martes, 19 de abril de 2011

El Testimonio del Bautista - La expectación sobre el Mesías

Capítulo II - EL TESTIMONIO DEL BAUTISTA SOBRE JESÚS

La figura de Juan el Bautista aparece en los evangelios como (…) precursor de Jesús. Los tres sinópticos y Juan dan cuenta de la aparición del Bautista en la ribera del Jordán, bautizando y predicando la llegada del reino de Dios (Mt 3, 1-6; Mc 1, 4-5; Lc 3, 3-6). Era el año 15 del imperio de Tiberio, (…) año 27 de la era cristiana. Hemos visto el testimonio de Flavio Josefo sobre el Bautista en la introducción histórica (Ia p., c. II, nota 10).

La predicación del Bautista levantó una gran expectación en el pueblo, según los evangelistas. Acudían a oírle y a bautizarse desde toda Judea, y especialmente de Jerusalén (Mt 3, 5; Mc 1, 5) (…) y Lucas nos ha dejado un resumen de la misma, exhortando al pueblo a vivir una vida purificada (Lc 3, 7-14; cf. Mt 3, 7-10). Tanto su austera y admirable figura, como el tono y contenido de su predicación, despertaron en muchos el pensamiento y duda sobre su propia identidad. ¿Sería Juan el Mesías? (Lc 3, 15).

La declaración de mesiandad de Jesús de Nazaret

El evangelista Juan (…) da cuenta de una legación especial enviada desde el Templo de Jerusalén por los responsables, para interrogar a Juan acerca de su identidad (Jn 1, 19-25)

(…) Vinieron sacerdotes y levitas a él (…): ¿quién eres tú? El declaró en seguida que él no era el Cristo, pues comprendía que era el pensamiento subyacente a la pregunta oficial. Se había planteado, y conviene notarlo la cuestión de la mesiandad. Tras su negación, plantearon dos preguntas: ¿Eres Elías? ¿Eres el Profeta? En el pensamiento judío, la venida del Mesías era precedida de la venida de Elías (ver Malaquías 4, 5). Juan dio respuesta negativa a las dos preguntas. Ni era Elías, ni el Profeta anunciado por Moisés (Deut 18, 15).

Aunque su anuncio seguramente habla de la institución de los profetas de Yahvéh en cuanto tales, distinguiendo entre los profetas verdaderos y los falsos, sin embargo en el judaísmo se interpretó singularmente que había de venir un profeta «semejante a Moisés», en nombre de Dios. Esta opinión aparece en el milagro de la multiplicación de los panes, en el evangelio de Juan: «Dijeron al ver el milagro: Este es verdaderamente el profeta que ha de venir» (Jn 6, 14). ). En realidad la serie de los profetas era culminada en el mayor de todos, el Mesías religioso, Jesús de Nazaret, como lo indica claramente en tal interpretación judeo-cristiana la epístola a los Hebreos 1, 1-2.

La última pregunta ya fue directa, sobre su propia identidad: ¿quién eres, pues? ¿qué dices de ti mismo? (Jn 1, 22). (…) Entonces se produjo la declaración de Juan sobre su propia misión e identidad, anunciada ya en el profeta Isaías 40, 3 (…): “Soy la voz que clama en el desierto: preparad los caminos del Señor” (Mt 3, 3; Mc 1, 4; Lc 3, 4; Jn 1, 23). Y entonces desveló la misteriosa figura de uno que “venía detrás de él, del cual él no era digno ni de soltar las correas de sus sandalias”. Esta declaración fundamental la atestiguan del mismo modo los cuatro evangelistas, y también constata la predicación de Pablo: «Juan decía: No soy el que vosotros pensáis (o sea, el Mesías. Pero El viene detrás de mí. Y yo no soy digno de soltar el calzado de sus pies». (Act 13, 25).

Hay algunas diferencias añadidas.

Ø Mateo presenta al que viene detrás de Juan, como el que bautizará en Espíritu Santo y fuego, y será juez de su pueblo, salvando y condenando (3, 11-12).

Ø Marcos reduce algo la proclamación, manteniendo que bautizará en Espíritu Santo (1, 8).

Ø Lucas, como Mateo, presenta el doble aspecto de bautizador en Espíritu Santo y fuego, y de juez de su pueblo (3, 16-17).

Ø Juan (…) extiende aún más el testimonio y lo subraya con energía.

Pero ya en los tres sinópticos aparece (…) como alguien que tiene poder de “bautizar en Espíritu Santo”. Es decir, tiene un poder trascendente, divino, y en Mateo y Lucas se añade su condición de Juez supremo, que es poder también divino.

La declaración del Bautista sobre el que venía detrás de él, en el evangelio de Juan adquiere caracteres más detallados. El Bautista declara la presencia entre los hombres ya del misterioso anunciado: “Yo bautizo en agua, pero en medio de vosotros está aquel a quien no conocéis” (Jn 1, 26). Y la relación de Jesús con el Espíritu Santo la explica así:

“Vi al Espíritu descender desde el cielo en figura de paloma, y permaneció sobre él. Y yo no le conocía; pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: Aquel sobre quien veas el Espíritu que desciende y permanece sobre él, ése es el que bautiza en Espíritu Santo” (Jn 1, 32-33).

También en el evangelio de Juan se da el anuncio de que Jesús bautizará en Espíritu Santo, como en los sinópticos. Podemos creer que este punto es central en el mensaje de Juan, y está bien atestiguado por la cuádruple tradición.

