Las “Dos ciudades” de San Agustín [1]
El tema de los dos mundos, además de en la Escritura y en el Catecismos de la Iglesia Católica, aparece también en Doctores y santos. Entre ellos parece obligatorio mencionar aquí a San Agustín con su obra “La Ciudad de Dios”, en la que los “dos mundos” mencionados son presentados como “dos ciudades”.
“Dos amores fundaron dos ciudades, a saber: la ciudad terrena el amor de sí hasta el desprecio de Dios, y la ciudad celeste el amor de Dios hasta el desprecio de sí mismo”[2]
El tema de los dos mundos, además de en la Escritura y en el Catecismos de la Iglesia Católica, aparece también en Doctores y santos. Entre ellos parece obligatorio mencionar aquí a San Agustín con su obra “La Ciudad de Dios”, en la que los “dos mundos” mencionados son presentados como “dos ciudades”.
“Dos amores fundaron dos ciudades, a saber: la ciudad terrena el amor de sí hasta el desprecio de Dios, y la ciudad celeste el amor de Dios hasta el desprecio de sí mismo”[2]
Ciudad terrena - ciudad celeste
San Agustín habla de dos amores fundadores de dos ciudades diferentes, enfrentadas. La Ciudad Terrena, edificada sobre el amor del hombre hasta el desprecio del amor de Dios y la Ciudad Celeste, edificada sobre el amor de Dios hasta el desprecio de sí mismo.
Cuando S.Agustín se refiere a la Ciudad Terrena la entiende como el modernista entiende el “mundo”, es decir, el mundo ontosófico, el mundo cosmológico, el mundo creado, pero cerrado sobre sí mismo enfrentado al “otro mundo”, al Reino de Dios, la Ciudad Celeste para San Agustín.
En otros pasajes S. Agustín llama a la Ciudad Terrena, Ciudad de los Hombres. Y comentando el pasaje de san Pablo “luchamos no contra carne y sangre, sino contra las potestades que dominan, los rectores de este mundo de estas tinieblas (Satanás y sus ángeles)”, dice: “Para que no pensase alguien que el Señor del mundo es Satanás, e ignorase que el creador es Dios, llama mundo de estas tinieblas, al mundo de los que aman al mundo”.
Esta oposición entre ciudad terrena y ciudad celeste, sobre todo teniendo en cuenta que a la ciudad terrena, le llama en ocasiones ciudad de los hombres sugiere plantearse la siguiente dificultad: Si el mundo es obra de Dios, todo se ha hecho por el Verbo, y el Verbo estaba en el mundo ¿por qué los amadores del mundo integran aquella ciudad terrena cuyo fin es el infierno, según S. Agustín?
Algunos se preguntan si no hay aquí una especie de dualismo maniqueo, un pesimismo antropológico de signo pre-luterano, o de herencia gnóstica. Otros, simplemente han afirmado que san Agustín conservaba contaminación de dualismo maniqueo y pesimismo sobre la naturaleza humana, sobre el mundo, y que tenía sobre la historia una concepción incompatible con el verdadero mensaje cristiano. Sin embargo, leyendo a san Agustín, se advierte que lo que dice es lo más antitético al error maniqueo y que se puede hablar llamando ciudad terrena, ciudad de los hombres, a la ciudad cuyo fin es la condenación eterna.
A la Ciudad Terrena que le llama Ciudad de los hombres, que comienza en Caín frente a Abel, que es “de la ciudad de Dios”; la llama también Ciudad Impía y Pueblo de los Infieles, de los que no son obedientes al llamamiento de Dios.
San Agustín habla de dos amores fundadores de dos ciudades diferentes, enfrentadas. La Ciudad Terrena, edificada sobre el amor del hombre hasta el desprecio del amor de Dios y la Ciudad Celeste, edificada sobre el amor de Dios hasta el desprecio de sí mismo.
Cuando S.Agustín se refiere a la Ciudad Terrena la entiende como el modernista entiende el “mundo”, es decir, el mundo ontosófico, el mundo cosmológico, el mundo creado, pero cerrado sobre sí mismo enfrentado al “otro mundo”, al Reino de Dios, la Ciudad Celeste para San Agustín.
En otros pasajes S. Agustín llama a la Ciudad Terrena, Ciudad de los Hombres. Y comentando el pasaje de san Pablo “luchamos no contra carne y sangre, sino contra las potestades que dominan, los rectores de este mundo de estas tinieblas (Satanás y sus ángeles)”, dice: “Para que no pensase alguien que el Señor del mundo es Satanás, e ignorase que el creador es Dios, llama mundo de estas tinieblas, al mundo de los que aman al mundo”.
Esta oposición entre ciudad terrena y ciudad celeste, sobre todo teniendo en cuenta que a la ciudad terrena, le llama en ocasiones ciudad de los hombres sugiere plantearse la siguiente dificultad: Si el mundo es obra de Dios, todo se ha hecho por el Verbo, y el Verbo estaba en el mundo ¿por qué los amadores del mundo integran aquella ciudad terrena cuyo fin es el infierno, según S. Agustín?
Algunos se preguntan si no hay aquí una especie de dualismo maniqueo, un pesimismo antropológico de signo pre-luterano, o de herencia gnóstica. Otros, simplemente han afirmado que san Agustín conservaba contaminación de dualismo maniqueo y pesimismo sobre la naturaleza humana, sobre el mundo, y que tenía sobre la historia una concepción incompatible con el verdadero mensaje cristiano. Sin embargo, leyendo a san Agustín, se advierte que lo que dice es lo más antitético al error maniqueo y que se puede hablar llamando ciudad terrena, ciudad de los hombres, a la ciudad cuyo fin es la condenación eterna.
A la Ciudad Terrena que le llama Ciudad de los hombres, que comienza en Caín frente a Abel, que es “de la ciudad de Dios”; la llama también Ciudad Impía y Pueblo de los Infieles, de los que no son obedientes al llamamiento de Dios.
Dos ciudades enfrentadas. Soberbia – humildad - carne - espíritu
S. Agustín trata la historia de estas dos ciudades, en una perspectiva teológica misteriosa –que no surge de la sola experiencia histórica, sino que se ilumina desde la Sagrada Escritura-. El hilo conductor de su exposición es que los hombres, si viven según la carne, según la terminología de S. Pablo, si no se convierten antes en hijos de Dios y se hacen ciudadanos de la ciudad celeste, se condenan.
Ahora bien, S. Agustín transmite un mensaje esclarecedor. En esta historia están confundidas las dos ciudades y de nadie que esté siendo hijo de la ciudad terrena podemos saber que no será en el cielo ciudadano celeste, porque antes Dios puede convertir su corazón y hacerlo pasar de la ciudad terrena a la celeste. Es don de la gracia redentora. No hay nadie en la ciudad celeste que no sea por su origen ciudadano de la ciudad terrena, a excepción de la Virgen María.
En textos como los de S. Agustín encontró durante siglos dificultad la fe en la concepción inmaculada de María, porque María, a pesar de nacer en la ciudad terrena aparentemente como cualquier persona, nunca fue ciudadana de la ciudad terrena, ya que no tenía el desorden del egoísmo de la concupiscencia: no podía amarse a sí misma hasta el odio de Dios porque estaba ya ordenada a Él desde el primer instante de su concepción. Hubo que aclarar que, en cuanto hija de Adán, también hubiera pertenecido a la ciudad terrena, pero fue redimida en modo sublime preventivo, como explica la Bula de Pío IX.
San Agustín advierte que la ciudad celeste existe en este mundo como obra de la misericordia de Dios y que nadie puede decir “yo soy de la ciudad de Dios; y decir con desprecio éstos son de la ciudad terrena” porque si el hombre se deja llevar por la soberbia, pensado que es muy bueno, deja de pertenece a la ciudad celeste.
Soberbia y humildad
S.Agustín distingue primero las dos ciudades por el amor, tratando de explicar por qué vivir según el hombre es vivir contra Dios. Explica que el hombre, excelente criatura de Dios, ha sido creado para ser feliz teniendo a Dios mismo por don. Pero que si quiere hacerse feliz a sí mismo por sí mismo, y no quiere recibir el don de la gracia, entonces, ensoberbeciéndose, se abaja. Es entonces cuando se ha “cerrado”.
