viernes, 9 de mayo de 2008

El origen del poder en el Magisterio de la Iglesia

“Syllabus”: Errores sobre la ética natural y cristiana[1]

El Syllabus, del 8 de diciembre de 1864 (...), es un catálogo oficial de los principales errores contemporáneos, en forma de proposiciones concretas, tales como se encuentran en los autores más conocidos que los propalaron. En ellos se encuentran, pues, en detalle todos los que constituyen el dogmatismo Liberal. Aunque en una sola de sus proposiciones se nombra al Liberalismo, lo cierto es que la mayor parte de los errores allí sacados a la picota so errores liberales

o En las proposiciones XV, LXXVII y LXXVIII se condena la libertad de cultos.

o En la XX y la XXVII, el pase regio

o En la XXVI y XXVII la desamortización

o En la XXXIX la supremacía absoluta del Estado

o En la XLV, XLVII y XLVIII el laicismo en la enseñanza pública

o En la LV la separación de la Iglesia y el Estado

o En la LVI el absoluto derecho de legislar sin Dios

o En la LXII el principio de no intervención

o En la LXII el llamado derecho de insurrección

o En la LXXIII el matrimonio civil

o En la LXXIX la libertad de imprenta

o En la LX el sufragio universal como principio de autoridad

o En la LXXX el mismo nombre de Liberalismo

«Inscrutabili Dei quod Apostolici muneris»[2]

En esta encíclica de León XIII condena los principios fundamentales del socialismo: la negación de Dios y de la Iglesia, la supresión de toda autoridad, igualdad absoluta de todos los hombres en le esfera jurídica y en el plano político, disolubilidad del vínculo matrimonial y consiguiente disolución de la familia, abolición del derecho de propiedad, acción política demagógica sostenida por na propaganda revolucionaria.

Recuerda, siguiendo la doctrina tradicional de la Iglesia, que no hay autoridad sino por Dios y que sepan los regidores de los pueblos usen del poder que les ha sido conferido para edificación y no para destrucción serán juzgadas

No hay autoridad sino por Dios

nº2.- (...) con una nueva impiedad, desconocida por los mismos gentiles, hemos visto a los Estados constituirse sin tener en cuenta para nada a Dios y el orden por El establecido.

Se ha repetido que la autoridad pública no deriva de Dios su primer origen ni su majestad ni su fuerza imperativa, sino de la multitud popular (...) sólo se somete a las luyes que ella misma se da a su antojo.

nº6.- (...) la Iglesia inculca constantemente a los pueblos el precepto del Apóstol: No hay autoridad sino por Dios, y las que hay por Dios han sido ordenadas, de suerte que quien resiste a la autoridad, resiste a la disposición de Dios, y los que la resisten, se atraen sobre sí la condenación Rom 13,5-7.(...) el Creador y Gobernador de todas las cosas las ha dispuesto con su providente sabiduría de tal manera, que las cosas ínfimas alcancen sus fines respectivos a través de las intermedias, y las intermedias a través de las superiores. (...)

Las autoridades serán juzgadas por Dios

nº7.- (...) A fin de que los regidores de los pueblos usen del poder que les ha sido conferido para edificación y no para destrucción, la Iglesia de Cristo amonesta oportunamente también a los príncipes con la severidad del juicio supremo que las amenaza. (...) Aplicad el oído los que imperáis sobre las muchedumbres y los que os engreís sobre la multitud de las naciones. Porque el poder os fue dado por el Señor y la soberanía por el Altísimo, que examinará vuestras obras y escudriñará vuestros pensamientos (...) Terrible y repentina vendrá sobre vosotros, porque de los que mandan se ha de hacer severo juicio (...) Que el Señor de todos no teme a nadie, ni respetará la grandeza de ninguno; porque él ha hecho al pequeño y al grande, e igualmente cuida de todos. Pero a los poderosos amenaza poderosa inquisición. Sab. 6,2-4, 6-9. (...)