Indica además el evangelista que este punto proviene de la revelación que el Bautista ha recibido en el desierto donde vivía en penitencia habitual, y que pertenece a su misión de bautizar en agua. Pues dice que «el que me envió a bautizar con agua me dijo...». Es pues una revelación, (…). La misión de Juan era superior a las de Isaías o Jeremías y Ezequiel, que fueron marcadas también por una revelación inicial (Is 6, 1-9; Jerm 4-9; Ez 1-2). El evangelio de Lucas menciona también esta revelación de manera genérica, al decir: “Vino la palabra de Dios sobre Juan en el desierto” (Lc 3,2)

El evangelista ha puesto en boca del Bautista la forma que adquirió de hecho la manifestación divina del bautismo. Bajó el Espíritu Santo en forma de paloma sobre la cabeza de Jesús, lo cual es atestiguado por los sinópticos en el relato del bautismo (Jn 1, 32; Mt 3, 16; Mc 1, 10; Lc 3, 22). Donde Lucas subraya con firmeza el hecho de que la figura de paloma era “corporal”, o sea real (Lc 3, 22).

Otro punto importante del testimonio del Bautista se halla en el evangelio de Juan. Según este evangelista, no solamente dijo y anunció Juan que Jesús venía de forma misteriosa «detrás de él o después de él», sino que añade: El que va a venir detrás de mí, ha sido hecho o existe antes que yo”. Juan el evangelista añade a la declaración la advertencia de carácter histórico de que “esto sucedió en Betania, la que está tras el Jordán, donde Juan bautizaba” (Jn 1, 28).

Pero además, da tanta importancia a esta declaración de preexistencia de Jesús por boca de Juan que la propone al resumir en el prólogo del evangelio la misión y actuación del Bautista: Juan ha dado testimonio de El (del Verbo encarnado). Y clama diciendo: Este es aquel de quien dije: El que viene detrás de mi, existe antes que yo, porque es antes que yo (Jn 1, 15). Se hace evidente al proponer así el resumen de su testimonio que era su punto central sobre la dignidad de la persona de Jesús. Pues su mera existencia física humana anterior a él no podía tener importancia alguna, y además era falsa, ya que Jesús nació seis meses después de Juan (Lc 1, 24-26, 36). Es una mención cierta de la dignidad mesiánica y divina de Jesús, de su trascendencia.

La declaración de divinidad de Jesús en el episodio del Bautista

(…) la declaración concreta de divinidad de Jesús en el episodio del Bautista. Los tres sinópticos ofrecen el relato similar del bautismo de Jesús por Juan, y del extraordinario hecho registrado en él. Una paloma bajó del cielo sobre su cabeza, al recibir el agua sobre su persona de mano del Bautista. Era el Espíritu Santo. Y se oyó una voz solemne del cielo: “Este es mi Hijo, al amado, en el que me he complacido” (Mt 3, 16-17; Mc 1, 10-11; Lc 3, 22). (…). El evangelio posterior de Juan no narra el suceso del bautismo directamente, sino solamente la relación hecha a sus discípulos por el Bautista. En esa relación el Bautista dice que vio él mismo bajar el Espíritu Santo, y aunque nada dice de la voz, manifiesta que la revelación recibida antes le había dado por señal la del descenso del Espíritu sobre él, y lo vio en forma de paloma. Y a continuación el Bautista añade de manera firme: «Yo lo vi, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios» (o Uios tou Tehu) (Jn1, 34). Hay que notar en el testimonio del Bautista sobre la filiación divina de Jesús, que la propone con artículo de singularidad: «El Hijo de Dios». Esto da más fuerza al testimonio de que Jesús es el Hijo singular y específico, o sea Dios también. Y como Juan dice que el vio y da testimonio, parece que coincide con Marcos y Lucas en que la voz fue dirigida a Jesús, pero también el mismo Bautista la oyó. Pues, ¿de donde sabrían los narradores esta escena y la voz sino por el testimonio del propio Juan? Pensamos así que la voz fue: «Tú eres mi Hijo, el Amado», dirigida a Jesús, y que el Bautista la oyó y vio la señal de la paloma del Espíritu, que la entendió por divina revelación como signo, y le certificó por su parte del carácter divino de Jesús.

Así el testimonio del Bautista es de fuerza singular. Pues testimonia primero que él no es el Cristo, con lo cual, al decir que detrás de él viene otro más importante, testifica en favor de la misma mesianidad de Jesús, como si dijese: «El es el Cristo». Pero este Mesías o Cristo para Juan, y tal como recogen todos los evangelistas el suceso y sus referencias, es un Mesías no político, como lo esperaban los judíos, sino religioso y espiritual. Y además testifica de él que es «el Hijo de Dios», el mismo que «bautiza en Espíritu Santo», sobre el cual el Espíritu mismo ha descendido, como él lo ha visto. "Y además ha oído, y por él es conocido el hecho, la voz celeste del Padre que decía: Tú eres mi Hijo, el Amado. Es, pues, un claro testimonio de Juan Bautista sobre la mesianidad y la divinidad de Jesús, conforme a los cuatro evangelios.

Los evangelios sinópticos no hacen referencia directa al testimo­nio del Bautista en el bautismo. Pero hacen referencia indirecta, al relatar unánimes la escena y la voz y la paloma, suceso conocido no directamente por el pueblo, sino sólo por Jesús y por Juan, que lo relata a sus discípulos. Otra cosa que aparece en el evangelio joánico es la referencia del Bautista al aspecto religioso y redentor de Jesús como Mesías (cf. Is 53, 7, el siervo doliente), pues le llama por dos veces, como designando su misión: «El Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn 1, 29- 36). Y ésta es declaración de divinidad en el Bautista, pues ¿quién sino Dios puede quitar el pecado? (Mc 2, 7; Lc 5, 21).

