viernes, 18 de marzo de 2011

El Mesías Jesús de Nazaret. Un hombre llamado Jesús, caso singular en la historia

Un hombre llamado Jesús, caso singular en la historia

En los capítulos II y III el P. Igartua S.J. trata sobre la existencia en la historia de un hombre llamado Jesús de Nazaret y que se trata de un caso singular en la historia.

Capítulo II: Un hombre llamado Jesús de Nazaret

En relación con el hombre llamado Jesús de Nazaret, examina dos cuestiones: 1.- Jesús de Nazaret, hombre histórico y 2.- Descendiente de Adán.

1.- Jesús de Nazaret, hombre histórico

Para poner de manifiesto la historicidad de la existencia de Jesús de Nazaret, el P. Igartua S.J. hace una exposición de testimonios de diferente procedencia:

a) Los escritos los escritos redactados a poca distancia de su muerte que se encuentran en el Nuevo Testamento: los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles y las Epístolas de San Pablo y del resto de Apóstoles. En todos ellos hay numerosas referencias a Jesús de Nazaret, sin que se pueda poner en duda la existencia histórica de dicha persona.

b) Los escritos cristianos de otros autores continuadores de la tradición cristiana de Jesús. Tales son los escritos no canónicos, pero ciertos, del fin del siglo I y del II, como son los escritos de los llamados PP. Apostólicos: Didaché, Clemente, Ignacio, Policarpo... o los escritos de los Apologetas cristianos del siglo III: Justino, Atenágoras. Taciano.... Y seguiría la ingente colección tradicional de los Santos Padres y Doctores de los siglos III, IV y V y siguientes. Todos ellos no tendrían explicación posible si Jesús de Nazaret no hubiera existido realmente, si no hubiera nacido y muerto.

c) Los escritos llamados «apócrifos cristianos». Tratan de engrandecer a Jesús con leyendas, y no fueron admitidos por la comunidad o iglesia cristiana como válidos. Pero son un testimonio indirecto de la existencia de Jesús.

d) Los documentos apócrifos hetero¬doxos, y los gnósticos. Son narraciones críticamente inaceptables, pero todos ellos muestran la convicción de la existencia de un hombre llamado Jesús de Nazaret que padeció bajo Poncio Pilato.

e) Importantes documentos de origen judío. Tanto en el Talmud como en el llamado Toledoth Ieschua (generaciones de Jesús), hay muchos comentarios injuriosos para Jesús de Nazaret, en especial en el último, dedicado a ello. A ninguno, sin embargo, se le ha podido ocurrir que Jesús no existiese.

f) Las dos obras ya extrabíblicas de la historia judía, escritas por Flavio Josefo (37-102). «De la guerra judía» y las «Antgüedades judías». El primer fragmento es sobre Juan Bautista y su popular aparición de predicador-profeta en el Jordán, en los mismos años de la vida pública de Jesús. El testimonio más famoso de Josefo sobre Jesús, con su propio nombre, es el llamado generalmente «testimonio flaviano»

g) Testimonios de historiadores romanos. Cornelio Tácito el historiador romano, quien en sus Anuales, escritos al fin del siglo I, nos deja una consignación casi notarial sobre la muerte de Cristo, al hablar del incendio de Roma en tiempo de Nerón, y de su persecución contra los cristianos.

h) El testimonio de un filósofo sirio llamado Mará, quien en carta a su hijo Serapión escrita entre los años 73-160, es decir, o a fines del siglo I o en la primera mitad del siglo II, parangona tres grandes figuras de sabios Sócrates, Pitágoras y un misterioso «Rey Sabio de los Judíos», que no puede ser otro que Jesús de Nazaret.

Demos fin a este recorrido por los testimonios ya cristianos (canónicos o extracanónicos), ya judíos, ya paganos, de cuyo resultado aparece la real existencia del hombre, llamado en los evangelios Jesús de Nazaret, cuya noticia copiosa nos han dejado los cuatro evangelios canónicos.