Si el hombre finito se cree infinito y eterno, si el hombre que tiene un bien participado cree ser la fuente de todo bien y piensa que no necesita recibir de Dios el bien y que no necesita buscar más allá de él en Dios, se ha empequeñecido al elevarse. En la misma elevación, el hombre se ha humillado. Mientras que el hombre, al humillarse en la obediencia a Dios, va poniéndose en el camino por el que podrá llegar a participar de Dios, y a ser dios: “Vosotros sois dioses”, como dice el salmo 82.
Este elevarse sin contar con Dios es lo que aconteció con el pecado original, de manera que la esencia de todo pecado es el desprecio del don de Dios por sentirse plenamente autosuficiente, y es siempre una actitud de soberbia
Ésta es la psicología de san Agustín, de gran profundidad tanto teológica como antropológica. Ésta viene a ser la interpretación de las palabras del Señor: “el que se ensalza será humillado”. Las dos ciudades se diferencian en la soberbia y en la humildad. La ciudad de los hombres, ciudad terrena, hostil a Dios, es la ciudad de la soberbia humana. La ciudad celeste es la ciudad del hombre humilde, sometido a Dios.
Vivir según la carne
San Agustín dice que los habitantes de la Ciudad Terrena así calificada son los que viven según la carne, los que hacen las obras de la carne y no las del espíritu. Para entender bien esto es preciso comprender que para San Pablo, tanto los epicúreos que ponían la felicidad en el placer, como los estoicos que ponían la felicidad en la virtud y se privaban de los placeres de la carne, vivían según la carne.
En efecto, viven según la carne tanto los que ponen la felicidad en el placer carnal, como los que la ponen en la paz estoica, en la imperturbabilidad de las pasiones. En efecto, no se es recto porque se sea duro, ni se es bueno porque se sea insensible. San Agustín dice que el hombre virtuoso que creyese que con sus virtudes ya ha llegado a la felicidad, sus virtudes son vicios. Porque se constituye a sí mismo en feliz por sus virtudes. Sólo hay verdadera virtud, si se arraiga en la humildad y tiende al amor de Dios. Si falta la humildad, no se puede ser virtuoso. El hombre no es virtuoso sin la gracia de Dios. El hombre no se hizo semejante al diablo por la carne que no poseía, sino por la soberbia.
Dios y el hombre: Jesucristo es el Mediador
¿Qué camino hay para que el hombre pueda llegar al Dios del hombre? Contra todos los errores, la única defensa para el hombre es que Cristo es Dios y Hombre verdadero, lo cual sólo se capta en la unión hipostática. Si nos preguntamos ¿Por dónde se va Dios?, la única respuesta es, por Cristo. El es el Camino, la Verdad y la Vida. Esta fórmula contiene en síntesis todo el contenido de la teología la dogmática.
¿Qué es la ciudad terrena que acaba en el infierno? Aquella sociedad de los hombres que no quisieron aceptar que necesitan un Mediador o que no quieren reconocer que necesitan ir más allá de lo que él puede con sus propias fuerzas. El hombre que considera como absoluto su naturaleza humana o pierde el sentido de la religión o lo transforma en lo humano como los hegelianos, de manera que el estado sea la religión. El planteamiento teórico más radical de poner el hombre en el centro, en el lugar de Dios, es el de Feuerbach.
Hoy día, fenómenos sociales, políticos y religiosos están haciendo el desarrollo de este antropocentrismo. En la acción social, política e incluso religiosa, se da un antropocentrismo radical. Así, nadie considera que la caridad cristiana y por tanto la Iglesia era el ideal para las actividades de orden social. En la política, salvo en los países islámicos, no se tiene en cuenta para nada la ley de Dios.
Bienes terrenos y el mal de la ciudad terrena
San Agustín dice: “La Ciudad terrena ama bienes, sobre todo la paz. Y no hay que decir que no son bienes los que ama la ciudad terrena, porque ella misma, en el género de las cosas humanas, es lo más excelente que hay en el mundo”. Luego, la ciudad terrena, que para San Agustín termina en el infierno, es lo más excelente que hay en el mundo, la está definiendo como sociedad humana, como vida pública y colectiva de la humanidad que busca la paz. Alguien podría preguntarse si es malo el Estado, la política, o la paz humana. Sin duda que no, además, el hijo de la ciudad celeste comparte la paz de la ciudad de Babilonia y no tiene que decir que es mala la paz porque la ama la ciudad terrena.
S.Agustín explica en qué consiste el mal de la ciudad terrena de una forma muy intuitiva, en el Génesis después de comentar la tragedia de Abel y Caín, en el cual ve el primer capítulo del despliegue de la historia de las dos ciudades. Allí está escrito que los hijos de Dios vieron que las hijas de los hombres eran muy bellas se casaron con ellas. Y explica que así comenzaron los hijos de Dios también a ser infieles a Dios.
Alguien podría pensar que se trata de una actitud antifeminista maniquea. Sin embargo, toma pie de un texto de la Biblia para hacer una reflexión sobre la naturaleza del mal. Después de recordar que el mal no es esencia de naturaleza alguna, ni en el mundo cósmico, ni en el mundo humano, sino que es privación en un sujeto bueno, añade que el mal daña. Si el mal tuviese esencia en sí mismo y hubiese bien y mal, como hay entendimiento y voluntad, razón y sensibilidad, cuerpo y alma u hombres y mujeres, el mal no haría ningún daño porque estaría en el mundo, que es donde le tocaría estar. El mal daña y para dañar debe ser privativo. Santo Tomás sistematizó esta enseñanza agustiniana. En terminología tomista, el sujeto del mal es un sujeto bueno y el mal como tal no es fin y no atrae sino por razón del bien. El mal no tiene causa eficiente ni es causa final, ni tiene sujeto, sino que desintegra un sujeto porque accidentalmente obra de una forma privada del orden debido en la totalidad del dinamismo a que está destinado.
Dice san Agustín que no es ningún mal la belleza de las mujeres, ni el oro es malo, el mal está en la lujuria y en la avaricia. El adulterio no está en la belleza. El mal está en el desorden del que atraído por el bien terreno, desprecia el bien celestial. Ahora se puede entender por qué razón se puede definir la ciudad terrena como se la define y explicar por qué va al infierno la ciudad terrena cerrada en la paz de la Tierra.
Babilonia - Jerusalén: sus significados bíblicos
El concepto de mundo, carne, cosas terrenas en San Agustín en la perspectiva de la Teología de la Historia desarrollado en la Ciudad de Dios de S. Agustín, se expresa con el concepto de Ciudad Terrena.
A esta Ciudad Terrena, le da S.Agustín el nombre de Babilonia en un pasaje clásico de la 2ª Enarración de los Salmos, Salmo 52 narración 2ª. En el texto dice San Agustín que hay cierta Ciudad, llamada Babilonia, la sociedad de todos los hombres perdidos desde el Oriente hasta el Occidente. Esta ciudad terrena fue nuestra primera madre, en ella nacimos. Pero hemos conocido a otro Padre, a Dios, y hemos abandonado el diablo; por tanto, siendo ciudadanos de la ciudad terrena, éramos hijos de Satanás. Hemos conocido a otra madre- la Jerusalén celeste- que es la Santa Iglesia, cuya población peregrina en la tierra, y hemos abandonado Babilonia.
Hay, por tanto, otra ciudad, la Jerusalén celeste que se encuentra enfrentada a Babilonia, la ciudad terrena.
Este texto, clásico en la manera de entender la palabra Babilonia, es un caso típico de acomodación moral, muy legítimo, fundado en el sentido del Apocalipsis, de los profetas y en general de todos los libros bíblicos. Ahora bien, nos podemos preguntar si este sentido es previo o presupone otro sentido más propio en el Apocalipsis donde se habla extensamente de Babilonia. En el Apocalipsis se habla de Babilonia. El sentido moral dado por San Agustín, ¿es el mismo que el del Apocalipsis?