Los evangelistas Mateo y Lucas aportan otro testimonio de Juan, en forma de pregunta traída a Jesús por los discípulos de aquél. Juan envió desde la cárcel herodiana, donde le aguardaba la muerte, dos de sus discípulos a preguntar a Jesús: «¿Eres tú el que ha de venir, o esperarnos a otro?» (Mt 11, 2-3; Lc 7, 19-20). Jesús como respuesta mesiánica hizo ante ellos milagros de varias clases, y ésta fue su respuesta a la pregunta de los enviados de Juan. Bien se puede pensar que en Juan no hay duda alguna, desde el bautismo y su encuentro con Jesús, de que es él y no otro. Envía sus discípulos, para quitar toda celotipia en ellos, y asegurarles para después de su muerte. Esta no tardó mucho en llegar de forma dramática (Mt 14, 1-12; Me 6, 14-29; Lc 9, 9).

Por su parte el evangelista indica todavía otro testimonio más del Bautista ante sus propios discípulos, y quizás hace referencia a la cuestión que provocó el envío de la embajada de Juan a Jesús con la pregunta dicha. Relata el evangelio que hubo una discusión de los discípulos de Juan Bautista con los judíos, o sea, en el modo de hablar del evangelio, con los sacerdotes y fariseos. Los discípulos tras haber oído lo que los judíos decían, sin duda comparándoles con los discípulos de Jesús, se sintieron molestos de que también Jesús bautizase como su maestro. Es un hecho singular, que conocemos por este pasaje, y desde luego hay que pensar que este bautismo, que daba, no el mismo Jesús, sino sus discípulos (Jn 3, 22; 4, 2), bajo sus órdenes y vigilancia sin duda, era un bautismo solamente de peniten­cia, semejante al de Juan. Ante la queja de sus discípulos el Bautista contestó: «Vosotros mismos dais testimonio de que yo he dicho: Yo no soy el Cristo, sino el enviado ante él» (Jn 3, 28). Les habló entonces de la voz del esposo: para el amigo es un gozo escuchar, cuando acompaña al amigo, la voz de éste. Añade: «Mi gozo está completo. Conviene que él crezca y yo disminuya» (Jn 3, 30). Pronto fue encarcelado, y envió su misión a preguntar a Jesús, comprendiendo que su muerte era próxima, y para dar a sus propios discípulos un camino seguro hacia Jesús.

Podemos recordar que hemos ya citado antes el testimonio del historiador judío Flavio Josefo, que en el siglo I menciona la figura de Juan el Bautista y su predicación y bautismo, y su muerte por Herodes, dándonos así un testimonio histórico sobre su real existen­cia, que los evangelios proponen en primer plano. No se podía esperar que un judío explicase la relación entre Juan y Jesús, que nos ofrecen los evangelios, pero su sola presentación en escena es suficiente para garantizar que los evangelios no han inventado su figura. Y al proponer concretamente su mensaje y figura de precursor y mártir, nos ofrecen un testimonio de la mayor autoridad sobre el propio Jesús: el testimonio de Juan Bautista, que proclama la mesianidad trascendente de Jesús que toca su divinidad, por la preexistencia y por su poder de bautizar en Espíritu Santo.

Jesús dice de él un elogio grande: «No ha nacido ningún hombre de mujer mayor que Juan Bautista» (Mt 11, 11). Y dice él que se le puede considerar el Elías anunciado por Malaquías como precursor del Mesías. Pues es más que un profeta, el enviado o ángel que Dios ha enviado ante el Mesías (Ex 23, 20; Mal 3, 5). En él terminan la Ley y los Profetas, es decir, el Antiguo Testamento, y comienza el Nuevo (Mt 11, 13-14). Y define a Juan como «antorcha que ardía e iluminaba» (Jn 5, 35). Tal es la figura del que da el más importante testimonio previo sobre Jesús, preparando el que el propio Jesús dará de sí mismo.

TESTIMONIO DE JUAN EL BAUTISTA SOBRE EL CARÁCTER MESIÁNICO Y LA DIVINIDAD DE JESÚS DE NAZARET

Mateo

Marcos

Lucas

Juan

Capítulo 3.- Presentación y actividad de Juan el Bautista

1 Por aquellos días, Juan el Bautista se presenta en el desierto de Judea, predicando:

2 «Convertíos, porque está cerca el Reino de los Cielos».

3 Este es el que anunció el profeta Isaías diciendo:

"Una voz grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos".

4 Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura (…)

5 Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y de la comarca del Jordán;

6 confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán.

7 Al ver que muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizara, les dijo: «Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente?

8 Dad el fruto que pide la conversión,

9 y no os hagáis ilusiones, pensando: “Tenemos por padre a Abraham”. Pues os digo que Dios es capaz de sacar hijos de Abraham de estas piedras.

10 Ya toca el hacha la raíz de los árboles y todo árbol que no dé buen fruto será talado y echado al fuego.

11 Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de llevarle las sandalias. El os bautizará con Espíritu Santo y en el fuego.

12 Él tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja con una hoguera que no se apaga».

Bautismo de Jesús

13 Por entonces viene Jesús desde Galilea al Jordán y se presenta a Juan para que lo bautice.

14 Pero Juan intentaba disuadirlo diciéndole: «Soy yo el que necesita que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí? ».

15 Jesús le contestó: «Déjalo ahora. Conviene que así cumplamos toda justicia». Entonces Juan se lo permitió.

16 Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrieron los cielos, y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él.

17 Y vino una voz de los cielos que decía:

«Este es mi Hijo amado, en quien me complazco».