En este capítulo sólo hemos querido mostrar la realidad de su existencia humana: nacido de mujer (Gal 4, 4) en Belén de Judá, cerca de Jerusalén, muerto en el suplicio de la cruz en la ciudad de Jerusalén, bajo Poncio Pilato. Este hombre es una plena realidad histórica humana.

2.- Jesús, hijo de Adán

La unicidad de este padre común de toda la especie humana actual innumerable, que ha cubierto el planeta en el transcurso de milenios, parece pertenecer al dogma católico por razón del único pecado original de un hombre, el cual ciertamente pertenece al dogma básico de la redención. No se ve, en efecto, cómo podría conjugarse la pluralidad efectiva de padres con el dogma de la transmisión posterior absolutamente universal del pecado original.

La primera mujer Eva, es la esposa primigenia de Adán, y según este dato única. «Al principio no fue así», dirá Jesús, alegando a "Ádán y Eva como hecho real de origen, contra la pluralidad divorcista de la ley mosaica (Mt 19, 8) y ella es denominada con este nombre Eva por el autor sagrado para indicar que es «la madre de todos los vivientes» (Gen 3, 20)

Ahora bien, lo que aquí interesa particularmente es situar en esta línea de generación de Adán a Jesús de Nazaret, para que sea verdadero hombre. Es hombre, y por lo mismo debe descender de Adán por línea de generación humana. De lo contrario no es hombre verdadero, de nuestra especie. Esta es sin duda la intención del evangelista Lucas cuando traza la línea genealógica de Jesús de Nazaret en su evangelio, del hijo de María, haciéndola llagar hasta Adán, “que fue hijo de Dios”, quien le dio el ser por creación (Lc 3, 38).

El evangelio de Mateo toma su comienzo simplemente desde Abraham, como padre del pueblo elegido, y prosigue en la línea descendente hasta Jesús. En cambio, el evangelio de Lucas, tras los relatos de la infancia, y tras la presentación, cronológicamente situada con exactitud histórica, del Bautista en su predicación a orilla del Jordán, “en el año quince del emperador Tiberio” (Lc 3, 1), antes de pasar a referir los hechos y dichos de Jesús, a quien aquel también ha bautizado, ofrece su genealogía, pero en orden inverso a la de Mateo. Comienza por el mismo Jesús y va ascendiendo hasta llegar también a Abraham. Pero al llegar a éste no se detiene, sino que prosigue aún largamente hacia arriba en los tiempos pretéritos hasta llegar a Adán. Ha quedado así entroncado Jesús de Nazaret con Adán, el primer hombre, en línea directa, con el vértice común da toda la humanidad conforme al relato bíblico. Ello significa obviamente que posee una naturaleza verdaderamente humana en su especie, con cuerpo humano y alma espiritual, y con todo lo que estos dos simples datos encierran en su riqueza natural. Es “hombre perfecto”, es decir, plenamente tal, como expresa la fórmula del símbolo atanasiano. Posee un cuerpo humano completo y un alma racional idéntica en naturaleza a la nuestra. Por eso, es verdadero hombre.

Tiene sentidos externos y sentidos internos. Tiene un alma espiritual. Según la doctrina católica, cada alma humana, desde la de Adán hasta la del último ser humano, aunque sea hijo de probeta es creación directa de Dios, y no es posible que sea sacada de la materia como de forma bruta suya anterior. Esta alma es espiritual e inmortal. No sale, ni puede salir en absoluto, de las fuerzas de la materia, físicas o químicas. Pero el alma humana y según la misma fe puede vivir este espíritu también fuera del organismo humano, cuando éste desfallezca en la organización de su materia que reusulta mortal. El alma es inmortal.