En la Sagrada Escritura encontramos dos sentidos: literal o histórico, y espiritual. El primer sentido es en el que se tienen que fundar todos los otros posibles sentidos.
El sentido literal también se denomina histórico cuando se trata de narraciones de hechos históricos. También es lo que significa en directo el texto. Sin embargo, el sentido literal en una parábola no son las imágenes narradas en ellas, sino lo enseñado por medio de esas imágenes, como en las metáforas lo intentado es lo representado, no la imagen mediante la que se expresa lo que se dice.
El sentido espiritual no es único, a vez, puede ser: alegórico, moral y anagógico.
Jerusalén, en sentido literal e histórico, es la ciudad en la que se establecieron los judíos y se edificó el templo en tiempos de Salomón.
El sentido espiritual alegórico es aquel significado que la Biblia muchas veces corrobora, por el que identificamos realidades históricas del Antiguo Testamento queridas por Dios para prefigurar y ser anuncios proféticos de las realidades del Nuevo Testamento. En nuestro ejemplo, Jerusalén, en sentido espiritual alegórico, es la Iglesia militante. Así, por ejemplo, el Cordero Pascual es figura de Cristo.
El sentido moral se da cuando lo que se dice literalmente se puede aplicar al alma cristiana. En sentido moral, Jerusalén es el alma cristiana. Así por ejemplo cuando el Profeta dice: “Jerusalén conviértete y haz penitencia”, eso mismo se puede aplicar al alma del cristiano que debe convertirse y hacer penitencia.
En sentido anagógico, las realidades de este mundo – en el Antiguo y el Nuevo Testamento- prefiguran la eternidad bienaventurada. En este sentido, Jerusalén es la patria eterna, la Jerusalén celestial.
Babilonia aparece en los libros históricos del Antiguo Testamento como en el 2º libro de los Reyes cuando es conquistada Jerusalén y los judíos hechos cautivos. Es la ciudad que fue capital del Imperio que cautivó durante 70 años a Israel y que antes fue capital del Imperio Sumerio Acad, la tierra en la que Abraham fue llamado. Este es el primer significado histórico de Babilonia.
Sentido del término Babilonia en el Nuevo Testamento
Sentido moral
Conviene preguntarse por el significado de Babilonia en el Apocalipsis. Que el término está tomado de la Babilonia histórica es evidente. Pero en el Apocalipsis, libro profético muy claro, en un momento se habla de “la ciudad que espiritualmente podemos llamar Sodoma y Egipto la ciudad en la que su Señor fue crucificado”. La ciudad en que su Señor fue crucificado es Jerusalén. Y, en el mismo Apocalipsis, se dice que espiritualmente se llama Sodoma y Egipto. Texto que encierra un tremendo juicio, porque a Jerusalén le da el nombre de Egipto, aquel país en que estuvo esclavizado el pueblo de Israel, y de Sodoma, la ciudad de la corrupción moral. Por tanto, aquí tenemos un claro fundamento literal de un significado alegórico. Lo mismo sucederá con Babilonia. En el Apocalipsis con Babilonia se nombra una realidad presente y futura.
Ahora podemos cuestionarnos algo más. Está muy claro que Babilonia, en el Apocalipsis, no nombra la ciudad del Eufrates, sino que significa una realidad contemporánea de los últimos tiempos de la Iglesia, como dice el Señor: “El Espíritu Santo os anunciará lo venidero”. Entonces, ¿qué significa Babilonia, reconociendo que Babilonia literalmente sería la ciudad histórica, y que espiritualmente, en el Apocalipsis se aplica a otra realidad? ¿Acaso se puede explicar diciendo que este nombre de Babilonia significa la sociedad de los impíos extendida desde Oriente a Occidente, aquella que edifica los reinos terrenos con su orgullo, la ciudad terrena en la que se instala el poder humano y la soberbia se enfrenta a Dios? ¿Quedaríamos satisfechos simplemente tomando el término Babilonia no en sentido histórico, sino en sentido espiritual-moral? No, y a pesar de que san Agustín recurre a este sentido moral, no estaríamos interpretando el texto del Apocalipsis adecuadamente.
Sentido angógico
De Babilonia no se puede buscar un sentido anagógico, ciudad terrena cuyo fin es la condenación eterna, porque hay en babilonia bienes que comparte la porción de ciudad celeste que peregrina en la Tierra, como la paz de babilonia. Por eso los cristianos usamos de la paz de Babilonia, como dice san Agustín en La ciudad de Dios.
La ciudad terrena ama la paz y también nosotros podemos congratularnos de que en una guerra triunfe el que tiene una causa menos injusta, en palabras de san Agustín. Hay bienes legítimos en la ciudad terrena. Pero estos bienes, en el hombre terreno, no son sino aquello en lo que se instala, de lo que se vanagloria, lo que le distrae del amor a Dios y, en definitiva, por lo que llega hasta la aversión a Dios por la conversión a las criaturas. La conversión a las criaturas no nos llevaría a la aversión a Dios si no fuese algo bueno del amor de sí mismo y si no fuesen buenos todos los bienes que hay sobre el universo. Pero amar lo creado de tal manera que nos prive del amor de Dios y del prójimo es el comienzo de todo pecado.
Comprendido esto, no hay significado anagógico de Babilonia porque la ciudad terrena no será sempiterna, pues cuando sea condenada al eterno suplicio ya no será ciudad. No hay Babilonia en el infierno, no hay sociedad humana allí. Por ello no se puede contraponer Babilonia a Jerusalén anagógicamente. Pero en cambio sí se puede tomar Jerusalén en el sentido de cielo. Babilonia, por el contrario, no es anagógicamente el infierno, porque ya no hay Babilonia allí.
En cambio, el término Babilonia tiene un sentido histórico en el Apocalipsis que viene dado por el sentido espiritual-moral que es el que san Agustín utiliza en las Enarraciones de los Salmos. Es el sentido clásico que orienta al abordar la meditación ignaciana de las Dos banderas. Babilonia, en el texto ignaciano, es propuesta en su sentido moral.
En otras palabras: el sentido intentado en la utilización alegórica-espiritual del término Babilonia en el Apocalipsis es primordialmente una realidad histórica en la que vive el Pueblo de Dios del Nuevo Testamento y con la que tuvo que ver el Israel de la carne. En esta realidad histórica se concreta esta mundanidad, este orgullo, esta soberbia de las riquezas, del poder mundano, en la que se instala el hombre tal como lo entiende en su acepción moral san Agustín en las Enarraciones sobre los Salmos. Babilonia en sentido moral tiene mucho que ver con este sentido algórico del Apocalipsis.
Sentido histórico
El término Babilonia tiene un sentido histórico distinto del sentido moral que dan, S. Agustín en la Ciudad de Dios y San Ignacio en la Meditación de las Dos Banderas.
¿Qué significa Babilonia en el Apocalipsis?. En el Apocalipsis y en el N.T., salvo algunos textos, al hablar de Babilonia, se habla de Roma, la ciudad del Tíber donde fueron martirizados San Pedro y San Pablo. Así por ejemplo, San Pedro en la 1ª carta escribe "Os saluda la Iglesia que está en Babilonia, colegiada con vosotros y Marcos, mi hijo. Saludaos mutuamente con el ósculo de caridad”[3].
San San Jerónimo, que tradujo al latín un libro de Dídimo de Alejandría sobre el Espíritu Santo, comienza el prólogo a la traducción latina con estas palabras: “Cuando yo residía en Babilonia vivía bajo el Derecho romano, colono de la meretriz purpurada…”. Y en la Carta 151, dirigida a Aljasia, le dice: “Según el apocalipsis de San Juan, en la frente de la prostituta vestida de púrpura está escrito el nombre de blasfemia, esto es el de Roma Eterna.
Cornelio a Lápide, que escribía a finales del siglo XVI y comienzos del XVII, comenta al respecto: “El soberbio nombre de eternidad, que es un nombre de divinidad, fue puesto a Roma por los paganos como sus aduladores y la llamaron Roma eterna, Roma divina”[4]. Hoy hay costumbre de llamar a Roma la Ciudad eterna creyendo que se hace un elogio a la Sede de Pedro; por eso estas palabras sorprenden.
