domingo, 18 de abril de 2010

LA CRONOLOGÍA DEL NUEVO TESTAMENTO

LOS EVANGELIOS ANTE LA HISTORIA - Juan Manuel Igartua S.J.

PROLOGO

La importancia de la cuestión sobre la verdad histórica de los evangelios proviene de ser el fundamento escrito de la religión cristiana.

Se trata de saber si tenemos o no en los Evangelios un recuerdo real de un Hombre excepcional. Pues habiendo El afirmado que es Dios, y habiendo instaurado una religión permanente para servir al Dios verdadero, el problema de Jesús se convierte en el problema del hombre.

Si los evangelios han de ser mirados a través del prisma de la verdad histórica, ¿el hombre que los evangelios retratan fue como ellos lo describen?

Afirmamos que los evangelios nos ofrecen un fiel recuerdo de Jesús.

Hoy, cuando voces vacilantes, alzan críticas que todo lo ensombrecen a los ojos de muchos, se plantea con fuerza renovada el problema de los evangelios y su verdad histórica.

Escribimos en la fe, aunque no sólo desde la fe. Cree¬mos que no es posible conocer a Jesús plenamente si no se presta crédito a los evangelios, que nos ofrece la Iglesia como tradición acreditada y aceptada de los hechos y dichos de Jesús.

Cuando Jesús se apareció al apóstol Tomás, y le hizo poner la mano en su costado abierto como comprobación, dijo al an¬tes incrédulo discípulo: «Porque me has visto, Tomás, has creído. ¡Dichosos los que crean sin haber visto!»


Capítulo primero: LA CRONOLOGÍA DEL NUEVO TESTAMENTO

1. Importancia de las fechas

El Nuevo Testamento entero, con sus 27 libros, gira en torno a la persona de Jesús de Nazaret, llamado ahora «el Señor Jesús», «Jesucristo», o simplemen¬te «el Señor». Poseemos hoy testimonios escritos en el siglo I en que vivió Jesús, que narran la vida y muerte de Jesús.

Tales testimonios se contienen en los Evangelios, en los Hechos apostólicos y en las Epístolas. El libro profético del Apocalipsis, en el que se refleja de manera sublime la gloria del Señor resucitado, Rey del uni¬verso.

El Nuevo Testamento está escrito en lengua griega. El único evangelio en lengua aramaica es el de San Mateo, la lengua que habló propiamente Jesús, y en donde hubiéramos podido conocer nu¬merosas palabras de Jesús como enteramente suyas, ipsissima verba como las ha llamado el profesor protestante J. Jeremías, se ha perdido en la noche de los tiempos.

Nos queda un evan¬gelio griego de Mateo, refundición modificada seguramente del primero, y en lengua de cultura universal, como es la griega, aun en su tipo dialectal de la koiné o lengua vulgarizada y po¬pular (común) en el siglo I.

Disponemos hoy de una documentación del siglo I que, todavía a poca distancia de los sucesos testi¬moniados, nos ofrece su palabra escrita. No es excesivamente importante una diferencia de décadas. Pero es de gran impor¬tancia la conexión directa con los hechos, que conforma su garantía de histórica verdad.

La razón es la siguiente. Debemos admitir que la excesiva se¬paración de años puede desfigurar sensiblemente las tradiciones, si no tenemos en cuenta los motivos ahistóricos —aunque para nuestra Tradición católica decisivos— de la asistencia del Espíritu para su conservación fiel y permanente. Pero, si el testimonio se produce dentro de generaciones contemporáneas de los hechos y éstos son públicos y notorios entre ellas, la presencia de tales generaciones «presenciales» es una garantía de la verdad, si los hechos son aceptados por las mismas.

Edades de los testigos de la resurrección cuando escribe san Pablo

Utiliza este argumento san Pablo en la I Carta a los Corintios: «Se apa¬reció a más de quinientos hermanos reunidos, muchos de los cuales viven todavía» (15,6).

La carta a los Corintios puede datarse en el año 57-58 d. Cr. La muerte y resurrección de Cristo acontecen el a. 30, han pasado 28 años. Si los testigos en el año 30 tenían entre 15 y 70 años. En el año 58, tendrían entre los 43 y los 98 años de edad. «La mayor parte de los quinientos», tendrían entre los 40 y los 70 años.

La fecha del año 70 y edad de los testigos de la resurrección

El año 70 contempla la destrucción del Templo de Jerusalén y de la ciudad, abatida por el ataque romano y el cerco de Tito. En el año 70 la edad de los testigos de la Resurrección de Cristo y de sus apariciones como de su vida y muerte en la Cruz suma cuarenta años a los que tuvieran en el año 30. Las generaciones de los 15 a los 35 años tienen ahora de 55 años a 75. «Mu¬chos de ellos viven todavía, otra parte murieron», podríamos parafrasear a san Pablo, también con respecto al año 70.


2. Cronología básica

¿Cuándo se escribie¬ron los documentos que poseemos? Se puede decir que la gran mayoría de ellos (excep¬tuando el Evangelio de Juan, su Apocalipsis y sus tres cartas, y quizás algún otro documento de valor canónico), son anterio¬res al 70.

No sólo han sido escritos antes del 70, sino que han sido recibidos antes de esa fecha como libros dignos de crédito por las comunidades cristianas ya existentes a todo lo largo del Mediterráneo, desde Jerusalén hasta Roma, y aun se puede creer que hasta la misma España.

La crítica racionalista pro¬testante, y un grupo, que se podría decir creciente, de críticos católicos ha ten¬dido a retrasar las fechas del NT, traspasando en varios casos la barrera del año 70. Hay un sorprendente y decidido libro del erudito obispo anglicano JOHN A. T. ROBINSON, Redating the New Testament. (Volviendo a fechar el Nuevo Testamento), SCM Press London, 1976 que defiende al tesis del año 70 como límite.

Hasta 1.800 se estimó la fecha del 70 como fecha tope del NT, a excepción de los escritos joánicos, que se retrasaban hasta fines del siglo I. La escuela racionalista de Tubinga, a par¬tir de Baur, intentó retrasar todas las fechas. Comenzando en los años 60 llegaban algunas obras del NT hasta la mitad del siglo II en su cronología.

La tradición católica siempre ha defendido la anterioridad al año 70, excepto para Juan. Hoy varios aceptan o aceptaban el traspaso de la barrera para algunas obras, no muchas: evangelio de Mateo griego, segunda de Pedro, la de Judas; y alguno, aun Lucas, (Hechos y Evange¬lio).


La destrucción e incendio del Templo de Jerusalén

El argumento de Robinson basa su tesis de anterioridad general al 70, porque en esa fecha tuvo lugar la destrucción de Jerusalén y consiguiente desa¬parición del culto, los sacrificios, la secta saducea, el pueblo judío organizado.

La razón fundamental de toda la crítica contraria ha sido siempre que la profecía ex eventu (o sea, después de los sucesos) era la expli¬cación de las páginas evangélicas relativas a la destrucción de Jerusalén en boca de Jesús. Si para explicar tales palabras no se podía suponer una profecía de antemano, entonces cierta¬mente resultaba que habían de haber sido escritas después de verificarse el suceso, que anunciaban en profecía solamente li¬teraria.

Robinson arguye sobre este punto central, porque el anuncio de que «no quedará piedra sobre piedra» se halla en Mc. 13, y, aunque los discípulos le preguntan por la fecha no la da. ¿Habrá que suponer, diremos, voluntad de engañar en el evangelista? Jesús aconseja huir a los montes, pero en el cerco de Jerusalén no se podía huir, y los cristianos huyeron antes a Pella, no a los montes, según Eusebio en el 62. Ni Jesús ni los evangelistas dicen nada expreso sobre la misma destrucción del propio Tem¬plo fuera de aquella frase general. El incendio del Templo, acaecido según Josefo, tan impactante para las mentes judías, no aparece mencionado, lo que es difícil si fuese escrito tras su realización.

C. Torrey recuerda que no es un evangelista sino tres los que silencian la guerra, simplemente de seguro porque no la han llegado a conocer cuando escriben (cf. en cambio Jn. 11,48).

El proceso de justificación de las fe¬chas de los documentos debe proceder, como toda investigación sensata, de lo más cierto a lo más incierto.

Comienzo de la vida pública de Juan el Bautista y Jesús

En materia de fechas tenemos un punto de partida que debiera ser firme y fijo. Lucas precisa la fecha cronológica de la aparición pública de Juan Bautista, y de Jesús por lo mismo, con datos de seguridad de referencia:

«En el año quince del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato procurador de Judea y Herodes tetrarca de Galilea, Filipo su hermano tetrarca de Iturea y de Traconítida, y Lisanias tetrarca de Abilene, en el pontificado de Anas y Caifas, fue dirigida la palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto...» (Lc. 3,1-2)

La fecha del año 15 de Tiberio, sucesor de Au¬gusto en el imperio, nos sitúa en el año 29 de nuestra era. En efecto, la muerte de Augusto sucedió el 19 de agosto del año 767 ab Urbe Condita, que es el 14 de nuestra era, que comienza en el año 754 a. U. C. Si nos atenemos al cómputo propio de Siria, que calcu¬la el comienzo de Tiberio dos años antes, o sea el año 12 d. Cr., año en que Augusto le concedió el honor de ser considerado como «collega Imperii», y así se llega al año 27 de nuestra era como año del bautismo de Jesús y comienzo de su vida públi¬ca.