Capítulo 1

1 Comienzo de la Buena Noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios.

Presentación y Ministerio de Juan el Bautista

2 Como está escrito en profeta Isaías: «Yo envío a mi mensajero delante de ti, el cual preparará tu camino;

3 Una voz grita en el desierto: “Preparad el camino del Señor, enderezad sus senderos"»;

4 se presentó Juan en el desierto, bautizando y predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados.

5 Acudía a él toda la región de Judea y toda la gente de Jerusalén. Él los bautizaba en el río Jordán y confesaban sus pecados.

6 Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba, diciendo:

7 «Detrás de mi viene el que es más fuerte que yo, y no merezco agacharme a para desatarle la correa de sus sandalias.

8 Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con el Espíritu Santo».

Bautismo de Jesús

9 Y sucedió que por aquellos días, llegó Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán.

10 Apenas salió del agua, vio rasgarse los cielos y al Espíritu Santo que bajaba hacia él como una paloma.

11 Se oyó una voz desde los cielos:

«Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco».

Capítulo 3. Presentación y actividad de Juan el Bautista

1 El año decimoquinto del imperio del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea, y su hermano Filipo tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanio tetrarca de Abilene,

2 bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.

3 Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados,

4 como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: «Una voz grita en desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos.

5 Los valles serán rellenados, los montes y las colinas serán rebajados; lo torcido serán enderezado, lo escabroso será llano.

6 Y toda carne verá la salvación de Dios»

7 A los que venían para ser bautizados les decía: «Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente?

8 Dad el fruto que pide la conversión. Y no os hagáis ilusiones, pensando: “Tenemos por padre a Abraham”, pues os digo que Dios es capaz de sacar de estas piedras hijos de Abraham.

9 Ya toca el hacha la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé buen fruto será talado y echado al fuego».

10 La gente le preguntaba: «¿Entonces, qué tenemos que hacer?».

11 El contestaba: «El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga los mismo».

12 Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron: «¿Maestro, qué debemos hacer?».

13 El les contestó: «No exijáis más de lo establecido».

14 Unos soldados igualmente le preguntaron: «Y nosotros, ¿qué tenemos que hacer?». El les contestó: «No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie, con falsas denuncias, sino contentaos con la paga».

15 Como el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías,

16 Juan les respondió dirigiéndose a todos: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego;

17 en su mano tiene el bieldo para aventar su parva, reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga»

18 Con estas palabras y otras muchas exhortaciones, anunciaba al pueblo el Evangelio.

19 El tetrarca Herodes, a quien Juan reprendía por el asunto de Herodías, esposa de su hermano, y por todas las maldades que había hecho,

20 añadió a todas ellas la de encerrar a Juan en la cárcel.

Bautismo de Jesús

21 Todo el pueblo se hacía bautizar, y también fue bautizado Jesús. Y mientras estaba orando, se abrió el cielo.

22 y el Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como una paloma.

Se oyó entonces una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección».

Testimonio del Bautista

19 Y este es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan a que le preguntaran: «¿Tú quién eres?».

20 El confesó y no negó; confesó: «Yo no soy el Mesías».

21 Le preguntaron: «¿Entonces, qué?», «¿Eres tú Elías?». El dijo: «No lo soy». «¿Eres tú el Profeta?». Respondió: «No».

22 Y le dijeron: «¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?»

23 Él contestó: «Yo soy la voz que clama en el desierto: “Allanen el camino del Señor”, como dijo el profeta Isaías».

24 Entre los enviados había fariseos,

25 y le preguntaron: «Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?».

26 Juan respondió: «Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que conocéis,

27 el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia».

28 Todo esto sucedió en Betania, al otro lado del Jordán donde Juan bautizaba.

29 Al día siguiente, al ver Juan acercarse a Jesús que venía hacia él, exclamó: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.

30 Este es aquel de quien yo dije: Detrás de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo.

31 Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua para que sea manifestado a Israel».

Bautismo de Jesús

32 Y Juan dio este testimonio: «He visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre él.

33 Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: "Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y posarse sobre él, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo".

34 Yo lo he visto y doy testimonio de que este es el Hijo de Dios».


Capítulo III - LA EXPECTACIÓN DEL MESÍAS EN LOS EVANGELIOS

Llegamos ya al punto central del origen de la fe en la divinidad de Jesús. (…) Y cuando llegamos a examinar el campo de la edad apostólica (…) nos encontramos los documentos llamados evangelios, escritos en el mismo siglo I mientras vivían los apóstoles o muy poco después de su muerte, especialmente los principales que podemos controlar: Pedro, Pablo, Juan.

Estos evangelios quieren darnos y nos dan los hechos y las palabras de Jesús, no precisamente en forma de una vida ordenada cronológicamente, sino a manera de un poderoso retrato de su personalidad a través de sus hechos y palabras. (…)

Queda (…) la pregunta de si estas palabras son o no fielmente redactadas, o si han sido modificadas al proclamar la fe de los propios escritores.

Trataremos este punto después; pero primero debemos recoger los testimonios del propio Jesús, tal como nos lo han conservado los evangelios, que se los atribuyen a él. Luego examinaremos la seguridad de que no hayan sido sustancialmente modificados, como cree la Iglesia misma, que proclama: “La santa Madre Iglesia firme y constantemente han creído y cree que los cuatro evangelios, cuya historicidad afirma sin vacilar, comunican fielmente lo que Jesús Hijo de Dios hizo y enseñó realmente (Vaticano II, Dei Verbum, de la revelación, nº 19)

Ahora vamos a recoger de los textos evangélicos lo que de ellos dicen que Jesús hizo o dijo. Luego haremos un examen para comprobar la verdad segura de tal atribución de estas palabras a Jesús en su vida mortal.