En el Apocalipsis, Babilonia es Roma, la ciudad de las siete colinas, capital del Imperio Romano, embriagada de la sangre de los mártires de Jesús: ¡diez persecuciones! Esto estaba tan claro, era tan unánime, que san Jerónimo, en el Comentario a Daniel, hablando del tema y refiriéndose al tiempo en que “el Reino de los romanos será destruido en el tiempo del Anticristo”- ésta es la caída de Babilonia anunciada en el Apocalipsis, escribe: “Digamos lo que han dicho los escritores eclesiásticos. En la consumación del mundo el reino de los romanos será destruido”
Supuesto el carácter profético del Apocalipsis, la utilización del término Babilonia aludiendo al tipo y prefigurando la gran ciudad mundana, que será contemporánea de la apostasía universal y del imperio anti-cristiano- que destruirá misteriosamente en odio a Cristo- ha de hacernos reconocer que, en el mismo libro del Apocalipsis, el término Babilonia intenta significar directamente a Roma.
Cornelio a Lápide decía: “Yo concedo a los herejes que Roma, en el Apocalipsis, está significada con el nombre de Babilonia. Niego que esto signifique la Iglesia. Concédanme ellos que no significa la Iglesia romana, en cuanto cabeza de todas las iglesias presidida por el sumo Pontífice, sucesor de san Pedro y Vicario del Señor Cristo en la tierra; si conceden esto, entonces podríamos darnos las manos y, suprimida la herejía, nos encontraríamos todos en un mismo pensamiento y una misma Iglesia y se haría un solo rebaño y un solo Pastor”[5].
Es decir, Cornelio a Lápide dice que Babilonia significa Roma, la ciudad donde está el Papado, y pide a los protestantes que distingan la ciudad de Roma de la Iglesia romana. Profundizando en esta distinción, podríamos decir que el Apocalipsis no describe la Roma cristiana, sino que describe la Roma pagana, ya descristianizada, de forma misteriosa, donde reside todo el misterio de perversidad y de orgullo humano que hay en la apostasía frente a Cristo.
Junto a esta interpretación alegórica Cornelio a Lápide describe la aplicación moral:
“Así, pues, porque Roma, en otro tiempo, persiguió a los Apóstoles y a los Profetas y los fieles y, de nuevo, con su Pontífice en el fin del mundo, los perseguirán, así Dios la destruirá: pues castigará los primitivos pecados de los romanos al haber colmado entonces su medida; por lo que los romanos, entonces, serán más gravemente castigados de lo que lo hubieran sido si no les hubieran precedido los pecados de los antiguos romanos. Pues serán los sucesores de aquellos primeros, y seguidores de ellos, porque aprobarán y alabarán sus crímenes y seguirán lo mismo que habían hecho los paganos. Pues querrán emular los actos y la gloria de César, de Pompeyo, de Trajano, de Decio, de Diocleciano, y todos los antiguos humos de la vieja Roma, y los vanos nombres de los Catones, como ya ahora vemos a algunos gloriarse y alimentarse de estos antiguos humos de la antigua Roma”[6]
En los capítulos 17, 18 y 19 del Apocalipsis de San Juan, en concreto 17, 1.ss; 9 ss; 12 ss; 18,1 ss; 11 ss; 19, 22, se encuentra citada de forma expresa Babilonia en referencia a Roma, a la Roma gentil, junto con unas visiones con un lenguaje si bien alegórico muy expresivo de una situación histórica de la humanidad en lucha entre los dos mundos, el espíritu y la carne, las dos ciudades, las dos banderas.
1 Después de esto vi a otro ángel descender del cielo con gran poder; y la tierra fue alumbrada con su gloria. 2 Y clamó con voz potente, diciendo: Ha caído, ha caído la gran Babilonia, y se ha hecho habitación de demonios y guarida de todo espíritu inmundo, y albergue de toda ave inmunda y aborrecible. 3 Porque todas las naciones han bebido del vino del furor de su fornicación. (Apocalipsis 18, 1-3)
Y vino uno de los siete ángeles, que tenían las siete copas, y habló conmigo diciendo: ven, que te mostraré el juicio de la gran prostituta sentada sobre muchas aguas, con la que fornincaron los reyes de la tierra, y se embriagaron los habitantes de la tierra con el vino de su fornicación…
S. Agustín trata la historia de estas dos ciudades, en una perspectiva teológica misteriosa –que no surge de la sola experiencia histórica, sino que se ilumina desde la Sagrada Escritura-. El hilo conductor de su exposición es que los hombres, si viven según la carne, según la terminología de S. Pablo, si no se convierten antes en hijos de Dios y se hacen ciudadanos de la ciudad celeste, se condenan.
Ahora bien, S. Agustín transmite un mensaje esclarecedor. En esta historia están confundidas las dos ciudades y de nadie que esté siendo hijo de la ciudad terrena podemos saber que no será en el cielo ciudadano celeste, porque antes Dios puede convertir su corazón y hacerlo pasar de la ciudad terrena a la celeste. Es don de la gracia redentora. No hay nadie en la ciudad celeste que no sea por su origen ciudadano de la ciudad terrena, a excepción de la Virgen María.
En textos como los de S. Agustín encontró durante siglos dificultad la fe en la concepción inmaculada de María, porque María, a pesar de nacer en la ciudad terrena aparentemente como cualquier persona, nunca fue ciudadana de la ciudad terrena, ya que no tenía el desorden del egoísmo de la concupiscencia: no podía amarse a sí misma hasta el odio de Dios porque estaba ya ordenada a Él desde el primer instante de su concepción. Hubo que aclarar que, en cuanto hija de Adán, también hubiera pertenecido a la ciudad terrena, pero fue redimida en modo sublime preventivo, como explica la Bula de Pío IX.
San Agustín advierte que la ciudad celeste existe en este mundo como obra de la misericordia de Dios y que nadie puede decir “yo soy de la ciudad de Dios; y decir con desprecio éstos son de la ciudad terrena” porque si el hombre se deja llevar por la soberbia, pensado que es muy bueno, deja de pertenece a la ciudad celeste.
Soberbia y humildad
S.Agustín distingue primero las dos ciudades por el amor, tratando de explicar por qué vivir según el hombre es vivir contra Dios. Explica que el hombre, excelente criatura de Dios, ha sido creado para ser feliz teniendo a Dios mismo por don. Pero que si quiere hacerse feliz a sí mismo por sí mismo, y no quiere recibir el don de la gracia, entonces, ensoberbeciéndose, se abaja. Es entonces cuando se ha “cerrado”.
Si el hombre finito se cree infinito y eterno, si el hombre que tiene un bien participado cree ser la fuente de todo bien y piensa que no necesita recibir de Dios el bien y que no necesita buscar más allá de él en Dios, se ha empequeñecido al elevarse. En la misma elevación, el hombre se ha humillado. Mientras que el hombre, al humillarse en la obediencia a Dios, va poniéndose en el camino por el que podrá llegar a participar de Dios, y a ser dios: “Vosotros sois dioses”, como dice el salmo 82.
Este elevarse sin contar con Dios es lo que aconteció con el pecado original, de manera que la esencia de todo pecado es el desprecio del don de Dios por sentirse plenamente autosuficiente, y es siempre una actitud de soberbia
Ésta es la psicología de san Agustín, de gran profundidad tanto teológica como antropológica. Ésta viene a ser la interpretación de las palabras del Señor: “el que se ensalza será humillado”. Las dos ciudades se diferencian en la soberbia y en la humildad. La ciudad de los hombres, ciudad terrena, hostil a Dios, es la ciudad de la soberbia humana. La ciudad celeste es la ciudad del hombre humilde, sometido a Dios.
Vivir según la carne
San Agustín dice que los habitantes de la Ciudad Terrena así calificada son los que viven según la carne, los que hacen las obras de la carne y no las del espíritu. Para entender bien esto es preciso comprender que para San Pablo, tanto los epicúreos que ponían la felicidad en el placer, como los estoicos que ponían la felicidad en la virtud y se privaban de los placeres de la carne, vivían según la carne.
