EL MESIAS JESUS DE NAZARET
A partir del segundo trimestre vamos a reflexionar sobre Jesús de Nazaret en los Evangelios y en particular siguiendo la reflexión del P. Igartua S.J. en el sentido de que dijo de sí mismo, no sólo dijeron que dijo, que era el Mesías y el Hijo de Dios. Es un caso único en la historia.
El P. Igartua S.J. aborda el tema de la divinidad de Jesucristo como problema central de la historia humana. Las palabras de Jesús, confirmadas con su muerte admirable, no son solamente palabras de sabiduría humana, son palabras de un Dios. Partiendo de tales palabras humanas y divinas, que han sido recogidas en los evangelios y en la tradición humana cristiana, deseamos alcanzar, con un método que desearíamos fiel y riguroso, la suprema verdad de quien se ha proclamado y es creído Dios y hombre verdadero. Hacer llegar al corazón de los nombres la convicción de que aquel que ha dicho tales palabras, afirmando que es Mesías y Dios, lo es verdaderamente, tal es el intento de este libro para el lector.
Creemos firmemente que El ha de volver. No pasó en vano sobre la tierra. Sentado a la derecha del Padre dirige la historia de la Iglesia y del mundo como rey de los ángeles y los hombres. Volverá para juzgar la historia y a cada uno de los humanos, los de la generación de Adán, que es la suya. Jesús de Nazaret, Mesías no sólo de Israel sino de todos los hombres, revelado y de nuevo por revelar, verdadero hombre y verdadero Dios, como le proclamamos en nuestra fe. El llama a nuestro corazón y al de nuestra generación tan frágil y trabajada. «Hombres, no temáis, abrid la puerta al Redentor», proclamó Juan Pablo II al inaugurar su dinámico pontificado entre los hombres.
La primera parte del libro trata sobre Jesús de Nazaret, Hombre en la historia y consta de tres capítulos: el primero, un tiempo de expectación, el segundo, un hombre llamado Jesús y el tercero, un caso singular en la historia.
PRIMERA PARTE: JESÚS DE NAZARET, HOMBRE EN LA HISTORIA
Capítulo I.- UN TIEMPO DE EXPECTACIÓN
Un tiempo de expectación
Resumen
1.- Un hombre que vendrá de Judea. No sólo en Israel, sino en todo el mundo se puede decir que existía esta expectación. Dos años ó tres más tarde de la proclamación de la gran paz romana, según los datos más verosímiles, nace en Belén Jesús de Nazaret, de María virgen, la esposa de José. Nace así el gran Pacificador en el momento de gloria de la paz humana. Ha llegado la llamada bíblicamente por Pablo plenitud de los tiempos: «Cuando vino la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer» (Gal 4,4; Ef 1,10).
Esta plenitud de los tiempos llega en un gran momento histórico, un momento de expectación de plenitud. En los evangelios se hallan muestras indicadoras de la expectación del Mesías de Israel, difundida en el ambiente de algún modo. Pero tenemos testimonios del ambiente judío, y romano que muestran tal expectación como difundida «por el Oriente», en general, y en concreto indudablemente en Judea durante el tiempo que precede a la guerra judía de la destrucción de Jerusalén (años 66-70 dC),
2.- El oráculo de la Sibila en Roma
Tenemos tres testimonios romanos sobre el oráculo de la Sibila: Cicerón, Suetonio y Virgilio, los cuales son independientes entre sí, y se refieren a distinto año y persona. Cicerón se refiere a la pretensión de Lucio Cotta en el Senado en favor de Julio César; Suetonio se refiere a Augusto en su nacimiento, y Virgilio probablemente a Polión y su hijo. Pero en los tres autores hallamos el oráculo, calificado por Flavio Josefo de «ambiguo», atribuido a la Sibila (en Virgilio es la de Cumas).
