El curso pasado comenzamos a reflexionar sobre la Persona de Jesús de Nazaret, según ha sido presentada en los Evangelios, siguiendo el libro “El Mesías, Jesús de Nazaret” del P. Igartua S.J.. No sólo dijeron de El que era el Mesías y el Hijo de Dios, sino que lo dijo de sí mismo. Es un caso único en la historia.
El P. Igartua S.J. aborda el tema de la divinidad de Jesucristo como problema central de la historia humana.
La primera parte del libro trata sobre Jesús de Nazaret, Hombre en la historia. Consta de tres capítulos: el primero, un tiempo de expectación; el segundo, un hombre llamado Jesús; y el tercero, un caso singular en la historia.
La segunda parte trata sobre el Mesías de Israel y consta de cuatro capítulos: el primero, los documentos evangélicos (fechas y autores); el segundo, el testimonio del Bautista sobre Jesús; el tercero la expectación del Mesías en los evangelios; el cuarto, las afirmaciones mesiánicas de Jesús: los títulos mesiánicos.
La tercera parte trata sobre el Hijo de Dios y consta de seis capítulos: el primero, trata sobre los títulos de la divinidad en los evangelios; en los capítulos segundo y tercero se expone que Jesús afirma la divinidad en los sinópticos y se hace en dos partes: I, dos declaraciones solemnes, y II el Yo divino de Jesús; capítulos cuarto y quinto se expone que Jesús declara la divinidad en Juan y lo hace en dos partes: I, tres confesiones, y II, el Yo divino de Jesús; y el capítulo sexto, trata sobre Jesús y los grandes misterios.
La cuarta parte trata sobre la realidad de las afirmaciones de Jesús y consta de cuatro capítulos: el primero, sobre la garantía de las afirmaciones; el segundo, la voz de Jesús en los evangelios; el tercero sobre un Mesías que es Dios; y el cuarto, la fe postpascual de los discípulos.
La quinta parte trata sobre la identidad y conciencia de Jesús de Nazaret y consta de tres capítulos: el primero sobre la identidad personal de Jesús; el segundo, sobre la conciencia de su identidad en Jesús; el tercero sobre el conocimiento y acción de Jesús.
En la primera parte el P. Igartua S.J. trata de mostrar la figura histórica de Jesús de Nazaret con una doble finalidad, la de que realmente existió que no es una ficción y que realmente fue un hombre caso único en la historia que dijo de si mismo que era Dios.
Que realmente existió lo sabemos por múltiples testimonios: a) En los escritos del Nuevo Testamento; b) Los escritos cristianos no canónicos del fin del siglo I, II, III, IV, V y ss; c) Los escritos llamados «apócrifos cristianos»; d) Los documentos apócrifos heterodoxos, y los gnósticos; e) Importantes documentos de origen judío; f) Dos obras ya extrabíblicas de la historia judía, «De la guerra judía» y las «Antgüedades judías»; g) Testimonios de historiadores romanos.
Los hechos y palabras de Jesús de Nazaret, en relación con sus propias afirmaciones de ser el Mesías esperado por Israel, y verdadero Hijo de Dios y Dios él mismo, se hallan recogidos en los cuatro evangelios desde la antigüedad.
La segunda parte trata sobre el Mesías de Israel. Inicia es estudio partiendo de fechas y autores de los evangelios que garantizan la historicidad de lo en ellos escrito.
Después plantea la cuestión crítica sobre la diferencia entre la comunidad pospascual y la prepascual. Recuerda el P. Igartua que la crítica racionalista solamente acepta esta fe de la comunidad pospascual como fe subjetiva, fundada en la convicción, sin realidad histórica correspondiente, de las apariciones de Jesús resucitado. Los evangelios son redacciones hechas de las palabras de Jesús a la luz de los acontecimientos pospascuales.
Dice que el objeto del trabajo de resolver el problema de si lo contenido en los evangelios ¿han sido recogidos a la luz de la nueva fe que los transforma en su propia estructura, o son realmente, en la medida de lo posible, del propio Jesús?
El objeto del libro es resolver ese problema para ello Se propone primero las afirmaciones de Jesús que los evangelios le atribuyen, y se examinan en sí mismas, y después se analizan las razones que muevan a pensar que le deben ser reconocidas como propias.
En esta segunda parte examina con detenimiento el testimonio del Bautista en relación con la cuestión mesiánica de Jesús de Nazaret. Para ello, analiza de forma pormenorizada los textos relativos ese testimonio tal y como se encuentran en los evangelios sinópticos y el de Juan.
Examina con detalle la expectación del Mesías en la época del la predicación del Bautista hacia los años 30 del siglo I, cuando dio comienzo la vida pública de Jesús de Nazaret. Todo ello motivado por cumplirse la profecía de Jacob, Génesis 49; se estaba edificando el templo, profetizado en Esdras; y se cumplían las 70 semanas de la profecía de Daniel.
Simeón y Ana en el templo dieron testimonio sobre haber visto al Mesías profetizado. En los evangelios de la infancia de Lucas y Mateo aparecen testimonios claros sobre el Nacimiento del Mesías.
Hace una recopilación de los títulos propios del Mesías que aparecen en los evangelios: primero, Rey que es lo mismo que Cristo y Mesías; segundo, Hijo de David; tercero, Hijo del hombre; y cuarto el Santo de Dios.
El P. Igartua S.J. aborda el tema de la divinidad de Jesucristo como problema central de la historia humana.
La primera parte del libro trata sobre Jesús de Nazaret, Hombre en la historia. Consta de tres capítulos: el primero, un tiempo de expectación; el segundo, un hombre llamado Jesús; y el tercero, un caso singular en la historia.
La segunda parte trata sobre el Mesías de Israel y consta de cuatro capítulos: el primero, los documentos evangélicos (fechas y autores); el segundo, el testimonio del Bautista sobre Jesús; el tercero la expectación del Mesías en los evangelios; el cuarto, las afirmaciones mesiánicas de Jesús: los títulos mesiánicos.
La tercera parte trata sobre el Hijo de Dios y consta de seis capítulos: el primero, trata sobre los títulos de la divinidad en los evangelios; en los capítulos segundo y tercero se expone que Jesús afirma la divinidad en los sinópticos y se hace en dos partes: I, dos declaraciones solemnes, y II el Yo divino de Jesús; capítulos cuarto y quinto se expone que Jesús declara la divinidad en Juan y lo hace en dos partes: I, tres confesiones, y II, el Yo divino de Jesús; y el capítulo sexto, trata sobre Jesús y los grandes misterios.
La cuarta parte trata sobre la realidad de las afirmaciones de Jesús y consta de cuatro capítulos: el primero, sobre la garantía de las afirmaciones; el segundo, la voz de Jesús en los evangelios; el tercero sobre un Mesías que es Dios; y el cuarto, la fe postpascual de los discípulos.
La quinta parte trata sobre la identidad y conciencia de Jesús de Nazaret y consta de tres capítulos: el primero sobre la identidad personal de Jesús; el segundo, sobre la conciencia de su identidad en Jesús; el tercero sobre el conocimiento y acción de Jesús.
En la primera parte el P. Igartua S.J. trata de mostrar la figura histórica de Jesús de Nazaret con una doble finalidad, la de que realmente existió que no es una ficción y que realmente fue un hombre caso único en la historia que dijo de si mismo que era Dios.
Que realmente existió lo sabemos por múltiples testimonios: a) En los escritos del Nuevo Testamento; b) Los escritos cristianos no canónicos del fin del siglo I, II, III, IV, V y ss; c) Los escritos llamados «apócrifos cristianos»; d) Los documentos apócrifos heterodoxos, y los gnósticos; e) Importantes documentos de origen judío; f) Dos obras ya extrabíblicas de la historia judía, «De la guerra judía» y las «Antgüedades judías»; g) Testimonios de historiadores romanos.
Los hechos y palabras de Jesús de Nazaret, en relación con sus propias afirmaciones de ser el Mesías esperado por Israel, y verdadero Hijo de Dios y Dios él mismo, se hallan recogidos en los cuatro evangelios desde la antigüedad.
La segunda parte trata sobre el Mesías de Israel. Inicia es estudio partiendo de fechas y autores de los evangelios que garantizan la historicidad de lo en ellos escrito.
Después plantea la cuestión crítica sobre la diferencia entre la comunidad pospascual y la prepascual. Recuerda el P. Igartua que la crítica racionalista solamente acepta esta fe de la comunidad pospascual como fe subjetiva, fundada en la convicción, sin realidad histórica correspondiente, de las apariciones de Jesús resucitado. Los evangelios son redacciones hechas de las palabras de Jesús a la luz de los acontecimientos pospascuales.
Dice que el objeto del trabajo de resolver el problema de si lo contenido en los evangelios ¿han sido recogidos a la luz de la nueva fe que los transforma en su propia estructura, o son realmente, en la medida de lo posible, del propio Jesús?
El objeto del libro es resolver ese problema para ello Se propone primero las afirmaciones de Jesús que los evangelios le atribuyen, y se examinan en sí mismas, y después se analizan las razones que muevan a pensar que le deben ser reconocidas como propias.