1. La expectación del Mesías en tiempo de Jesús

Una grande esperanza había florecido desde el comienzo en el pueblo de Dios Israel. Es la esperanza de la llegada a su pueblo de un gran rey enviado por Dios, el cual llevaría al pueblo a la gloria del dominio sobre las naciones, siendo el representante y brazo ejecutor de la obra divina. Tal esperanza arranca propiamente de la misma existencia primera de la humanidad, según la tradición judía expresada por Moisés en el libro del Génesis.

Tras la caída del primer hombre Adán por desobediencia de rebeldía contra Dios y su mandamiento, cuando Yahvéh baja al jardín a pedir cuenta del primer pecado humano a Adán y a Eva, al hombre y la mujer, su sentencia de condena a trabajos (…) queda suavemente matizada por una luminosa promesa.

Anuncia a los desgraciados pecadores que aquella guerra que la Serpiente del Mal (el Adversario Satán después en los Libros sagrados), ha emprendido en el paraíso contra el hombre y la mujer, terminará con la victoria de un Descendiente de la Mujer. Es el primer anuncio brillante del futuro Mesías o Rey vencedor, hombre verdadero y descendiente de una mujer de la raza adámica (Gal 4, 4)

“Pondré enemistades entre ti, oh Serpiente, y la Mujer, y entre tu descendencia y la suya. Este (Descendiente de la mujer) aplastará la cabeza, mientras tú pones asechanzas a su talón” (Gen 3, 14-15)

Cuando en Abraham queda concretado en un hombre el nuevo origen del pueblo elegido por Dios, anuncia Yahvéh que un descendiente del patriarca dominará el mundo como rey. (…) (Gn 12, 2-3; 13, 14-17; 18, 18; 22, 16-18 en el sacrificio de Isaac)

Y sigue anunciando a este glorioso Descendiente como Rey de Israel, especialmente en Jacob, al que promete que un descendiente suyo dominará el mundo en la bendición dada al morir por Jacob a su hijo Judá (Gen 49, 10). Cuando el éxodo de Moisés llega (…) a las tierras de los falsos dioses de Moab, el profeta Balaan (…) ve a este futuro Rey Mesías de Israel que surge de Jacob y sus hijos, como una admirable estrella nueva, dominador que vencerá a todos (Num 24, 15-19).

El profeta Natán, ya instaurado el reino de Israel en el rey David, anuncia al rey que el Mesías surgirá en su familia, y que su trono será permanente y aun eterno (2 Sam 7, 11-17; cf Lc 1, 32). Finalmente, la gran serie de profetas de Israel y de Judá, después de Salomón, pronunciará numerosos oráculos también misteriosamente dolorosos en Isaías, como en algún Salmo, sobre el futuro Mesías, Rey de Israel.

Mesías (palabra hebrea) significa, lo mismo que Cristo (palabra griega), el Ungido, que es el nombre dado a los reyes (Jn 1, 41). Pero además de Rey, este Mesías era concebido por los profetas como profeta y sacerdote. Era un Mesías religioso, además de político, y en realidad primaba sobre este aspecto aquél. Entre los llamados con razón Salmos mesiánicos, porque anuncian al Mesías con notable claridad, varios cantan la realeza del Mesías-Rey (Sal 2, 6; 44, 71), y lo mismo debe decirse de algunos textos proféticos (Is 9, 6-7; Jer. 33, 14-14; Ez 17, 22-24; Dan 7, 13-14; Zac 9, 9). En cuanto a su prerrogativa sacerdotal (…) es pregonada por el salmo 109 (110), señalando que pertenece a un orden nuevo, el de Melquisedec, con pan y vino (Gen 14, 18), y asimismo se muestra en Zacarías (Zac 6, 12-13). El título de profeta como suyo se anuncia al anunciar los sucesores de Moisés en esta gran dignidad (Deut 18, 15-19). Es como el culminador de la larga serie, según lo entendieron los mismos judíos (Jn 4, 25; Act 3, 22).

El Mesías será, además, constituido por Yahvéh Juez de los hombres (Sal 2; Sal 71, 2) Y por él Dios hará una nueva Alianza santa con su pueblo: «Haré con vosotros un pacto sempiterno, las misericordias prometidas en fidelidad a David. (…) Tales son los magníficos privilegios sagrados prometidos al Mesías de Israel.

(…) el Mesías previsto por los profetas de Israel no era simplemente un Mesías político, Rey de Israel, como David o Salomón, sino que tenía un carácter religioso y aun trascendente. Es cierto que para muchos judíos este carácter religioso había sido olvidado, y se habían fijado en el carácter de rey, esperando un héroe nacional que les llevaría a la victoria sobre los demás pueblos. Este fue el origen de algunos falsos mesianismos de rebeldía guerrera frente a los romanos, como los mencionados en el libro de los Hechos: Teodas con sus cuatrocientos seguidores, y Judas Galileo en el tiempo del censo romano exigido por Quirino el año 6, que son recordados por el rabino Gamaliel en su prudente discurso (Act 5, 35-39). El más importante de ellos, admitido como Mesías por el rabino Aqiba y que usó el nombre de «Príncipe de Israel», es el llamado Bar-Kochéba, que significa «el hijo de la estrella», el cual se alzó contra los romanos en tiempo del emperador Adriano (a. 132-135), provocando tras conquistar Jerusalén la última ruina de los judíos, ya definitiva. Estos muestran el carácter político de la concepción judía de su Mesías, ya en tiempo de Jesús.