Existía pues durante la mitad final del siglo I aC. en Roma una persuasión, que intentaban aprovechar la difusión popular del anuncio profético sibilino, la persuasión de que se avecinaba una nueva edad para Roma y el mundo, y de que iba a comenzar un tiempo nuevo, como un renacer del mundo, con presencia divina entre los hombres. Esta convicción o esperanza confirmaba desde Roma, la muy anterior esperanza mesiáni¬ca de Israel, que venía desde su padre Abraham en el siglo XIX aC., y vehementemente expresada por los grandes profetas de Israel en los siglos VIII-VI aC. (18)
3.- La expectación en Israel
Los evangelios nos muestran la expectación actualiza¬da del tiempo de la plenitud del Mesías en Israel. Los magos vienen buscando al anunciado rey de los judíos, y preguntan por él en Jerusalén (Mt 2,2). La Samaritana, y esto en la cismática Samaría, dice que, como va a venir pronto el Mesías, «cuando él venga nos lo explicará todo» (Jn 4.25). Los discípulos Andrés y Felipe, galileos, hablan por primera vez con Jesús, y reconocen en él al Mesías del que hablaron los profetas (Jn 1, 41.45). Aparece el Bautista predicando en el Jordán y las multitudes corren a él, y piensan que puede ser el Mesías, aun los mismos sacerdotes y escribas (Jn 1, 19-25). Los discípulos de Juan traen la pregunta sobre la identidad mesiánica de Jesús, enviados por su maestro desde la cárcel herodiana (Mt 11,3; Lc 7, 19). Las multitudes se conmueven ante Jesús, le siguen multitudinariamente, y piensan que es el rey de Israel, o sea su Mesías, (Me 3, 7-8; Mt 4, 23-25; Le 6, 17) y se preguntan concretamente si no es el Mesías esperado, y muchos lo dan por seguro (Jn 7, 26-27. 31. 41-43), y lo proclaman como el esperado rey de Israel (Jn 6, 14-15; Mt 21, 9-11; Me 11, 10; Lc 19, 38). Verdaderamente se puede decir que en el Oriente, y concretamente en Israel, estaba difundida la esperanza de una próxima llegada del Mesías.
En la profecía de Daniel se fija el tiempo de la llegada de las promesas divinas en setenta semanas de años a partir del decreto persa de restauración de la ciudad de Jerusalén y de su templo, dado por Ciro y renovado por Darío y Artajerjes. El tiempo estaba para llegar en el comienzo del siglo I, y los escribas no podían omitir la interpretación ya actual del tiempo fijado en la profecía. Por ello, es seguro que tal expectación «estaba difundida en Oriente» como han dicho Flavio Josefo, Tácito y Suetonio. Había llegado el tiempo largamente esperado de la plenitud.
4.- La expectación mesiánica en otras religiones
La expectación mesiánica de Israel tiene huellas en la literatura sibilina romana auténtica del siglo I antes de Cristo. Y nos dicen sus historiadores que «se hallaba difundida en el Oriente». Es la ocasión de recordar la célebre profecía bíblica de Balaam, que anuncia un rey de Israel para el futuro, cuyo signo real es una estrella, y que reina sobre sus enemigos a los que derrota y vence, se produce en un ambiente pagano, aunque él aparece como un profeta divino verdadero que da culto a Yahveh.
Y podemos preguntarnos: ¿existió también acaso en otras religio¬nes importantes algún vestigio de esta esperanza mesiánica, sea en los oráculos, sea en los libros sagrados de sus guías religiosos, una esperanza mesiánica de expectación de un hombre futuro santo? He aquí lo que parece que se puede responder.
El grande organizador de las costumbres del imperio Chino, Confucio o Kun'g-Fu-Tsé, en el segundo de sus cuatro libros clásicos ha dejado unas misteriosas palabras, que parece anuncian la llegada futura de un hombre santo excepcional. He aquí lo que dice en el capítulo XXXI:
«Cuando este hombre de excepcional santidad, cuyas cualida¬des son vastas y profundas como el Cielo, de a conocer sus innumerables virtudes y sus portentosas cualidades, ni un solo pueblo dejará de mostrarle veneración; cuando hable todos ten¬drán fe en sus palabras; su actuación proporcionará la felicidad a todos los hombres.
Según J. Schmidt (Orígenes de los mitos: cit. por A. Nicolás Jesucristo, Madrid 1875, Ia parte, c. IX, p. 67) un emperador de China, Ming-Ti, envió una embajada expresa «para reconocer al Santo que debía aparecer en Occidente, según antiguas tradiciones».