“Diuturnum Illud”[3]

En este apartado, así como en los correspondientes a las Encíclicas de León XIII que constituyen la totalidad del pensamiento cristiano acerca de la sociedad política, se sigue el artículo de José María Petit Sullá[4], escrito en Cristiandad, con ocasión del centenario de la muerte del gran pontífice. El contenido de esta Encíclica de León XIII es simple y categórico: señalar el origen del poder humano, incluso el mera­mente político. Su fundamento es, sobre todo, bíbli­co, esto es, revelado. Pero se adecua maravillosamen­te a la necesaria relación entre el que detenta el po­der político y el que es súbdito de este poder. Es la armonía entre la fe y la razón, pues lo que la recta razón excogita sobre este origen y fin halla en la re­velación su más plena explicitación.

Sólo Dios, creador del género humano detenta por sí mismo el poder de gobernar. Los demás lo hacen por su delegación, en su nombre y para su fin. En este punto esencial no hay diferencia entre un rey, un obispo o un padre de familia. Cualquier hombre cons­tituido en autoridad ejerce esta autoridad en nombre de Dios. Importa poco el modo como ha llegado a ser depositario de este poder, pues la Iglesia admite to­das las formas políticas. De esto último no trata la encíclica, sino exclusivamente de que el poder, lo que llama la encíclica la «potestas» o el «imperium», se ejerce por Dios.

Al comienzo de la encíclica advierte el Papa que habla de esta cuestión no porque la Iglesia se inmis­cuya en una cuestión política sino que lo hace desde la conciencia de su función de magisterio universal que guarda e interpreta la doctrina del mismo Cristo.

2. Por lo cual, al haber sido, por beneficio de Dios, puestos para regir la Iglesia católica como guarda e intérprete de las doctrinas de Cristo, juzgamos, Vene­rables Hermanos, que toca a Nuestra autoridad recor­dar públicamente lo que de cada uno exige la verdad católica en este género de deber; de donde también resultará el modo y la manera con que, en tan deplo­rable estado de cosas, haya de mirarse por la salud pública.”

Necesidad de la autoridad

Recuerda León XIII brevemente que es indispensable la exis­tencia de la autoridad para la misma existencia de la sociedad. Toda sociedad requiere naturalmente una autoridad y esta verdad ha sido admitido, incluso, por las tendencias más orgullosas y contumaces. Podrá haber faltado el recto juicio que explique la naturale­za de la autoridad y su ejercicio, pero no el hecho de la existencia de una autoridad.

“3. Aunque el hombre incitado por cierto orgullo y contumacia intentó muchas veces romper los frenos del mando, jamás, sin embargo, pudo conseguir el no obedecer a nadie. En toda reunión y comunidad de hombres, la misma necesidad obliga a que haya al­gunos que manden, no sea que la sociedad, destituida de autoridad o cabeza que la rija, se disuelva y no pueda conseguir el fin para que nació y fue constitui­da. (...).”

El grave error de la filosofía que inspira el nuevo origen del poder, recuerda Petit, consiste en afirmar que la fuente de poder es la voluntad humana. Esto no es propiamen­te un error sino, más exactamente, una monstruosi­dad porque la voluntad es la facultad por la que apetecemos el bien y, por consiguiente sigue al cono­cimiento de lo que es juzgado como bueno. Decir que la voluntad es la fuente de poder pertenece al orden de la blasfemia más profunda. Es un grito irra­cional y verdaderamente satánico, pues es un eco del non serviam, que careciendo de toda sujeción a la razón o a la noción trascendente de bien, se afirma a sí mismo, a la propia voluntad, como la única fuente de poder. Adviértase que este gravísimo error filosó­fico es anterior a cualquier elaboración de una «teo­ría social».