En esta segunda parte examina con detenimiento el testimonio del Bautista en relación con la cuestión mesiánica de Jesús de Nazaret. Para ello, analiza de forma pormenorizada los textos relativos ese testimonio tal y como se encuentran en los evangelios sinópticos y el de Juan.
Examina con detalle la expectación del Mesías en la época del la predicación del Bautista hacia los años 30 del siglo I, cuando dio comienzo la vida pública de Jesús de Nazaret. Todo ello motivado por cumplirse la profecía de Jacob, Génesis 49; se estaba edificando el templo, profetizado en Esdras; y se cumplían las 70 semanas de la profecía de Daniel.
Simeón y Ana en el templo dieron testimonio sobre haber visto al Mesías profetizado. En los evangelios de la infancia de Lucas y Mateo aparecen testimonios claros sobre el Nacimiento del Mesías.
Hace una recopilación de los títulos propios del Mesías que aparecen en los evangelios: primero, Rey que es lo mismo que Cristo y Mesías; segundo, Hijo de David; tercero, Hijo del hombre; y cuarto el Santo de Dios.
Resumen 1ª y 2ª parte de “El Mesías, Jesús de Nazaret”
Primera parte: Jesús de Nazaret, hombre en la historia
Capítulo I.- Un tiempo de expectación
1.- Un hombre que vendrá de Judea
1.- Había una expectación en todo el mundo sobre un hombre que vendrá de Judea. Dos años ó tres más tarde de la proclamación de la gran paz romana nace en Belén Jesús de Nazaret, de María virgen, la esposa de José. Nace el gran Pacificador, en el momento de gloria de la paz humana.
2.- El oráculo de la Sibila en Roma
Hay tres testimonios romanos sobre el oráculo de la Sibila: Cicerón, Suetonio y Virgilio, independientes entre sí, y se refieren a distinto año y persona. Cicerón se refiere a la pretensión de Lucio Cotta en el Senado en favor de Julio César; Suetonio se refiere a Augusto en su nacimiento, y Virgilio probablemente a Polión y su hijo.
Existía pues durante la mitad final del siglo I aC. en Roma la persuasión de que se avecinaba una nueva edad para Roma y el mundo, y de que iba a comenzar un tiempo nuevo, como un renacer del mundo, con presencia divina entre los hombres.
3.- La expectación en Israel
Los magos buscan al anunciado rey de los judíos, y preguntan por él en Jerusalén (Mt 2,2). La Samaritana dice que va a venir pronto el Mesías (Jn 4.25). Los discípulos Andrés y Felipe, galileos, reconocen en Jesús al Mesías del que hablaron los profetas (Jn 1, 41.45). El Bautista predica en el Jordán y las multitudes piensan que puede ser el Mesías (Jn 1, 19-25). Los discípulos de Juan preguntan sobre la identidad mesiánica de Jesús (Mt 11,3; Lc 7, 19). Las multitudes se conmueven ante Jesús, le siguen multitudinariamente, y piensan que es el rey de Israel, o sea su Mesías, (Mc 3, 7-8; Mt 4, 23-25; Lc 6, 17) y se preguntan concretamente si no es el Mesías esperado, y muchos lo dan por seguro (Jn 7, 26-27. 31. 41-43), y lo proclaman como el esperado rey de Israel (Jn 6, 14-15; Mt 21, 9-11; Mc 11, 10; Lc 19, 38). Se puede decir que en el Oriente, y concretamente en Israel, estaba difundida la esperanza de una próxima llegada del Mesías.
La profecía de Daniel se fija el tiempo de la llegada de las promesas divinas en setenta semanas de años a partir del decreto persa de restauración de la ciudad de Jerusalén y de su templo, dado por Ciro y renovado por Darío y Artajerjes. Coincide con comienzo del siglo I, y los escribas conocían la profecía.
4.- La expectación mesiánica en otras religiones
Hay referencias de una esperanza mesiánica en Confucio o Kun'g-Fu-Tsé. También en el Talmud Babilónico (Santsed, c. II). También se halla en otras creencias en formas diversas. P.e. el mito de Prometeo en el primer gran trágico griego Esquilo.
Este anhelo general podría tener su origen en la esperanza comunicada al primer hombre en el Paraíso, según el relato bíblico de que un día vendría en la historia un hombre extraordinario, hijo de la mujer, que vencería al enemigo del mundo, la esperanza de un Salvador hombre (Hijo de Mujer) enviado por el mismo Dios.
Capítulo II: Un hombre llamado Jesús de Nazaret
Dos cuestiones: 1.- Jesús de Nazaret, hombre histórico y 2.- Descendiente de Adán.
1.- Jesús de Nazaret, hombre histórico
a) En los escritos del Nuevo Testamento: se hacen numerosas referencias a Jesús de Nazaret, sin que se pueda poner en duda la existencia histórica de dicha persona.
b) Los escritos cristianos no canónicos del fin del siglo I, II, III, IV, V y ss, como los de los PP. Apostólicos siglo II; o los de los Apologetas cristianos del siglo III; o los de los Santos Padres y Doctores de los siglos III, IV y V y siguientes, no tendrían explicación posible si Jesús de Nazaret no hubiera existido realmente, si no hubiera nacido y muerto.
c) Los escritos llamados «apócrifos cristianos» son un testimonio indirecto de la existencia de Jesús.
d) Los documentos apócrifos heterodoxos, y los gnósticos. Son narraciones críticamente inaceptables, pero todos ellos muestran la convicción de la existencia de un hombre llamado Jesús de Nazaret que padeció bajo Poncio Pilato.
e) Importantes documentos de origen judío. Tanto en el Talmud como en el llamado Toledoth Ieschua (generaciones de Jesús), aunque hay muchos comentarios injuriosos para Jesús de Nazaret, a ninguno se le ha podido ocurrir que Jesús no existiese.
f) Las dos obras ya extrabíblicas de la historia judía, escritas por Flavio Josefo (37-102). «De la guerra judía» y las «Antgüedades judías».
g) Testimonios de historiadores romanos. Cornelio Tácito, el historiador romano, en sus Anuales, escritos al fin del siglo I, nos deja una consignación casi notarial sobre la muerte de Cristo, al hablar del incendio de Roma en tiempo de Nerón, y de su persecución contra los cristianos.
h) El testimonio de un filósofo sirio llamado Mará (S. I o II). Habla de 3 grandes figuras de sabios Sócrates, Pitágoras y un «Rey Sabio de los Judíos», que es Jesús de Nazaret.
En este capítulo se muestra la realidad histórica de la existencia humana de Jesús de Nazaret: nacido de mujer (Gal 4, 4) en Belén de Judá, muerto en el suplicio de la cruz en la ciudad de Jerusalén, bajo Poncio Pilato.
a) En los escritos del Nuevo Testamento: se hacen numerosas referencias a Jesús de Nazaret, sin que se pueda poner en duda la existencia histórica de dicha persona.
b) Los escritos cristianos no canónicos del fin del siglo I, II, III, IV, V y ss, como los de los PP. Apostólicos siglo II; o los de los Apologetas cristianos del siglo III; o los de los Santos Padres y Doctores de los siglos III, IV y V y siguientes, no tendrían explicación posible si Jesús de Nazaret no hubiera existido realmente, si no hubiera nacido y muerto.
c) Los escritos llamados «apócrifos cristianos» son un testimonio indirecto de la existencia de Jesús.
d) Los documentos apócrifos heterodoxos, y los gnósticos. Son narraciones críticamente inaceptables, pero todos ellos muestran la convicción de la existencia de un hombre llamado Jesús de Nazaret que padeció bajo Poncio Pilato.
e) Importantes documentos de origen judío. Tanto en el Talmud como en el llamado Toledoth Ieschua (generaciones de Jesús), aunque hay muchos comentarios injuriosos para Jesús de Nazaret, a ninguno se le ha podido ocurrir que Jesús no existiese.
f) Las dos obras ya extrabíblicas de la historia judía, escritas por Flavio Josefo (37-102). «De la guerra judía» y las «Antgüedades judías».
g) Testimonios de historiadores romanos. Cornelio Tácito, el historiador romano, en sus Anuales, escritos al fin del siglo I, nos deja una consignación casi notarial sobre la muerte de Cristo, al hablar del incendio de Roma en tiempo de Nerón, y de su persecución contra los cristianos.
h) El testimonio de un filósofo sirio llamado Mará (S. I o II). Habla de 3 grandes figuras de sabios Sócrates, Pitágoras y un «Rey Sabio de los Judíos», que es Jesús de Nazaret.
En este capítulo se muestra la realidad histórica de la existencia humana de Jesús de Nazaret: nacido de mujer (Gal 4, 4) en Belén de Judá, muerto en el suplicio de la cruz en la ciudad de Jerusalén, bajo Poncio Pilato.
2.- Jesús, hijo de Adán
La unicidad de este padre común de toda la especie humana, parece pertenecer al dogma católico por razón del único pecado original de un hombre, el cual ciertamente pertenece al dogma básico de la redención.
El evangelio de Mateo comienza la genealogía desde Abraham, y prosigue en la línea descendente hasta Jesús. El evangelio de Lucas comienza por el mismo Jesús y va ascendiendo hasta llegar también a Abraham y prosigue hasta llegar a Adán. Ello significa que posee una naturaleza verdaderamente humana en su especie, con cuerpo humano y alma espiritual, y con todo lo que estos dos simples datos encierran en su riqueza natural. Es “hombre perfecto”.