En efecto, viven según la carne tanto los que ponen la felicidad en el placer carnal, como los que la ponen en la paz estoica, en la imperturbabilidad de las pasiones. En efecto, no se es recto porque se sea duro, ni se es bueno porque se sea insensible. San Agustín dice que el hombre virtuoso que creyese que con sus virtudes ya ha llegado a la felicidad, sus virtudes son vicios. Porque se constituye a sí mismo en feliz por sus virtudes. Sólo hay verdadera virtud, si se arraiga en la humildad y tiende al amor de Dios. Si falta la humildad, no se puede ser virtuoso. El hombre no es virtuoso sin la gracia de Dios. El hombre no se hizo semejante al diablo por la carne que no poseía, sino por la soberbia.
Dios y el hombre: Jesucristo es el Mediador
¿Qué camino hay para que el hombre pueda llegar al Dios del hombre? Contra todos los errores, la única defensa para el hombre es que Cristo es Dios y Hombre verdadero, lo cual sólo se capta en la unión hipostática. Si nos preguntamos ¿Por dónde se va Dios?, la única respuesta es, por Cristo. El es el Camino, la Verdad y la Vida. Esta fórmula contiene en síntesis todo el contenido de la teología la dogmática.
¿Qué es la ciudad terrena que acaba en el infierno? Aquella sociedad de los hombres que no quisieron aceptar que necesitan un Mediador o que no quieren reconocer que necesitan ir más allá de lo que él puede con sus propias fuerzas. El hombre que considera como absoluto su naturaleza humana o pierde el sentido de la religión o lo transforma en lo humano como los hegelianos, de manera que el estado sea la religión. El planteamiento teórico más radical de poner el hombre en el centro, en el lugar de Dios, es el de Feuerbach.
Hoy día, fenómenos sociales, políticos y religiosos están haciendo el desarrollo de este antropocentrismo. En la acción social, política e incluso religiosa, se da un antropocentrismo radical. Así, nadie considera que la caridad cristiana y por tanto la Iglesia era el ideal para las actividades de orden social. En la política, salvo en los países islámicos, no se tiene en cuenta para nada la ley de Dios.
Bienes terrenos y el mal de la ciudad terrena
San Agustín dice: “La Ciudad terrena ama bienes, sobre todo la paz. Y no hay que decir que no son bienes los que ama la ciudad terrena, porque ella misma, en el género de las cosas humanas, es lo más excelente que hay en el mundo”. Luego, la ciudad terrena, que para San Agustín termina en el infierno, es lo más excelente que hay en el mundo, la está definiendo como sociedad humana, como vida pública y colectiva de la humanidad que busca la paz. Alguien podría preguntarse si es malo el Estado, la política, o la paz humana. Sin duda que no, además, el hijo de la ciudad celeste comparte la paz de la ciudad de Babilonia y no tiene que decir que es mala la paz porque la ama la ciudad terrena.
S.Agustín explica en qué consiste el mal de la ciudad terrena de una forma muy intuitiva, en el Génesis después de comentar la tragedia de Abel y Caín, en el cual ve el primer capítulo del despliegue de la historia de las dos ciudades. Allí está escrito que los hijos de Dios vieron que las hijas de los hombres eran muy bellas se casaron con ellas. Y explica que así comenzaron los hijos de Dios también a ser infieles a Dios.
Alguien podría pensar que se trata de una actitud antifeminista maniquea. Sin embargo, toma pie de un texto de la Biblia para hacer una reflexión sobre la naturaleza del mal. Después de recordar que el mal no es esencia de naturaleza alguna, ni en el mundo cósmico, ni en el mundo humano, sino que es privación en un sujeto bueno, añade que el mal daña. Si el mal tuviese esencia en sí mismo y hubiese bien y mal, como hay entendimiento y voluntad, razón y sensibilidad, cuerpo y alma u hombres y mujeres, el mal no haría ningún daño porque estaría en el mundo, que es donde le tocaría estar. El mal daña y para dañar debe ser privativo. Santo Tomás sistematizó esta enseñanza agustiniana. En terminología tomista, el sujeto del mal es un sujeto bueno y el mal como tal no es fin y no atrae sino por razón del bien. El mal no tiene causa eficiente ni es causa final, ni tiene sujeto, sino que desintegra un sujeto porque accidentalmente obra de una forma privada del orden debido en la totalidad del dinamismo a que está destinado.
Dice san Agustín que no es ningún mal la belleza de las mujeres, ni el oro es malo, el mal está en la lujuria y en la avaricia. El adulterio no está en la belleza. El mal está en el desorden del que atraído por el bien terreno, desprecia el bien celestial. Ahora se puede entender por qué razón se puede definir la ciudad terrena como se la define y explicar por qué va al infierno la ciudad terrena cerrada en la paz de la Tierra.
Babilonia - Jerusalén: sus significados bíblicos
El concepto de mundo, carne, cosas terrenas en San Agustín en la perspectiva de la Teología de la Historia desarrollado en la Ciudad de Dios de S. Agustín, se expresa con el concepto de Ciudad Terrena.
A esta Ciudad Terrena, le da S.Agustín el nombre de Babilonia en un pasaje clásico de la 2ª Enarración de los Salmos, Salmo 52 narración 2ª. En el texto dice San Agustín que hay cierta Ciudad, llamada Babilonia, la sociedad de todos los hombres perdidos desde el Oriente hasta el Occidente. Esta ciudad terrena fue nuestra primera madre, en ella nacimos. Pero hemos conocido a otro Padre, a Dios, y hemos abandonado el diablo; por tanto, siendo ciudadanos de la ciudad terrena, éramos hijos de Satanás. Hemos conocido a otra madre- la Jerusalén celeste- que es la Santa Iglesia, cuya población peregrina en la tierra, y hemos abandonado Babilonia.
Hay, por tanto, otra ciudad, la Jerusalén celeste que se encuentra enfrentada a Babilonia, la ciudad terrena.
Este texto, clásico en la manera de entender la palabra Babilonia, es un caso típico de acomodación moral, muy legítimo, fundado en el sentido del Apocalipsis, de los profetas y en general de todos los libros bíblicos. Ahora bien, nos podemos preguntar si este sentido es previo o presupone otro sentido más propio en el Apocalipsis donde se habla extensamente de Babilonia. En el Apocalipsis se habla de Babilonia. El sentido moral dado por San Agustín, ¿es el mismo que el del Apocalipsis?
En la Sagrada Escritura encontramos dos sentidos: literal o histórico, y espiritual. El primer sentido es en el que se tienen que fundar todos los otros posibles sentidos.
El sentido literal también se denomina histórico cuando se trata de narraciones de hechos históricos. También es lo que significa en directo el texto. Sin embargo, el sentido literal en una parábola no son las imágenes narradas en ellas, sino lo enseñado por medio de esas imágenes, como en las metáforas lo intentado es lo representado, no la imagen mediante la que se expresa lo que se dice.
El sentido espiritual no es único, a vez, puede ser: alegórico, moral y anagógico.
Jerusalén, en sentido literal e histórico, es la ciudad en la que se establecieron los judíos y se edificó el templo en tiempos de Salomón.
El sentido espiritual alegórico es aquel significado que la Biblia muchas veces corrobora, por el que identificamos realidades históricas del Antiguo Testamento queridas por Dios para prefigurar y ser anuncios proféticos de las realidades del Nuevo Testamento. En nuestro ejemplo, Jerusalén, en sentido espiritual alegórico, es la Iglesia militante. Así, por ejemplo, el Cordero Pascual es figura de Cristo.
El sentido moral se da cuando lo que se dice literalmente se puede aplicar al alma cristiana. En sentido moral, Jerusalén es el alma cristiana. Así por ejemplo cuando el Profeta dice: “Jerusalén conviértete y haz penitencia”, eso mismo se puede aplicar al alma del cristiano que debe convertirse y hacer penitencia.