“3. (…) Muchos de nuestros contemporáneos, siguiendo las huellas de aquéllos que en el siglo pasado se dieron a sí mismos el nombre de filósofos afirman que todo poder viene del pueblo. Por lo cual, los que ejercen el poder no lo ejercen como cosa propia sino como man­dato o delegación del pueblo y de tal manera que tiene rango de ley la afirmación de que la misma voluntad popular que entregó el poder puede revocarlo a su antojo. Muy diferente es en este punto la doctrina ca­tólica, que pone en Dios, como en principio natural y necesario, el origen del poder político.”



No confundir autoridad con designar la persona

No se ha de confundir la elección de la persona que ejercerá la autoridad con la «comunicación» del poder en sí mismo. Cuando el poder se transmite por modo hereditario sucede lo mismo que cuando se eli­ge por sufragio de muchos. Este último modo está más obligado a distinguir la persona elegida del po­der que detenta porque se da el error de creer que, puesto que se elige la persona, se le comunica un poder que viene de los mismos que le eligen. Por tan­to, el sistema de elección por sufragio es legítimo sólo si elige la persona que gobierna pero no concede el poder de gobernar.

“4. Importa bien hacer notar ahora cómo los que han de gobernar las repúblicas pueden, en algunos casos, ser elegidos por la voluntad y juicio de la mul­titud: a ello no se opone ni contradice la doctrina católica. Con cuya elección se designa ciertamente el príncipe, mas no se confieren los derechos del princi­pado, ni se da el mando, sino que se establece quién lo ha de ejercer. No se discute aquí sobre las formas de gobierno, pues no hay por qué la Iglesia no aprue­be el principado de uno solo o de muchos con tal que sea justo y tienda a la común utilidad. Por lo cual, salva la justicia, no se prohíbe a los pueblos el que adopten aquel sistema de gobierno que sea más apto y conveniente a su modo de ser o a las instituciones y tradición de sus antepasados.”

El poder viene de Dios

La autoridad, en el sentido estricto de «impe­rio», viene únicamente de Dios, como lo revela la Escritura y lo confirma la razón. Así lo interpretaron también los Padres y los doctores de la Iglesia. Es tan explícita la Sagrada Escritura en este punto que el Pontífice hace sólo una selección de los muchos textos que podrían citarse.

“5. Por lo que respecta, pues, al imperio o mando político, la Iglesia enseña rectamente que éste viene de Dios como ella misma lo encuentra continuamente atestiguado en las Sagradas Letras y en los monumen­tos de la antigüedad cristiana; además de que no pue­de excogitarse alguna doctrina que sea, o más conve­niente a la razón, o más conforme a la salud de los príncipes y de los pueblos.

“6. En realidad, los libros del Antiguo Testamen­to confirman claramente en muchos lugares que en Dios está la fuente de la potestad humana. Por mí rei­nan los reyes..., por mí los príncipes gobiernan, y los poderosos administran justicia. Y en otra parte: Pres­tad oído, vosotros, los que domináis a la muchedum­bre...; el Señor os ha dado el imperio. Lo cual se con­tiene asimismo en el libro del Eclesiástico: A cada pueblo puso Dios un soberano. Después, cuando re­fulgió la luz del Evangelio cristiano, la vanidad cedió su puesto a la verdad, de nuevo empezó a brillar aquel novísimo divino principio, de dónde emana toda auto­ridad. Cristo Señor nuestro respondió al gobernador romano, el cual creía tener y ostentaba toda la potes­tad de absolverle y de condenarle: No tendrías poder alguno contra mi, si no se te hubiese dado de arriba Y explicando esto, dice san Agustín: Aprendamos lo que dijo, que es lo mismo que enseñó por el Apóstol; a saber: que no hay potestad sino de Dios. A la doctrina y a los preceptos de Jesucristo correspondió la voz incorrupta de los Apóstoles, como una copia a su ori­ginal. Excelsa y llena de gravedad es la sentencia de san Pablo a los Romanos, sujetos al imperio de prín­cipes paganos: No hay potestad sino de Dios; y de tal principio concluye lógicamente así: El príncipe es ministro de Dios.”