Capítulo III: Un caso singular en la historia
Jesús de Nazaret, que es hombre entre los hombres, ofrece la singularidad de reivindicar para sí el carácter divino en plenitud.
Objeto del capítulo
Mostrar que se le atribuye esta proclamación de su propia identidad. Después se mostrará la verdad de tal atribución de afirmaciones, así como el resultado de la verdad de las mismas, que conduciría a su identificación como Dios.
En el politeísmo, no se proclamaron dioses los hombres
En las religiones de politeísmo mitológico existen narraciones de “apariciones” de un dios en forma humana: tales son por ejemplo las historias mitológicas de Zeus, pero no que fuera hombre verdadero.
Entre los romanos fueron elevados a la categoría de los dioses Julio César y especialmente Augusto, creador del imperio.
En las religiones del politeísmo mitológico griego y romano, como en los relatos de Zeus, o el endiosamiento de emperadores romanos, no fueron los hombres quienes se proclamaron dioses, sino que al cabo del tiempo sus descendientes o conciudadanos, los divinizaron por la grandeza de sus hazañas.
En la historia de las religiones, ningún fundador se ha proclamado dios
Ni Moisés; ni Lao-Tsé y Kung-Fu-Tsé (Confucio); ni Budha; ni Zoroastro (o Zarathustra), anteriores a Jesús de Nazaret; ni Mani; ni Muhammad-ibn-Abdallah o Mahoma, posteriores a Jesús de Nazaret en el tiempo, se proclamaron ni pretendieron ser considerado como un dios.
Jesús de Nazaret es el único hombre que se califica de Dios
Tenemos que proclamar que Jesús de Nazaret, cuya persona es enteramente histórica en cuanto a su existencia y al origen de la religión cristiana en el siglo I en la Judea, es el único hombre conocido en la historia a quien se atribuyen palabras propias que reclaman para sí el título divino.
Segunda parte: El Mesías de Israel
Capítulo I: Los documentos evangélicos
Los hechos y palabras de Jesús de Nazaret, en relación con sus propias afirmaciones de ser el Mesías esperado por Israel, y verdadero Hijo de Dios y Dios él mismo, se hallan recogidos en los cuatro evangelios desde la antigüedad.
El término “evangelio” señala un género literario muy especial. Hechos y palabras de Jesús de Nazaret recogidos con fidelidad de testigos, que primero los proclamaron en forma oral, y luego fueron escritos en la forma actual.
1. Fechas y autores de los evangelios
Fechas. La muerte de Jesús se puede fijar en el año 30 de la era cristiana. ¿Cuánto tiempo después de su muerte fueron escritos estos documentos?
a) Hechos apostólicos de Lucas, años 61-63
b) Evangelio de lucas, anterior, años 55-60
c) Evangelio de Marcos, anterior a Lucas, años 50-55
d) Evangelio aramaico Mateo, anterior, años 40-50
1.- Evangelio arameo de Mateo apóstol a. 40-50 (40-50)
2.- Evangelio de Marcos, intérprete de Pedro apóstol a. 50-55 (60-65)
3.- Evangelio de Lucas a. 55-60 (65-75)
4.- Hechos apostólicos de Lucas a. 61-63 (c. 75)
5.- Evangelio griego de Mateo, anónimo a. 65-70 (70-80)
6.- Evangelio de Juan apóstol a. 95-100 (cfr. Jn 21, 23)
El Evangelio griego actual de Mateo, parece tener como fecha límite el año 70.
Autores. Los tres sinópticos son atribuidos a Mateo, Marcos y Lucas (desde el siglo II), a quien también corresponde el libro de los Hechos.
El evangelio de Juan. Si se consulta la tradición eclesial unánime de la antigüedad, el autor del cuarto evangelio es Juan el apóstol, uno de los Doce.
Se objeta que una reflexión teológica tan profunda como este evangelio revela no conviene a un pescador de Galilea, como fuera Juan. Pero este pensamiento no tiene en cuenta el valor carismático y sobrenatural de Pentecostés.
2. El Discípulo Amado
La tradición católica, desde la antigüedad de los primeros testimonios, ha señalado a Juan, hijo de Zebedeo y uno de los Doce apóstoles de Jesús, como autor del cuarto evangelio. La Teología protestante crítica a partir del siglo XIX con Harnack rechaza tal autoría.
Papías distingue entre el Evangelista y Apóstol Juan hijo del Zebedeo; y un presbítero Juan que aparece en las Cartas.
Según Ratzinger, el presbítero Juan habría recibido la herencia del Apóstol y discípulo amado Juan.
3. Los evangelios documentos pospacuales
Los evangelios reflejan ciertamente la fe respirada en el ambiente de la comunidad primitiva de la Iglesia, cuyos jefes venerados eran los apóstoles, a los que luego se añadió con la misma categoría Pablo (Act 1, 13.26; Gal 2, 9; 1 Cor 9, 1.
Podemos con certeza asegurar que en la comunidad apostólica pospascual Jesús de Nazaret es proclamado y creído Hijo de Dios y verdadero Dios.
La crítica ha fijado la atención en la diferencia de la comunidad pospascual y la prepascual.
La crítica racionalista solamente acepta esta fe de la comunidad pospascual como fe subjetiva, fundada en la convicción, sin realidad histórica correspondiente, de las apariciones de Jesús resucitado. Los evangelios son redacciones hechas de las palabras de Jesús a la luz de los acontecimientos pospascuales.
Diferencias entre la época prepascual y la pospascual
El problema crítico es examinar si se da ruptura entre las dos épocas, prepascual y pospascual. No eran las mismas la claridad y firmeza de la fe apostólica, antes y después de la resurrección de Jesús.
El problema para los textos evangélicos es: los textos y palabras de Jesús en su vida mortal, la casi totalidad del evangelio, ¿han sido recogidos a la luz de la nueva fe que los transforma en su propia estructura, o son realmente, en la medida de lo posible, del propio Jesús? Nos referimos a sus afirmaciones, directas o indirectas, de divinidad. ¿Son de él o han sido puestas en su boca por una fe que las transforma? ¿Dijo que era Dios o se lo han hecho decir, con toda la buena voluntad que se quiera, pero no objetivamente?
Resolver este problema es el intento de nuestro trabajo. Se propone primero las afirmaciones de Jesús que los evangelios le atribuyen, y se examinan en sí mismas, y después se analizan las razones que muevan a pensar que le deben ser reconocidas como propias.
Interesa la doble calidad de las afirmaciones de Jesús: la de su mesiandad y su divinidad.
La segunda parte: ¿Se proclamó Jesús Mesías de Israel?
La tercera parte: ¿Se proclamó Jesús a sí mismo Dios, de un modo o de otro?
Nos interesa saber si los evangelios le atribuyen manifestaciones realmente mesiánicas y realmente divinas.
En la cuarta parte propondremos las razones críticas, ya externas, ya internas, que sustentan la realidad objetiva de tales palabras afirmadas.
En la quinta, se concluye, a vista del resultado crítico, analizando la identidad mesiánica y divina de Jesús.
Capítulo II - El testimonio del Bautista sobre Jesús
La figura de Juan el Bautista aparece en los evangelios como precursor de Jesús. Los tres sinópticos y Juan dan cuenta de la aparición del Bautista en la ribera del Jordán, bautizando y predicando la llegada del reino de Dios (Mt 3, 1-6; Mc 1, 4-5; Lc 3, 3-6). Era el año 15 del imperio de Tiberio, año 27 de la era cristiana.
La predicación del Bautista levantó una gran expectación en el pueblo, según los evangelistas. Acudían a oírle y a bautizarse desde toda Judea, y especialmente de Jerusalén (Mt 3, 5; Mc 1, 5) (…) y Lucas nos ha dejado un resumen de la misma, exhortando al pueblo a vivir una vida purificada (Lc 3, 7-14; cf. Mt 3, 7-10). ¿Sería Juan el Mesías? (Lc 3, 15).
La declaración de mesiandad de Jesús de Nazaret
El evangelista Juan da cuenta de una legación especial enviada desde el Templo de Jerusalén por los responsables, para interrogar a Juan acerca de su identidad (Jn 1, 19-25)
El declaró que no era el Cristo. Tras su negación, plantearon dos preguntas: ¿Eres Elías? ¿Eres el Profeta? En el pensamiento judío, la venida del Mesías era precedida de la venida de Elías (ver Malaquías 4, 5). Juan dio respuesta negativa a las dos preguntas. Ni era Elías, ni el Profeta anunciado por Moisés (Deut 18, 15).
La última pregunta fue directa: ¿quién eres, pues? ¿qué dices de ti mismo? (Jn 1, 22). Entonces se produjo la declaración de Juan sobre su propia misión e identidad, anunciada ya en el profeta Isaías 40, 3 (…): “Soy la voz que clama en el desierto: preparad los caminos del Señor” (Mt 3, 3; Mc 1, 4; Lc 3, 4; Jn 1, 23). Y entonces desveló la misteriosa figura de uno que “venía detrás de él, del cual él no era digno ni de soltar las correas de sus sandalias”.