En sentido anagógico, las realidades de este mundo – en el Antiguo y el Nuevo Testamento- prefiguran la eternidad bienaventurada. En este sentido, Jerusalén es la patria eterna, la Jerusalén celestial.
Babilonia aparece en los libros históricos del Antiguo Testamento como en el 2º libro de los Reyes cuando es conquistada Jerusalén y los judíos hechos cautivos. Es la ciudad que fue capital del Imperio que cautivó durante 70 años a Israel y que antes fue capital del Imperio Sumerio Acad, la tierra en la que Abraham fue llamado. Este es el primer significado histórico de Babilonia.
Sentido del término Babilonia en el Nuevo Testamento
Sentido moral
Conviene preguntarse por el significado de Babilonia en el Apocalipsis. Que el término está tomado de la Babilonia histórica es evidente. Pero en el Apocalipsis, libro profético muy claro, en un momento se habla de “la ciudad que espiritualmente podemos llamar Sodoma y Egipto la ciudad en la que su Señor fue crucificado”. La ciudad en que su Señor fue crucificado es Jerusalén. Y, en el mismo Apocalipsis, se dice que espiritualmente se llama Sodoma y Egipto. Texto que encierra un tremendo juicio, porque a Jerusalén le da el nombre de Egipto, aquel país en que estuvo esclavizado el pueblo de Israel, y de Sodoma, la ciudad de la corrupción moral. Por tanto, aquí tenemos un claro fundamento literal de un significado alegórico. Lo mismo sucederá con Babilonia. En el Apocalipsis con Babilonia se nombra una realidad presente y futura.
Ahora podemos cuestionarnos algo más. Está muy claro que Babilonia, en el Apocalipsis, no nombra la ciudad del Eufrates, sino que significa una realidad contemporánea de los últimos tiempos de la Iglesia, como dice el Señor: “El Espíritu Santo os anunciará lo venidero”. Entonces, ¿qué significa Babilonia, reconociendo que Babilonia literalmente sería la ciudad histórica, y que espiritualmente, en el Apocalipsis se aplica a otra realidad? ¿Acaso se puede explicar diciendo que este nombre de Babilonia significa la sociedad de los impíos extendida desde Oriente a Occidente, aquella que edifica los reinos terrenos con su orgullo, la ciudad terrena en la que se instala el poder humano y la soberbia se enfrenta a Dios? ¿Quedaríamos satisfechos simplemente tomando el término Babilonia no en sentido histórico, sino en sentido espiritual-moral? No, y a pesar de que san Agustín recurre a este sentido moral, no estaríamos interpretando el texto del Apocalipsis adecuadamente.
Sentido angógico
De Babilonia no se puede buscar un sentido anagógico, ciudad terrena cuyo fin es la condenación eterna, porque hay en babilonia bienes que comparte la porción de ciudad celeste que peregrina en la Tierra, como la paz de babilonia. Por eso los cristianos usamos de la paz de Babilonia, como dice san Agustín en La ciudad de Dios.
La ciudad terrena ama la paz y también nosotros podemos congratularnos de que en una guerra triunfe el que tiene una causa menos injusta, en palabras de san Agustín. Hay bienes legítimos en la ciudad terrena. Pero estos bienes, en el hombre terreno, no son sino aquello en lo que se instala, de lo que se vanagloria, lo que le distrae del amor a Dios y, en definitiva, por lo que llega hasta la aversión a Dios por la conversión a las criaturas. La conversión a las criaturas no nos llevaría a la aversión a Dios si no fuese algo bueno del amor de sí mismo y si no fuesen buenos todos los bienes que hay sobre el universo. Pero amar lo creado de tal manera que nos prive del amor de Dios y del prójimo es el comienzo de todo pecado.
Comprendido esto, no hay significado anagógico de Babilonia porque la ciudad terrena no será sempiterna, pues cuando sea condenada al eterno suplicio ya no será ciudad. No hay Babilonia en el infierno, no hay sociedad humana allí. Por ello no se puede contraponer Babilonia a Jerusalén anagógicamente. Pero en cambio sí se puede tomar Jerusalén en el sentido de cielo. Babilonia, por el contrario, no es anagógicamente el infierno, porque ya no hay Babilonia allí.
En cambio, el término Babilonia tiene un sentido histórico en el Apocalipsis que viene dado por el sentido espiritual-moral que es el que san Agustín utiliza en las Enarraciones de los Salmos. Es el sentido clásico que orienta al abordar la meditación ignaciana de las Dos banderas. Babilonia, en el texto ignaciano, es propuesta en su sentido moral.
En otras palabras: el sentido intentado en la utilización alegórica-espiritual del término Babilonia en el Apocalipsis es primordialmente una realidad histórica en la que vive el Pueblo de Dios del Nuevo Testamento y con la que tuvo que ver el Israel de la carne. En esta realidad histórica se concreta esta mundanidad, este orgullo, esta soberbia de las riquezas, del poder mundano, en la que se instala el hombre tal como lo entiende en su acepción moral san Agustín en las Enarraciones sobre los Salmos. Babilonia en sentido moral tiene mucho que ver con este sentido algórico del Apocalipsis.
Sentido histórico
El término Babilonia tiene un sentido histórico distinto del sentido moral que dan, S. Agustín en la Ciudad de Dios y San Ignacio en la Meditación de las Dos Banderas.
¿Qué significa Babilonia en el Apocalipsis?. En el Apocalipsis y en el N.T., salvo algunos textos, al hablar de Babilonia, se habla de Roma, la ciudad del Tíber donde fueron martirizados San Pedro y San Pablo. Así por ejemplo, San Pedro en la 1ª carta escribe "Os saluda la Iglesia que está en Babilonia, colegiada con vosotros y Marcos, mi hijo. Saludaos mutuamente con el ósculo de caridad”[3].
San San Jerónimo, que tradujo al latín un libro de Dídimo de Alejandría sobre el Espíritu Santo, comienza el prólogo a la traducción latina con estas palabras: “Cuando yo residía en Babilonia vivía bajo el Derecho romano, colono de la meretriz purpurada…”. Y en la Carta 151, dirigida a Aljasia, le dice: “Según el apocalipsis de San Juan, en la frente de la prostituta vestida de púrpura está escrito el nombre de blasfemia, esto es el de Roma Eterna.
Cornelio a Lápide, que escribía a finales del siglo XVI y comienzos del XVII, comenta al respecto: “El soberbio nombre de eternidad, que es un nombre de divinidad, fue puesto a Roma por los paganos como sus aduladores y la llamaron Roma eterna, Roma divina”[4]. Hoy hay costumbre de llamar a Roma la Ciudad eterna creyendo que se hace un elogio a la Sede de Pedro; por eso estas palabras sorprenden.
En el Apocalipsis, Babilonia es Roma, la ciudad de las siete colinas, capital del Imperio Romano, embriagada de la sangre de los mártires de Jesús: ¡diez persecuciones! Esto estaba tan claro, era tan unánime, que san Jerónimo, en el Comentario a Daniel, hablando del tema y refiriéndose al tiempo en que “el Reino de los romanos será destruido en el tiempo del Anticristo”- ésta es la caída de Babilonia anunciada en el Apocalipsis, escribe: “Digamos lo que han dicho los escritores eclesiásticos. En la consumación del mundo el reino de los romanos será destruido”
Supuesto el carácter profético del Apocalipsis, la utilización del término Babilonia aludiendo al tipo y prefigurando la gran ciudad mundana, que será contemporánea de la apostasía universal y del imperio anti-cristiano- que destruirá misteriosamente en odio a Cristo- ha de hacernos reconocer que, en el mismo libro del Apocalipsis, el término Babilonia intenta significar directamente a Roma.
Cornelio a Lápide decía: “Yo concedo a los herejes que Roma, en el Apocalipsis, está significada con el nombre de Babilonia. Niego que esto signifique la Iglesia. Concédanme ellos que no significa la Iglesia romana, en cuanto cabeza de todas las iglesias presidida por el sumo Pontífice, sucesor de san Pedro y Vicario del Señor Cristo en la tierra; si conceden esto, entonces podríamos darnos las manos y, suprimida la herejía, nos encontraríamos todos en un mismo pensamiento y una misma Iglesia y se haría un solo rebaño y un solo Pastor”[5].