El alma de Jesús tiene sus potencias o capacidades espirituales de acción, además de las de vivificar el organismo físico humano. Entendimiento, memoria de grabación cerebral con impresión de los recuerdos sensoriales y figurativos, memoria de grabación espiritual con recuerdo de pensamientos y de lo que escapa al espacio y al tiempo, y la voluntad con el amor. Capaz de conocimiento, sensorial y también espiritual de las esencias eidéticas y de la admirable experiencia de la existencia incorporada y del propio yo. Capaz de un querer firme y decidido, y de un amor personal de entrega y sacrificio, convirtiendo al hombre activo en palanca poderosa de la historia y de la actividad creadora, a que el hombre entero concurre. Conservando en el tesoro de la memoria, que es tan necesario al hombre que sin él nada seríamos, el inmenso archivo de sus propias experiencias, y de las transmitidas por otros, memoria siempre dócil a la orden imperati¬va de la voluntad en el mecanismo del recuerdo.

Hombre verdadero, capaz por ello de las grandezas y limitaciones propias de la naturaleza humana. Aparece así en los evangelios, con altísima y sublime doctrina y elocuente palabra «como ningún otro hombre» (Jn 7,46). Y juntamente sujeto al hambre, al sueño, al dolor, a la tristeza, a la fatiga y la sed, a la alegría, a la ira, a la amistad... como se ve en el ayuno del desierto, en la barca a pesar de la tormenta, en la cruz, en el huerto de Getsemaní, en el pozo de Jacob, en el Templo de Jerusalén, en la intimidad de sus apóstoles.

Tal es Jesús de Nazaret, hijo de Adán. Pero en él este nombre significa también algo muy distinto de lo común de los hombres. Pues a la vez que la filiación de Adán es el sello nuestro de una profunda igualdad natural, significa en nosotros católicamente herencia de pecado original. Pero en Jesús, en este aspecto, significa, por modo contrario, redención.

Capítulo III: Un caso singular en la historia

Jesús de Nazaret, cuyo origen humano hemos mostrado, y que es hombre entre los hombres, ofrece, sin embargo, la singularidad entre ellos de reivindicar para sí el carácter divino en plenitud.

Objeto del capítulo

En el capítulo presente solamente queremos decir que se le atribuye esta proclamación de su propia identidad, dejando para más adelante el estudio de comprobación de la verdad de tal atribución de afirmaciones, así como más todavía, el resultado de verdad de las mismas, que conduciría a su identificación como Dios.

En el politeísmo, no se proclamaron dioses los hombres

En las religiones de politeísmo mitológico existen narraciones de “apariciones” de un dios en forma humana: tales son por ejemplo las historias mitológicas de Zeus. Muchas veces seguramente los dioses mitológicos y sus hazañas pudieron provenir de la veneración creada en el recuerdo por hombres de extraordinario valer humano, caudillos o héroes de pueblos antiguos.

Entre los romanos fueron elevados a la categoría de los dioses Julio César y especialmente Augusto, creador del imperio.

Celso, en un ataque anticristiano, recuerda que “los antiguos mitos atribuyeron origen divino a Perseo, a Anfión, a Eaco y Minos”, y también “a los Dióscuros, a Hercles, a Asclepio y Dionisio, que fueron primero hombres”.

Pero en todos estos casos míticos, no fueron los hombres quienes se proclamaron dioses, sino que al cabo del tiempo sus descendientes o conciudadanos, los divinizaron por la grandeza de sus hazañas.

En las religiones primitivas mitologías

A Zeus no se le atribuye origen humano, aunque en la mitología tampoco ocupe el lugar más antiguo. También tenemos en las religiones primitivas, y aun en algunas tan poderosas en su imaginación creadora como el hiduismo politeísta de Brahama, Shiva y Visnú-Krishna, fenómenos naturales o misterios naturales elevados a la categoría de mitología.

Lo mismo podemos decir que sucede con la gran religión egipcia y el culto de Osiris-Isis, o en el Japón con Amaterasu. Ninguno de estos casos, sin embargo, adquiere el carácter histórico de hombres reales cuya historia sea conocida, y mucho menos presenta sus propias acciones y palabras.