“7. Los Padres de la Iglesia procuraron con toda diligencia el profesar y propagar esta misma doctrina en la que se habían educado. No atribuyamos—dice san Agustín—sino al Dios verdadero la potestad de dar el reino y el imperio. San Juan Crisóstomo dice, siguiendo la misma sentencia: Que haya principados, y que unos manden y otros sean súbditos, y que todo no camine al azar y en desorden..., digo ser obra de la divina sabiduría. Lo mismo atestiguó san Gregorio Magno con estas palabras: Confesamos que la potes­tad les viene del cielo a los emperadores y reyes. Más aún; los santos Doctores se cuidaron muy bien de ilus­trar los mismos preceptos, hasta sólo con la luz natu­ral de la razón, de suerte que puedan parecer rectos y verdaderos aun a los que no tienen otro guía que la razón.”

Es falso que el poder procede el “pacto social”

Es gratuita e inventada la teoría del pacto social en la que cada hombre decide voluntariamente vivir en sociedad, como si ello no estuviera inscrito en la naturaleza del hombre. Este «consentimiento» no es tampoco el origen del poder.

“8.- Los que pretenden colocar el origen de la sociedad civil en el libre consentimiento de los hombres, poniendo en esta fuente el principio de toda autoridad política, afirman que cada hombre cedió algo de su propio derecho y que voluntariamente se entregó aquellos derechos. Pero hay un error (...) Los hombres no constituyen una especie solitaria y errante. Los hombres gozan de libre voluntad, pero han nacido para formar una comunidad natural. Además, el pacto que predican, es claramente una ficción inventada y no sirve para dar a la autoridad política la fuerza, la dignidad y la firmeza que requieren la defensa de la república y la utilidad común de los ciudadanos. La autoridad sólo tendrá esta majestad y fundamento universal si se reconoce que proviene de Dios como fuente augusta y santísima.”

La concepción cristiana del poder político

La obediencia de los súbditos sólo se alcanzará si se reconoce el carácter trascendente de la autoridad en orden al bien universal querido por Dios para to­dos los hombres. La obligación en conciencia de obe­decer a la autoridad legítima forma parte de la praxis de la primitiva Iglesia.

“9. Ninguna opinión o sentencia puede hallarse, no sólo más verdadera, sino más útil seguramente. Pues si la potestad de los que gobiernan los pueblos es cierta comunicación de la potestad divina, ya por esta mis­ma causa la potestad humana consigue al punto la mayor dignidad; y no aquella impía y tan absurda arrogada por los emperadores paganos, que algunas veces se atribuían honores divinos, sino aquella otra verdadera y sólida, y ésta recibida como don y benefi­cio divino. Por lo cual será necesario que los ciu­dadanos estén sujetos y obedezcan a los príncipes como a Dios, no tanto por el temor del castigo, cuanto por el respeto de la majestad, y no ya por adulación, sino por conciencia del deber.”

“10. Conforme a esta doctrina instruyó el apóstol san Pablo a los Romanos en particular, a los cuales escribió sobre la reverencia que se debe a las supre­mas potestades, con tan grande autoridad y peso, que nada parece pueda mandarse con más severidad: Toda alma se someta a las autoridades superiores. Porque no hay autoridad que no sea instituida por Dios; y las que existen, por Dios han sido ordenadas. Y así, el que se insubordina contra la autoridad, se opone a la ordenación de Dios. Y los que se oponen, su propia condenación recibirán... Por lo cual, fuerza es some­terse, no ya sólo por el castigo, sino también por la conciencia. Muy conforme también a esto es la nobilísima sentencia de san Pedro, príncipe de los Apóstoles: «Mostrad sumisión a toda institución hu­mana por respeto al Señor, ya sea al emperador, como a soberano; ya a los gobernadores como mandados por él para castigo de los que obran mal y para alabanza de los que obran bien; pues tal es la voluntad de Dios».”

