miércoles, 17 de octubre de 2007

Discurso de Juan Pablo II a obispos españoles

Dicurso de Juan Pablo II

El Papa Juan Pablo II, en un discurso a un grupo de obispos españoles con ocasión de su visita «ad limina» el 24 de enero de 2005, les dice que en los últimos años han cambiado muchas cosas en el ámbito social, económico y también religioso de las diócesis españolas que ellos regentan, lo que ha dado paso a veces a la indiferencia religiosa y a un cierto relativismo moral que influyen en la práctica cristiana y que afecta a las estructuras sociales.

Les dice que en el ámbito social se va difundiendo una mentalidad inspirada en el “laicismo”, ideología que lleva gradualmente, de forma más o menos cons­ciente, a la restricción de la libertad religiosa hasta promover un desprecio o ignorancia de lo religioso, relegando la fe a la esfera de lo privado y oponién­dose a su expresión pública. Recuerda Juan Pablo II que un recto concepto de libertad religiosa no es compatible con el laicismo y que no se puede cercenar la libertad religiosa sin privar al hombre de algo fundamental.

Conviene tener presente, al comienzo de este libro, que durante los años del Concilio, en nombre de la libertad religiosa, se inició un proceso de laicización del Estado que fue progresivamente despreciando las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia. Primero se rechazó la enseñanza del Magisterio sobre el matrimonio, aprobando la ley de divorcio. Después se hizo caso omiso sobre el derecho a la vida del no nacido, aprobando la ley del aborto, así como los medios brutales para la realización del mismo. Posteriormente, se despreció el valor del origen de la vida según la naturaleza y se aprobó la fecundación “in Vitro” que llevó consigo la manipulación genética y destrucción de embriones. Finalmente, despreciando que la familia, en el orden natural, se funda en el matrimonio entre un hombre y una mujer, se aprobó la ley del matrimonio entre homosexuales. En los últimos tiempos, despreciando el derecho que tiene la Iglesia de enseñar y el de los padres a educar a sus hijos en los principios morales basados en la doctrina católica, se pretende sub-plantarles, por medio de la implantación de una asignatura de educación para la ciudadanía, orientada a trastocar y confundir los principios y valores cristianos sobre la vida, la familia, el matrimonio, la sexualidad etc...

Les dice, asimismo el Papa, que están creciendo las nuevas generaciones de españoles, influenciadas por el indiferentismo religioso, la ignorancia de la tradi­ción cristiana con su rico patrimo­nio espiritual, y expuestas a la ten­tación de un permisivismo moral. Les recuerda que la juventud tiene derecho, desde el inicio de su proceso formativo, a ser educada en la fe. Les dice que la educación in­tegral de los más jóvenes no puede prescindir de la enseñanza religio­sa también en la escuela, cuando lo pidan los padres, con una valoración académica acorde con su importan­cia. Finalmente, les dice que los poderes públicos, por su parte, tienen el deber de garantizar este derecho de los padres y ase­gurar las condiciones reales de su efectivo ejerci­cio, como está recogido en los Acuerdos Parciales entre España y la Santa Sede de 1979, actualmente en vigor.

Este discurso del Papa Juan Pablo II a un grupo de Obispos españoles pone de manifiesto la actualidad que tiene el reflexionar sobre la enseñanza del Magisterio de la Iglesia en relación con el liberalismo que durante el siglo XIX trató de arruinar la religión católica de todas las naciones de antigua raigambre católica. Lo que el Magisterio de la Iglesia y muchos católicos combatieron durante el siglo XIX fueron los mismos principios que han inspirado el laicismo que denuncia Juan Pablo II en el discurso citado. El indiferentismo religioso y la permisividad moral basados en el naturalismo que rechaza la Revelación Divina y el Magisterio de la Iglesia Católica. La implantación en la sociedad de unos valores que son contrarios, no sólo a la verdad revelada, sino también al orden natural.