En la historia de las religiones, ningún fundador se ha proclamado dios

Sus nombres son: Moisés (con Abraham) organizador de la religión del pueblo hebreo, que vivió en el siglo XIII aC. desde Egipto a Palestina aún no conquistada; en China en el siglo VI aC. vivieron Lao-Tsé y Kung-Fu-Tsé (Confucio) que dieron origen, a la religión filosófica del Tao el primero, y a la organización del Estado en forma moral y familiar el segundo; en la India, en el siglo VI-V aC. vivió el creador del budismo llamado Budha, cuyo nombre era Siddharta Gautama o Sakyamuni; en Persia en el siglo VI aC. (probablemente) el organizador religioso de la antigua religión de los persas Zoroastro (o Zarathustra). Estos cuatro son anteriores a Jesús de Nazaret en el tiempo, así cómo Moisés. Posteriores a Jesús en el tiempo hallamos otros dos hombres, cuya historia es conocida: uno de menor relieve, Mani en Persia en el siglo II dC., y el otro de enorme influjo hasta hoy, Muhammad-ibn-Abdallah o Mahoma, organizador de la religión del Islam seguida por los pueblos árabes.

Ninguno de ellos ha reclamado o pretendido ser considerado como un dios, aunque posteriormente a su vida y muerte, con el correr de los tiempos se haya dado culto por el pueblo a imágenes de algunos de ellos en los altares.

Jesús de Nazaret es el único hombre que se califica de Dios

Tenemos que proclamar que Jesús de Nazaret, cuya persona es enteramente histórica en cuanto a su existencia y al origen de la religión cristiana en el siglo I en la Judea, es el único hombre conocido en la historia a quien se atribuyen palabras propias que reclaman para sí el título divino.

Ninguno de estos grandes iniciadores religiosos que hemos mencionado, (ni otro hombre alguno sobre la tierra), ha pretendido reclamar para su persona títulos o cualidades divinas, y mucho menos la identificación con el Dios Absoluto, eterno, omnipotente, creador del universo. Esto en efecto nunca se ha dado fuera del caso de Jesús de Nazaret, según las palabras y hechos que los evangelios le atribuyen.

Moisés, es un celador rígido del Nombre único de Dios. Se pone de rodillas ante el gran misterio de Dios, y sabe que hay un abismo infinito entre Dios y la criatura, y así lo enseña a su pueblo, como mandato primero y máximo.

Los dos conductores religiosos del pueblo chino en su filosofía y su moral, nunca han podido pensar en tal cosa. Lao-Tsé estableció la profunda noción enigmática del “tao”, concepto metafísico que, en cierto modo, podría equipararse a la noción del absoluto divino impersonal. Es para él un ser inmóvil, vacío, único e inmutable, al que podría considerarse como la madre del mundo. Yo le llamo tao, por no saber su nombre... En cuanto a Confucio, ni siquiera entró como moralista filósofo en esta metafísica más profunda, contentándose con establecer en sus “Cuatro libros” clásicos una doctrina socio pragmática de la familia y del estado, con el fondo religioso tradicional de China, enseñando por medio de aforismos y breves narraciones una ética social y familiar apoyada en la noción religiosa anterior del pueblo chino. Es evidente que tampoco él ha pensado nunca en reclamar noción divina de ninguna clase para su persona.

Budha, partiendo de la doctrina hindú de las reencarnaciones, tras la célebre iluminación del árbol sagrado, predicó una ascesis difícil y exigente sobre los deseos y pasiones, para extinguir el dolor, causa de los males del hombre. Es dudosa su religiosidad respecto a los dioses del politeísmo hindú, y también lo es el saber si alcanzó la noción de un dios único, absoluto e inmóvil en su perfección.

Por lo que toca a Zarathustra en Persia, sus escritos se hallan formados por una serie de revelaciones recibidas por él de Ahura-Mazda, el dios de la luz; pero no se consideró a sí mismo como dios, sino como encargado de transmitir revelaciones divinas.

Esto mismo, y aun con mayor razón, hay que decirlo de Mahoma, después de Cristo, que es “el profeta de Alláh”, del Dios único y verdadero de Abraham.