De este modo además coincide con exactitud la fecha con la que da el evangelio de Juan: «Cuarenta y seis años hace que este Templo comenzó a edificarse (o se ha edificado), ¿y tú lo vas a levantar en tres días?» (Jn. 2,20). Como el Templo herodiano comenzó a edificarse el año 19 a. Cr. (que era el 735 de Roma) sumando 46 al año 19 a. Cr. obtenemos también el año 27 d. Cr. Así pues, Jesús comenzó su vida pública el año 27 (teniendo «unos treinta» años).

La predicación de Jesús hasta su muerte duró alrededor de tres años, y así resulta, como dato de certidumbre para la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, el año 30 de nuestra era. Este año 30 coincide precisamente con el dato señalado por Jn. 19,31 de que aquel año era un sábado solemne o grande. Coincidían el día pascual del 15 Nisán, por la luna, y el sábado semanal. Esto sucedió, efectivamente, el año 30. Lo confirma Mc. 15,42, que coloca la muerte de Cristo en la Parasceve, «víspera del sábado» (prosabbaton).

El año 30 es el del comienzo de la predicación apostólica posterior a la Resurrección de Jesús.


La conversión de Saulo en Damasco

Otra fecha importante es la de la conversión de Saulo en Da¬masco. Lucas no da la fecha exacta en los Hechos de los Apóstoles, pero se puede deducir con gran probabilidad. Al cabo de algún tiempo de paz que gozaba la comunidad cristiana se produce el tumulto mo¬vido por agentes sacerdotales contra Esteban (6,12), y es ape¬dreado, mientras Saulo participa en el martirio como custodio de los mantos.

¿Qué año conviene a tal suceso? Parece el más apropiado el del relevo del gobernador Pilato por Albino. El cambio de gobernador, con el tiempo vacuo intermedio, tiene lugar en el año 36, seis años después de la muerte de Cristo.

Primera estancia de San Pablo en Jerusalén

Pablo, al recordar en la carta a los Gálatas su conversión (Gal. 1,13 ss), afirma que sólo después de tres años subió a Jerusalén (Gal. 1,18) por primera vez para hablar con Pedro y con Santiago. Contando ahora el tercer año desde el 36 estamos en el año 38.

El concilio de Jerusalén.

Pa¬blo, en la misma carta a los Gálatas: «Des¬pués de catorce años subí otra vez a Jerusalén (palin anébe) con Bernabé y Tito» (2,1). Si se toma el texto como el anterior, los catorce años se cuentan también a partir de la conversión. Así alcanzamos al año 49 como fecha de la reunión apos¬tólica en Jerusalén. San Pablo cita de nuevo como participantes en la reunión, llamándolos con el nombre de especial significación de «columnas de la Iglesia», a Pedro, Santiago y Juan.

La muerte de Pedro y Pablo

Otra fecha clave es la de la muerte de Pedro y Pablo. Para ellas tenemos unas fechas ciertísimas: la del incendio de Roma con la atroz persecución de los cristianos por Nerón, año 64; y la de la muerte del emperador Nerón, ante el avance de las legiones enemigas y la proxi¬midad del decreto de su muerte por el Senado, el año 68. Pe¬dro murió en la persecución del incendio, luego el año 64 es el de la muerte de Pedro. Pablo murió también por orden de Nerón, luego lo más tarde el año 67.

El error del monje Dionisio el Exiguo en la cronología cristiana

Debemos tener en cuenta, para toda cronología poscristiana, que el monje Dionisio el Exiguo, al calcular e introducir el ca¬lendario de la Era cristiana en el siglo VI (m. en 556), erró al asignar el año 754 de Roma al nacimiento de Cristo, a partir del cual contaba ahora, (cfr. LTHK, v. ara). Pues nos consta por Mateo y Lucas (Mt. 2,1; Lc. 1,5), que entonces reinaba Herodes, del cual sabemos que murió el 750 de Roma (F. JOSEFO, Ant. Jud., 17,8,1) es decir cuatro años antes de la Era cristiana calcula¬da. Hay pues que colocar el nacimiento de Cristo antes del año —4, en tiempo de Herodes, y si damos además los dos años apro¬ximados del cálculo evangélico para la matanza de los Ino¬centes (Mt. 2,16), lo podemos fijar en el año aproximado de —6 (o quizás en —7). (Cfr. la nota 26).

Cronología romana Cronología cristiana Sucesos
(ab Urbe Condita UC) (ante, post Christum)
año 747-48 -7, -6 Nacimiento de Jesús
año 750 -4 Muerte de Herodes
año 754 1 (no hay 0) Primer año era cristia¬na. (777 de las Olim¬piadas griegas según Varrón cfr. Espasa, Cronología, 16,478)
año 767 14 Muerte de Augusto. Vf. (Tiberio emperador desde el 12, collega Imperii).
año 780 27 Bautismo de Jesús.
año 783 30 Muerte y Resurrección de Jesús
año 789 36 Conversión de Saulo.
año 791 38 Saulo en Jerusalén con Pedro y Santiago.
año 802 49 Concilio apostólico: Saulo con Pedro, San¬tiago y Juan.
año 817 64 Muerte de Pedro en Roma. (Incendio: 18 julio 64).
año 820 67 Muerte de Pablo.
año 821 68 Suicidio de Nerón.
año 823 70 Destrucción de Jerusa¬lén.

3. Un punto seguro de partida: los Hechos de los Apóstoles

La fijación de las fechas de composición de los escritos del Nuevo Testamento, princi¬palmente los Evangelios y Epístolas paulinas.

La regla más prudente es partir de lo más cierto para llegar a lo incierto. ¿Cuál es el punto de arranque de nuestra fijación de fechas? El libro de los Hechos de los Apóstoles por el inesperado abrupto con el que termi¬na.

Este libro, obra de arte del historiador Lucas, compañe¬ro de Pablo (Col. 4,14; 2 Tim. 4,11), después de narrar los comienzos de la Iglesia tras la Ascen¬sión de Jesús en Jerusalén, la conversión de Saulo tras la muer¬te de Esteban, y los comienzos de la difusión apostólica del evangelio.

Sigue a Pablo a partir del capítulo 13 en sus viajes de apostolado hasta su prisión en Jerusalén y Cesárea bajo el tribuno Claudio Lysias y los procuradores Félix y Festo. En esta situación de prisionero, se dilató su prisión has¬ta la llegada de Festo durante unos dos años más o menos (58-60); y habiendo apelado a Roma y al Emperador, fue enviado a la Ciudad.

El naufragio de Malta retrasó su llegada en unos meses, y en la primavera del 61 hacía su entrada en Roma. Al llegar aquí Lucas, que ha contado todos los detalles de la prisión de Cesárea, y su juicio ante Félix primero y luego ante Festo y el rey Agripa, en cinco largos capítulos, y casi dos más para la navegación y nau¬fragio y estancia en Malta, ahora sólo dedica a su prisión romana, que duró dos años en¬teros, exactamente 13 versículos (28,17-29).

Quedan sólo dos versículos para terminar la narración de la prisión romana y el libro entero «Permaneció dos años en la casa alquilada, recibía a todos los que venían a él, y enseñaba lo que se refiere a nuestro Señor Je¬sucristo, con seguridad y sin impedimento alguno.» (28,30-31). Aquí termina el libro entero de largas peripecias dramáticas.

¿Cuál puede ser la explicación de este final, y en qué fecha nos sitúa?

Eusebio de Cesárea, y tras él san Jerónimo, dieron por cierto que la única explicación de tan extraño hecho es la de que el libro fue terminado precisamente cuando finaliza en Roma la prisión bienal de Pablo.

«Lucas ha escrito otro libro magnífico (egregium) que, lleva el título de Actos (Actas) de los Apóstoles. Su relato llega hasta los dos años de la estancia de Pablo en Roma, es decir hasta el cuarto año de Nerón (a. 63). De esto podemos entender que el libro fue escrito en dicha ciudad.» (De viris illustribus, VII, PL, 23, 619).

Esta observación de Jerónimo, recogida de Eusebio, es tan obvia en sí misma que se ha impuesto hasta hoy, en que todo se vuelve a querer remodelar.

San Jerónimo entiende que la finalización súbita del relato de los Hechos con la mención de los dos años o bienio de cautividad de Pablo en el proceso de su ape¬lación al César, significa que Lucas terminó su libro cuando Pablo terminó su cautividad. Y por eso Jerónimo afirma que escribió el libro en Roma, pensando que lo escribió durante los dos años de la cautividad de Pablo, tiempo en que Lucas acom¬pañó al Apóstol en la ciudad de Roma. Esto que dice Jerónimo, y que primero sugirió Eusebio, ha sido después, hasta nuestro tiempo, estimado entre los católicos como incontrovertido al parecer.

La PCB

La Comisión Bíblica Pontificia en tiempo de san Pío X (año 1912-13) consideró que «hay que sostener con derecho y ra¬zón que Lucas terminó su libro de los Hechos hacia el fin de la cautividad romana del apóstol Pablo» (Denz. 2.169), apoyan¬do esta afirmación en el motivo de que «apenas hecha mención del bienio de la primera cautividad romana de Pablo, se cierra bruscamente» (ib.)

Razones de crítica interna

a) Lucas está con Pablo y no narra su muerte como testigo de Cristo

En el libro de los Hechos, el autor nos narra detalla¬damente la muerte de Esteban, y asimismo la de Santiago. Considera la muerte por el testimonio de Cristo como un hecho el más glorioso para el testigo. Narra con el má¬ximo detalle la pasión y muerte de Jesús, y en su evangelio el Resucitado increpa a los dos discípulos en el camino de Emaús por no entender esta gloria de la muerte (24,26). ¿Cómo iba, pues, a omitir la muerte de Pablo, y aun la de Pedro, corona de sus vidas de testigos de Jesús, si las hubiese ya conocido por haber escrito su libro después de ellas, que ocurrieron en los años 64 y 67?.