La declaración de divinidad de Jesús en el episodio del Bautista
Los tres sinópticos ofrecen el relato similar del bautismo de Jesús por Juan, y del extraordinario hecho registrado en él. Una paloma bajó del cielo sobre su cabeza, al recibir el agua sobre su persona de mano del Bautista. Era el Espíritu Santo. Y se oyó una voz solemne del cielo: “Este es mi Hijo, al amado, en el que me he complacido” (Mt 3, 16-17; Mc 1, 10-11; Lc 3, 22). (…).
El evangelio posterior de Juan no narra el suceso del bautismo directamente, sino solamente la relación hecha a sus discípulos por el Bautista.
El testimonio del Bautista es de fuerza singular. Pues testimonia primero que él no es el Cristo, con lo cual, al decir que detrás de él viene otro más importante, testifica en favor de la misma mesianidad de Jesús: «El es el Cristo». Pero este Mesías o Cristo para Juan, y tal como recogen todos los evangelistas el suceso y sus referencias, es un Mesías no político, como lo esperaban los judíos, sino religioso y espiritual. Y además testifica de él que es «el Hijo de Dios», el mismo que «bautiza en Espíritu Santo», sobre el cual el Espíritu mismo ha descendido, como él lo ha visto. "Y además ha oído, y por él es conocido el hecho, la voz celeste del Padre que decía: Tú eres mi Hijo, el Amado. Es, pues, un claro testimonio de Juan Bautista sobre la mesianidad y la divinidad de Jesús, conforme a los cuatro evangelios.
El evangelio de Mateo comienza la genealogía desde Abraham, y prosigue en la línea descendente hasta Jesús. El evangelio de Lucas comienza por el mismo Jesús y va ascendiendo hasta llegar también a Abraham y prosigue hasta llegar a Adán. Ello significa que posee una naturaleza verdaderamente humana en su especie, con cuerpo humano y alma espiritual, y con todo lo que estos dos simples datos encierran en su riqueza natural. Es “hombre perfecto”.
Capítulo III: Un caso singular en la historia
Jesús de Nazaret, que es hombre entre los hombres, ofrece la singularidad de reivindicar para sí el carácter divino en plenitud.
Objeto del capítulo
Mostrar que se le atribuye esta proclamación de su propia identidad. Después se mostrará la verdad de tal atribución de afirmaciones, así como el resultado de la verdad de las mismas, que conduciría a su identificación como Dios.
En el politeísmo, no se proclamaron dioses los hombres
En las religiones de politeísmo mitológico existen narraciones de “apariciones” de un dios en forma humana: tales son por ejemplo las historias mitológicas de Zeus, pero no que fuera hombre verdadero.
Entre los romanos fueron elevados a la categoría de los dioses Julio César y especialmente Augusto, creador del imperio.
En las religiones del politeísmo mitológico griego y romano, como en los relatos de Zeus, o el endiosamiento de emperadores romanos, no fueron los hombres quienes se proclamaron dioses, sino que al cabo del tiempo sus descendientes o conciudadanos, los divinizaron por la grandeza de sus hazañas.
En la historia de las religiones, ningún fundador se ha proclamado dios
Ni Moisés; ni Lao-Tsé y Kung-Fu-Tsé (Confucio); ni Budha; ni Zoroastro (o Zarathustra), anteriores a Jesús de Nazaret; ni Mani; ni Muhammad-ibn-Abdallah o Mahoma, posteriores a Jesús de Nazaret en el tiempo, se proclamaron ni pretendieron ser considerado como un dios.
Jesús de Nazaret es el único hombre que se califica de Dios
Tenemos que proclamar que Jesús de Nazaret, cuya persona es enteramente histórica en cuanto a su existencia y al origen de la religión cristiana en el siglo I en la Judea, es el único hombre conocido en la historia a quien se atribuyen palabras propias que reclaman para sí el título divino.
Segunda parte: El Mesías de Israel
Capítulo I: Los documentos evangélicos
Los hechos y palabras de Jesús de Nazaret, en relación con sus propias afirmaciones de ser el Mesías esperado por Israel, y verdadero Hijo de Dios y Dios él mismo, se hallan recogidos en los cuatro evangelios desde la antigüedad.
El término “evangelio” señala un género literario muy especial. Hechos y palabras de Jesús de Nazaret recogidos con fidelidad de testigos, que primero los proclamaron en forma oral, y luego fueron escritos en la forma actual.
1. Fechas y autores de los evangelios
Fechas. La muerte de Jesús se puede fijar en el año 30 de la era cristiana. ¿Cuánto tiempo después de su muerte fueron escritos estos documentos?
a) Hechos apostólicos de Lucas, años 61-63
b) Evangelio de lucas, anterior, años 55-60
c) Evangelio de Marcos, anterior a Lucas, años 50-55
d) Evangelio aramaico Mateo, anterior, años 40-50
1.- Evangelio arameo de Mateo apóstol a. 40-50 (40-50)
2.- Evangelio de Marcos, intérprete de Pedro apóstol a. 50-55 (60-65)
3.- Evangelio de Lucas a. 55-60 (65-75)
4.- Hechos apostólicos de Lucas a. 61-63 (c. 75)
5.- Evangelio griego de Mateo, anónimo a. 65-70 (70-80)
6.- Evangelio de Juan apóstol a. 95-100 (cfr. Jn 21, 23)
El Evangelio griego actual de Mateo, parece tener como fecha límite el año 70.
Autores. Los tres sinópticos son atribuidos a Mateo, Marcos y Lucas (desde el siglo II), a quien también corresponde el libro de los Hechos.
El evangelio de Juan. Si se consulta la tradición eclesial unánime de la antigüedad, el autor del cuarto evangelio es Juan el apóstol, uno de los Doce.
Se objeta que una reflexión teológica tan profunda como este evangelio revela no conviene a un pescador de Galilea, como fuera Juan. Pero este pensamiento no tiene en cuenta el valor carismático y sobrenatural de Pentecostés.
2. El Discípulo Amado
La tradición católica, desde la antigüedad de los primeros testimonios, ha señalado a Juan, hijo de Zebedeo y uno de los Doce apóstoles de Jesús, como autor del cuarto evangelio. La Teología protestante crítica a partir del siglo XIX con Harnack rechaza tal autoría.
Papías distingue entre el Evangelista y Apóstol Juan hijo del Zebedeo; y un presbítero Juan que aparece en las Cartas.
Según Ratzinger, el presbítero Juan habría recibido la herencia del Apóstol y discípulo amado Juan.
3. Los evangelios documentos pospacuales
Los evangelios reflejan ciertamente la fe respirada en el ambiente de la comunidad primitiva de la Iglesia, cuyos jefes venerados eran los apóstoles, a los que luego se añadió con la misma categoría Pablo (Act 1, 13.26; Gal 2, 9; 1 Cor 9, 1.
Podemos con certeza asegurar que en la comunidad apostólica pospascual Jesús de Nazaret es proclamado y creído Hijo de Dios y verdadero Dios.
La crítica ha fijado la atención en la diferencia de la comunidad pospascual y la prepascual.
La crítica racionalista solamente acepta esta fe de la comunidad pospascual como fe subjetiva, fundada en la convicción, sin realidad histórica correspondiente, de las apariciones de Jesús resucitado. Los evangelios son redacciones hechas de las palabras de Jesús a la luz de los acontecimientos pospascuales.
Diferencias entre la época prepascual y la pospascual
El problema crítico es examinar si se da ruptura entre las dos épocas, prepascual y pospascual. No eran las mismas la claridad y firmeza de la fe apostólica, antes y después de la resurrección de Jesús.
El problema para los textos evangélicos es: los textos y palabras de Jesús en su vida mortal, la casi totalidad del evangelio, ¿han sido recogidos a la luz de la nueva fe que los transforma en su propia estructura, o son realmente, en la medida de lo posible, del propio Jesús? Nos referimos a sus afirmaciones, directas o indirectas, de divinidad. ¿Son de él o han sido puestas en su boca por una fe que las transforma? ¿Dijo que era Dios o se lo han hecho decir, con toda la buena voluntad que se quiera, pero no objetivamente?
Resolver este problema es el intento de nuestro trabajo. Se propone primero las afirmaciones de Jesús que los evangelios le atribuyen, y se examinan en sí mismas, y después se analizan las razones que muevan a pensar que le deben ser reconocidas como propias.
Interesa la doble calidad de las afirmaciones de Jesús: la de su mesiandad y su divinidad.
La segunda parte: ¿Se proclamó Jesús Mesías de Israel?
La tercera parte: ¿Se proclamó Jesús a sí mismo Dios, de un modo o de otro?
Nos interesa saber si los evangelios le atribuyen manifestaciones realmente mesiánicas y realmente divinas.
En la cuarta parte propondremos las razones críticas, ya externas, ya internas, que sustentan la realidad objetiva de tales palabras afirmadas.
En la quinta, se concluye, a vista del resultado crítico, analizando la identidad mesiánica y divina de Jesús.
Capítulo II - El testimonio del Bautista sobre Jesús
La figura de Juan el Bautista aparece en los evangelios como precursor de Jesús. Los tres sinópticos y Juan dan cuenta de la aparición del Bautista en la ribera del Jordán, bautizando y predicando la llegada del reino de Dios (Mt 3, 1-6; Mc 1, 4-5; Lc 3, 3-6). Era el año 15 del imperio de Tiberio, año 27 de la era cristiana.