Y así se alza la personalidad de Jesús de Nazaret como un enigma de la historia humana para cualquier mente reflexiva, pues como veremos él ha reclamado o pretendido el título de identidad e igualdad con el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, de tal modo que esta “pretensión” le llevó a la muerte. Conforme a las creencias monoteístas puras de la religión judía, en cuyas coordenadas se movía y que fue su ambiente histórico, es la afirmación de ser el Dios-único, Creador del mundo, Eterno, Legislador de los hombres y Juez de sus vidas. Tal afirmación de divinidad, no conocida en otro hombre alguno, es un desafío a la conciencia de los hombres. ¿Es verdadera tal afirmación?

Era de la raza del «pueblo de Dios», descendiente de Abraham, y estaba sellado él también con la circuncisión religiosa, como todos los varones de Israel (Lc 2, 21). Su religión, en la que se educó y vivió hasta los treinta años, como hombre además de profunda religiosidad, era exclusivamente mono¬teísta, a partir de Abraham, y quizás aun antes. Especialmente a partir de Moisés, y su revelación del Nombre divino con la exclusiva adoración de ese Dios único, como primero y principal mandato de la Ley, la religión judía se convierte en mandamiento supremo repetido diariamente en la Shemá.

Si Jesús afirma que es Dios tenemos así un enigma densamente oscuro. Y sin embargo, tal enigma se ha dado en la historia, y es el verdadero e irrenunciable fondo misterioso de la religión instaurada por Jesús de Nazaret, con la proclamación de la Trinidad de personas en su solo Dios, y la encarnación de Dios en un hombre justamente por una de sus personas. ¿Afirmó así Jesús su propia divinidad, a pesar de tan graves dificultades? Tal es, en realidad, el problema central de la historia humana y de la religión.

miércoles, 9 de marzo de 2011

El Mesías Jesús de Nazaret C.I Un tiempo de expectación

EL MESIAS JESUS DE NAZARET

A partir del segundo trimestre vamos a reflexionar sobre Jesús de Nazaret en los Evangelios y en particular siguiendo la reflexión del P. Igartua S.J. en el sentido de que dijo de sí mismo, no sólo dijeron que dijo, que era el Mesías y el Hijo de Dios. Es un caso único en la historia.

El P. Igartua S.J. aborda el tema de la divinidad de Jesucristo como problema central de la historia humana. Las palabras de Jesús, confirmadas con su muerte admirable, no son solamente palabras de sabiduría humana, son palabras de un Dios. Partiendo de tales palabras humanas y divinas, que han sido recogidas en los evangelios y en la tradición humana cristiana, deseamos alcanzar, con un método que desearíamos fiel y riguroso, la suprema verdad de quien se ha proclamado y es creído Dios y hombre verdadero. Hacer llegar al corazón de los nombres la convicción de que aquel que ha dicho tales palabras, afirmando que es Mesías y Dios, lo es verdaderamente, tal es el intento de este libro para el lector.

Creemos firmemente que El ha de volver. No pasó en vano sobre la tierra. Sentado a la derecha del Padre dirige la historia de la Iglesia y del mundo como rey de los ángeles y los hombres. Volverá para juzgar la historia y a cada uno de los humanos, los de la generación de Adán, que es la suya. Jesús de Nazaret, Mesías no sólo de Israel sino de todos los hombres, revelado y de nuevo por revelar, verdadero hombre y verdadero Dios, como le proclamamos en nuestra fe. El llama a nuestro corazón y al de nuestra generación tan frágil y trabajada. «Hombres, no temáis, abrid la puerta al Redentor», proclamó Juan Pablo II al inaugurar su dinámico pontificado entre los hombres.

La primera parte del libro trata sobre Jesús de Nazaret, Hombre en la historia y consta de tres capítulos: el primero, un tiempo de expectación, el segundo, un hombre llamado Jesús y el tercero, un caso singular en la historia.