Es decir, Cornelio a Lápide dice que Babilonia significa Roma, la ciudad donde está el Papado, y pide a los protestantes que distingan la ciudad de Roma de la Iglesia romana. Profundizando en esta distinción, podríamos decir que el Apocalipsis no describe la Roma cristiana, sino que describe la Roma pagana, ya descristianizada, de forma misteriosa, donde reside todo el misterio de perversidad y de orgullo humano que hay en la apostasía frente a Cristo.
Junto a esta interpretación alegórica Cornelio a Lápide describe la aplicación moral:
“Así, pues, porque Roma, en otro tiempo, persiguió a los Apóstoles y a los Profetas y los fieles y, de nuevo, con su Pontífice en el fin del mundo, los perseguirán, así Dios la destruirá: pues castigará los primitivos pecados de los romanos al haber colmado entonces su medida; por lo que los romanos, entonces, serán más gravemente castigados de lo que lo hubieran sido si no les hubieran precedido los pecados de los antiguos romanos. Pues serán los sucesores de aquellos primeros, y seguidores de ellos, porque aprobarán y alabarán sus crímenes y seguirán lo mismo que habían hecho los paganos. Pues querrán emular los actos y la gloria de César, de Pompeyo, de Trajano, de Decio, de Diocleciano, y todos los antiguos humos de la vieja Roma, y los vanos nombres de los Catones, como ya ahora vemos a algunos gloriarse y alimentarse de estos antiguos humos de la antigua Roma”[6]
En los capítulos 17, 18 y 19 del Apocalipsis de San Juan, en concreto 17, 1.ss; 9 ss; 12 ss; 18,1 ss; 11 ss; 19, 22, se encuentra citada de forma expresa Babilonia en referencia a Roma, a la Roma gentil, junto con unas visiones con un lenguaje si bien alegórico muy expresivo de una situación histórica de la humanidad en lucha entre los dos mundos, el espíritu y la carne, las dos ciudades, las dos banderas.
1 Después de esto vi a otro ángel descender del cielo con gran poder; y la tierra fue alumbrada con su gloria. 2 Y clamó con voz potente, diciendo: Ha caído, ha caído la gran Babilonia, y se ha hecho habitación de demonios y guarida de todo espíritu inmundo, y albergue de toda ave inmunda y aborrecible. 3 Porque todas las naciones han bebido del vino del furor de su fornicación. (Apocalipsis 18, 1-3)
Y vino uno de los siete ángeles, que tenían las siete copas, y habló conmigo diciendo: ven, que te mostraré el juicio de la gran prostituta sentada sobre muchas aguas, con la que fornincaron los reyes de la tierra, y se embriagaron los habitantes de la tierra con el vino de su fornicación…
Apocalipsis Capitulo 17
y vi a una mujer sentada sobre una bestia escarlata llena de nombres de blasfemia, que tenía siete cabezas y diez cuernos. (Apocalipsis 17, 1-2)
y en su frente un nombre escrito, un misterio: BABILONIA LA GRANDE, LA MADRE DE LAS RAMERAS Y DE LAS ABOMINACIONES DE LA TIERRA. (Apocalipsis 17, 5)
Los protestantes, sobre todo los calvinistas, leían estos pasajes como referidos a la Roma papal. Para refutarles, Cornelio a Lápide comenzaba por reconocer que Babilonia aquí se refiere a Roma.
Las siete cabezas son siete montes, sobre los cuales se sienta la mujer, 10 y son siete reyes. Cinco de ellos han caído; uno es, y el otro aún no ha venido; y cuando venga, es necesario que dure breve tiempo. (Apocalipsis 17, 9-10)
Y los diez cuernos que viste en la bestia, éstos aborrecerán a la ramera, y la dejarán desolada y desnuda; y devorarán sus carnes, y la quemarán con fuego; 17 porque Dios ha puesto en sus corazones el ejecutar lo que él quiso: ponerse de acuerdo, y dar su reino a la bestia, hasta que se cumplan las palabras de Dios. (Apocalipsis 17, 16-17)
Apocalipsis Capítulo 18
La mujer que viste en la ciudad grande, que ejerce la realeza sobre los reyes de la tierra. Cayó Babilonia la grande, que ha sido hecha morada de demonios… Los reyes de la Tierra formicaron con ella, los mercaderes se enriquecieron con ella por la pujanza del lujo… (Apocalipsis 18, 2-3)
9 Y los reyes de la tierra que han fornicado con ella, y con ella han vivido en deleites, llorarán y harán lamentación sobre ella, cuando vean el humo de su incendio, 10 parándose lejos por el temor de su tormento, diciendo: ¡Ay, ay, de la gran ciudad de Babilonia, la ciudad fuerte; porque en una hora vino tu juicio! (Apocalipsis 18,9; 11-13)
11 Y los mercaderes de la tierra lloran y hacen lamentación sobre ella, porque ninguno compra más sus mercaderías; 12 mercadería de oro, de plata, de piedras preciosas, de perlas, de lino fino, de púrpura, de seda, de escarlata, de toda madera olorosa, de todo objeto de marfil, de todo objeto de madera preciosa, de cobre, de hierro y de mármol; 13 y canela, especias aromáticas, incienso, mirra, olíbano, vino, aceite, flor de harina, trigo, bestias, ovejas, caballos y carros, y esclavos, almas de hombres. (Apocalipsis 18, 11-13)
¡Ay, ay de la gran ciudad, en la cual todos los que tenían naves en el mar se habían enriquecido de sus riquezas; pues en una hora ha sido desolada! 20 (Apocalipsis 18, 20)
Con el mismo ímpetu será derribada Babilonia, la gran ciudad, y nunca más será hallada. 22 Y voz de arpistas, de músicos, de flautistas y de trompeteros no se oirá más en ti; y ningún artífice de oficio alguno se hallará más en ti, ni ruido de molino se oirá más en ti. 23 Luz de lámpara no alumbrará más en ti, ni voz de esposo y de esposa se oirá más en ti; porque tus mercaderes eran los grandes de la tierra; pues por tus hechicerías fueron engañadas todas las naciones. 24 (Apocalipsis 18, 22-23)
9 Y los reyes de la tierra que han fornicado con ella, y con ella han vivido en deleites, llorarán y harán lamentación sobre ella, cuando vean el humo de su incendio, 10 parándose lejos por el temor de su tormento, diciendo: ¡Ay, ay, de la gran ciudad de Babilonia, la ciudad fuerte; porque en una hora vino tu juicio! (Apocalipsis 18,9; 11-13)
11 Y los mercaderes de la tierra lloran y hacen lamentación sobre ella, porque ninguno compra más sus mercaderías; 12 mercadería de oro, de plata, de piedras preciosas, de perlas, de lino fino, de púrpura, de seda, de escarlata, de toda madera olorosa, de todo objeto de marfil, de todo objeto de madera preciosa, de cobre, de hierro y de mármol; 13 y canela, especias aromáticas, incienso, mirra, olíbano, vino, aceite, flor de harina, trigo, bestias, ovejas, caballos y carros, y esclavos, almas de hombres. (Apocalipsis 18, 11-13)
¡Ay, ay de la gran ciudad, en la cual todos los que tenían naves en el mar se habían enriquecido de sus riquezas; pues en una hora ha sido desolada! 20 (Apocalipsis 18, 20)
Con el mismo ímpetu será derribada Babilonia, la gran ciudad, y nunca más será hallada. 22 Y voz de arpistas, de músicos, de flautistas y de trompeteros no se oirá más en ti; y ningún artífice de oficio alguno se hallará más en ti, ni ruido de molino se oirá más en ti. 23 Luz de lámpara no alumbrará más en ti, ni voz de esposo y de esposa se oirá más en ti; porque tus mercaderes eran los grandes de la tierra; pues por tus hechicerías fueron engañadas todas las naciones. 24 (Apocalipsis 18, 22-23)
Apocalipsis Capitulo 19