La predicación del Bautista levantó una gran expectación en el pueblo, según los evangelistas. Acudían a oírle y a bautizarse desde toda Judea, y especialmente de Jerusalén (Mt 3, 5; Mc 1, 5) (…) y Lucas nos ha dejado un resumen de la misma, exhortando al pueblo a vivir una vida purificada (Lc 3, 7-14; cf. Mt 3, 7-10). ¿Sería Juan el Mesías? (Lc 3, 15).
La declaración de mesiandad de Jesús de Nazaret
El evangelista Juan da cuenta de una legación especial enviada desde el Templo de Jerusalén por los responsables, para interrogar a Juan acerca de su identidad (Jn 1, 19-25)
El declaró que no era el Cristo. Tras su negación, plantearon dos preguntas: ¿Eres Elías? ¿Eres el Profeta? En el pensamiento judío, la venida del Mesías era precedida de la venida de Elías (ver Malaquías 4, 5). Juan dio respuesta negativa a las dos preguntas. Ni era Elías, ni el Profeta anunciado por Moisés (Deut 18, 15).
La última pregunta fue directa: ¿quién eres, pues? ¿qué dices de ti mismo? (Jn 1, 22). Entonces se produjo la declaración de Juan sobre su propia misión e identidad, anunciada ya en el profeta Isaías 40, 3 (…): “Soy la voz que clama en el desierto: preparad los caminos del Señor” (Mt 3, 3; Mc 1, 4; Lc 3, 4; Jn 1, 23). Y entonces desveló la misteriosa figura de uno que “venía detrás de él, del cual él no era digno ni de soltar las correas de sus sandalias”.
La declaración de divinidad de Jesús en el episodio del Bautista
Los tres sinópticos ofrecen el relato similar del bautismo de Jesús por Juan, y del extraordinario hecho registrado en él. Una paloma bajó del cielo sobre su cabeza, al recibir el agua sobre su persona de mano del Bautista. Era el Espíritu Santo. Y se oyó una voz solemne del cielo: “Este es mi Hijo, al amado, en el que me he complacido” (Mt 3, 16-17; Mc 1, 10-11; Lc 3, 22). (…).
El evangelio posterior de Juan no narra el suceso del bautismo directamente, sino solamente la relación hecha a sus discípulos por el Bautista.
El testimonio del Bautista es de fuerza singular. Pues testimonia primero que él no es el Cristo, con lo cual, al decir que detrás de él viene otro más importante, testifica en favor de la misma mesianidad de Jesús: «El es el Cristo». Pero este Mesías o Cristo para Juan, y tal como recogen todos los evangelistas el suceso y sus referencias, es un Mesías no político, como lo esperaban los judíos, sino religioso y espiritual. Y además testifica de él que es «el Hijo de Dios», el mismo que «bautiza en Espíritu Santo», sobre el cual el Espíritu mismo ha descendido, como él lo ha visto. "Y además ha oído, y por él es conocido el hecho, la voz celeste del Padre que decía: Tú eres mi Hijo, el Amado. Es, pues, un claro testimonio de Juan Bautista sobre la mesianidad y la divinidad de Jesús, conforme a los cuatro evangelios.
Capítulo III.- La expectación del Mesías en los Evangelios
Se recogen los textos evangélicos, lo que dicen que Jesús hizo o dijo. Luego se examinan para comprobar la verdad de tal atribución de estas palabras a Jesús en su vida mortal.
1. La expectación del Mesías en tiempo de Jesús
La esperanza de la llegada a su pueblo de un gran rey enviado por Dios, arranca propiamente de la misma existencia primera de la humanidad, según la tradición judía expresada por Moisés en el libro del Génesis.
“Pondré enemistades entre ti, oh Serpiente, y la Mujer, y entre tu descendencia y la suya. Este (Descendiente de la mujer) aplastará la cabeza, mientras tú pones asechanzas a su talón” (Gen 3, 14-15)
Yahvéh anuncia que un descendiente de Abraham dominará el mundo como rey. (…) (Gn 12, 2-3; 13, 14-17; 18, 18; 22, 16-18 en el sacrificio de Isaac)
Y sigue anunciando a este glorioso Descendiente como Rey de Israel, especialmente en Jacob (Gen 49, 10). Después del éxodo de Moisés los profetas continúan el anuncio.
El profeta Natán anuncia al rey que el Mesías surgirá de la familia del Rey David, y que su trono será permanente y aun eterno (2 Sam 7, 11-17; cf Lc 1, 32). Finalmente, los profetas de Israel y de Judá, después de Salomón, pronunciarán numerosos oráculos sobre el futuro Mesías, Rey de Israel.
Mesías (palabra hebrea) significa, lo mismo que Cristo (palabra griega), el Ungido, que es el nombre dado a los reyes (Jn 1, 41). Pero además de Rey, este Mesías era concebido por los profetas como profeta y sacerdote. Era un Mesías religioso, además de político.
El Mesías será, además, constituido por Yahvéh Juez de los hombres (Sal 2; Sal 71, 2) Y por él Dios hará una nueva Alianza santa con su pueblo: Tales son los magníficos privilegios sagrados prometidos al Mesías de Israel.
La expectación mesiánica existía dentro de Palestina, entre los mismos judíos, según aparece por los mismos datos evangélicos en torno a Jesús.
En primer lugar, la profecía de Jacob al morir bendiciendo a sus hijos:
«No será apartado el cetro de Judá, ni el Jefe de sus descendientes, (el cetro de entre sus piernas) hasta que venga el que ha de ser enviado, que será la esperanza de las naciones (a quien rendirán las naciones homenaje)». (Gen 49, 10).
Al reinar Herodes el Grande, que obtuvo el reino de los romanos el año 39 a.C. y murió el 4 a.C, por primera vez en la historia de Israel el mando regio había pasado a un intruso, Herodes era de Idumea y no de Israel. Podían pensar había llegado el tiempo del Mesías.
El segundo apoyo para creer llegada la época mesiánica era el del nuevo templo de Jerusalén, edificado por Zorobabel después de la vuelta de Babilonia, tras el decreto de Ciro (Esdr 3, 6-13; 5, 1-5; 6, 13-16). El propio Herodes, para congraciarse con los judíos, decidió levantar la nueva maravilla del Templo de Jerusalén, con el esplendor antiguo, comenzando su obra el año 19aC. (…) La obra de restauración y engrandecimiento del Templo (…) no había de terminarse hasta el año 64, siendo el nuevo destruido por los romanos hasta los cimientos el año 70.
El tercer fundamento, el más directo de la expectación de Israel, debía ser la célebre profecía de las setenta semanas de años del profeta Daniel, que tenían bien presente. El tiempo estaba entonces cumpliéndose al menos aproximadamente. Y así resultaba obvio que Israel esperase, según la gran profecía concreta, la próxima llegada del Mesías.
En realidad tenemos el hecho de tal expectación reflejada en los evangelios. El anciano Simeón. Y la profetisa Ana, en la misma escena, “hablaba del Niño a todos los que esperaban la redención de Israel”, que debían ser personas del pueblo fiel allí presentes por la coincidencia.
Los dos evangelistas de la infancia nos han dado otros datos de esta expectación. En Lucas el ángel anuncia a los pastores: “un gozo grande para todo el pueblo: os ha nacido hoy en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor” (Lc 2, 11). La misma difusión de expectación muestra la escena de Mateo de la llegada de los magos del Oriente. Venían en busca del Mesías o rey de los judíos.
Cuando ya Jesús comienza su predicación, la expectación se hace de nuevo más viva. Hay que tener en cuenta un hecho singular histórico. No hay profetas en Israel desde hace ya cuatro siglos, cuando aparecen Juan Bautista y Jesús de Nazaret.
Los libros sagrados han cesado de producirse desde hace como un siglo, con los libros deuterocanónicos (segundo canon) escritos en griego durante la época helenística, que ni siquiera son admitidos en el canon judío riguroso.
Hasta la aparición del Bautista y de Jesús pasará un siglo sin ningún autor inspirado, y en realidad el prodigio de la Biblia judía ha terminado definitivamente. Ya no volverá a escribirse ningún libro más. El año 70, con la dispersión judía, acabará con toda esperanza, y el canon judío (y también el cristiano) del AT queda fijo e inmutable.
Es Juan quien nos ha dejado la más concreta referencia a estas graves preguntas del pueblo que rodeaban a Jesús. En la fiesta de las Tiendas del segundo año de su predicación los rumores crecieron sobre él. Las gentes se preguntaban admiradas: «¿Cuando venga el Cristo hará más milagros que los que éste hace?» (Jn 7, 31), tanto que ya los fariseos y príncipes tomaron la decisión de prenderle (7, 32), porque había quienes al ver que no se le enfrentaban así decían: «¿Será que nuestros príncipes han reconocido que es el Cristo?» a lo cual otros respondían: «Del Cristo sabemos de dónde tiene que venir (de Belén, según Miqueas), y éste no sabemos de dónde es», de manera desdeñosa (Jn 7, 25-27)..
A esta conmoción popular podríamos referir más directamente el caso de la Samaritana, que narra Juan. Ella muestra claramente que existía la convicción de que el Mesías estaba próximo a aparecer, según el parecer del pueblo judío, sin duda por los motivos que antes hemos alegado.