PRIMERA PARTE: JESÚS DE NAZARET, HOMBRE EN LA HISTORIA

Capítulo I.- UN TIEMPO DE EXPECTACIÓN

Un tiempo de expectación

Resumen

1.- Un hombre que vendrá de Judea. No sólo en Israel, sino en todo el mundo se puede decir que existía esta expectación. Dos años ó tres más tarde de la proclamación de la gran paz romana, según los datos más verosímiles, nace en Belén Jesús de Nazaret, de María virgen, la esposa de José. Nace así el gran Pacificador en el momento de gloria de la paz humana. Ha llegado la llamada bíblicamente por Pablo plenitud de los tiempos: «Cuando vino la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer» (Gal 4,4; Ef 1,10).

Esta plenitud de los tiempos llega en un gran momento histórico, un momento de expectación de plenitud. En los evangelios se hallan muestras indicadoras de la expectación del Mesías de Israel, difundida en el ambiente de algún modo. Pero tenemos testimonios del ambiente judío, y romano que muestran tal expectación como difundida «por el Oriente», en general, y en concreto indudablemente en Judea durante el tiempo que precede a la guerra judía de la destrucción de Jerusalén (años 66-70 dC),



2.- El oráculo de la Sibila en Roma

Tenemos tres testimonios romanos sobre el oráculo de la Sibila: Cicerón, Suetonio y Virgilio, los cuales son independientes entre sí, y se refieren a distinto año y persona. Cicerón se refiere a la pretensión de Lucio Cotta en el Senado en favor de Julio César; Suetonio se refiere a Augusto en su nacimiento, y Virgilio probablemente a Polión y su hijo. Pero en los tres autores hallamos el oráculo, calificado por Flavio Josefo de «ambiguo», atribuido a la Sibila (en Virgilio es la de Cumas).

Existía pues durante la mitad final del siglo I aC. en Roma una persuasión, que intentaban aprovechar la difusión popular del anuncio profético sibilino, la persuasión de que se avecinaba una nueva edad para Roma y el mundo, y de que iba a comenzar un tiempo nuevo, como un renacer del mundo, con presencia divina entre los hombres. Esta convicción o esperanza confirmaba desde Roma, la muy anterior esperanza mesiáni¬ca de Israel, que venía desde su padre Abraham en el siglo XIX aC., y vehementemente expresada por los grandes profetas de Israel en los siglos VIII-VI aC. (18)

3.- La expectación en Israel

Los evangelios nos muestran la expectación actualiza¬da del tiempo de la plenitud del Mesías en Israel. Los magos vienen buscando al anunciado rey de los judíos, y preguntan por él en Jerusalén (Mt 2,2). La Samaritana, y esto en la cismática Samaría, dice que, como va a venir pronto el Mesías, «cuando él venga nos lo explicará todo» (Jn 4.25). Los discípulos Andrés y Felipe, galileos, hablan por primera vez con Jesús, y reconocen en él al Mesías del que hablaron los profetas (Jn 1, 41.45). Aparece el Bautista predicando en el Jordán y las multitudes corren a él, y piensan que puede ser el Mesías, aun los mismos sacerdotes y escribas (Jn 1, 19-25). Los discípulos de Juan traen la pregunta sobre la identidad mesiánica de Jesús, enviados por su maestro desde la cárcel herodiana (Mt 11,3; Lc 7, 19). Las multitudes se conmueven ante Jesús, le siguen multitudinariamente, y piensan que es el rey de Israel, o sea su Mesías, (Me 3, 7-8; Mt 4, 23-25; Le 6, 17) y se preguntan concretamente si no es el Mesías esperado, y muchos lo dan por seguro (Jn 7, 26-27. 31. 41-43), y lo proclaman como el esperado rey de Israel (Jn 6, 14-15; Mt 21, 9-11; Me 11, 10; Lc 19, 38). Verdaderamente se puede decir que en el Oriente, y concretamente en Israel, estaba difundida la esperanza de una próxima llegada del Mesías.

En la profecía de Daniel se fija el tiempo de la llegada de las promesas divinas en setenta semanas de años a partir del decreto persa de restauración de la ciudad de Jerusalén y de su templo, dado por Ciro y renovado por Darío y Artajerjes. El tiempo estaba para llegar en el comienzo del siglo I, y los escribas no podían omitir la interpretación ya actual del tiempo fijado en la profecía. Por ello, es seguro que tal expectación «estaba difundida en Oriente» como han dicho Flavio Josefo, Tácito y Suetonio. Había llegado el tiempo largamente esperado de la plenitud.