También dice el Talmud Babilónico (Santsed, c. II) que «en aquella época acudió a Jerusalén, para ver al Salvador del mundo, un gran número de gentiles»
También se ha señalado que esta esperanza de un hombre futuro extraordinario se halla en la esperanza de otras diversas creencias en formas diversas. Es muy notable, en este aspecto, el mito de Prometeo en el primer gran trágico griego Esquilo.
Del mismo modo otros autores han señalado que en otras varias religiones, además de las antes citadas, parece haber existido la esperanza o el anhelo de la venida de Dios sobre la tierra, en forma semejante al menos a una esperanza mesiánica.
Entonces podemos hacernos quizás una pregunta. Puede ser este anhelo general un lejano retoño permanente de la esperanza comunicada al primer hombre en el Paraíso, según el relato bíblico de que un día vendría en la historia un hombre extraordinario, hijo de la mujer, que vencería al enemigo primera del mundo, la esperanza de un Salvador hombre (Hijo de Mujer) enviado por el mismo Dios, esta esperanza debió conservarse, aunque fuese modificada por los errores de la mitología, en los hombres de toda la raza humana de Adán, por ser tan grande e importante el anuncio. Y los hechos señalados parecen confirmar que de diversos modos los vestigios de esta primera esperanza de «un Mesías», un vencedor del mal, se han conservado en las distintas tradiciones humanas. Aunque la idea pura y sin error solamente se haya transmitido a través de la esperanza de Israel, pueblo de Dios, que sin embargo tampoco pudo o supo comprender la realidad de tal Mesías, a pesar de las voces proféticas que jalonaron su camino.
El libro consta de:
Prólogo
Primera parte: Jesús de Nazaret, Hombre en la historia
Segunda parte: El Mesías de Israel
Tercera parte: El Hijo de Dios
Cuarta parte: Realidad de las afirmaciones de Jesús
Quinta parte: Identidad y conciencia de Jesús de Nazaret
Epilogo: Una apologética por la historia
A partir del segundo trimestre vamos a reflexionar sobre Jesús de Nazaret en los Evangelios y en particular siguiendo la reflexión del P. Igartua S.J. en el sentido de que dijo de sí mismo, no sólo dijeron que dijo, que era el Mesías y el Hijo de Dios. Es un caso único en la historia.
El P. Igartua S.J. aborda el tema de la divinidad de Jesucristo como problema central de la historia humana. Las palabras de Jesús, confirmadas con su muerte admirable, no son solamente palabras de sabiduría humana, son palabras de un Dios. Partiendo de tales palabras humanas y divinas, que han sido recogidas en los evangelios y en la tradición humana cristiana, deseamos alcanzar, con un método que desearíamos fiel y riguroso, la suprema verdad de quien se ha proclamado y es creído Dios y hombre verdadero. Hacer llegar al corazón de los nombres la convicción de que aquel que ha dicho tales palabras, afirmando que es Mesías y Dios, lo es verdaderamente, tal es el intento de este libro para el lector.
Creemos firmemente que El ha de volver. No pasó en vano sobre la tierra. Sentado a la derecha del Padre dirige la historia de la Iglesia y del mundo como rey de los ángeles y los hombres. Volverá para juzgar la historia y a cada uno de los humanos, los de la generación de Adán, que es la suya. Jesús de Nazaret, Mesías no sólo de Israel sino de todos los hombres, revelado y de nuevo por revelar, verdadero hombre y verdadero Dios, como le proclamamos en nuestra fe. El llama a nuestro corazón y al de nuestra generación tan frágil y trabajada. «Hombres, no temáis, abrid la puerta al Redentor», proclamó Juan Pablo II al inaugurar su dinámico pontificado entre los hombres.
La primera parte del libro trata sobre Jesús de Nazaret, Hombre en la historia y consta de tres capítulos: el primero, un tiempo de expectación, el segundo, un hombre llamado Jesús y el tercero, un caso singular en la historia.