Pero el Mesías realmente anunciado no era político, sino religioso y trascendente. Su reino, según los profetas, será un reino de carácter profundamente religioso, una nueva alianza con Yahvéh, con nuevo culto y nuevo sacerdocio, nueva doctrina más perfecta, y tendrá carácter de universalidad y eternidad. Numerosos detalles concretos del Mesías futuro, entre ellos los de su pasión y muerte, están anunciados proféticamente y se cumplieron, como notan los evange­listas al narrar los hechos, en Jesús de Nazaret.

Hemos hablado del tiempo de expectación mesiánica universal en el que nació Jesús de Nazaret, atestiguado por historiadores romanos y judíos (1ª p. c. 1). Ahora podemos completar aquella perspectiva recordando la expectación mesiánica que existía dentro de Palestina, entre los mismos judíos, según aparece por los mismos datos evangélicos en torno a Jesús.(…) En primer lugar tenían la profecía de Jacob al morir bendiciendo a sus hijos, y en ellos a las doce tribus de Israel, la cual decía:

«No será apartado el cetro de Judá, ni el Jefe de sus descendientes, (el cetro de entre sus piernas) hasta que venga el que ha de ser enviado, que será la esperanza de las naciones (a quien rendirán las naciones homenaje)». (Gen 49, 10).

Este extraordinario texto es un claro anuncio mesiánico del que «ha de ser enviado», es decir el Mesías de Israel. Y advierte que el mando del reino no se apartará de la descendencia de Judá hasta que él venga. (…) Ahora bien, al reinar Herodes el Grande, que obtuvo el reino de los romanos el año 39 a.C. y murió el 4 a.C, por primera vez en la historia de Israel el mando regio había pasado a un intruso, pues Herodes era de Idumea y no de Israel. Así podían pensar que ya había llegado, según el anuncio profético, el tiempo del Mesías.

El segundo apoyo para creer llegada la época mesiánica era el del nuevo templo de Jerusalén, edificado por Zorobabel después de la vuelta de Babilonia, tras el decreto de Ciro (Esdr 3, 6-13; 5, 1-5; 6, 13-16). Nuevamente, tras las expoliaciones de Antíoco Epifanes, Judas Macabeo restauro el templo en su culto y altar, profanado por Antíoco (1 Mac 4, 36 ss.), y finalmente el propio Herodes, para congraciarse con los judíos, decidió levantar la nueva maravilla del Templo de Jerusalén, con el esplendor antiguo, comenzando su obra el año 19aC. (…) La obra de restauración y engrandecimiento del Templo (…) no había de terminarse hasta el año 64, siendo el nuevo destruido por los romanos hasta los cimientos el año 70. Ahora bien, el profeta Ageo, en el destierro de Babilonia, cuando Zorobabel y Nehemías son invitados con el sacerdote Jesús de Josadac a reconstruir el Templo destruido por Nabucodonosor, les anima a hacerlo a pesar de las dificultades, y les hace la promesa divina de que al nuevo Templo vendrá «el Tesoro de todas las naciones, llenando la Casa divina de gloria» (Ag 2,8), por lo cual la gloria de la nueva Casa de Dios o Templo será mucho mayor que la de la primera (2, 10). Y pues estaba en construcción el Templo, y aún no había llegado el Mesías, era comprensible que se despertase en ellos la expectación de su llegada, cuando el Templo estaba ya casi terminado. (Vulgata: «El Deseado» en vez de «El Tesoro»; texto mesiánico).

Y en fin, tal vez el fundamento más directo de la expectación de Israel debía ser la célebre profecía de las setenta semanas de años del profeta Daniel, que tenían bien presente. Pues aunque haya división entre los exegetas en cuanto al punto de partida del cómputo de las setenta semanas (490 años), lo indudable es que el tiempo estaba entonces cumpliéndose al menos aproximadamente. Y así resultaba obvio que Israel esperase, según la gran profecía concreta, la próxima llegada del Mesías.

En realidad tenemos el hecho (…) de tal expectación reflejada en los evangelios. El anciano Simeón es una clara muestra de tal esperanza. Pues había recibido promesa divina, dice san Lucas, de que no moriría “sin haber visto antes al Cristo del Señor” (Lc 2, 26), promesa que fue cumplida. (…). Y la profetisa Ana, en la misma escena, “hablaba del Niño a todos los que esperaban la redención de Israel, que debían ser personas del pueblo fiel allí presentes por la coincidencia.

Los dos evangelistas de la infancia nos han dado otros datos de esta expectación. Pues en Lucas el ángel que aparece a los pastores les anuncia “un gozo grande para todo el pueblo: os ha nacido hoy en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor (Lc 2, 11). La manera de formularse el gran anuncio de gozo en la proclamación del nacimiento del Mesías o Cristo, revela una respuesta a la expectación popular, que aquí parece era tan general que alcanzaba a los mismos pastores ignorantes. La misma difusión de expectación general muestra la escena de Mateo de la llegada de los magos del Oriente. Venían en busca del Mesías o rey de los judíos, esperado por ellos, cuya estrella anunciadora habían visto en el lejano Oriente. Investigaban el nacimiento del Cristo. Herodes recurrió a los escribas para obtener la respuesta sagrada, que era en Belén de Judá, y toda la escena muestra que en el ambiente existía la expectación.

Cuando ya Jesús comienza su predicación, la expectación se hace de nuevo más viva. Hay que tener en cuenta un hecho singular histórico. La gran serie de los profetas de Israel (…) se ha cerrado de manera misteriosamente extraña. Vueltos a Jerusalén, restaurado el Templo, ya no hay profetas en Israel. (…) Podemos afirmar que después de la construcción del nuevo Templo (…) el profetismo, próximo a extinguirse en Israel, sólo da sus últimas luces, ya anunciadoras directamente del nuevo tiempo, en Malaquías (s. V aC.) y Abdías, de menor extensión e importancia (s. V), y al fin de la época persa y comienzo de la helenización de Alejandro Magno, los profetas Joel y Jonás (s. IV a C). No hay profetas en Israel desde hace ya cuatro siglos, cuando aparecen Juan Bautista y Jesús de Nazaret.