Habría que añadir que, según los evangelistas, desde el mismo comienzo del ministerio de Jesús, los demonios que él expulsaba de los posesos daban testimonio de su dignidad mesiánica (y aún más, de la divina) diciendo: «Sé quién eres, Jesús de Nazaret, el Santo de Dios (Cristo)» (Mc 1, 24; Lc 4, 34), como en el caso de Cafarnaúm, primero de todos. O como en el de los Gerasenos que le proclaman «Hijo del Altísimo» (Lc 8, 28; Mc 5, 7; Mt 8, 29).
Recordemos finalmente que los últimos descubrimientos arqueológicos de Qumrán han demostrado que en aquella comunidad se vivía en la expectación del Mesías, diferente del Sacerdote supremo según la «Regla de la Comunidad», cuyo puesto estaba reservado para cuando apareciese.
2. Los títulos mesiánicos
Son varios los títulos propios del Mesías, y debemos tenerlos en cuenta al estudiar la mesianidad proclamada de Jesús. Directamente el título de Mesías significa en hebreo «Ungido», lo mismo que en griego Cristo, que viene de «crisma» (jrisma) o unción. Los reyes de Israel eran ungidos por el sacerdote supremo, o por el profeta de Yahvéh, como aparece en el primer rey de Israel, Saúl, que fue ungido con aceite sagrado por el profeta Samuel, que era también el último de los Jueces de Israel, por orden de Yahvéh (1 Sam 10, 1). Después de él, tras su reprobación por su falta en Gálgala, fue ungido el joven David, siguiendo Samuel las divinas instrucciones (1 Sam 15, 22-28; 16, 1-13). Antes de morir David proclamó rey a su hijo Salomón, por la unción sagrada hecha por el sacerdote Sadoc.
El primer título mesiánico es el de Rey. «Cristo» y «Mesías», es lo mismo que «Rey» proclamado por Dios en Israel. Es el Rey del Reino de Dios, que era Israel, donde el rey ocupaba el lugar divino para el gobierno, siendo así Israel una teocracia. Este título de «Rey-Mesías, Cristo» se concreta ya en el «Reino de Dios», ya también en el «Reino de los cielos», que será frase usual en labios de Jesús.
El segundo título mesiánico claro es el de «Hijo de David», por haber sido prometido a David que en su descendencia estaría el Mesías, cuyo reino será eterno (2 Sam 7, 12, 16; Sal 88, 4-5. 27-28. 36-37). Constaba entre los judíos con claridad esta promesa divina hecha a David para su descendencia, y así el Mesías recibía el nombre de «Hijo de David» (Mt 22, 42; Mc 12, 35; Le 20, 41), y por esto mismo había anunciado Miqueas en su profecía que el Mesías debía nacer en Belén, que era la ciudad de David (Miq 5, 2).
El tercer título del Mesías es el de «Hijo del Hombre». En la célebre profecía de Daniel, el profeta ve venir sobre las nubes del cielo a un ser en figura humana, por lo cual es «Hijo del hombre», el cual recibe de Dios el reino perpetuo, sustituyendo a los demás imperios anteriores de la historia. La figura representa, dice el profeta Daniel, al «pueblo de los Santos», y evidentemente lo representa a la manera antigua en que el rey de un pueblo era la figura de su propio pueblo y reino (Dan 7, 13-14; 7, 27).
Ratzinger en “Jesús de Nazaret”. En Marcos aparece 14 veces Hijo del hombre. La emplea únicamente Jesús salvo Esteban durante el martirio. La cristología de los autores del NT se basa en los títulos Mesías (Cristo), Kyrios (Señor) e Hijo de Dios.
En cuanto a un cuarto título, el de «Santo de Dios», que es también título mesiánico, apunta más directamente a la trascendencia divina del Mesías. La santidad es claramente un atributo divino característico. Dios es el Santo por excelencia, y el Santo de Dios será un hombre que participe de este divino atributo de modo particular. También los otros títulos anteriores, en especial el de «Hijo del hombre» muestran su carácter trascendente, pues sobrepasan la figura de un hombre ordinario. Pero de modo más especial queda esto claro en la «Santidad», como consta en el AT de manera múltiple.
Propuestos así estos títulos, en el capítulo siguiente veremos cómo Jesús hizo aplicación de ellos a sí mismo, bien sea directamente, bien sea aceptando sin protesta que le fuesen aplicados por los que acudían a él o le veneraban con tales títulos.
Jesús de Nazaret – Joseph Ratzinger
10.- NOMBRES CON LOS QUE JESÚS SE NOMBRA A SÍ MISMO (p. 371)
Durante la vida de Jesús, los hombres procuraron interpretar su misteriosa figura según las categorías que les eran familiares y que deberían servir para descifrara su misterio: se le consideró un profeta, como Elías o Jeremías que había vuelto, o como Juan el Bautista (cf. Mc 8, 28).
Pedro utilizó – como hemos visto- títulos diferentes, superiores: Mesías, Hijo de Dios vivo. El intento de condensar el misterio de Jesús en títulos que interpretaran su misión, más aún, su propio ser, prosiguió después de la Pascua.
Cada vez fueron cristalizando tres títulos fundamentales: Cristo (Mesías); Kyrios (Señor) e Hijo de Dios.
El primero apenas era comprensible fuera del ámbito semita: desapareció muy pronto como título único y su fundió con el nombre de Jesús: Jesucristo. La palabra que debía servir de explicación se convirtió en nombre. Por tanto, con razón su misión se convirtió en parte de su nombre.
En cuanto a los títulos Kyrios y de Hijo, ambos apuntaban en la misma dirección. La palabra “Señor” había pasado a ser, en el curso de la evolución del A.T. y del judaísmo temprano, un sinónimo del nombre de Dios y, por tanto, incorporaba ahora a Jesús en su comunión ontológica con Dios, lo declaraba como el Dios vivo que se nos hace presente. También la expresión Hijo de Dios lo unía al ser mismo de Dios.
No obstante, para determinar el tipo de vinculación ontológica de que se trataba fueron necesarias discusiones extenuantes desde el momento en que la fe quiso demostrar también su propia racionalidad y reconocerla claramente. ¿Se trataba del Hijo en un sentido traslaticio –en el sentido de una especial cercanía a Dios-, o la palabra indicaba que en Dios se daban realmente Padre e Hijo? ¿Supone que Él era realmente “igual a Dios”, Dios verdadero de Dios verdadero? El primer concilio de Nicea (325) solventó esta discusión con el término homousios (“consustancial, de la misma sustancia), el único término filosófico que ha entrado en el Credo. Pero es un término que sirve para preservar la fidelidad de la palabra bíblica. Nos quiere decir que cuando los testigos de Jesús nos dicen que Jesús es “el Hijo”, no lo hacen en un sentido mitológico ni político, que eran los dos significados más familiares en el contexto de la época. Es una afirmación que ha de entenderse literalmente: sí, en Dios mismo hay desde la eternidad un diálogo entre Padre e Hijo que, en el Espíritu Santo, son verdaderamente el mismo y único Dios.
Debemos prestar una atención más detallada a las denominaciones con las que Jesús se designa a sí mismo en los Evangelios. Son dos. Por un lado, se llama preferentemente “Hijo del hombre”; por otro, hay textos – sobre todo en el evangelio de Juan- en los que se refiere a sí mismo simplemente como el “Hijo”.
Jesús nunca utiliza el título Mesías para referirse a sí mismo; el de Hijo de Dios lo encontramos en su boca en algunos pasajes del Evangelio de Juan. Cuando se le ha llamado Mesías o con designaciones similares – como en el caso de los demonios expulsados y en el de la confesión de Pedro-, Él ordena guardar silencio. Sobre la cruz queda plasmado, esta vez de manera pública, el título de Mesías, Rey de los judíos. Y aquí puede tranquilamente aparecer escrito en las tres lenguas del mundo de entonces (Jn 19, 19s), pues por fin se le ha quitado toda ambigüedad. El tener la cruz por trono le da al título su interpretación correcta. Dios reina desde el madero; así es como la Iglesia antigua ha celebrado este nuevo reinado.
1. La expectación del Mesías en tiempo de Jesús
La esperanza de la llegada a su pueblo de un gran rey enviado por Dios, arranca propiamente de la misma existencia primera de la humanidad, según la tradición judía expresada por Moisés en el libro del Génesis.
“Pondré enemistades entre ti, oh Serpiente, y la Mujer, y entre tu descendencia y la suya. Este (Descendiente de la mujer) aplastará la cabeza, mientras tú pones asechanzas a su talón” (Gen 3, 14-15)
Yahvéh anuncia que un descendiente de Abraham dominará el mundo como rey. (…) (Gn 12, 2-3; 13, 14-17; 18, 18; 22, 16-18 en el sacrificio de Isaac)
Y sigue anunciando a este glorioso Descendiente como Rey de Israel, especialmente en Jacob (Gen 49, 10). Después del éxodo de Moisés los profetas continúan el anuncio.
El profeta Natán anuncia al rey que el Mesías surgirá de la familia del Rey David, y que su trono será permanente y aun eterno (2 Sam 7, 11-17; cf Lc 1, 32). Finalmente, los profetas de Israel y de Judá, después de Salomón, pronunciarán numerosos oráculos sobre el futuro Mesías, Rey de Israel.