La objeción de conciencia

“11.- Una sola causa tienen los hombres para no obedecer cuando se les exige algo que repugna abiertamente al derecho natural o al derecho divino. (...) si la voluntad de los gobernantes contradice a la voluntad y las leyes de Dios, los gobernantes rebasan el campo de su poder y pervierten la justicia. Ni en este caso puede valer su autoridad, porque la autoridad, sin la justicia, es nula.”

“12.- (...) el poder político no ha sido dado para el provecho de un particular y el gobierno de la república no puede ser ejercido para utilidad de aquellos a quienes ha sido encomendado, sino para bien de los súbditos (...) Tomen los príncipes ejemplo de Dios (...)”
Las nuevas teorías. El derecho nuevo

La doctrina moderna, inventada, y sin fundamento teológico ni racional, acarrea grandes males y los acarreará aun mayores a la sociedad. La doctrina mo­derna no arraigará nunca en la sociedad y será siem­pre la fuente de todas las anarquías y rebeliones.

“17. Por el contrario, las doctrinas inventadas por los modernos acerca de la potestad política han aca­rreado ya grandes calamidades, y es de temer que con­duzcan aun a mayores males en lo porvenir. Negarse a considerar a Dios como fuente y origen de la potes­tad política, es querer arrancar a ésta su más bello esplendor y quitarle su mayor fuerza. (...)”

El error acerca del origen del poder comienza con el liberalismo pero no termina en el liberalismo sino que se continúa en errores mayores, como el socia­lismo, el comunismo y el nihilismo, que son como la misma muerte de la sociedad. Algunos creen inge­nuamente que el liberalismo combate estos errores posteriores; por el contrario, los alimenta y fomenta. En muchos casos -como hemos visto también con más claridad incluso después del pontificado de León XIII- estos sistemas radicales se proclaman como los únicos verdaderamente compatibles con la «libertad» y tienen a gala enfrentarse al liberalismo del que pro­ceden.

“(...). De aquella herejía nacieron, en el siglo pasa­do, la falsa filosofía y aquel derecho que llaman nue­vo, la soberanía popular y aquella desenfrenada licen­cia, que muchísimos piensan ser la única libertad. De ahí ya se ha pasado a las plagas más cercanas, que se llaman comunismo, socialismo y nihilismo, horrendos males y casi muerte de la sociedad civil. Y, sin em­bargo, muchos se esfuerzan por extender y dilatar el imperio de tan grandes males, y so color de favorecer los intereses de las muchedumbres suscitaron grandes incendios y ruinas. Todo cuanto ahora recordamos no es desconocido, ni muy lejano”.

Concluye la Encíclica poniendo la esperanza en la intercesión de la Virgen y los santos protectores de la Iglesia, en primer lugar, a san José, que tiene el patrocinio so­bre la Iglesia.

“21. Y para que en la oración sea más firme nues­tra esperanza, al suplicar esto, pongamos por interce­sores y defensores de nuestra salvación a la Virgen María, la excelsa Madre de Dios, Auxilio de los cris­tianos y protectora del género humano; a san José, su castísimo esposo, en cuyo patrocinio confía muchísi­mo toda la Iglesia; a los Príncipes de los apóstoles san Pedro y san Pablo, vigilantes y reivindicadores del nombre cristiano”.

Catecismo de la Iglesia Católica

La Autoridad es necesaria a la Sociedad

nº1897.- "Una sociedad bien ordenada y fecunda requiere gobernantes, investidos de legítima autoridad, que defiendan las instituciones y consagren, en la medida suficiente, su actividad y sus desvelos al provecho común del país".