Además consta, por texto epistolar del propio Pablo, que en el segundo proceso romano o cautividad, que termina con la muerte del Apóstol, está Lucas a su lado como único compañero de fidelidad: «Lucas está conmigo, él solo.» (2 Tim 4,11). ¿Quién podría ni siquiera estimar pensable que la fidelidad de Lucas hacia Pablo le haya abandonado en la hora suprema? Pero si está junto a Pablo hasta el último instante, ¿cómo podría, si hubiera escrito su libro después del martirio, no haber hecho alusión alguna final a él, y haber de¬jado el libro terminado, incompleto diríamos, e inacabado como la famosa sinfonía, con la mención final del bienio de la pri¬mera cautividad? No parece posible tal pensamiento.

b) La estructura de la obra: Jerusalén, Samaría y el extremo de la tierra

Los He¬chos apostólicos de Lucas han terminado en la prisión romana de Pablo, años 61-63, porque si fuera posterior habría contado el viaje de Pablo a España. El autor del libro establece con palabras de Jesús lo que ha de ser el bosque¬jo de su obra entera. Cuando Jesús responde a la pre¬gunta de ellos sobre la restauración del Reino de Israel:

«A vosotros no os toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su potestad, sino que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros, y se¬réis mis testigos en Jerusalén y Samaría y hasta el extremo
de la tierra.» (eos esjátou tés ges) (Act. 1,8).

Estas palabras contienen el esquema de la narración de los Hechos. Después de la Ascensión del Señor a los cie¬los, que es como un enlace con el libro de su evangelio, y tras describir la oración de espera del Espíritu Santo que ha dicho Jesús que ha de venir sobre ellos, y la elección de Matías que completará el número de los Doce antes de tal venida, entra en el capítulo segundo con la venida del Espíritu en Pentecostés como comienzo de la nueva actividad apostólica signada por Jesús que tenía un triple escenario sucesivo: Je¬rusalén primero, luego Samaría, finalmente la expansión hasta el extremo de la tierra.

Este es el orden que sigue el libro de los Hechos. La ac¬ción comienza en Jerusalén. Sigue el episodio de la muerte de Esteban, que abre paso a la dispersión por Judea y Samaría (Act. 8,1) que es el segundo estadio de la expansión: Samaría. A partir de aquí, se abre la etapa de la tercera expansión, la universal irradiación del evangelio. Je¬sús no salió de Palestina, pero sus apóstoles deben ir «hasta el extremo de la tierra».

La conversión de Saulo en el camino de Damasco, y el bautismo del centurión Cornelio en Cesárea por Pedro, son el prólogo de la nueva actividad de expansión, en su tercera fase. (cc. 9-12). Esta etapa debe llegar «hasta el extremo de la tierra». Pero, ¿cuál es el«extremo de la tierra» entonces para aquéllos hombres? El fi¬nal del mar Mediterráneo por Occidente, es decir España. Por lo cual Pablo, en la carta a los Romanos habla de su proyectado viaje a España, que es su meta, y para el cual la visita a Roma será solamente una etapa intermedia. Si Lucas hubiese escrito su libro después del viaje a España de Pablo, conforme a su propio programa, debía haber llevado el relato al menos hasta allí. ¿Por qué lo deja colgado en Roma con la prisión? Porque cerró entonces el escrito en Roma.

c) Otro argumento: el estilo sumamente cuidadoso del autor

Lucas es autor de dos libros, el Evangelio y los Hechos. El Evangelio nos muestra a un autor sumamente cuidadoso. Se abre el relato evangélico con la anuncia¬ción a Zacarías del nacimiento del Precursor de Jesús. Termina su Evangelio con la Ascensión a los cielos (24,50-53), que era su término literario espléndido.

¿Cómo sería posible que un autor tan armónico y cui¬dadoso en su trabajo literario, y que lo muestra de nuevo en la programación y desarrollo del libro de los Hechos, sin embargo, en vez de dar a este libro su término natural, que sería la muerte de Pedro y Pablo, sobre todo la última, como sello triunfal del martirio sobre sus vidas, lo rompa de manera tan brusca como aparece en su final? «Permaneció dos años en cautividad, enseñando las cosas de Jesucristo» (Act. 28,30-31). Sólo tiene una explicación: que la realidad de los hechos no había pasado de aquí cuando puso el cierre de su libro, quizá de forma precipitada, al salir de Roma Pablo libre para España.

Con seguridad queda bien afirmada la redacción básica del libro de los Hechos en Roma en los años 61-63.


La objeción sacada de un texto de Ireneo

El texto, alrededor del 200 más o menos, o sea un siglo y me¬dio más tarde, dice que si Mateo escribió su evangelio hebreo o aramaico, «mientras Pedro y Pa¬blo evangelizaban en Roma y fundaban la Iglesia», en cambio Marcos «puso por escrito» las cosas predicadas o anunciadas por Pedro, como «intérprete de Pedro», y afirma respecto al tiempo que esto lo hizo «después de su salida-».

Ireneo dice que Marcos escribió su evangelio después de la muerte (éxodon = salida) de Pedro y Pablo, es decir después del año 67. Si se quiere que haya escrito todavía antes del 70, sería necesario que lo hubiera hecho precisamente en¬tre el 67 y el 70. Y en consecuencia, siendo Lucas posterior a Marcos en su evangelio, Lucas hubo de escribirlo, lo más pronto hacia el 70 o después del mismo y como los Hechos son posteriores al Evangelio, estos hubieron de ser escritos hacia el año 80 o poco antes.

He aquí lo que es partir de lo oscuro para oscurecer lo claro. Sólo porque Ireneo dice esto oscura¬mente a fines del siglo II se viene a negar lo claro, que es toda la argumentación sacada intrínsecamente del mismo texto, que aca¬ba en la primera cautividad de Pablo en los años 61-63.

Lo que parece confirmar además el fragmento Muratoriano, que está escrito también, como lo de Ireneo, antes del año 200.

«Los Hechos de todos los Apóstoles están escritos en un solo libro. Lucas, óptimo Teófilo, los describe (comprindit), porque las cosas todas en su presencia se hacían, como lo declara evidentemente (evidenter) no mencionando (semota) el martirio de Pedro, ni la marcha de Pablo a España desde Roma.» (Rouet Journel, n. 268).

El autor de este testimonio del fragmento hace, respecto del libro de los Hechos, crítica interna del texto, de modo semejante a lo que decimos para su fecha. Porque al afir¬mar que en los Hechos, a partir especialmente de los viajes de Pablo, cuenta cosas que él vio (a diferencia del Evangelio, donde cuenta solamente lo que oyó a otros), deduce que es «evidente» que no asistió al martirio de Pedro, y que no acompañó a Pa¬blo a España, pues no lo narra en su libro. Pero del mismo modo decimos, y con mayor motivo, si no cuenta el martirio de Pablo no es porque él no estuviese allí, ya que lo atestigua prácticamente la 2 Tim, que presenta a Lucas acompañando a Pablo en este tiempo de prisión que precede al martirio. Luego la causa de no narrarlo debe ser porque el libro estaba ya terminado antes.

Nos parece que queda señalada con firmeza una fecha-base para la cronología de los documentos, que es la del libro de los Hechos de los Apóstoles, obra de Lucas el evangelista. El libro se escribe, o mejor, llega a término en el año 63, y comienza a circular quizás antes del incendio romano del 18 de julio 64, cuando Pedro sale de Roma (y de la vida) a la vez que Pablo sale de Roma libre para España. Entonces, después de la doble (pero diferente) salida, se da a conocer el libro de los Hechos.

4. La cronología y el evangelio de Lucas

Partiendo de aquella fecha-clave como firme punto de partida, con un sen¬cillo raciocinio se sitúa en posiciones cronológicas, los restantes libros del Nuevo Testamento. Los evangelios sinópticos primero; las epís¬tolas paulinas están fechadas con mucho mayor seguridad, precisamente por datos que ellas mismas aportan en concordancia con el libro de los Hechos, que es la platafor¬ma general de referencias cronológicas prudentes.

El libro de los Hechos comienza con estas palabras:

«El primer libro lo escribí, Teófilo, sobre todo lo que Je¬sús hizo y enseñó desde un principio hasta el día en que, después de haber dado instrucciones por medio del Espíri¬tu Santo a los Apóstoles que había elegido, fue llevado al cielo» (Hech. 1,1).

«el primer libro» a que se alude aquí (ton protón lógon) es el Evangelio de Lucas, sintetizado por su autor como «todo lo que Jesús hizo y enseñó». El evangelio de Lucas reco¬rre tales dichos y hechos de Jesús desde «un principio» (el na¬cimiento anunciado del Precursor de Jesús, Lc. 1,5 ss) hasta la Ascensión después de haberles instruido sobre su misión con inteligencia de las Escrituras y promesa del Espíritu Santo (Lc. 24,50). Así pues, con absoluta certeza el evangelio de Lucas es anterior al libro de los Hechos, por testimonio del propio Lu¬cas.

Fecha para la redacción del Evangelio de Lucas

Partimos de la base de que al término de la cautividad paulina, en el año 63, ha ter¬minado Lucas los Hechos. No parece excesivo señalar para la composición del libro los dos años de cautividad de Pablo.