Textos del Magisterio de la Iglesia

CARTA ENCÍCLICA QUAS PRIMAS DEL SUMO PONTÍFICE PÍO XI SOBRE LA FIESTA DE CRISTO REY
Contra el moderno laicismo
23. Y si ahora mandamos que Cristo Rey sea honrado por todos los católicos del mundo, con ello proveeremos también a las necesidades de los tiempos presentes, y pondremos un remedio eficacísimo a la peste que hoy inficiona a la humana sociedad. Juzgamos peste de nuestros tiempos al llamado laicismo con sus errores y abominables intentos; y vosotros sabéis, venerables hermanos, que tal impiedad no maduró en un solo día, sino que se incubaba desde mucho antes en las entrañas de la sociedad. Se comenzó por negar el imperio de Cristo sobre todas las gentes; se negó a la Iglesia el derecho, fundado en el derecho del mismo Cristo, de enseñar al género humano, esto es, de dar leyes y de dirigir los pueblos para conducirlos a la eterna felicidad. Después, poco a poco, la religión cristiana fue igualada con las demás religiones falsas y rebajada indecorosamente al nivel de éstas. Se la sometió luego al poder civil y a la arbitraria permisión de los gobernantes y magistrados. Y se avanzó más: hubo algunos de éstos que imaginaron sustituir la religión de Cristo con cierta religión natural, con ciertos sentimientos puramente humanos. No faltaron Estados que creyeron poder pasarse sin Dios, y pusieron su religión en la impiedad y en el desprecio de Dios.
La fiesta de Cristo Rey
25. Nos anima, sin embargo, la dulce esperanza de que la fiesta anual de Cristo Rey, que se celebrará en seguida, impulse felizmente a la sociedad a volverse a nuestro amadísimo Salvador. Preparar y acelerar esta vuelta con la acción y con la obra sería ciertamente deber de los católicos; pero muchos de ellos parece que no tienen en la llamada convivencia social ni el puesto ni la autoridad que es indigno les falten a los que llevan delante de sí la antorcha de la verdad. Estas desventajas quizá procedan de la apatía y timidez de los buenos, que se abstienen de luchar o resisten débilmente; con lo cual es fuerza que los adversarios de la Iglesia cobren mayor temeridad y audacia. Pero si los fieles todos comprenden que deben militar con infatigable esfuerzo bajo la bandera de Cristo Rey, entonces, inflamándose en el fuego del apostolado, se dedicarán a llevar a Dios de nuevo los rebeldes e ignorantes, y trabajarán animosos por mantener incólumes los derechos del Señor.
Además, para condenar y reparar de alguna manera esta pública apostasía, producida, con tanto daño de la sociedad, por el laicismo, ¿no parece que debe ayudar grandemente la celebración anual de la fiesta de Cristo Rey entre todas las gentes? En verdad: cuanto más se oprime con indigno silencio el nombre suavísimo de nuestro Redentor, en las reuniones internacionales y en los Parlamentos, tanto más alto hay que gritarlo y con mayor publicidad hay que afirmar los derechos de su real dignidad y potestad.
CARTA ENCÍCLICA MISERENTISSIMUS REDEMPTOR DEL SUMO PONTÍFICE PÍO XI SOBRE LA EXPIACIÓN QUE TODOS DEBEN AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
Introducción
2. Entre todos los testimonios de la infinita benignidad de nuestro Redentor resplandece singularmente el hecho de que, cuando la caridad de los fieles se entibiaba, la caridad de Dios se presentaba para ser honrada con culto especial, y los tesoros de su bondad se descubrieron por aquella forma de devoción con que damos culto al Corazón Sacratísimo de Jesús, «en quien están escondidos todos los tesoros de su sabiduría y de su ciencia»(4).
Pues, así como en otro tiempo quiso Dios que a los ojos del humano linaje que salía del arca de Noé resplandeciera como signo de pacto de amistad «el arco que aparece en las nubes»(5), así en los turbulentísimos tiempos de la moderna edad, serpeando la herejía jansenista, la más astuta de todas, enemiga del amor de Dios y de la piedad, que predicaba que no tanto ha de amarse a Dios como padre cuanto temérsele como ímplacable juez, el benignísimo Jesús mostró su corazón como bandera de paz y caridad desplegada sobre las gentes, asegurando cierta la victoria en el combate. A este propósito, nuestro predecesor León XIII, de feliz memoria, en su encíclica Annum Sacrum, admirando la oportunidad del culto al Sacratísimo Corazón de Jesús, no vaciló en escribir: «Cuando la Iglesia, en los tiempos cercanos a su origen, sufría la opresión del yugo de los Césares, la Cruz, aparecida en la altura a un joven emperador, fue simultáneamente signo y causa de la amplísima victoria lograda inmediatamente. Otro signo se ofrece hoy a nuestros ojos, faustísimo y divinísimo: el Sacratísimo Corazón de Jesús con la Cruz superpuesta, resplandeciendo entre llamas, con espléndido candor. En El han de colocarse todas las esperanzas; en El han de buscar y esperar la salvación de los hombres».
4.- (…) Cuando eso hicimos (instituir la fiesta de Cristo Rey), no sólo declaramos el sumo imperio de Jesucristo sobre todas las cosas, sobre la sociedad civil y la doméstica y sobre cada uno de los hombres, mas también presentimos el júbilo de aquel faustísimo día en que el mundo entero espontáneamente y de buen grado aceptará la dominación suavísima de Cristo Rey. Por esto ordenábamos también que en el día de esta fiesta se renovase todos los años aquella consagración para conseguir más cierta y abundantemente sus frutos y para unir a los pueblos todos con el vínculo de la caridad cristiana y la conciliación de la paz en el Corazón de Cristo, Rey de Reyes y Señor de los que dominan.

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