Mesías (palabra hebrea) significa, lo mismo que Cristo (palabra griega), el Ungido, que es el nombre dado a los reyes (Jn 1, 41). Pero además de Rey, este Mesías era concebido por los profetas como profeta y sacerdote. Era un Mesías religioso, además de político.
El Mesías será, además, constituido por Yahvéh Juez de los hombres (Sal 2; Sal 71, 2) Y por él Dios hará una nueva Alianza santa con su pueblo: Tales son los magníficos privilegios sagrados prometidos al Mesías de Israel.
La expectación mesiánica existía dentro de Palestina, entre los mismos judíos, según aparece por los mismos datos evangélicos en torno a Jesús.
En primer lugar, la profecía de Jacob al morir bendiciendo a sus hijos:
«No será apartado el cetro de Judá, ni el Jefe de sus descendientes, (el cetro de entre sus piernas) hasta que venga el que ha de ser enviado, que será la esperanza de las naciones (a quien rendirán las naciones homenaje)». (Gen 49, 10).
Al reinar Herodes el Grande, que obtuvo el reino de los romanos el año 39 a.C. y murió el 4 a.C, por primera vez en la historia de Israel el mando regio había pasado a un intruso, Herodes era de Idumea y no de Israel. Podían pensar había llegado el tiempo del Mesías.
El segundo apoyo para creer llegada la época mesiánica era el del nuevo templo de Jerusalén, edificado por Zorobabel después de la vuelta de Babilonia, tras el decreto de Ciro (Esdr 3, 6-13; 5, 1-5; 6, 13-16). El propio Herodes, para congraciarse con los judíos, decidió levantar la nueva maravilla del Templo de Jerusalén, con el esplendor antiguo, comenzando su obra el año 19aC. (…) La obra de restauración y engrandecimiento del Templo (…) no había de terminarse hasta el año 64, siendo el nuevo destruido por los romanos hasta los cimientos el año 70.
El tercer fundamento, el más directo de la expectación de Israel, debía ser la célebre profecía de las setenta semanas de años del profeta Daniel, que tenían bien presente. El tiempo estaba entonces cumpliéndose al menos aproximadamente. Y así resultaba obvio que Israel esperase, según la gran profecía concreta, la próxima llegada del Mesías.
En realidad tenemos el hecho de tal expectación reflejada en los evangelios. El anciano Simeón. Y la profetisa Ana, en la misma escena, “hablaba del Niño a todos los que esperaban la redención de Israel”, que debían ser personas del pueblo fiel allí presentes por la coincidencia.
Los dos evangelistas de la infancia nos han dado otros datos de esta expectación. En Lucas el ángel anuncia a los pastores: “un gozo grande para todo el pueblo: os ha nacido hoy en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor” (Lc 2, 11). La misma difusión de expectación muestra la escena de Mateo de la llegada de los magos del Oriente. Venían en busca del Mesías o rey de los judíos.
Cuando ya Jesús comienza su predicación, la expectación se hace de nuevo más viva. Hay que tener en cuenta un hecho singular histórico. No hay profetas en Israel desde hace ya cuatro siglos, cuando aparecen Juan Bautista y Jesús de Nazaret.
Los libros sagrados han cesado de producirse desde hace como un siglo, con los libros deuterocanónicos (segundo canon) escritos en griego durante la época helenística, que ni siquiera son admitidos en el canon judío riguroso.
Hasta la aparición del Bautista y de Jesús pasará un siglo sin ningún autor inspirado, y en realidad el prodigio de la Biblia judía ha terminado definitivamente. Ya no volverá a escribirse ningún libro más. El año 70, con la dispersión judía, acabará con toda esperanza, y el canon judío (y también el cristiano) del AT queda fijo e inmutable.
Es Juan quien nos ha dejado la más concreta referencia a estas graves preguntas del pueblo que rodeaban a Jesús. En la fiesta de las Tiendas del segundo año de su predicación los rumores crecieron sobre él. Las gentes se preguntaban admiradas: «¿Cuando venga el Cristo hará más milagros que los que éste hace?» (Jn 7, 31), tanto que ya los fariseos y príncipes tomaron la decisión de prenderle (7, 32), porque había quienes al ver que no se le enfrentaban así decían: «¿Será que nuestros príncipes han reconocido que es el Cristo?» a lo cual otros respondían: «Del Cristo sabemos de dónde tiene que venir (de Belén, según Miqueas), y éste no sabemos de dónde es», de manera desdeñosa (Jn 7, 25-27)..
A esta conmoción popular podríamos referir más directamente el caso de la Samaritana, que narra Juan. Ella muestra claramente que existía la convicción de que el Mesías estaba próximo a aparecer, según el parecer del pueblo judío, sin duda por los motivos que antes hemos alegado.
Habría que añadir que, según los evangelistas, desde el mismo comienzo del ministerio de Jesús, los demonios que él expulsaba de los posesos daban testimonio de su dignidad mesiánica (y aún más, de la divina) diciendo: «Sé quién eres, Jesús de Nazaret, el Santo de Dios (Cristo)» (Mc 1, 24; Lc 4, 34), como en el caso de Cafarnaúm, primero de todos. O como en el de los Gerasenos que le proclaman «Hijo del Altísimo» (Lc 8, 28; Mc 5, 7; Mt 8, 29).
Recordemos finalmente que los últimos descubrimientos arqueológicos de Qumrán han demostrado que en aquella comunidad se vivía en la expectación del Mesías, diferente del Sacerdote supremo según la «Regla de la Comunidad», cuyo puesto estaba reservado para cuando apareciese.
2. Los títulos mesiánicos
Son varios los títulos propios del Mesías, y debemos tenerlos en cuenta al estudiar la mesianidad proclamada de Jesús. Directamente el título de Mesías significa en hebreo «Ungido», lo mismo que en griego Cristo, que viene de «crisma» (jrisma) o unción. Los reyes de Israel eran ungidos por el sacerdote supremo, o por el profeta de Yahvéh, como aparece en el primer rey de Israel, Saúl, que fue ungido con aceite sagrado por el profeta Samuel, que era también el último de los Jueces de Israel, por orden de Yahvéh (1 Sam 10, 1). Después de él, tras su reprobación por su falta en Gálgala, fue ungido el joven David, siguiendo Samuel las divinas instrucciones (1 Sam 15, 22-28; 16, 1-13). Antes de morir David proclamó rey a su hijo Salomón, por la unción sagrada hecha por el sacerdote Sadoc.
El primer título mesiánico es el de Rey. «Cristo» y «Mesías», es lo mismo que «Rey» proclamado por Dios en Israel. Es el Rey del Reino de Dios, que era Israel, donde el rey ocupaba el lugar divino para el gobierno, siendo así Israel una teocracia. Este título de «Rey-Mesías, Cristo» se concreta ya en el «Reino de Dios», ya también en el «Reino de los cielos», que será frase usual en labios de Jesús.
El segundo título mesiánico claro es el de «Hijo de David», por haber sido prometido a David que en su descendencia estaría el Mesías, cuyo reino será eterno (2 Sam 7, 12, 16; Sal 88, 4-5. 27-28. 36-37). Constaba entre los judíos con claridad esta promesa divina hecha a David para su descendencia, y así el Mesías recibía el nombre de «Hijo de David» (Mt 22, 42; Mc 12, 35; Le 20, 41), y por esto mismo había anunciado Miqueas en su profecía que el Mesías debía nacer en Belén, que era la ciudad de David (Miq 5, 2).
El tercer título del Mesías es el de «Hijo del Hombre». En la célebre profecía de Daniel, el profeta ve venir sobre las nubes del cielo a un ser en figura humana, por lo cual es «Hijo del hombre», el cual recibe de Dios el reino perpetuo, sustituyendo a los demás imperios anteriores de la historia. La figura representa, dice el profeta Daniel, al «pueblo de los Santos», y evidentemente lo representa a la manera antigua en que el rey de un pueblo era la figura de su propio pueblo y reino (Dan 7, 13-14; 7, 27).
Ratzinger en “Jesús de Nazaret”. En Marcos aparece 14 veces Hijo del hombre. La emplea únicamente Jesús salvo Esteban durante el martirio. La cristología de los autores del NT se basa en los títulos Mesías (Cristo), Kyrios (Señor) e Hijo de Dios.
En cuanto a un cuarto título, el de «Santo de Dios», que es también título mesiánico, apunta más directamente a la trascendencia divina del Mesías. La santidad es claramente un atributo divino característico. Dios es el Santo por excelencia, y el Santo de Dios será un hombre que participe de este divino atributo de modo particular. También los otros títulos anteriores, en especial el de «Hijo del hombre» muestran su carácter trascendente, pues sobrepasan la figura de un hombre ordinario. Pero de modo más especial queda esto claro en la «Santidad», como consta en el AT de manera múltiple.
Propuestos así estos títulos, en el capítulo siguiente veremos cómo Jesús hizo aplicación de ellos a sí mismo, bien sea directamente, bien sea aceptando sin protesta que le fuesen aplicados por los que acudían a él o le veneraban con tales títulos.