Cuando comienza su prólogo de los Hechos, o su primer trabajo de redacción del libro al menos, puede ser el año 61. Por lo mismo, siendo anterior a los Hechos, el Evangelio de Lucas debe ser anterior al año 61.

El tiempo que Lucas tuvo antes del bie¬nio 61-63 transcurre, como hemos indicado, durante sus dos últimos años 58-60 en la región de Judea, pues Pablo se halla preso en Cesárea bajo Felix-Festo. Estos dos años, que siguen al regreso de Lucas con Pablo y su llegada a Jerusalén, el año 58 del tercer viaje apostólico (Hech. 21,15), fueron sin duda preciosos para el evangelista. Pudo recoger datos de testigos oculares de los hechos pasados. Si lo pudo hacer entonces res¬pecto a los sucesos que narra en el libro de los Hechos, en que Pablo no intervino (c. 1-12), sin duda también pudo hacerlo res¬pecto a los hechos evangélicos de Jesús. Pero no parece posi¬ble que entonces comenzase a escribir su evangelio, que re¬quiere un tiempo más completo y más independiente. Pudo quizá terminarlo entonces: mientras recogía datos para su se¬gundo libro, acababa de redactar el primero evangélico.

¿Cuándo comenzó el evangelio?

Hay una hipótesis sumamente verosímil sobre ello. San Jeró¬nimo sirve de guía en este punto. Dice que «en las regiones de Acaya y Beocia escribió su volumen». Ya que esa indicación suya de que Lucas escribió su evangelio en Acaya y Beocia sigue en su texto a la clara indicación, con la cita misma, de que en 2 Cor. 8,18 Pablo menciona, según todo da a entender, al propio Lucas: «Hemos enviado con Tito al hermano, cuya ala¬banza está en el evangelio (épainos en to euangelio), por todas las iglesias.» Agrega Jerónimo: «Tertius Lucas medicus, natione Syrus Antiochenus, cuius laus in evangelio, qui et ipse discipulus Apostoli Pauli, in Achaiae Beotiaeque partibus volumen condidit.»

Este sentido de su testimonio, y el valor de certidumbre para él de que el verso de 2 Cor. se refiere a Lucas (cosa, por lo demás, obvia) aparece también más tarde en el «De viris illustribus», (c. VII) que se refiere al Evangelio y los Hechos: «Scripsit (Lucas) Evangelium, de quo idem Paulus: Missimus, inquit, cum illo fratrem cuis laus est in evangelio per omnes ecclesias (2 Cor. 8,18)» (PL. 23,619).

Si, como parece cierto, esta referencia de Corintios 2 fuese a Lucas mismo, «su alabanza en el evangelio por todas las igle¬sias», parece que significa que ya lo había escrito Lucas. En efecto, no se ve apenas cómo puede la alabanza de un hermano estar «por todas las iglesias», aun las que no ha recorrido personal¬mente (y Lucas ha recorrido pocas) si no es por un escrito suyo, que sería su evangelio.

La Carta 2ª a los Corintios se escribe el año 57 desde Efeso, por tanto el Evangelio de Lucas debería estar escrito antes del año 57, y aun algo antes para que pueda ya circular por las iglesias.

¿Cuándo pudo haberlo escrito? Lucas aparece en los Hechos como compañero de viaje de Pablo, al aparecer por primera vez en el libro de los pasajes «nosotros» en redacción plural de compañía, en el segundo viaje de Pablo.

Avanzado ya el año 53 comienza el tercer viaje de Pablo. Por las iglesias de Asia, llega a Efeso, donde se detiene largamente, dos años y tres meses (Hech. 19,8-10). Desde Efeso escribe las dos cartas a los Corintios, y al parecer entre ambas cartas hace un viaje relámpago de ida y vuelta (2 Cor. 12,14: tritón —ter¬cera vez— toúto etoímos éjo elzeín pros umás) a Corintio desde Éfeso.

A fines del año 57 parte de Efeso para Macedonia, de donde descenderá por Grecia a Corinto, y pasando en esta querida ciudad el invierno del 57, en la primavera del 58 vuelve a Macedonia y Filipos, por temor a las asechanzas judías a su viaje por mar desde Corinto.

Desde Corinto regresa a Filipos, llevando una nutrida compañía que se va añadiendo de amigos y colaboradores, hasta siete de las diversas iglesias de Grecia y Macedonia. Aunque Lucas no se nombra a sí inmediatamente de numerar personalmente estos siete compañeros de Pablo, que vuelven por mar a Tróade con él, añade de nuevo en plural de primera persona: «Habiéndonos precedido, nos esperaron en Tróade, y nosotros navegamos hasta ellos a Tróade» (Hech. 20,5). Pablo y Lucas, de nuevo unidos en este verano del año 58, emprenden la vuelta a Jerusalén desde Europa. En Jerusalén, conforme al vaticinio de Agabo, Pablo será apresado y comienza su largo calvario de dos años pr¡sión en Cesárea y otros dos luego en Roma.

Lucas permanece 7 años (del 50 al 58) en Grecia

Lucas desde el año 50, en el que acompañó por vez primera a Pablo en su segundo viaje desde Tróade a Macedonia, hasta el año 58 en que regresa con él a Jerusalén desde Macedonia, ha tenido siete años largos de permanencia en Grecia. ¿Qué ha hecho durante estos siete años, 51-58? Indudablemente ha recorrido las cristiandades fundadas por Pablo en el segundo viaje: quizá por eso le ha dejado Pablo sin llevarle a su vuelta del segundo viaje por compañero. Ha estado seguramente en Corinto, no sabemos cuánto tiempo. Siete años son un tiempo largo, en el cual «en la región de Acaya y Beocia» (s. Jerónimo), o sea en Corinto y Atenas etc., hasta Macedonia en repetidos viajes, o estancias, ha podido hacer una primera redacción básica de su evangelio. Este pues pudo escribirse, según la deducción de los textos mismos, hacia los años 53-57.

Tenemos así ya un segundo hito cronológico lucano fijado suficientemente: el evangelio, comenzado en el 53 quizás, per¬feccionado para el 56, ultimado quizás en 59-60; los Hechos de los Apóstoles en 61-63, antes del 18 de julio del 64, fecha del incendio de Roma.

5. Cronología de los evangelios de Mateo y Marcos

Esto nos lleva a otra tercera deducción, so¬bre el evangelio de Marcos. Hoy es universalmente admitido que Lucas tiene ante los ojos el texto de Marcos cuando escribe su evangelio, y copia bastantes pasajes. Hay 350 versículos comunes a Lucas con Marcos y Mateo (tradición tri¬ple), y unos 50 en común con solo Marcos (tradición doble). Es innegable la dependencia escrita, aunque teóricamente podrían ambos depender de una fuente común, pero la tradición está en favor de la originalidad de Marcos.

Si pues Marcos es anterior a Lucas quiere decir, según lo deducido para Lucas, que su evangelio es anterior a la segunda mitad de la década cincuenta, o sea que está escrito a más tardar entre 50-55.

¿Sería esto posible si la tradición nos enseña que recogió las catequesis romanas de Pedro? Sí, porque parece bastante claro que Pedro hubo de estar en Roma antes del año 50, o en los primeros años de la década cincuenta. Marcos entonces pudo escribir «después de la salida de Pedro» de Roma (éxodon), del testimonio ya citado de Ireneo..

Sólo nos queda ahora en los evangelios sinópticos la datación de Mateo. Recordemos que de éste hay un evangelio primero en lengua aramaica, que es el más antiguo de todos. Sería, pues, de la década de los cuarenta. Este dato coincide exactamente con el dato de que en el Concilio de Jerusalén, en el año 49-50, no aparece Mateo entre los apóstoles columnas de la Iglesia.

Datación del evangelio de Mateo

Mateo no estaba ya al parecer en Jerusalén en el año 49. Y como escribió su evangelio en arameo, lengua del país, es de creer absolutamente que lo escribió antes de mar¬char a otras regiones en su apostolado, es decir antes del 49. Si quisiésemos admitir que, en la primera subida a Jerusalén de Pablo, el año 38, como dijimos al principio de este capítulo, tampoco halló Pablo a Mateo, podríase pensar si ya había mar¬chado definitivamente, en cuyo caso su evangelio aramáico se retrotraería antes del 38.

A partir de este Mateo arameo, viene el problema del Mateo griego. Los estudiosos han forjado una hipótesis, que parece necesaria, la de la existencia de una fuente llamada Q (de la palabra alemana Quelle = fuente) an¬terior a los tres Sinópticos. Lo más obvio sería tal vez identi¬ficarla con el Mateo arameo, aunque pueda presentar algunas dificultades no insalvables tal identificación. De todos modos es cierto que hubo más de un escrito previo que corría entre los cristianos, y de ello da testimonio Lucas al decir que ha consultado tales escritos o los conoce (Lc. 1,1). ¿Cuáles son?

Se puede pensar en Mateo arameo, quizá, y desde luego en Marcos, al leer a Lucas. Es muy probable que el Mateo arameo fuese traducido al griego prontamente, y se haya convertido así en la fuente Q, de la que han bebido Lucas y Mateo griego con mayor dependencia del mismo.

Podríamos decir que es aceptable sostener que el Mateo griego es una traducción refundida del Mateo arameo, ampliada y perfilada, pero basada sustancialmente en aquella. Tal es la opinión emitida por la Comisión Bíblica en 1912: «Guardado lo que ha de guardarse, conforme a lo pre¬cedentemente estatuido... sobre la identidad sustancial (quoad substantiam) del Evangelio griego de Mateo con su original pri¬mitivo (el arameo traducido de Mateo).» (Denz 2.164).

