En las fuentes del liberalismo: el pensamiento de Spinoza (1)
El filósofo judío Baruch Spinoza (1632 - 1677), el pensador racionalista por excelencia, es generalmente conocido como uno de los primeros propugnadores de la libertad de pensamiento filosófico y religioso.
En 1670 publicó su “Tratado teológico - político conteniendo algunas disertaciones que muestran que la libertad de filosofar puede ser concedida sin peligro para la piedad y la paz del Estado, y que incluso no se la puede suprimir sin destruir a la vez la paz del Estado y la piedad misma”.
Frente a los Estados confesionales que no admitían la legalidad de la heterodoxia religiosa o filosófica, Spinoza defiende la libertad que gozaban en su tiempo las provincias unidas de Holanda.
- “Puesto que hemos tenido la rara felicidad de vivir en una república en la que se da a cada uno entera libertad para pensar y para honrar a Dios según su propio talante, y en la que todos tienen esta libertad como el bien más dulce y querido, creo emprender una obra útil y no ser ingrato al mostrar que esta libertad puede ser concedida sin peligro y que es incluso necesaria para la piedad y la paz del Estado” (...)
Spinoza concluye en el último capítulo de la obra citada afirmando la conveniencia de que en un Estado libre “cada uno piense lo que quiera y diga lo que piensa”. Es inútil e ineficaz toda legislación que pretenda, por modo imperativo o represivo, referirse a materias especulativas y al interno juicio de los hombres. Esta tesis liberal se enlaza en Spinoza íntimamente con una concepción “democrática” que se expresa en este característico lenguaje:
- “Si el gran secreto del régimen monárquico y su interés máximo consiste en engañar a los hombres y colorear con título de religión el temor que debe mantenerlos dominados, a fin de que ellos mismos luchen por su propia servidumbre como si se tratase de su salvación y crean que no es vergonzoso sino honorable en sumo grado dar su sangre y su vida para satisfacer la vanidad de un hombre solo, no se puede por el contrario concebir ni buscar nada más pernicioso en una república libre, puesto que es enteramente contrario a la libertad común que el libre juicio propio sea coaccionado o quede esclavizado a los prejuicios”.
La doctrina spinoziana sobre el poder político, que es el precedente más auténtico del “contrato social” y de la “voluntad general” de Rousseau, es expresión del más estricto inmanentismo naturalista. Para la fe católica no hay poder sino por Dios, y cualquiera que sea la forma de gobierno hay que afirmar siempre el origen trascendente y divino de la autoridad, que no puede tener su fundamento en la misma multitud de los hombres (...)
Dios y libertad
“Por Dios” entiende Spinoza la Naturaleza en cuanto “naturante”, es decir, como la unidad absoluta en la que existen, como sus particulares “modos”, las múltiples realidades en que consiste la Naturaleza en cuanto “naturada”, es decir, el universo.
“Dios” o la “Naturaleza” es infinitamente extenso y pensante, pero no le atribuye Spinoza “entendimiento”, que no es sino un modo o afección del pensamiento, ni voluntad (...)
En este sistema filosófico no hay voluntad alguna libre ni en lo divino, ni en lo humano. Acusando de imaginación antropomórfica la idea de Dios como soberanamente libre, se destruye no sólo la idea de la Creación y la de contingencia y dependencia del mundo creado, sino también el concepto del ser personal finito, que la visión cristiana de la realidad entiende como imagen de Dios precisamente por su mente inteligente y libre. El hombre individual no es tampoco ya un ser personal, sino un modo particular de la infinita sustancia extensa y pensante.
Si el hombre habla de libertad de albedrío, dice Spinoza, “es sólo porque, consciente de sus deseos, es ignorante de determinismo de causas necesarias que los producen y condicionan. Como modo individual de la naturaleza, el hombre está inexorablemente sometido a fuerzas más poderosas que él. En este sentido podemos considerarle en situación de servidumbre en cuanto es pasivamente determinado por ellas. Pero podemos considerarlo libre en la medida en que es en sí mismo poderoso y activo. Este poder de la mente humana se constituye por el conocimiento según ideas adecuadas, y ya no mutiladas y confusas como las que constituyen las pasiones”.
En este conocimiento según ideas adecuadas, afirma Spinoza, el hombre adquiere libertad al ser consciente de la estricta necesidad de todas las cosas. Conocidas ya como “pasiones”, sus afectos dejan de ser tales. De aquí que el hombre libre no puede tener ya razón alguna para la conciencia de pecado ni del remordimiento. En el supuesto de que el hombre fuese siempre plenamente libre, es decir, poderoso y activo - virtud es lo mismo que fuerza o poder -, no formaría nunca las ideas inadecuadas e ilusorias de lo bueno y de lo malo, del pecado y de la responsabilidad moral, del mérito y de la alabanza de lo honesto.
Verdad y bien
En línea con todo esto, dice Spinoza que ni la verdad, ni el bien pertenecen al ser como sus propiedades trascendentales. La verdad es la coherencia de la idea misma, y el bien es un concepto general forjado por el hombre por la comparación de unas realidades con otras o según modelos universales que no son sino ideas en sumo grado confusas.
Desaparece, también, toda noción de bien como fin, y de apetito como tendencia al fin. Pero puesto que apetecemos impulsados por una necesidad natural, podemos seguir empleando el término “bueno”, entendiéndolo como lo útil para conseguir lo que deseamos. Es decir, Spinoza identifica el bien con lo útil, desaparece la noción de bien honesto derivado de la dignidad de la persona humana para quedar reducido a la consideración de la utilidad quedando así reducida la dignidad del ser personal e mero objeto instrumental.