PRIMERA PARTE: JESÚS DE NAZARET, HOMBRE EN LA HISTORIA
Capítulo I.- UN TIEMPO DE EXPECTACIÓN
Un tiempo de expectación
Resumen
1.- Un hombre que vendrá de Judea. No sólo en Israel, sino en todo el mundo se puede decir que existía esta expectación. Dos años ó tres más tarde de la proclamación de la gran paz romana, según los datos más verosímiles, nace en Belén Jesús de Nazaret, de María virgen, la esposa de José. Nace así el gran Pacificador en el momento de gloria de la paz humana. Ha llegado la llamada bíblicamente por Pablo plenitud de los tiempos: «Cuando vino la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer» (Gal 4,4; Ef 1,10).
Esta plenitud de los tiempos llega en un gran momento histórico, un momento de expectación de plenitud. En los evangelios se hallan muestras indicadoras de la expectación del Mesías de Israel, difundida en el ambiente de algún modo. Pero tenemos testimonios del ambiente judío, y romano que muestran tal expectación como difundida «por el Oriente», en general, y en concreto indudablemente en Judea durante el tiempo que precede a la guerra judía de la destrucción de Jerusalén (años 66-70 dC),
2.- El oráculo de la Sibila en Roma
Tenemos tres testimonios romanos sobre el oráculo de la Sibila: Cicerón, Suetonio y Virgilio, los cuales son independientes entre sí, y se refieren a distinto año y persona. Cicerón se refiere a la pretensión de Lucio Cotta en el Senado en favor de Julio César; Suetonio se refiere a Augusto en su nacimiento, y Virgilio probablemente a Polión y su hijo. Pero en los tres autores hallamos el oráculo, calificado por Flavio Josefo de «ambiguo», atribuido a la Sibila (en Virgilio es la de Cumas).
Existía pues durante la mitad final del siglo I aC. en Roma una persuasión, que intentaban aprovechar la difusión popular del anuncio profético sibilino, la persuasión de que se avecinaba una nueva edad para Roma y el mundo, y de que iba a comenzar un tiempo nuevo, como un renacer del mundo, con presencia divina entre los hombres. Esta convicción o esperanza confirmaba desde Roma, la muy anterior esperanza mesiáni¬ca de Israel, que venía desde su padre Abraham en el siglo XIX aC., y vehementemente expresada por los grandes profetas de Israel en los siglos VIII-VI aC. (18)
3.- La expectación en Israel
Los evangelios nos muestran la expectación actualiza¬da del tiempo de la plenitud del Mesías en Israel. Los magos vienen buscando al anunciado rey de los judíos, y preguntan por él en Jerusalén (Mt 2,2). La Samaritana, y esto en la cismática Samaría, dice que, como va a venir pronto el Mesías, «cuando él venga nos lo explicará todo» (Jn 4.25). Los discípulos Andrés y Felipe, galileos, hablan por primera vez con Jesús, y reconocen en él al Mesías del que hablaron los profetas (Jn 1, 41.45). Aparece el Bautista predicando en el Jordán y las multitudes corren a él, y piensan que puede ser el Mesías, aun los mismos sacerdotes y escribas (Jn 1, 19-25). Los discípulos de Juan traen la pregunta sobre la identidad mesiánica de Jesús, enviados por su maestro desde la cárcel herodiana (Mt 11,3; Lc 7, 19). Las multitudes se conmueven ante Jesús, le siguen multitudinariamente, y piensan que es el rey de Israel, o sea su Mesías, (Me 3, 7-8; Mt 4, 23-25; Le 6, 17) y se preguntan concretamente si no es el Mesías esperado, y muchos lo dan por seguro (Jn 7, 26-27. 31. 41-43), y lo proclaman como el esperado rey de Israel (Jn 6, 14-15; Mt 21, 9-11; Me 11, 10; Lc 19, 38). Verdaderamente se puede decir que en el Oriente, y concretamente en Israel, estaba difundida la esperanza de una próxima llegada del Mesías.