En cuanto al Mateo griego, en su forma redaccional actual íntegra, parece que lo debemos situar en todo caso antes del año 70. Pues toda la construcción y redacción del evangelio su¬pone que todavía no ha sido destruido el Templo ni el culto. Recuerda Robinson que Mateo cita hasta siete veces a los saduceos, que desaparecieron como tal clase con el Templo. Asi¬mismo, que Mateo habla de pagar la tasa del templo, que tras el 70 se pagaba ya al templo de Júpiter Capitolino. Todo ello revela no sólo un conocedor perfecto del ambiente del tiempo de Jesús, inmerso en él, sino también que el texto ha sido es¬crito cuando todavía no había sido destruida la ciudad ni el Templo, hasta no quedar «piedra sobre piedra». Se puede pen¬sar que ni siquiera había comenzado la guerra judía que cul¬minaría en aquella destrucción.

La guerra judía comenzó en el año 66 con la insurrección de judíos en Alejandría y en Jerusalén, y el frustrado ataque de Cestio Galo a Jerusalén en setiembre de este año, debiendo retirarse con graves pérdidas ante los insurrectos que dominan la ciudad. En el 67 Vespasiano, nombrado por Nerón, con su hijo Tito, para la guerra de Judea, reconquista Galilea. La gue¬rra proseguirá hasta el 70 en que, nombrado Vespasiano empe¬rador, Tito destruye Jerusalén y acaba la guerra. En tal estado de cosas no tendría ya sentido redactar el evangelio de Mateo actual. Por lo tanto éste debe retrotraerse no sólo a antes del año 70 en su forma griega actual, sino aun a antes del 66, con dependencia principal del Mateo arameo de antes del 50.

Y no es posible admitir que, por un simple dogmatismo como el de la imposibilidad de la profecía y la consiguiente afirmación de que es profecía «ex eventu» la de la destrucción de Jerusalén, se quiera colocar este evangelio (y aun el de Lucas) después del 70. Adviértase que nuestra argumentación procede por escalones:

a) Los Hechos son del 61-63.
b) Lucas es anterior a los Hechos (antes del 60).
c) Marcos en anterior a Lucas (antes del 55).
d) Mateo arameo es anterior a Marcos (40-50).
e) Mateo griego es anterior al 66-70.
6. Cronología de Juan

El evangelista Juan nos ha dejado un Evangelio, llamado el cuarto, y además de tres epístolas, un libro de carácter profético apocalíptico, el Apocalipsis. Se puede pensar que el vehemente Apocalip¬sis sea de época de madurez, aún vigorosa, de Juan, y su evan¬gelio de época tardía.

Datación del Apocalipsis

El Apocalipsis sitúa claramente al Juan autor de la profe¬cía en la isla de Patmos sufriendo destierro por el nombre del Señor (Apoc. 1,9). Esto hubo de suceder en una persecución, y hay dos opciones posibles: una la de Nerón, en los años 64-68, (fe¬cha de la muerte de Nerón, y el 64 la del incendio de Roma y comienzo de la gran persecución), y la de Domiciano, años 95-96. Nos parece más probable, por la ra¬zón indicada de la edad del autor, que en el año 95 había de tener ya más de ochenta años necesariamente, que el destierro haya sucedido bajo Nerón. El Apocalipsis estaría así escrito en los años próximos y anteriores al 70. Juan llama a Roma Babilo¬nia, y tal vez describe su incendio (Apoc. 18,9 ss). Esta razón puede ser fuerte. Los «ángeles de las Igle¬sias», u obispos (Apoc. 2-3) existen ya (1 Tim. 3,1).

Datación del evangelio de Juan

En cuanto al Evangelio de Juan, se puede creer que Juan escribe después de la destrucción de Jerusalén por los romanos. La profecía que Juan atribuye a Caifas: «Vosotros no entendéis nada, y no pensáis que os con¬viene que un hombre muera por todo el pueblo y no que pe¬rezca toda la nación (judía)» (Jn. 11,50), además de su carácter profético adquiere así un carácter dramático para un testigo que ha conocido la destrucción de Jerusalén, a la cual se alude en la escena de manera terminante: «Este hombre hace muchos milagros (el de Lázaro, reciente). Si le dejamos así, vendrán los romanos y destruirán nuestro lugar (el Templo) y nuestra nación» (Jn. 11,47-48).

Es bien claro que él ha escrito después de los sinópticos, y para com¬pletar (al menos ha buscado también esto) lo que en ellos no se halla (como se indica quizás en Jn. 20,30). De otro modo se¬ría incomprensible la omisión por Juan de un hecho tan fun¬damental como la institución de la Eucaristía en la Cena, cuan¬do precisamente dedica a ésta un tan largo espacio en su evan¬gelio con el lavatorio de los pies, la traición y los discursos y oración litúrgica de Jesús. Dejemos pues su evangelio, aunque no podemos determinar mucho más, según la tradición, en los años noventa, en Efeso (con Ireneo), o en Antioquía (con Efrén en su comentario al Diatessaron de Taciano).

Epístolas canónicas

Respecto de las epístolas canónicas de Juan sólo podemos decir que no existe ninguna indicación interna acerca del tiem¬po de su composición, ya que trata la primera de temas pura¬mente doctrinales y la segunda y tercera son ocasionales, sin indicación alguna cronológica para nosotros. Únicamente, pa¬rece lógico pensar, dada la identidad de lenguaje e ideas de la primera con su evangelio, que ésta ha sido elaborada por el mismo tiempo aproximado que el evangelio, sin que haya cer¬teza apodíctica de ello. De las otras dos se podría pensar que sean anteriores, con la sombra de la incertidumbre, que no tie¬ne excesivo alcance. Lo que consta más claramente es que per¬fenecen a la misma mano del autor del cuarto evangelio.
7. Cronología epistolar paulina

La cronología paulina de las epístolas debe situarse, como punto de partida, totalmente antes del año 67, año de la muerte de Pablo bajo la espada neroniana.

Prestan singular ayuda para situarlas dentro de los años 50-67 (desde el Concilio de Jerusalén, con el segundo viaje, pasará Pablo a Europa), tanto los datos que ellas mismas contienen como algún dato profano de identificación segura.

Un dato clave es el del procónsul Galión en Corinto (Acaya). Pues este dato ha podido ser fechado con el hallazgo de una inscripción en Delfos, en que Galión (hermano de Séneca) aparece como pro¬cónsul de Acaya en el año 52, y el proconsulado solamente du¬raba como máximo dos años, ordinariamente uno. Se puede pues fijar la estancia de Galión como procónsul alrededor del año 52, lo que da por lo mismo tal fecha para Pablo en Corinto, según Act. 18,12.

Otro jalón cronológico es el encuentro de Pablo al llegar a Corinto en este viaje con el matrimonio judío de Aquila y Priscila, que se hallaban desterrados de Roma por el decreto que había dado el em¬perador Claudio contra los judíos de la ciudad, lo que ocurrió en el año 49-50. (Act. 18,1-3). Así con ambos datos podemos fijar la fecha de la estancia de Pablo en Corinto en el segundo viaje en los años 50-52.

Los viajes de Pablo pueden pues situarse así.

El primer viaje desde Antioquía, anterior al Concilio de Jerusalén, que hemos fijado en el 49, puede ser asignado a los años 45-49.

Antioquia – Chipre – Salamina – Pafos – Perge de Panfila – Antioquía de Pisidia – Iconio - Licaonia – Listra - Derbe – Listra – Iconio y Antioquía – Pisidia – Panfilaa – Perge – Atalia – Antioquia.


El segundo viaje, tras el Concilio del año 49, se sitúa por lo dicho en los años 50-52. Durante este viaje entra por vez primera en Europa en Grecia, funda la comunidad de Tesalónica, pasa por Corinto, y escribe desde allí las dos cartas a los Tesalonicenses (52), al per¬manecer en Corinto como año y medio (Act. 18,11).

Antioquia – Siria – Cilicia – Derbe – Listra – Frigia – Galacia – Misia – Triade – Macedonia – Tróade – Samotracia – Neápolis – Filipos – Anfípolis – Apolonia – Tesalónica – Berea – Atenas – Corinto – Siria – Cencres – Efeso – Cesárea – Jerusalén.

Vuelve a Jerusalén, y desde Antioquía nuevamente inicia un tercer viaje, que podemos situar en la primavera del 53. Tras año y medio de viaje más o menos, en que recorre las comuni¬dades y tierras de Galacia y Frigia, llega a Efeso hacia el otoño del 54, y se detiene en la ciudad primero tres meses disputando en la Sinagoga (Act. 19,8), y luego dos años enseñando a sus discípulos cristianos en la escuela (en sentido clásico de maestro que enseña a sus oyentes) de un particular llamado Tirano. (Act. 19,9-10). Estamos ya a principios del 57.

