectos es bastante obvia: «Ahora vemos que estás endemoniado. Abraham y los profetas murieron, ¿y tú dices que si alguno guarda tu palabra no morirá jamás? ¿Acaso eres mayor que nuestro padre Abraham, que murió? Y también los profetas murieron. ¿Quién te haces a ti mismo?» (8, 52-53). «Abraham vuestro padre vio mi día. Lo vio y se gozó» (8, 56). Es la visión profética y mesiánica de Abraham, la gloria de su «descendiente» el Mesías (Gen 13, 15; 15, 5;17, 7-8; 22, 17; cf. Gal 3, 16). Estalló la indignación de los judíos contra Jesús. «No tienes ni cincuenta años, ¿y has visto a Abraham?» (8, 57)- Y respondió majestuosamente Jesús, con sencilla palabra llena de misterio divino:

«Amén, Amén, os digo. Antes que Abraham existiese Yo soy (egó-eimí)» (8, 58).

Afirmación de claridad deslumbrante en cuanto a la preexistencia de Jesús. Abraham vivió hacia 1850 aC., y hace dieciocho siglos que murió. Y firma que ya existía él antes Aunque Jesús no dice que es eterno, está implícita la eternidad en su afirmación.

Si dice que es anterior a Abraham porque existe, porque “ES”, es obvio que también proclame que es anterior al universo de la creación existente, por ser Dios anterior a todo. Y lo dirá a los discípulos en la cena.

«Glorifícame, Padre, junto a ti con la gloria que tuve a tu lado antes de que el universo (ton kósmon) existiese» (17, 5).
«Padre, quiero que los que me diste estén conmigo donde Yo-soy (ópou eimí-egó), para que vean mi gloria, la que me diste, porque me amaste, antes de la creación del mundo» (17, 24).

La afirmación de eternidad es contundente, y el evangelista la glosará en su célebre prólogo: «En el principio el Verbo estaba en Dios». ¿Qué puede afirmar a continuación sino que «el Verbo era Dios»?).


La Vida.—La vida es un prodigio, y viene de Dios, quien es la Vida infinita. Ningún hombre puede proclamar que es la vida, ni que la tiene por sí, pues solamente la recibe, y la tiene mientras dura, pero muere. Jesús afirmará que él posee la vida por sí mismo, y que la posee de la misma manera que el Padre, y que la puede comunicar.

«Como el Padre tiene la Vida en sí mismo, así ha dado al Hijo tener la Vida en sí mismo» (5, 26). La igualdad con el Padre la tiene en poseer el mismo atributo de la Vida, y como El la tiene también «en sí mismo», es decir por su propio ser. Esto se dice, obviamente, de la Vida divina que él posee del mismo modo que el Padre, según su afirmación. Tiene también una vida humana, en su organismo viviente con alma, como los demás hombres, vida que llegará a su término en la cruz. Tiene pleno dominio sobre ella, y es dueño de su propia vida.

No solamente esto, respecto de la vida humana. Es dueño también de la vida de todos los demás. Esta potestad la utilizará en la resurrección final, y lo afirma varias veces: «Llega la hora en que los que están en los sepulcros oirán la voz del Hijo de Dios, y resucitarán los que hicieron el bien para resurrección de vida, y los que hicieron el mal para resurrección de juicio (8, 28-29). Lo mismo afirma en el sermón eucarístico: «Yo les resucitaré en el último día» (6, 44.55).

Por todo ello ha podido decir solemnemente ante Marta, cuando va a resucitar a su hermano Lázaro, y exige de ella la confesión de la
fe:
«Yo soy la resurrección v la Vida» (11, 25).


6. Los poderes divinos de Jesús

Estos poderos divinos son de orden moral y físico. En el orden moral el de perdonar los pecados, y el dominio sobre las cosas más sagradas del culto judío, como el sábado y el Templo. En el orden físico, el poder de realizar milagros.

El poder de perdonar pecados, en Juan el caso de la adúltera. Cuando traen la mujer ante él como acusada, él parece desentenderse del problema jurídico. Quieren cogerle en oposición a la Ley o renunciando a su predicada mansedumbre. El, como absorto, escribe con su dedo en tierra, y de pronto se yergue y se convierte en acusador de los acusadores Y finalmente, cuando ellos han ido desfilando avergonzados ante su desafío de inocencia, dirigiéndose a la mujer le dice: «Tampoco yo te condeno. Vete y no vuelvas a pecar» (8, 11).
Con estas pocas palabras Jesús declaraba perdonada por él a la mujer. Jesús se muestra así superior a la misma Ley con una actitud nueva, que le es peculiar. Y tras la resurrección otorga a sus apóstoles el poder de perdonar pecados (Jn 20, 23), en lo que muestra su total dominio sobre este poder. Juan Bautista lo ha presentado llamando a Jesús «el Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo» (Jn 1, 29).

Juan ofrece la superioridad de Jesús ante el sábado, proponiendo dos milagros que realiza en sábado, lo que provoca la oposición legal y cultual de los adversarios. Responde a los judíos que le persiguen, por hacer el milagro del hombre paralítico de la piscina en sábado (5, 9-10; 5, 16): «Amen, Amén os digo. El Hijo no puede hacer nada por sí, sino lo que ve al Padre que hace» (5, 19), Y habiendo dado como razón de lo que hace ésta «Mi Padre actúa hasta ahora, (sin interrupción), y yo también actúo» (5, 17), los judíos «le perseguían ya hasta quererle matar, porque no sólo pasaba por alto el sábado, sino que llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios» (5, 18). He aquí hasta dónde llegaba la claridad de Jesús al obrar sus milagros deliberada­mente en sábado.