11 Entonces vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco, y el que lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y pelea. 12 Sus ojos eran como llama de fuego, y había en su cabeza muchas diademas; y tenía un nombre escrito que ninguno conocía sino él mismo. 13 Estaba vestido de una ropa teñida en sangre; y su nombre es: EL VERBO DE DIOS. 14 Y los ejércitos celestiales, vestidos de lino finísimo, blanco y limpio, le seguían en caballos blancos. 15 De su boca sale una espada aguda, para herir con ella a las naciones, y él las regirá con vara de hierro; y él pisa el lagar del vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso. 16 Y en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES. (Apocalipsis 19, 11-16)
17 Y vi a un ángel que estaba en pie en el sol, y clamó a gran voz, diciendo a todas las aves que vuelan en medio del cielo: Venid, y congregaos a la gran cena de Dios, 18 para que comáis carnes de reyes y de capitanes, y carnes de fuertes, carnes de caballos y de sus jinetes, y carnes de todos, libres y esclavos, pequeños y grandes. 19 Y vi a la bestia, a los reyes de la tierra y a sus ejércitos, reunidos para guerrear contra el que montaba el caballo, y contra su ejército. 20 Y la bestia fue apresada, y con ella el falso profeta que había hecho delante de ella las señales con las cuales había engañado a los que recibieron la marca de la bestia, y habían adorado su imagen. Estos dos fueron lanzados vivos dentro de un lago de fuego que arde con azufre. 21 Y los demás fueron muertos con la espada que salía de la boca del que montaba el caballo, y todas las aves se saciaron de las carnes de ellos. (Apocalipsis 19, 17-121)
17 Y vi a un ángel que estaba en pie en el sol, y clamó a gran voz, diciendo a todas las aves que vuelan en medio del cielo: Venid, y congregaos a la gran cena de Dios, 18 para que comáis carnes de reyes y de capitanes, y carnes de fuertes, carnes de caballos y de sus jinetes, y carnes de todos, libres y esclavos, pequeños y grandes. 19 Y vi a la bestia, a los reyes de la tierra y a sus ejércitos, reunidos para guerrear contra el que montaba el caballo, y contra su ejército. 20 Y la bestia fue apresada, y con ella el falso profeta que había hecho delante de ella las señales con las cuales había engañado a los que recibieron la marca de la bestia, y habían adorado su imagen. Estos dos fueron lanzados vivos dentro de un lago de fuego que arde con azufre. 21 Y los demás fueron muertos con la espada que salía de la boca del que montaba el caballo, y todas las aves se saciaron de las carnes de ellos. (Apocalipsis 19, 17-121)
En estos textos del Apocalipsis, en relación con el tema que se analiza en este capítulo, se pueden encontrar los siguientes elementos:
Ø En la tierra hay una especie de grandeza humana universal constituida por los comerciantes de esta ciudad que recibe el nombre de Babilonia.
Ø Hay dos interpretaciones no compatibles. Una mas directamente intentada, alegórica, sentido espiritual, Roma, que es la de san Jerónimo y Cornelio Alápide; otra, moral, sentido espiritual, la Ciudad del mundo, o la Mundanidad, que es la que San Agustín y San Ignacio utilizan.
Ø Tesis: La mujer es la ciudad grande que domina sobre los reinos de la tierra. Sobre su frente está escrito el nombre de blasfemia está embriagada de la sangre de los mártires de Cristo. Muchas ciudades modernas están embriagadas de la sangre de los mártires de Cristo. El imperio británico, por ejemplo, con la sangre de Tomás Moro, Fisher y otros. Esta mujer se sienta sobre la Bestia, que son los poderes de los príncipes de la tierra que son los mercaderes de la gran ciudad. Se enriquecen por el gran precio.
Ø A esa Ciudad Terrena, a esa Babilonia, a ese Mundo cerrado sobre sí mismo que desprecia la gracia redentora de Cristo y se ríe de los mártires y de la cruz de Cristo es ante lo que se arrodilla el modernismo.
Hasta que no se entienden estos pasajes del Apocalipsis, en su auténtica dimensión, no es posible ver el alcance de la perversidad del modernismo. Así es como se entiende el empeño de San Pío X de explicar con tanto detalle su contenido perverso, y que adoptara duras medidas disciplinares, y la exigencia de pronunciar el juramento antimodernista por todo candidato al sacerdocio, o a un cátedra de teología en facultades y seminarios. Porque no se trata de un conjunto de opiniones sobre cuestiones discutibles, lo que está en juego es la aceptación o el rechazo de la gracia redentora de Cristo, y la consiguiente adoración a la bestia y el desprecio de la sangre de los mártires.
Ø En la tierra hay una especie de grandeza humana universal constituida por los comerciantes de esta ciudad que recibe el nombre de Babilonia.
Ø Hay dos interpretaciones no compatibles. Una mas directamente intentada, alegórica, sentido espiritual, Roma, que es la de san Jerónimo y Cornelio Alápide; otra, moral, sentido espiritual, la Ciudad del mundo, o la Mundanidad, que es la que San Agustín y San Ignacio utilizan.
Ø Tesis: La mujer es la ciudad grande que domina sobre los reinos de la tierra. Sobre su frente está escrito el nombre de blasfemia está embriagada de la sangre de los mártires de Cristo. Muchas ciudades modernas están embriagadas de la sangre de los mártires de Cristo. El imperio británico, por ejemplo, con la sangre de Tomás Moro, Fisher y otros. Esta mujer se sienta sobre la Bestia, que son los poderes de los príncipes de la tierra que son los mercaderes de la gran ciudad. Se enriquecen por el gran precio.
Ø A esa Ciudad Terrena, a esa Babilonia, a ese Mundo cerrado sobre sí mismo que desprecia la gracia redentora de Cristo y se ríe de los mártires y de la cruz de Cristo es ante lo que se arrodilla el modernismo.
Hasta que no se entienden estos pasajes del Apocalipsis, en su auténtica dimensión, no es posible ver el alcance de la perversidad del modernismo. Así es como se entiende el empeño de San Pío X de explicar con tanto detalle su contenido perverso, y que adoptara duras medidas disciplinares, y la exigencia de pronunciar el juramento antimodernista por todo candidato al sacerdocio, o a un cátedra de teología en facultades y seminarios. Porque no se trata de un conjunto de opiniones sobre cuestiones discutibles, lo que está en juego es la aceptación o el rechazo de la gracia redentora de Cristo, y la consiguiente adoración a la bestia y el desprecio de la sangre de los mártires.
[1] El contenido de este apartado está basado en el libro: "Mundo histórico y Reino de Dios", D. Francisco Canals, Ediciones Scire Barcelona, 2005
[2] San Agustín, Ciudad de Dios XIV, 28 (Obras de San Agustín, BAC, Madrid, 1971)
[3] 1 Pet. 5, 12-14
[4] Mundo histórico y Reino de Dios. Francisco Canals, p.49. Cornelio a Lápide, Comentaria in Scripturam Sacram, T. XXI, p. 210
[5] Mundo histórico y Reino de Dios. Francisco Canals, p.52. Cornelio a Lápide, Comentaria in Scripturam Sacram, T. XXI, p. 309
p. 52
[6] Mundo histórico y Reino de Dios. Francisco Canals, p.53. Cornelio a Lápide, Comentaria in Scripturam Sacram, T. XXI, p. 330
[2] San Agustín, Ciudad de Dios XIV, 28 (Obras de San Agustín, BAC, Madrid, 1971)
[3] 1 Pet. 5, 12-14
[4] Mundo histórico y Reino de Dios. Francisco Canals, p.49. Cornelio a Lápide, Comentaria in Scripturam Sacram, T. XXI, p. 210
[5] Mundo histórico y Reino de Dios. Francisco Canals, p.52. Cornelio a Lápide, Comentaria in Scripturam Sacram, T. XXI, p. 309
p. 52
[6] Mundo histórico y Reino de Dios. Francisco Canals, p.53. Cornelio a Lápide, Comentaria in Scripturam Sacram, T. XXI, p. 330