Jesús de Nazaret – Joseph Ratzinger
10.- NOMBRES CON LOS QUE JESÚS SE NOMBRA A SÍ MISMO (p. 371)
Durante la vida de Jesús, los hombres procuraron interpretar su misteriosa figura según las categorías que les eran familiares y que deberían servir para descifrara su misterio: se le consideró un profeta, como Elías o Jeremías que había vuelto, o como Juan el Bautista (cf. Mc 8, 28).
Pedro utilizó – como hemos visto- títulos diferentes, superiores: Mesías, Hijo de Dios vivo. El intento de condensar el misterio de Jesús en títulos que interpretaran su misión, más aún, su propio ser, prosiguió después de la Pascua.
Cada vez fueron cristalizando tres títulos fundamentales: Cristo (Mesías); Kyrios (Señor) e Hijo de Dios.
El primero apenas era comprensible fuera del ámbito semita: desapareció muy pronto como título único y su fundió con el nombre de Jesús: Jesucristo. La palabra que debía servir de explicación se convirtió en nombre. Por tanto, con razón su misión se convirtió en parte de su nombre.
En cuanto a los títulos Kyrios y de Hijo, ambos apuntaban en la misma dirección. La palabra “Señor” había pasado a ser, en el curso de la evolución del A.T. y del judaísmo temprano, un sinónimo del nombre de Dios y, por tanto, incorporaba ahora a Jesús en su comunión ontológica con Dios, lo declaraba como el Dios vivo que se nos hace presente. También la expresión Hijo de Dios lo unía al ser mismo de Dios.
No obstante, para determinar el tipo de vinculación ontológica de que se trataba fueron necesarias discusiones extenuantes desde el momento en que la fe quiso demostrar también su propia racionalidad y reconocerla claramente. ¿Se trataba del Hijo en un sentido traslaticio –en el sentido de una especial cercanía a Dios-, o la palabra indicaba que en Dios se daban realmente Padre e Hijo? ¿Supone que Él era realmente “igual a Dios”, Dios verdadero de Dios verdadero? El primer concilio de Nicea (325) solventó esta discusión con el término homousios (“consustancial, de la misma sustancia), el único término filosófico que ha entrado en el Credo. Pero es un término que sirve para preservar la fidelidad de la palabra bíblica. Nos quiere decir que cuando los testigos de Jesús nos dicen que Jesús es “el Hijo”, no lo hacen en un sentido mitológico ni político, que eran los dos significados más familiares en el contexto de la época. Es una afirmación que ha de entenderse literalmente: sí, en Dios mismo hay desde la eternidad un diálogo entre Padre e Hijo que, en el Espíritu Santo, son verdaderamente el mismo y único Dios.
Debemos prestar una atención más detallada a las denominaciones con las que Jesús se designa a sí mismo en los Evangelios. Son dos. Por un lado, se llama preferentemente “Hijo del hombre”; por otro, hay textos – sobre todo en el evangelio de Juan- en los que se refiere a sí mismo simplemente como el “Hijo”.
Jesús nunca utiliza el título Mesías para referirse a sí mismo; el de Hijo de Dios lo encontramos en su boca en algunos pasajes del Evangelio de Juan. Cuando se le ha llamado Mesías o con designaciones similares – como en el caso de los demonios expulsados y en el de la confesión de Pedro-, Él ordena guardar silencio. Sobre la cruz queda plasmado, esta vez de manera pública, el título de Mesías, Rey de los judíos. Y aquí puede tranquilamente aparecer escrito en las tres lenguas del mundo de entonces (Jn 19, 19s), pues por fin se le ha quitado toda ambigüedad. El tener la cruz por trono le da al título su interpretación correcta. Dios reina desde el madero; así es como la Iglesia antigua ha celebrado este nuevo reinado.
1. HIJO DEL HOMBRE
Hijo del hombre: esta misteriosa expresión es el título que Jesús emplea con mayor frecuencia cuando habla de sí mismo. Sólo en el evangelio de Marcos aparece catorce veces en boca de Jesús. Más aún, en todo el N.T. la expresión Hijo del hombre la encontramos sólo en boca de Jesús, con la única excepción de la visión de Esteban: “Veo el cielo abierto y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios” (Hcnh 7, 56).
Esteban ve en el momento de su muerte lo que Jesús había anunciado durante el proceso del Sanedrín: “Veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha del Todopoderoso y venir entre las nubes del cielo Mc 14, 62)
La cristología de los autores del N.T., también la de los evangelistas, no se basa en el título Hijo del hombre, sino en los títulos de Mesías (Cristo), Kyrios (Señor) e Hijo de Dios, que comenzaron a ser usados ya durante la vida de Jesús. La expresión Hijo del hombre es característica de las palabras de Jesús mismo.
Se distinguen en general tres grupos de palabras referentes al Hijo del hombre:
El primero estaría compuesto por las que aluden al Hijo del hombre que ha de venir.
El segundo grupo estaría formado por palabras que se refieren a la actuación terrena del Hijo del hombre
El tercero, hablaría de su pasión y resurrección.
La mayoría de los exegetas tienden a considerar sólo los términos del primer grupo como verdaderas palabras de Jesús.
El segundo grupo, al que pertenecen las palabras referentes al poder de perdonar los pecados, a su autoridad sobre el sábado … se habría formado según una de las principales corrientes de estas teorías en la tradición palestina, tendrían un origen muy antiguo, pero no se podría atribuir directamente a Jesús.
Las más recientes serían las afirmaciones sobre la pasión y resurrección del Hijo del hombre.
De esta manera a la comunidad anónima se le atribuye una sorprendente genialidad teológica. Pero no es así, lo grande, lo novedoso, lo impresionante, procede precisamente de Jesús; en la fe y en la comunidad se desarrolla, pero no se crea.
La expresión Hijo del hombre, con la cual Jesús ocultó su misterio y al mismo tiempo fue haciéndolo accesible poco a poco, era nueva y sorprendente. No era un título habitual de la esperanza mesiánica, pero responde perfectamente al modo de la predicación de Jesús, que se expresa mediante palabras enigmáticas y parábolas, intentando conducir paulatinamente hacia el misterio, que solamente pude descubrirse verdaderamente siguiéndole a Él.
“Hijo del hombre” significa en principio, tanto en hebreo como en arameo, simplemente “hombre”. El paso de una a otra, de la simple palabra “hombre” a la expresión “Hijo del hombre” y viceversa puede verse en unas palabras sobre el sábado que encontramos en los sinópticos. En Marcos se lee: “El sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado” (Mt 12, 8; Lc 6, 5).
Hijo del hombre: esta misteriosa expresión es el título que Jesús emplea con mayor frecuencia cuando habla de sí mismo. Sólo en el evangelio de Marcos aparece catorce veces en boca de Jesús. Más aún, en todo el N.T. la expresión Hijo del hombre la encontramos sólo en boca de Jesús, con la única excepción de la visión de Esteban: “Veo el cielo abierto y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios” (Hcnh 7, 56).
Esteban ve en el momento de su muerte lo que Jesús había anunciado durante el proceso del Sanedrín: “Veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha del Todopoderoso y venir entre las nubes del cielo Mc 14, 62)
La cristología de los autores del N.T., también la de los evangelistas, no se basa en el título Hijo del hombre, sino en los títulos de Mesías (Cristo), Kyrios (Señor) e Hijo de Dios, que comenzaron a ser usados ya durante la vida de Jesús. La expresión Hijo del hombre es característica de las palabras de Jesús mismo.
Se distinguen en general tres grupos de palabras referentes al Hijo del hombre:
El primero estaría compuesto por las que aluden al Hijo del hombre que ha de venir.
El segundo grupo estaría formado por palabras que se refieren a la actuación terrena del Hijo del hombre
El tercero, hablaría de su pasión y resurrección.
La mayoría de los exegetas tienden a considerar sólo los términos del primer grupo como verdaderas palabras de Jesús.
El segundo grupo, al que pertenecen las palabras referentes al poder de perdonar los pecados, a su autoridad sobre el sábado … se habría formado según una de las principales corrientes de estas teorías en la tradición palestina, tendrían un origen muy antiguo, pero no se podría atribuir directamente a Jesús.
Las más recientes serían las afirmaciones sobre la pasión y resurrección del Hijo del hombre.
De esta manera a la comunidad anónima se le atribuye una sorprendente genialidad teológica. Pero no es así, lo grande, lo novedoso, lo impresionante, procede precisamente de Jesús; en la fe y en la comunidad se desarrolla, pero no se crea.
La expresión Hijo del hombre, con la cual Jesús ocultó su misterio y al mismo tiempo fue haciéndolo accesible poco a poco, era nueva y sorprendente. No era un título habitual de la esperanza mesiánica, pero responde perfectamente al modo de la predicación de Jesús, que se expresa mediante palabras enigmáticas y parábolas, intentando conducir paulatinamente hacia el misterio, que solamente pude descubrirse verdaderamente siguiéndole a Él.
“Hijo del hombre” significa en principio, tanto en hebreo como en arameo, simplemente “hombre”. El paso de una a otra, de la simple palabra “hombre” a la expresión “Hijo del hombre” y viceversa puede verse en unas palabras sobre el sábado que encontramos en los sinópticos. En Marcos se lee: “El sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado” (Mt 12, 8; Lc 6, 5).