No sólo esto, sino además hay otro dato significativo. Los libros sagrados han cesado de producirse desde hace como un siglo, con los libros deuterocanónicos (segundo canon) escritos en griego durante la época helenísti­ca, que ni siquiera son admitidos en el canon judío riguroso. El canon judío riguroso, en lengua hebrea, se cierra en el s. IV, en tiempo de Alejandro Magno y su conquista. Los libros de la helenización posteriores en griego (canónicos para la Iglesia Católica, pero no aceptados por el judaismo puritano) terminarán también con el libro de Judit, y la redacción final de Daniel con fragmentos en griego, a mediados del siglo I aC. Hasta la aparición del Bautista y de Jesús pasará un siglo sin ningún autor inspirado, y en realidad el prodigio de la Biblia judía ha terminado definitivamente. Ya no volverá a escribirse ningún libro más. El año 70, con la dispersión judía, acabará con toda esperanza, y el canon judío (y también el cristiano) del AT queda fijo e inmutable. Este corte total de la divina inspiración en Israel, junto con el brote de la nueva corriente poderosa del NT durante todo el siglo I dC, ¿no está diciéndonos a nosotros, que lo contemplamos como fenómeno histórico, que el misterio mesiánico de Israel se ha cumplido ya?

Supuesta tal interrupción sagrada de oráculos divinos, y especial­mente de figuras proféticas desde hacía cuatro siglos, la aparición de Juan Bautista suscitó una inmensa conmoción popular. Hemos visto cómo el pueblo corre a escuchar su voz, y cómo los mismos sacerdotes responsables del tesoro sagrado acuden a investigar quién es Juan. Hay la sospecha de que pueda ser el Cristo, el Mesías esperado (Jn 1, 20). Pero su respuesta negativa va acompañada de la declaración sorprendente de que él es la voz que lo anuncia ya próximo, y que «viene detrás de él» (Mt 3, ll;Mc 1, 7; Lc 3, 16; Jn 1, 15.27.30). Está para llegar el Cristo. Lucas nos ha hecho saber que esta misión de Juan había sido ya anunciada en su concepción y nacimiento por su padre Zacarías, enseñado por divina revelación de un ángel y por la fuerza del Espíritu (Le 1, 13-17; 1, 69-79).

Esta predicación y anuncio del Bautista, además de prender la llama del fuego sagrado en algunos discípulos suyos, como veremos en seguida, ha despertado una profunda conmoción popular, que no será olvidada. Es una de las constantes que rodean la vida de Jesús de Nazaret, al ver los extraordinarios milagros hechos por Jesús. Por la pregunta que Jesús hizo a sus discípulos sobre lo que el pueblo pensaba de su propia identidad: «¿Quién dicen las gentes que so"y yo?», y la respuesta de los apóstoles, anterior a la confesión de Pedro, sabemos que entre la gente había diversas y confusas opiniones sobre Jesús. Unos pensaban que podía ser Elias, cuya vuelta se esperaba, otros que un profeta (Mt 16, 14; Mc 8, 28; Lc 9, 19). Pero, en el fondo, la cuestión latente de su misterio era acerca de su mesianidad. «Las turbas asombradas —ante sus milagros— decían: «¿No será éste el Hijo de David?» (Mt 12, 23), lo que equivalía a preguntar si era el Cristo con aquel título. Y los mismos magistrados del Templo pidieron, como es sabido, a Jesús una señal de su identidad, sin duda mesiánica (Mt 12, 38; Mc 8, 11; Lc 11, 29).

San

Juan quien nos ha dejado la más concreta referencia a estas graves preguntas del pueblo que rodeaban a Jesús. En la fiesta de las Tiendas del segundo año de su predicación los rumores crecieron sobre él. Las gentes se preguntaban admiradas: «¿Cuando venga el Cristo hará más milagros que los que éste hace?» (Jn 7, 31), tanto que ya los fariseos y príncipes tomaron la decisión de prenderle (7, 32), porque había quienes al ver que no se le enfrentaban así decían: «¿Será que nuestros príncipes han reconocido que es el Cristo?» a lo cual otros respondían: «Del Cristo sabemos de dónde tiene que venir (de Belén, según Miqueas), y éste no sabemos de dónde es», de manera desdeñosa (Jn 7, 25-27). Tal era, dice el evangelista, la contienda de opiniones sobre Jesús. «Unos decían: Este es de verdad el profeta. Otros decían: Este es el Cristo. Y otros replicaban: El Cristo no viene de Galilea (como éste), sino de Belén de donde era David» (Jn 7, 40-43.52). Y muchos le comparaban con el Bautista, que le había anunciado, y decían: «Juan no hizo ningún prodigio, y todo lo que Juan dijo de éste era verdad» (Jn 10, 40-42). Había llegado el rumor y disputa sobre el tema hasta el punto de que los mismos judíos (en el lenguaje de Juan, los sacerdotes y fariseos, o escribas) le preguntaron directamente: «Si tú eres el Cristo, dínoslo. ¿Hasta cuándo nos vas a tener en la duda?» (Jn 10, 24). Pregunta que indica su preocupación por el tema. Y cuando llegue la pasión tanto Caifas como los sacerdotes darán testimonio de esta cuestión en tomo a la persona de Jesús. El propio Pilato dará testimonio de esta expectación diciendo: «Este, que es llamado el Cristo» (Mt 27, 17.22).