Se llama "autoridad" la cualidad en virtud de la cual personas o instituciones dan leyes y órdenes a los hombres y esperan la correspondiente obediencia.

nº 1898.- Toda comunidad humana necesita una autoridad que la rija (León XIII, enc. "Inmortalae Dei"; enc. "Diuturnum illud"). Esta tiene su fundamento en la naturaleza humana. Es necesaria para la unidad de la sociedad. Su misión consiste en asegurar en cuanto sea posible el bien común de la sociedad.

La Autoridad proviene de Dios

nº 1899.- La autoridad exigida por el orden moral emana de Dios "Sométanse todos a las autoridades constituidas, pues no hay autoridad que no provenga de Dios, y las que existen, por Dios han sido constituidas. De modo que, quien se opone a la autoridad, se rebela contra el orden divino, y los rebeldes se atraerán sobre sí mismos la condenación".

nº 1901.- Si la autoridad responde a un orden fijado por Dios, "la determinación del régimen y la designación de los gobernantes han de dejarse a la libre voluntad de los ciudadanos".La diversidad de los regímenes políticos es moralmente admisible con tal que promuevan el bien legítimo de la comunidad que los adopta (...)
La ley civil debe conformarse a la recta razón

nº 1902.- La autoridad no saca de sí misma su legitimidad moral. No debe comportarse de manera despótica, sino actuar para el bien común como una "fuerza moral, que se basa en la libertad y en la conciencia de la tarea y obligaciones que ha recibido"


La legislación humana sólo posee carácter de ley cuando se conforma a la justa razón, lo cual significa que su obligatoriedad procede la ley eterna. En la medida en que ella se apartase de la razón, sería preciso declararla injusta, pues no verificaría la noción de ley; sería más bien una forma de violencia (S.Tomas de A., s.th. 1-2, q.93, a.3 ad2).

nº 1903.- La autoridad sólo se ejerce legítimamente si busca el bien común del grupo en cuestión y si, para alcanzarlo, emplea medios moralmente lícitos. Si los dirigentes proclamasen leyes injustas o tomasen medidas contrarias al orden moral, estas disposiciones no pueden obligar en conciencia.

"El liberalismo es pecado"[5]

Las apariencias engañan: las formas de gobierno

En este capítulo, Sardá y Salvany, hace un análisis muy preciso del liberalismo, en el que muestra que la raíz doctrinal y filosófica es la que hace malo lo que el liberalismo intenta y no aspectos externos que, si bien han estado vinculados a su propagación, necesariamente no tienen por qué ser constitutivos del mismo. Es el caso de las formas de gobierno. En efecto, ya que en muchos lugares los liberales han adoptado la forma de gobierno de la república para implantar sus ideas mediante la revolución, algunos vinculan, sin más, a los defensores de esta forma de gobierno como si su defensa condujese necesariamente al liberalismo. El presbítero catalán por medio de ejemplos muestra lo falso de este planteamiento. De ahí la importancia que tiene el tener los conceptos claros para no ser engañado con aparentes verdades.

Así titula uno de sus capítulos: “De algo que pareciendo liberalismo no lo es y de algo que lo es, aunque no lo parezca” [6]

“(...) El diablo, pues, en tiempos de cismas y herejías, lo primero que procuró fue que se barajasen y trastocasen los vocablos, medio seguro para traer desde luego mareadas y al retortero la mayor parte de las inteligencias.

Esto pasó con el Arrianismo, en términos que varios Obispos de gran santidad llegaron a suscribir en el Concilio de Milán una fórmula en que se condenaba al insigne Atanasio, martillo de aquella herejía. Y aparecerían en la historia como verdaderos fautores de ella si Eusebio mártir, legado pontificio, no hubiese acudido a tiempo a desenredar de tales lazos lo que el Breviario llama captivitam simplicitatem de alguno de aquellos candorosos ancianos. Lo mismo sucedió con el Pelagianismo; lo mismo con el Jansenismo tiempo atrás; lo mismo acontece hoy con el Liberalismo”.

o “Liberalismo son para unos las formas políticas de cierta clase;

o Liberalismo es para otros cierto espíritu de tolerancia y generosidad opuesto al despotismo y tiranía.

o Liberalismo es para otros la igualdad civil, salva la impunidad y fuero de la Iglesia

o Liberalismo es, para muchos una cosa vaga e incierta, que pudiera traducirse sencillamente (...).”