Galacia – Frigia – Acaya – Efeso – Macedonia – Acaya – Efeso - Macedonia – Siria – mqcedonia – Tróade – Asón – Mitilene – Quío – Samos – Mileto – Efeso – Cos – Rodas – Pátara – Fenicia – Chipre – Siria – Tiro – Tolemaida – Jerusalén

Durante su estancia en Efeso (54) escribe sus cartas a los Gálatas, comunidad que acaba de visitar en marcha hacia Efeso, y la primera a los Corintios escri¬ta hacia el fin de su estancia (54), que había de acabar según pro¬yecta en Pentecostés (1 Cor. 16,8). Al parecer el tumulto famo¬so de los plateros en Efeso debió adelantar algo, no mucho, su partida, y salió en la primavera del 57 para Macedonia, a donde había propuesto ir (Act. 19,21); consta su propósito en la carta a los Corintios (1 Cor. 16,5), donde también menciona que irá pasando hacia Acaya, o sea a Corinto mismo, como lo hizo (Act. 20,2). Allí permaneció tres meses más (Act. 20,3). Desde Mace¬donia, en el año 57 ya avanzado, escribe su segunda Carta a los Corintios, en que les anuncia su «tercera venida» a la ciu¬dad (la segunda debió ser, no consta, pasando previamente en su viaje por Corinto para llegar a Macedonia) (2 Cor. 12,14 y 13,1).

Durante esta última estancia en Corinto, en el año 58 al comienzo, escribe su gran Carta a los Romanos, y ello aparece en los mismos nombres de los que con Pablo saludan a la co¬munidad romana, que Pablo aún no conoce, y son nombres de los compañeros de Pablo en este segundo viaje como Timoteo y Erasto, que es designado como «cuestor (oikónomos) de la ciudad» (Rom. 16,23 y Act. 19,22), así como Sosipatro (Rom. 16,21 y Act. 20,4).

Ya en el año 58 emprende desde Filipos el regreso a Jerusalén.

La cautividad de Pablo en Jerusalén y luego en Cesárea, a donde fue enviado para su seguridad al día o noche siguiente (Act. 23,11,12,18,31), duró hasta dos años (Act. 24,27), que era el máximo tiempo de detención sin juicio. Estamos así en el año 60. En este viaje naufraga y no llegará a Roma hasta la primavera del 61, desde Malta donde han pasado aquel invierno (Act. 28,2,11).

Viaje a Roma – Malta

En Roma permanece en cautividad de «custodia libre», y dura esta cautividad en espera del proceso dos años (Act. 28,30), es decir los años 61-63. Durante esta cautividad escribe las llamadas «Cartas de la cautividad», que son, como en las mismas epísto¬las se indica: a los Efesios (Ef. 3,1), a los Colosenses (Col. 4,3), a Filemón (Flm. 1,1). También la carta a los Filipenses está es¬crita en cautividad (Flp. 1,12-17), y se ha estimado ordinaria¬mente que durante la cautividad romana.

Tenemos asignada así la cronología de las cartas de Pablo, salvo las llamadas «pastorales» (a Timoteo y a Tito) y la de los Hebreos. Las pastorales son posteriores al año 63.

Se ha de suponer lo más probable que Pablo, libre de la cautividad romana, el año 63, pone en práctica su propósito de visitar España, enun¬ciado en la carta a los Romanos años antes, (Rom. 15.24,28), y de lo cual hay testimonios de muy antigua tradición (Cf. ad Cor 5,7, de Clemente Romano), y después visitó Asia y Grecia, Creta, Efeso y Macedonia (1 Tim. 1,3; Tit. 1,5). Estas dos car¬tas pues, 1 Timoteo y Tito, deben estar escritas hacia el año 65. Y finalmente la segunda a Timoteo está escrita en la cárcel, con la proximidad de la muerte encima (2 Tim. 4,6), y en Roma (2 Tim. 1,16-17), es decir el año 66-67, que será el de su muerte por la espada como jefe cristiano por orden de Nerón, un año antes de la muerte de este tirano el 68.

Respecto de la Epístola a los Hebreos, que pertenece al «corpus paulinum», es general la opinión de que, con ideas maestras paulinas, ha sido escrita por un discípulo de Pablo, y la trataremos junto con las epístolas «católicas» en el aparta¬do siguiente.

8. Cronología de las epístolas católicas y a los Hebreos

Comencemos por proponer el problema de la llamada «seudonimia», porque afecta esen¬cialmente a la fecha posible de cada carta.

Se da el nombre de seudonimia a la costumbre antigua de publicar una obra determinada con el nombre de un autor no verdadero de la misma. En la literatura cristiana de los apócrifos (y judía del AT) tenemos numerosos ejemplos de ello: Actas o Evangelio de Pedro, de Tomás, de Pablo... El problema que aquí plantea es que la mayoría de los críticos no católicos, y parte notable de éstos ahora, admiten como segura la seudonimia para tres escritos al menos del NT: la segunda epístola de Pedro, la de Judas, y quizá la de Santiago.

Preguntamos, en primer lugar, si debe admitirse en libros inspirados la «seudonimia». Parece que, si sólo se redujese, como en el caso de Hebreos, a una atribución a autor anónimo, pero inspirado, de una epístola en la que no figura el nombre mismo del apóstol, contra la costumbre general de éste en sus cartas, ni al comienzo ni al fin del escrito, no sería tan grande la di¬ficultad por parte de la inspiración. Aunque quedarían unos versículos finales (13,22-25) que parecen ser una declaración de autoría paulina bastante clara implícitamente.

Pero el problema se agudiza en los otros tres casos. Porque los tres llevan al comienzo de la epístola el nombre de su autor: Pedro, Santiago, Judas apóstoles del Señor, o «siervos» suyos llamados así modestamente. Especialmente agudo se hace el caso en la de Pedro, cuyo comienzo lo atribuye a «Simón Pedro Apóstol de Jesucristo» (2 Pe. 1,1).

Las epístolas de Pedro

La primera de Pedro no ofrece duda a los críticos, aun no católicos, de ser auténtica de Pedro. Encabezada por su nombre propio y su título de Após¬tol de Jesucristo (1 Pe. 1,1), es una carta del más genuino estilo apostólico doctrinal. Conviene únicamente advertir que en su epílogo se declara como escribano o amanuense de la misma «Silvano, hermano fiel» (5,12). Se halla escrita «desde Babilonia» (5,13), que se considera que sin duda es nombre metafó¬rico de Roma, y aparece citado «Marcos, hijo» (espiritual) de Pedro según la tradición lo confirma (5,13). Estando escrita por Silvano en nombre de Pedro desde Roma no parece haber duda en que hay que asignarle un tiempo al menos anterior al año 64, año de la muerte romana de Pedro.

La segunda de Pedro plantea un caso de seudonimia. Si la carta fuese auténtica, como la anterior, habría que asignarle una fecha semejante, anterior al 64. Si no es auténtica, aunque sea inspirada y canónica, podría retrasarse la fecha según los datos. Ahora bien, ¿es posible que un autor inspirado por el Espíritu atribuya un escrito al apóstol Pedro, no habiéndolo éste escrito, aun contando con dicha costumbre antigua?

¿es compatible la inspiración del Espíritu con la falsa atribución de autor a Pedro, confirmando que es la segunda epístola que escribe, y con afir¬maciones como éstas, de que escribe la carta poco antes de su muerte, de la que ha tenido aviso del Señor, y de que ha visto y oído personalmente la Transfiguración de Jesús en el Tabor, y de que trata a Pablo como a hermano querido que ha escrito las epístolas doctrinales, difíciles de entender a veces? Nos parece, en verdad, demasiado audaz pensar que el Espíritu mueve a escribir estas cosas tan concretas en primera persona, si es otra la que escribe. No entendemos bien cómo se salvaría entonces la inspiración auténtica, aun supues¬ta la costumbre vigente de la seudonimia.

Si un no creyente, racionalista o no, hace esta hipótesis, también en realidad irá contra el texto escrito que interpreta, y nos parece el método poco crítico; pero, si es un católico el que da tal interpretación, nos parece que violenta en exceso la inspiración del Espíritu.

Si admitimos, entonces, que la carta es de Pedro, se ofrecen ciertamente algunas dificultades importantes, pero no insalva¬bles. Las principales serían éstas: que en la epístola se comba¬ten errores semejantes a los de la gnosis de mitad del siglo II o de fines del I, pero ello es muy improbable; la epístola com¬bate errores que surgen fácilmente por doquier al paso de la verdad. Ni tampoco es válida la de que hable de las epístolas paulinas, y aun no esté compuesto el «corpus paulinum», ya que no dice allí que habla de todas las que ha escrito Pablo has¬ta su muerte, que es posterior a la de Pedro, sino de todas las escritas hasta entonces, que son las principales, menos las pas¬torales y Hebreos, que es discutible. Más importancia se atri¬buye a la mención del retraso de la parusía en 2 Pe. 3,4: porque en ese pasaje habla de la enseñanza de «los padres», que ya han muerto.

Por lo tanto, si la carta fuese de Pedro, sería anterior al 64, fecha de su muerte.

Epístolas de Santiago y Judas

En ambas aparece la inscripción inicial con los nombres de ambos, y la denominación de «siervo» (de Dios para Santiago, de Jesucristo para Judas); y en Judas además el calificativo de «hermano de Santiago». Para rechazar la seudonimia vale en este punto el mismo argumento general del comienzo de la carta segunda de Pedro, pues estas dos tam¬bién son canónicas e inspiradas. Pero con todo hay diferencia entre ambas. Con práctica unanimidad se admite que la de San¬tiago es del mismo «hermano del Señor», o sea pariente suyo, de los cuales habla el Evangelio (Mt. 12,48; Mc. 3,31; Lc. 8,19). Según Marcos 6,3 estos «hermanos» eran cuatro, llamados «San¬tiago, José, Judas y Simón». También Mateo 27,56 nos habla de «María, la madre de Santiago y de José».