4.- La expectación mesiánica en otras religiones

La expectación mesiánica de Israel tiene huellas en la literatura sibilina romana auténtica del siglo I antes de Cristo. Y nos dicen sus historiadores que «se hallaba difundida en el Oriente». Es la ocasión de recordar la célebre profecía bíblica de Balaam, que anuncia un rey de Israel para el futuro, cuyo signo real es una estrella, y que reina sobre sus enemigos a los que derrota y vence, se produce en un ambiente pagano, aunque él aparece como un profeta divino verdadero que da culto a Yahveh.

Y podemos preguntarnos: ¿existió también acaso en otras religio¬nes importantes algún vestigio de esta esperanza mesiánica, sea en los oráculos, sea en los libros sagrados de sus guías religiosos, una esperanza mesiánica de expectación de un hombre futuro santo? He aquí lo que parece que se puede responder.

El grande organizador de las costumbres del imperio Chino, Confucio o Kun'g-Fu-Tsé, en el segundo de sus cuatro libros clásicos ha dejado unas misteriosas palabras, que parece anuncian la llegada futura de un hombre santo excepcional. He aquí lo que dice en el capítulo XXXI:

«Cuando este hombre de excepcional santidad, cuyas cualida¬des son vastas y profundas como el Cielo, de a conocer sus innumerables virtudes y sus portentosas cualidades, ni un solo pueblo dejará de mostrarle veneración; cuando hable todos ten¬drán fe en sus palabras; su actuación proporcionará la felicidad a todos los hombres.

Según J. Schmidt (Orígenes de los mitos: cit. por A. Nicolás Jesucristo, Madrid 1875, Ia parte, c. IX, p. 67) un emperador de China, Ming-Ti, envió una embajada expresa «para reconocer al Santo que debía aparecer en Occidente, según antiguas tradiciones».

También dice el Talmud Babilónico (Santsed, c. II) que «en aquella época acudió a Jerusalén, para ver al Salvador del mundo, un gran número de gentiles»

También se ha señalado que esta esperanza de un hombre futuro extraordinario se halla en la esperanza de otras diversas creencias en formas diversas. Es muy notable, en este aspecto, el mito de Prometeo en el primer gran trágico griego Esquilo.

Del mismo modo otros autores han señalado que en otras varias religiones, además de las antes citadas, parece haber existido la esperanza o el anhelo de la venida de Dios sobre la tierra, en forma semejante al menos a una esperanza mesiánica.

Entonces podemos hacernos quizás una pregunta. Puede ser este anhelo general un lejano retoño permanente de la esperanza comunicada al primer hombre en el Paraíso, según el relato bíblico de que un día vendría en la historia un hombre extraordinario, hijo de la mujer, que vencería al enemigo primera del mundo, la esperanza de un Salvador hombre (Hijo de Mujer) enviado por el mismo Dios, esta esperanza debió conservarse, aunque fuese modificada por los errores de la mitología, en los hombres de toda la raza humana de Adán, por ser tan grande e importante el anuncio. Y los hechos señalados parecen confirmar que de diversos modos los vestigios de esta primera esperanza de «un Mesías», un vencedor del mal, se han conservado en las distintas tradiciones humanas. Aunque la idea pura y sin error solamente se haya transmitido a través de la esperanza de Israel, pueblo de Dios, que sin embargo tampoco pudo o supo comprender la realidad de tal Mesías, a pesar de las voces proféticas que jalonaron su camino
.

El libro consta de:

Prólogo
Primera parte: Jesús de Nazaret, Hombre en la historia
Segunda parte: El Mesías de Israel
Tercera parte: El Hijo de Dios
Cuarta parte: Realidad de las afirmaciones de Jesús
Quinta parte: Identidad y conciencia de Jesús de Nazaret
Epilogo: Una apologética por la historia

Jesús de Nazaret, Hombre en la historia