“¿Qué es el Liberalismo? ¿Qué no es?”

“En primer lugar, no son “ex se” Liberalismo las formas políticas de cualquier clase que sean, por democráticas o populares que se las suponga. Cada cosa es lo que es. Las formas de gobierno son formas de gobierno, y nada más.

Una república unitaria o federal, democrática, aristocrática o mixta; un Gobierno representativo o mixto, con más o menos atribuciones del poder Real, o con el máximum o mínimum de rey que se quiere entran en la mixtura; la monarquía absoluta o templada, hereditaria o electiva, nada de eso tiene que ver “ex se” con el Liberalismo. Tales gobiernos pueden ser perfecta e íntegramente católicos. Como acepten sobre su propia soberanía la de Dios y reconozcan haberla recibido de El, y se sujeten en su ejercicio al criterio inviolable de la ley cristiana, y den por indiscutible en sus Parlamentos todo lo definido, y reconozcan como base del derecho público la supremacía moral de la Iglesia y el absoluto derecho suyo en todo lo que es de su competencia (...). Ahí está la aristocracia de Venecia; ahí la mercantil Génova y ciertos cantones suizos.

Como ejemplos de monarquías mixtas muy católicas podemos citar nuestra gloriosísima Cataluña y Aragón, la más democrática y a la vez la más católica del mundo en los siglos medios; la antigua Castilla hasta la casa de Austria; la electiva de Polonia hasta la inicua desmembración de este religiosísimo reino. Es una preocupación creer que las monarquías han de ser “ex se” más religiosas que las repúblicas. Precisamente los más escandalosos ejemplos de persecución al Catolicismo los han dado en los tiempos modernos monarquías como de Rusia y la de Prusia.

Un Gobierno, de cualquier forma que sea, es católico si basa su Constitución en principios católicos; es liberal si basa su Constitución, su legislación y su política en principios racionalistas (...)

De consiguiente, tampoco tiene que ver el ser liberal o no serlo, con el horror natural que todo hombre debe profesar a la arbitrariedad y tiranía, con el deseo de la igualdad civil entre todos los ciudadanos, salva la eclesiástica inmunidad, y mucho menos con el espíritu de tolerancia y generosidad, que - en su verdadera acepción - no son sino virtudes cristianas (...) He ahí algo que pareciendo Liberalismo, no lo es de manera alguna.

Hay, en cambio, alguna cosa que, no pareciéndose al Liberalismo, efectivamente lo es. Suponed una monarquía absoluta, como la de Rusia, como la de Turquía, si os parece mejor; o suponed un Gobierno de los llamados Conservadores de hoy, el más conservador que os sea dable imaginar, y suponed que tal monarquía absoluta o tal Gobierno conservador tenga establecida su Constitución y basada su legislación, no sobre principios de derecho católico, no sobre la indiscutibilidad de la fe, no sobre la rigurosa observancia del respeto a los derechos de la Iglesia, sino sobre el principio, o de la voluntad libre de un rey, o de la voluntad de la mayoría conservadora (...) Tal monarquía y gobierno conservador son perfectamente liberales y anticatólicos (...)

Que tenga o no tenga, por sus miras, aherrojada la prensa, que azote por cualquier nonada al país, que rija con vara de hierro a sus vasallos, podrá no ser libre aquel mísero país, pero será perfectamente liberal. Tales fueron los antiguos imperios asiáticos; tales varias modernas monarquías; tal el imperio alemán de hoy, como lo sueña Bismarck; tal la actual monarquía española, cuya Constitución declara inviolable al monarca, pero no declara inviolable a Dios. Y he aquí algo que pareciendo no ser Liberalismo, lo es sin embargo, y del más refinado y del más desastroso, por lo mismo que no tiene apariencia de tal”.