En la de Santiago, las dificultades contra la autoría de San¬tiago son que San¬tiago, el hermano del Señor, según la tradición estaba muy afe¬rrado al legalismo judío y en la epístola esto no aparece; pero en el Concilio de Jerusalén aparece por el contrario Santiago como hombre suficientemente abierto, que confirma con su autoridad la opinión de aperturismo de Pedro y Pablo (Act. 15,1.5.13-23). Puede verse en Pablo (Gal. 2,9), quien le conmemo¬ra expresamente como conforme con su apertura a los gentiles. Se aduce que siendo «hermano de Jesús», en toda la carta no habla de El. Pero esto prueba solamente, y precisamente, su discreción. Porque un cristiano cualquiera, que hubiese escrito en seudonimia la epístola, debía haber hablado de Jesús, en quien creía como Dios; si no habla puede ser precisamente por razón de su parentesco con él, por modestia diríamos. En cuan¬to al lenguaje, más refinado y perfecto del que cabría esperar en Santiago por su condición, puede depender, aparte de su cambio, del escribiente que utilizase para la redacción de su carta. Y en cuanto a su dependencia de documentos que pa¬recen tardíos (como Clemente Romano y el Pastor de Hermas, a fin del siglo I), se puede pensar al revés, que ellos dependan de este escrito canónico. Por todo ello, y asignada la carta a Santiago, habiendo este sido martirizado el año 62, como consta por Josefo, la carta ha de ser anterior, y puede situarse en la década de los 50. Quedaría por examinar la identificación o no de Santiago el hermano del Señor con el Apóstol Santiago el menor: muchos la niegan, y ponen dos Santiagos (además de Santiago el mayor, hermano de Juan, el Zebedeo). La Iglesia, aun en su liturgia actual, atribuye la epístola al apóstol San¬tiago, identificando así a los dos (Offic. Liturgicum Horar, 3 de mayo, Himno).

La de Judas, identificado en la apertura de su epístola como «hermano de Santiago», ¿de qué fecha es? No hay, al parecer, indicios claros de datación cronológica en la misma. Solamen¬te se puede aducir que el autor habla de los apóstoles como desaparecidos; pero no de todos los apóstoles, sino de los que decían a los fieles que vendrán engañadores en el último tiem¬po, que caminarán en impiedades. Como esta enseñanza se pue¬de hallar en Pablo y Pedro (1 Tim. 4,1; 2 Pe. 3,3), es razonable pensar que Pedro y Pablo han muerto cuando se escribe la carta, que es así posterior al año 67.

Se podría colocar alrededor del 70 en más o en menos. ¿Es el Judas autor de la epístola el apóstol Judas Tadeo? La tradición fue ésta. La Iglesia la mantiene, como puede verse en el nuevo Oficio de las Horas (28 oct.). (Véase Robert-Feuillet, oc, II, 547-49).

De la epístola a los Hebreos, atribuida por la tradición, aun¬que no siempre, a Pablo, diremos esto. En ella no figura el nombre del apóstol, y así no hay aquí caso de seudonimia. Pero en su final hay algunos datos tales que pertenecen indudable¬mente a una atribución al apóstol. Tal es en el capítulo 13 la mención de Timoteo, y la locución en primera persona del autor.

No solamente esto, sino que en ese epílogo (13,18-25) todo el vocabulario es enteramente paulino, lo que hace creer que él mismo haya redactado tal epílogo como conclusión de una carta doctrinal, cuyas ideas todas de la carta son apro¬piadas a san Pablo, pero el estilo ciertamente no concuerda con el suyo. Parece pues muy lógico suponer que un discípulo suyo la ha redactado libremente y con estilo magnifícente, lleno de sabor hebreo en la concepción del sacerdocio de Cristo, aun¬que diverso y superior, y que Pablo simplemente le ha puesto su propio epílogo, como si fuese una confirmación de ese do¬cumento. Todo ello, y el que la carta hable más bien del sacer¬docio de Aaron y su culto como todavía no abolido, hace que se haya de colocar la fecha antes del 70, y siendo Pablo su rubricador, como decimos, sería antes de su muerte, el 67.

9. Cuadro de síntesis cronológica total

año suceso
19 a. Cr. Comienzo de la reconstrucción del Templo por Herodes.
6-7 a. Cr. (aprox.) Nacimiento de Jesús en Belén
1 d. Cr. Año 754 de la fundación de Roma. (No existe el año 0).
6-7 Subida de Jesús niño al Templo con sus padres.
27 Bautismo de Jesús. Comienzo de su misión pública.
30 Muerte y Resurrección de Jesús. Ascensión. Pentecostés.
36 Muerte de Esteban protomártir. Conversión de Saulo.
38 1.a subida de Saulo a Jerusalén, entrevista con Pedro: el Kerigma de 1 Cor. 15,3-8 (cfr. ap. 11).
30-40 (aprox.) ¿Logia? (¿Redacciones primeras particulares de sentencias de Jesús en arameo?)
40-50 Evangelio de Mateo en arameo. — Versión griega directa.
43 Saulo en Antioquía con Bernabé. ¿Encuentro con Lucas? (Act. 11,27).
44 Muerte de Santiago, hijo de Zebedeo y hermano de Juan (Sant. el Mayor.)
45-49 (año aprox.) 1.° viaje de Saulo-Pablo. Marcos con Pa¬blo y Bernabé, hasta la separación de¬jando la empresa (Act. 12,12. 25; 13,13
49 Concilio de Jerusalén.
50-55 Evangelio de Marcos (¿antes del 50?:O' Callaghan)
50-52 2° viaje de Pablo. Europa. Lucas compa¬ñero temporal (Act. 16,10,40).
50-60 Epístola de Santiago.
51 Epístolas a los Tesalonicenses, 1 y 2.
53-58 Evangelio de Lucas (primera redacción). 3° viaje de Pablo.
55 Gálatas.
¿56? ¿Filipenses? (ver años 61-63).
57-58 1 y 2 Corintios. Lucas se reúne de nuevo con Pablo (2 Cor. 8,18-19).
58 Romanos. — Lucas compañero definiti¬vo de Pablo (Act. 20,5).
58 Tumulto en el Templo y prisión de Pablo.
58-60 Cautividad de Pablo en Cesárea.
60 Viaje a Roma como prisionero. Naufragio en Malta. Lucas con Pablo.
61-63 Cautividad romana primera de Pablo, bie¬nio (Act. 28,30). Lucas compañero ro¬mano del prisionero. Libro de los He¬chos.
Epístolas de la cautividad: Efesios. ¿Filipenses? Colosenses. Filemón.
60-64 Epístolas de Pedro, 1 y 2.
60-70 (antes del 66) Evangelio griego de Mateo (actual).
62 Muerte de Santiago (el hermano del Se¬ñor). Simeón, ob. de Jerusalén (62-107).
64 18 de julio: Incendio de Roma (Tácito).
64 Difusión de los Hechos de los Apóstoles, terminados el 63-64.
64 13 octubre: Muerte de Pedro. (Dies imperii Neronis: Guarducci)
65 1Timoteo, tras el viaje de Pablo a España, ahora en Asia (1 Tim. 1,3) y Grecia.
Tito.
66-67 2 Timoteo. Lucas persevera con Pablo (2 Tim. 4,11). ¿Marcos con Pablo? (ib.).
Hebreos.
67 Muerte de Pablo
68 Muerte de Nerón (54-68), por suicidio forzado.
69-70 ¿Apocalipsis?
70 Destrucción de Jerusalén. Incendio del Templo. (29 agosto).
70-80 Epístola de Judas.
90-100 Evangelio de Juan (última redacción y difusión).
Epístolas de Juan.
Clemente Romano ad Corintios Didaché


10. Variantes en la cronología de los evangelios

Queremos notar, ante este cuadro cronológico, que las fe¬chas del mismo son las generalmente admitidas en todo, excepto en lo que se refiere a los evangelios sinópticos y los Hechos de los Apóstoles. Ello es de interés, porque los documentos que más de cerca tocan al testimonio, fundamental para la fe, de los hechos de Jesús son de modo especial los tres evangelios sinópticos y los hechos apostólicos, en cuanto a la descripción de los sucesos de Jesús, y de su Resurrección en el año 30. Tam¬bién el Evangelio de Juan, aunque en éste no se puede dudar acerca de la fecha tardía de su composición.

Notamos, sin embargo, dos cosas: una, que las epístolas pau¬linas, en las que no varía nuestra cronología de la generalmen¬te admitida, y que se debe dar por cierta, son un testimonio de primera mano acerca del mismo suceso de la Resurrección y las apariciones. La otra, que la variación o desfase entre nues¬tra cronología y la otra no afecta sustancialmente al testimonio, ya que en todo caso los documentos tienen fuentes más antiguas, que alcanzan a los propios hechos, en cualquiera de las cronologías que se acepten. Pero, indudablemente, aunque es así en lo fundamental, también es verdad que cobra siem¬pre interés el acercamiento a los mismos sucesos de la directa transcripción del documento, por la razón indicada de las «generaciones presenciales».