En la profecía de Daniel se fija el tiempo de la llegada de las promesas divinas en setenta semanas de años a partir del decreto persa de restauración de la ciudad de Jerusalén y de su templo, dado por Ciro y renovado por Darío y Artajerjes. El tiempo estaba para llegar en el comienzo del siglo I, y los escribas no podían omitir la interpretación ya actual del tiempo fijado en la profecía. Por ello, es seguro que tal expectación «estaba difundida en Oriente» como han dicho Flavio Josefo, Tácito y Suetonio. Había llegado el tiempo largamente esperado de la plenitud.
4.- La expectación mesiánica en otras religiones
La expectación mesiánica de Israel tiene huellas en la literatura sibilina romana auténtica del siglo I antes de Cristo. Y nos dicen sus historiadores que «se hallaba difundida en el Oriente». Es la ocasión de recordar la célebre profecía bíblica de Balaam, que anuncia un rey de Israel para el futuro, cuyo signo real es una estrella, y que reina sobre sus enemigos a los que derrota y vence, se produce en un ambiente pagano, aunque él aparece como un profeta divino verdadero que da culto a Yahveh.
Y podemos preguntarnos: ¿existió también acaso en otras religio¬nes importantes algún vestigio de esta esperanza mesiánica, sea en los oráculos, sea en los libros sagrados de sus guías religiosos, una esperanza mesiánica de expectación de un hombre futuro santo? He aquí lo que parece que se puede responder.
El grande organizador de las costumbres del imperio Chino, Confucio o Kun'g-Fu-Tsé, en el segundo de sus cuatro libros clásicos ha dejado unas misteriosas palabras, que parece anuncian la llegada futura de un hombre santo excepcional. He aquí lo que dice en el capítulo XXXI:
«Cuando este hombre de excepcional santidad, cuyas cualida¬des son vastas y profundas como el Cielo, de a conocer sus innumerables virtudes y sus portentosas cualidades, ni un solo pueblo dejará de mostrarle veneración; cuando hable todos ten¬drán fe en sus palabras; su actuación proporcionará la felicidad a todos los hombres.
Según J. Schmidt (Orígenes de los mitos: cit. por A. Nicolás Jesucristo, Madrid 1875, Ia parte, c. IX, p. 67) un emperador de China, Ming-Ti, envió una embajada expresa «para reconocer al Santo que debía aparecer en Occidente, según antiguas tradiciones».
También dice el Talmud Babilónico (Santsed, c. II) que «en aquella época acudió a Jerusalén, para ver al Salvador del mundo, un gran número de gentiles»
También se ha señalado que esta esperanza de un hombre futuro extraordinario se halla en la esperanza de otras diversas creencias en formas diversas. Es muy notable, en este aspecto, el mito de Prometeo en el primer gran trágico griego Esquilo.
Del mismo modo otros autores han señalado que en otras varias religiones, además de las antes citadas, parece haber existido la esperanza o el anhelo de la venida de Dios sobre la tierra, en forma semejante al menos a una esperanza mesiánica.
Entonces podemos hacernos quizás una pregunta. Puede ser este anhelo general un lejano retoño permanente de la esperanza comunicada al primer hombre en el Paraíso, según el relato bíblico de que un día vendría en la historia un hombre extraordinario, hijo de la mujer, que vencería al enemigo primera del mundo, la esperanza de un Salvador hombre (Hijo de Mujer) enviado por el mismo Dios, esta esperanza debió conservarse, aunque fuese modificada por los errores de la mitología, en los hombres de toda la raza humana de Adán, por ser tan grande e importante el anuncio. Y los hechos señalados parecen confirmar que de diversos modos los vestigios de esta primera esperanza de «un Mesías», un vencedor del mal, se han conservado en las distintas tradiciones humanas. Aunque la idea pura y sin error solamente se haya transmitido a través de la esperanza de Israel, pueblo de Dios, que sin embargo tampoco pudo o supo comprender la realidad de tal Mesías, a pesar de las voces proféticas que jalonaron su camino.
El libro consta de:
Prólogo
Primera parte: Jesús de Nazaret, Hombre en la historia
Segunda parte: El Mesías de Israel
Tercera parte: El Hijo de Dios
Cuarta parte: Realidad de las afirmaciones de Jesús
Quinta parte: Identidad y conciencia de Jesús de Nazaret
Epilogo: Una apologética por la historia