El segundo milagro verificado en sábado es el del ciego de nacimiento. «Era sábado cuando Jesús hizo y abrió los ojos del ciego» (9, 14). Y los fariseos decían: Este hombre (Jesús) no es de Dios, pues no guarda el sábado» (97 16), pues era uno de sus pequeños preceptos precisamente el no trabajar en modo alguno el barro con las manos. Y otro respondía: «¿Y cómo puede un hombre pecador (o apartado de Dios) hacer estos prodigios?» El ciego insistirá en este mismo razonamiento hasta agotarlo y obligar a los fariseos y sacerdotes a desembocar en la ira para callar su palabra victoriosa (9, 24; 9, 29-34).

Tenemos también el testimonio en Juan de Jesús sobre el Templo. En Juan la palabra de Jesús sobre el Templo es un gran signo que da sobre sí mismo. Si en los sinópticos el signo divino sobre sí es el profeta Jonás, por la resurrección (Mt 12, 39-40; Lc 11, 29), en Juan el signo es el Templo, por la identificación con él mismo. Pues Jesús les da como señal la destrucción del Templo y su reedificación en tres días, la cual se halla también en los sinópticos en el juicio ante Caifas como testimonio contra Jesús (Mt 26, 61; Me 14, 58). Pero en Juan se ha convertido en una proclamación de identidad en su resurrección corporal: «El hablaba del Templo de su cuerpo» (Jn 2, 1). El cuerpo vivo de Jesús, su naturaleza humana de cuerpo y alma, es el Templo de Dios. El Hijo de Dios está personalmente en el Hombre: «En él habita la plenitud de la divinidad corporalmente» (Col 2,9).

Hallamos en Juan el poder de Jesús manifestado en los milagros. Son distintos de los de los sinópticos, salvo el de la multiplicación de los panes, de Mt. Mc y Lc, y el de la tempestad siguiente, que se halla también en Mt y Mc. . Los evangelistas escogen entre los hechos y palabras de Jesús las que tienen especial interés en relatar.

Ocho milagros escoge Juan en su evangelio. Son: el del vino en Cana (2, 11), el del hombre de la corte real también en Cana (4, 48-50), el del paralítico de la piscina (5, 8), el de la primera multiplicación de los panes (6 11), el de andar sobre las aguas de la tempestad (6, 19), el del ciego de nacimiento (9, 15), el de la resurrección de Lázaro (11, 43-44), y en su vida gloriosa el de la nueva pesca milagrosa en el lago de Tiberíades (21, 6; cf. Lc 5, 4-11).

En todos los milagros muestra su poder y beneficencia. En Cana su sola voluntad muda las tinajas llenas de agua en vino exquisito. En el caso del cortesano su palabra desde lejos cura. En el de los panes y la tempestad del lago con su sola bendición y poder. En el paralítico de la piscina su sola palabra levanta al paralizado desde hacia ya treinta y ocho años. En el caso del ciego de nacimiento la orden de ir a la piscina y lavarse el barro mezclado con saliva, que le ha puesto sobre los ojos, cura al ciego. En el de Lázaro su voz imperiosa hace salir vivo al sepultado de cuatro días. En la pesca milagrosa en Tiberíades, su sola indicación y orden hace obtener una inmensa captura de peces.

En Juan, Jesús repetidamente señala sus milagros y obras prodigiosas como señales de su persona divina: «Las obras que yo hago dan testimonio de mi, de que el Padre me ha enviado» (5, 36; 10, 25). «Si no hago las obras de mi Padre no me creáis. Pero si las hago, creed a mis obras, si no queréis creerme a mí» (10, 37). Y en la cena a sus discípulos: «Creed al menos por mis obras», que el Padre está en mi y yo en el Padre (14, 22). «Si yo no hubiese hecho entre ellos (los fariseos y sacerdotes y escribas) obras que ningún otro ha hecho, no tendrían pecado, pero han visto y me han aborrecido a mi y a mi Padre» (15, 24). Por todo ello dirá con razón el evangelista: «Habiendo hecho ante ellos tan grandes prodigios (signa) no creían en él» (12, 37; cf. 4, 48; 7, 21). Y aquí también, como en el poder de perdonar pecados, traspasa este poder a sus discípulos que creen en él. Los que creen en él «harán lo que yo hago y aun cosas mayores» (Jn 14, 12). Y esto se hará porque él mismo escuchará ésta invocación de fe (Jn 14, 14).

Hemos recorrido así la gama de poderes extraordinarios y divinos de Jesús, que se muestra en el perdón de los pecados, en el seguro dominio sobre el sábado, en la identificación como signo con el Templo, de modo particular en los milagros realizados, que son signo de Dios sobre él, signo reivindicado por el propio Jesús como suficiente para haber producido en ellos el convencimiento de que estaban ante un hombre singular, un Hombre de Dios. Quedan aún, para el capítulo siguiente, testimonios de suma impor­tancia, como son en Juan los relativos a la revelación de igualdad de las personas en el misterio de la Trinidad.