Se puede tener en cuenta, en todo caso, que respecto a estos documentos la variación cronológica es sólo ésta:


Nuestra cronología
40-50 = Mateo aramáico
50-55 = Marcos
53-58 = Lucas
63-64 = Hechos apostólicos
60-70 = Mateo griego

Cronología retrasada
50-60 = Mateo aramáico
c. 64 = Marcos
65-70 = Lucas
70-75 = Hechos apostólicos
70-80 = Mateo griego

Como puede verse por la comparación, nuestra cronología se adelanta a la otra en sólo una década, casi exactamente. Para el argumento presencial una década no es decisiva, por quedar todavía, en general los documentos antes del 70, o cerca de esta fecha. Sin embargo, una década es de interés en el espacio de cuatro décadas que separa el 70 de la muerte y Resurrec¬ción de Cristo. En nuestra cronología median unas dos décadas, y aun menos, entre los sucesos y su consignación escrita por primera vez, como los poseemos hoy día en su primera base: Mt. arameo y Mc.

Pero, de cualquier manera, y además de que el suceso (sin¬gular) de la Resurrección está testificado en las epístolas paulinas, que comienzan su testimonio escrito el año 51, a las dos décadas del hecho mismo, pero también los otros documentos, y aun el mismo de Juan del año 90, hunden sus raíces testimo¬niales en los recuerdos vivientes de las generaciones que asis¬tieron a los sucesos (en plural). Y así los testimonios se allegan hasta las proximidades del año 30, y en el recuerdo hasta el mismo día en que sucedieron tales cosas.

11. La fecha del kerigma paulino en 1 Cor. 15

Es aceptado por todos que el llamado «kerigma» paulino en 1 Cor. 15,3-8, de tanta importancia para el testimonio de la Re¬surrección de Jesús, ofrece en la epístola (fechada en el año 56 ó 58) el primitivo núcleo de la predicación apostólica. Debe¬mos pues pensar que Pablo nos conserva de lo que confrontó con Pedro, para «no correr en vano» (Gal. 1,18 y 2,2), este testi¬monio esencial de su primera ida a Jerusalén tras su conver¬sión; así confrontaría toda su predicación en la segunda subida del año 49. Ahora bien, la 1.a subida tuvo lugar «a los tres años» de su conversión, el año 38. Tenemos pues ahí un testimonio apostólico que enlaza directamente con Pedro en el año 38, y éste con el año 30. (Act. 2,22-36). El Kerigma proviene del año 30.

Puede verse el texto del Kerigma paulino en c. IV, 6, p. 253.

NOTAS ESPECIALES

a) La llegada de Pedro a Roma (cf. nota 17)

Eusebio de Cesárea (t 340) coloca la ida de Pedro a Roma "en tiempo de Claudio (emperador)", que reinó durante los años 41-54, antecesor de Nerón. (Historia Eclesiástica, II, 14). Pudo Pedro ir a Roma antes de la reunión del Concilio de los apóstoles del año 49, y volver más tarde a Jerusalén, y otra vez de nuevo a Roma. Esto estaría más de acuerdo con un dato cierto: san Pablo escribe su epístola a los Romanos en el año 58, en sus comienzos, hallándose Pablo a punto de vuelta a Jerusalén de su tercer viaje (Rom. 15,25-28). En la mención de saludados apa¬recen en primer lugar Aquila y Priscila el matrimonio judío a quien pablo encontró en Corinto en su segundo viaje hacia el año 51 (Rom. 16,3). Si Pedro había visitado Roma esto su¬cedió antes de la carta a los Romanos del 58 bien en los años 50-55 posteriores al concilio jerosolimitano en que Pedro estuvo en Jerusalén, o bien en los anteriores a tal reunión del año 49: pues Aquila y Priscila habían salido de Roma ya cristianos, por ocasión del decreto de Claudio contra los judíos. (Hech. 18,2), que tuvo lugar, según Orosio, en el año 49. Por todo ello se puede colocar con seguridad el viaje inicial de Pedro a Roma, y sus prime¬ras catequesis allí, recogidas luego por Marcos, entre los años 40-55. Fecha que valdría para el Evangelio de Marcos, intérprete de Pedro.

Dos datos más de interés nos suministra la tradición romana de Pedro, tal como la recoge Eusebio de Cesárea, quien dice en el citado pasaje de su Historia Eclesiástica que, habiendo predicado Pedro en Roma, sus oyentes instaron a Marcos para que dejase por escrito las enseñanzas del apóstol, y obtuvieron como resultado el Evangelio de Marcos. Y añade Eusebio: "Pe¬dro al saberlo, por revelación del Espíritu Santo, complacido por el inte¬rés ardiente de aquellos hombres (los romanos) aprobó el escrito para las reuniones en las iglesias. (Hist. EccL, II, 15). Y recuerda que Pedro menciona a Marcos con él en Roma: "Os saluda la Iglesia de Babilonia (Roma)... y Marcos, hijo mío" (1 Pe. 5,13). San Jerónimo afirmó la misma tradición: "Quod (evang Marci scriptum) et probavit et Ecclesiae legendum sua auctoritate dedit" (De Viris Illustr. 8; PL, 23,653).

También conviene recordar que según una tradición, que san Jerónimo recoge como de Eusebio, Pedro predicó el Evangelio en Roma, es decir fue jefe de la comunidad romana, durante 25 años, hasta su muerte siendo obis¬po de Roma. Esta célebre tradición romana de los veinticinco años petrinos de pontificado romano nos retraería al año 40 para la primera llegada
de Pedro a Roma: 40-64. El dato nada tiene de inverosímil, y tanto éste como el anterior hacen muy posible la fecha 50 para el Evangelio de Marcos, (cf. PL. 27,577: versio Hyeronimi ex Eusebio, aunque el dato falta en el texto griego conservado de Eusebio). La misma tradición de los 25 años es recogida por el Líber Pontificalis. en el s. vi, a. 530 (PL, 127,100). Sin embargo. Jerónimo pone las fechas del 42-67 para Pedro en Roma: "Se¬cundo anno Claudii... ad decimum quartum Neionis" (De Viris illustr., 1;PL, 23,607).

b) La fecha del nacimiento de Jesús (cf. nota 26)

Daremos aquí las razones que han llevado a la corrección moderna de la fecha del nacimiento del Señor, moviéndola desde el año 1 del monje Dionisio hasta el 6-7 antes de Cristo. Resumiéndolas, son éstas:

a) Jesús nació en tiempos de Herodes el Grande, según los mismos evangelios (Mt. 2,1; Lc. 1,5). Pero Herodes murió antes del año 1, luego es necesario anteponer la fecha del nacimiento de Cristo.

b) ¿Qué año murió Herodes? Se ha conseguido la precisión por el his¬toriador judío Flavio Josefo. He aquí sus datos. El año en que Herodes comenzó a reinar está fijado por él, conforme al cómputo existente griego, en la Olimpíada ciento ochenta y cuatro, constando cada tiempo de olim¬píada de cuatro años, lo que da un total de 736 años. Determina el año por el consulado romano contemporáneo de Calvino y Asinio Polión (Ar.t. Jud. 7CIV, 14,5). Pero todavía no se puede establecer la era cris¬tiana pues no tenemos aún dato de correlación entre ambos cálculos cronológicos.

c) La duración del reino de Herodes la fija el historiador Josefo en treinta y cuatro años después de que mató a su contrincante Antigono, y desde que recibió el reino de los Romanos treinta y siete años" (Ant. Jud. XVII, 8.1; Bell. Jud. I, 33,8). La muerte ocurrió en el quinto día desde que ordenó dar muerte a su propio hijo Antípatro (iTÍ). Pero continuamos en la
misma incertidumbre acerca de la correlación con la era cristiana de Dionisio el Exiguo (la actual). Los 736 años griegos de las Olimpíadas ("en la Olimpiada 1 84", según Josefo) se correlacionan con los años romanos res¬tando 23, pues según Varrón la fundación de Roma aconteció en el año 23 de las Olimpiadas, y equivalen así a 736-23 = 713 ab U. C. Como Josefo añade que Herodes reinó 37 años, sumando estos a los 713 tenemos 750 ab U. C- para año romano de su muerte. ¿Cómo emparejar ahora con la era cristiana este año 750 U. C. de la muerte de Herodes?

d) Providencialmente un dato casi perdido en el conjunto ha permitido establecer tal correlación. Pues Josefo (Ant. Jtid. XVII) narra el suceso de un asalto de los extremistas religiosos al templo contra las insignias romanas, dirigido por dos doctores de la ley -y ejecutado por arriesgados jóvenes, no más de un mes antes de la muerte de Herodes. Este, que aún¬eme enfermo tenía aún arrestos crueles, mandc5 quemar vivos a los dos doctores y £» algunos jóvenes asaltantes, y en ese mismo día de su ejecución —dice Josefo— hubo un eclipse de luna, que fue interpretado como signo celeste contra Herodes, acompañado de que su propia muerte ocurrió casi en la Pascua. Ahora bien, los astrónomos modernos han identificado tal eclipse de luna, visible en Judea, en el año 4 antes de Cristo, el 13 de marzo. Tenemos así un dato ya cierto de correlación: el año de la muerte de Herodes el Grande fue el año —4, a. Cr., y el nacimiento de Jesús hubo de ser, conforme a lo recordado de los evangelios, en vida suya, luego antes del —4. Si añadimos el cálculo de dos años que hizo el propio Herodes en Mateo, cuando mandó matar a los niños menores de dos años, estamos en el año —6. Y así, se calcula, con bastante precisión, como año del Nacimiento de Jesús, el año —6 o —7 de la era cristiana. Estos datos pueden hallarse en G. RICCIOTI, en su edición del libro de Josefo "Guerra Judaica" (Torino, 49) Barcelona, 1960, p. 331, nota al texto B.]ud. I, 33, 4, que narra el suceso de los dos doctores y el eclipse, al que califica con ra¬zón de "precioso dato cronológico". (4 a. Cr. = 750 U. C).