A esta conmoción popular podríamos referir más directamente el caso de la Samaritana, que narra Juan. Ella muestra claramente que existía la convicción de que el Mesías estaba próximo a aparecer, según el parecer del pueblo judío, sin duda por los motivos que antes hemos alegado. Pues en esta mujer de pueblo, samaritana además y por lo mismo en una tierra y religión separada de Judá, se manifiesta la certeza de que el Mesías va a llegar pronto. Para disimular su perplejidad, al ser interpelada directamente por Jesús sobre su irregular vida matrimonial, ella propone una pregunta teológica: «¿Dónde hay que adorar a Dios, en Jerusalén o en Garizim, como creemos los samaritanos?»; y ante la profunda respuesta de Jesús trata de evadirse con esta apelación a la llegada próxima del Mesías: «Ya sé que viene el Mesías o Cristo. Cuando él venga, nos anunciará todas estas cosas» (Jn 4, 25). Sus palabras y testimonio muestran con certeza la expectación que había en Palestina, aun entre los samarita­nos, de la próxima llegada del Mesías.

Habría que añadir que, según los evangelistas, desde el mismo comienzo del ministerio de Jesús, los demonios que él expulsaba de los posesos daban testimonio de su dignidad mesiánica (y aún más, de la divina) diciendo: «Sé quién eres, Jesús de Nazaret, el Santo de Dios (Cristo)» (Mc 1, 24; Lc 4, 34), como en el caso de Cafarnaúm, primero de todos. O como en el de los Gerasenos que le proclaman «Hijo del Altísimo» (Lc 8, 28; Mc 5, 7; Mt 8, 29). Especialmente el primer caso, que fue muy público, necesariamente difundió esta declaración asombrosa sobre Jesús. Y él, dice Lucas, les prohibía decir quién era, «porque sabían que era el Cristo» (Lc 4, 41). Independientemente de que uno, hermenéuticamente, quiera decir que eran sanados de una enfermedad, lo cual no concuerda con la afirmación evangélica, resulta que el sanado, al menos, daba un testimonio público de que Jesús era el Cristo. Esto bastaba, sin duda, para que el rumor se difundiera sobre su misteriosa identidad.

Recordemos finalmente que los últimos descubrimientos arqueoló­gicos de Qumrán han demostrado que en aquella comunidad se vivía en la expectación del Mesías, diferente del Sacerdote supremo según la «Regla de la Comunidad», cuyo puesto estaba reservado para cuando apareciese.

2. Los títulos mesiánicos

Son varios los títulos propios del Mesías, y debemos tenerlos en cuenta al estudiar la mesianidad proclamada de Jesús. Directamente el título de Mesías significa en hebreo «Ungido», lo mismo que en griego Cristo, que viene de «crisma» (jrisma) o unción. Los reyes de Israel eran ungidos por el sacerdote supremo, o por el profeta de Yahvéh, como aparece en el primer rey de Israel, Saúl, que fue ungido con aceite sagrado por el profeta Samuel, que era también el último de los Jueces de Israel, por orden de Yahvéh (1 Sam 10, 1). Después de él, tras su reprobación por su falta en Gálgala, fue ungido el joven David, siguiendo Samuel las divinas instrucciones (1 Sam 15, 22-28; 16, 1-13). Antes de morir David proclamó rey a su hijo Salomón, por la unción sagrada hecha por el sacerdote Sadoc. «Cristo» y «Mesías», es lo mismo que «Rey» proclamado por Dios en Israel. Es el Rey del Reino de Dios, que era Israel, donde el rey ocupaba el lugar divino para el gobierno, siendo así Israel una teocracia. Este título de «Rey-Mesías, Cristo» se concreta ya en el «Reino de Dios», ya también en el «Reino de los cielos», que será frase usual en labios de Jesús.

El segundo título mesiánico claro es el de «Hijo de David», por haber sido prometido a David que en su descendencia estaría el Mesías, cuyo reino será eterno (2 Sam 7, 12, 16; Sal 88, 4-5. 27-28. 36-37). Constaba entre los judíos con claridad esta promesa divina hecha a David para su descendencia, y así el Mesías recibía el nombre de «Hijo de David» (Mt 22, 42; Me 12, 35; Le 20, 41), y por esto mismo había anunciado Miqueas en su profecía que el Mesías debía nacer en Belén, que era la ciudad de David (Miq 5, 2).

El tercer título del Mesías es el de «Hijo del Hombre». En la célebre profecía de Daniel, el profeta ve venir sobre las nubes del cielo a un ser en figura humana, por lo cual es «Hijo del hombre», el cual recibe de Dios el reino perpetuo, sustituyendo a los demás imperios anteriores de la historia. La figura representa, dice el profeta Daniel, al «pueblo de los Santos», y evidentemente lo representa a la manera antigua en que el rey de un pueblo era la figura de su propio pueblo y reino (Dan 7, 13-14; 7, 27).

En cuanto a un cuarto título, el de «Santo de Dios», que es también título mesiánico, apunta más directamente a la trascendencia divina del Mesías. La santidad es claramente un atributo divino característico. Dios es el Santo por excelencia, y el Santo de Dios será un hombre que participe de este divino atributo de modo particular. También los otros títulos anteriores, en especial el de «Hijo del hombre» muestran su carácter trascendente, pues sobrepasan la figura de un hombre ordinario. Pero de modo más especial queda esto claro en la «Santidad», como consta en el AT de manera múltiple.

Propuestos así estos títulos, podremos ver, en el capítulo siguien­te, cómo Jesús hizo aplicación de ellos a sí mismo, bien sea directamente, bien sea aceptando sin protesta que le fuesen aplicados por los que acudían a él o le veneraban con tales títulos.