Aplicación práctica de la indiferencia sobre la forma de gobierno

Dedica un capítulo a explicar la diferencia entre la doctrina teórica sobre la compatibilidad y no vinculación de la forma de gobierno con la verdadera doctrina del origen del poder y con el reconocimiento en la leyes de la ley divina natural y su aplicación práctica en los diferentes lugares y tiempos. Titula el capítulo: “Notas y comentarios a la doctrina expuesta en el capitulo anterior”[7]

“Hemos dicho que no son “ex se” liberales las formas democráticas o populares, puras o mixtas, y creemos haberlo suficientemente probado. Sin embargo, esto que especulativamente hablando, o sea en abstracto, es verdad; no lo es tanto “in praxi”, o sea en orden de los hechos, al que principalmente debe andar siempre atento el católico. En efecto, a pesar de que, consideradas en sí mismas, no son liberales tales formas de gobierno; lo son en nuestro siglo, dado que la Revolución moderna, que no es otra cosa que el Liberalismo en acción, no nos la presenta más que basadas en sus erróneas doctrinas.

Así que muy cuerdamente el vulgo, que entiende poco de distingos, califica de Liberalismo todo lo que en nuestros días se le presenta como reforma democrática en el gobierno de las naciones; porque, aún cuando por la natural esencia de las ideas no lo sea, de hecho, lo es. Y por tanto discurrían con singular tino y acierto nuestros padres cuando rechazaban como contraria a su fe la forma constitucional o representativa, prefiriendo la monarquía pura que en los últimos siglos era el gobierno de España (...)

Erraban, pues, ideológicamente hablando, nuestros realistas, que identificaban la Religión con el antiguo régimen político, y reputaban impíos a los constitucionales; pero acertaban prácticamente hablando, porque lo que se les quería presentar como mera forma política indiferente, veían ellos, con el claro instinto de la fe, envuelta la idea liberal (...).

Tampoco es rigurosamente exacto que las formas políticas sean indiferentes, a la Religión, aunque ésta las acepte todas. El sano filósofo las estudia y analiza, y sin condenar alguna, no deja de manifestar preferencia por las que más a salvo dejan el principio de autoridad, que está basado principalmente en la unidad. Con lo cual dicho se está que la forma más perfecta de todas es la monarquía, que es la que más se asemeja al Gobierno de Dios y de la Iglesia. Así como la más imperfecta es la república por la inversa razón. La monarquía exige la virtud de un hombre solo, y la república exige la virtud de la mayoría de los ciudadanos. Es, pues, lógicamente hablando, más irrealizable el ideal republicano que el ideal monárquico (...)

Mas para el católico de nuestro siglo la mayor de todas las razones para prevenirle en contra de los gobiernos de forma popular, debe ser el afán constante con que en todas partes ha procurado implantarlos la Masonería (...).

Es pues indudable que un católico debe mirar como sospechoso todo lo que en este concepto le predica como más acomodado a sus miras la Revolución, y que, por tanto, todo lo que la Revolución acaricia y pregona con el nombre de Liberalismo, hará bien en mirarlo él como Liberalismo, aunque sólo de formas se trata; pues tales formas no son en este caso más que el envase o envoltura con que se quiere que admita en casa el contrabando de Satanás”.


[1] Pío IX en 1864 (VII)
[2] León XIII
[3] Encíclica de León XIII sobre la autoridad civil
[4] CRISTIANDAD nº 860 Marzo 2003 “En el Centenario de León XIII”. José Mª Petit Sullá.
[5] Sardá y Salvany. “El liberalismo es pecado”, obra escrita en el año 1884
[6] Sardá y Salvany. “El liberalismo es pecado”, Capítulo 12
[7] Sardá y Salvany. “El liberalismo es pecado”, Capítulo 13º