Afirma Spinoza que podemos también llamar perfecto a lo real, con tal que liberemos el término perfección de todo sentido valorativo y de estimación que nos hiciese ver el ser como perfectivo y en sí apetecible. Y supuesta la universal necesidad de todo - no hablamos de contingencia sino por ignorancia, ni de libre albedrío sino por esta misma ignorancia del determinismo - tenderemos que reconocer que las “cosas son como son”. Es una ilusión, fundada en ideas inadecuadas la pretensión de los moralistas y políticos que quieran maldecir la realidad tal como de hecho se da en nombre de un inexistente “deber ser”.
Lo justo y lo injusto en Spinoza
En este naturalismo integral, que niega la personalidad de Dios y la del hombre, el sentido de una moral preceptiva y valorativa, y la idea de mérito y pecado, se funda en la doctrina de Spinoza, según la cual, sólo tiene sentido emplear términos como “justo” o “injusto” para referirse a lo establecido por la voluntad y poder de los que ejercen en la sociedad política, fundamentado en la fuerza del número, el poder soberano.
Sobre estos fundamentos se construye precisamente el sistema spinoziano sobre la conveniencia o utilidad política de la libertad filosófica y religiosa. Esto solo sorprende a quienes desconozcan la orientación del liberalismo spinoziano.
Hay que insistir en que este liberalismo, el de Spinoza, es la versión más originaria y auténtica del que inspiró la “declaración de derechos” de Jefferson, el verdadero autor de la Constitución americana, La Revolución francesa, el Estado jacobino y napoleónico, y, en definitiva, el liberalismo, que fue condenado por Pío IX con perfecto conocimiento de causa.
El malentendido del pluralismo político liberal
Cierto “liberalismo” ingenuo acostumbra a admirar como virtudes características del sistema liberal las felices inconsecuencias por las que se mantiene en las sociedades de Occidente regidas por el liberalismo la vigencia secular de las concepciones cristianas sobre la sociedad y la persona humana.
Estos liberales se sorprenden cuando ven imponerse una tiranía totalitaria en nombre de la democracia, de la libertad y de la voluntad del pueblo. La lectura de Spinoza y de Rousseau les convencería que la “voluntad general” y el “poder de la multitud” son expresiones exotéricas y propagandísticas de un principio cerradamente monista - panteísta - con el que el naturalismo absoluto se opone a la afirmación del origen de la autoridad en Dios trascendente al mundo y personal.
Lo mismo ocurre con el principio “pluralista”, que muchos invocan como tabla de salvación frente amenaza del totalitarismo marxista. Ninguna sociedad puede hallar su principio en el pluralismo; por el contrario, sólo en el acatamiento absoluto e incondicionado a un orden fundado en el principio uno, que trasciende y fundamenta la pluralidad, se apoya la obligación del debido respeto a lo plural. El respeto al prójimo, al amigo y al enemigo, al conciudadano y al extranjero, no hallan su fundamento sino en la obediencia en Dios.
Textos de Spinoza
No hay más que leer algunos textos de la Ética de Spinoza para persuadirse de cómo en nombre de una falsa noción de libertad se sustenta un sistema que anula totalmente la persona, su carácter trascendente y por tanto el fundamento de la verdadera libertad.
El bien es relativo y se refiere a lo que nos es útil. El hombre cree ser libre porque desconoce las causas por las que es determinado a obrar de forma necesaria. El derecho de la naturaleza y del individuo alcanza hasta donde alcanza su poder. El poder público es el poder del número. El Estado que en la sociedad tiene los caracteres divinos de la Sustancia, es quien determina lo justo y lo injusto y quien debe legislar no solo sobre lo cívico, sino también sobre lo sagrado. La Iglesia debe estar sometida al Estado.
El bien y el mal nociones relativas como lo "útil" y lo "inútil"
De la Ética, IV parte, Prefacio
(...) algunas observaciones preliminares sobre la perfección y la imperfección y sobre el bien y el mal (...) Pero nada pertenece a la naturaleza de una cosa, sino lo que se sigue de la necesidad de la naturaleza de una causa eficiente, y todo lo que se sigue de la necesidad de la naturaleza de una causa eficiente sucede necesariamente.
En cuanto a lo bueno y lo malo, no indican tampoco nada positivo en la realidad considerada en sí misma, y no son otra cosa que modos de pensar o conceptos que formamos por cuantos comparamos las cosas entre ellas (...) Entenderé, pues, como bueno en lo que sigue aquello que sabemos con certeza que es un medio para acercarnos el modelo que nos hemos propuesto sobre la naturaleza humana. Y llamaremos a los hombres más o menos perfectos, según que se acerquen más o menos a aquel mismo modelo.
Definiciones
I.- Entenderé por bueno lo que sabemos con certeza que nos es útil.
II.- Entenderé por malo, por el contrario, lo que sabemos con certeza que nos impide que poseamos un bien.
III.- Entiendo por fin por el que hacemos algo el deseo que nos impulsa.
Del tratado de la reforma del entendimiento
Me limitaré a decir aquí brevemente qué entiendo yo por bien verdadero y también por bien supremo. Para entenderlo rectamente hay que advertir que bueno y malo se dicen en un sentido puramente relativo, pues una y la misma cosa puede ser llamada buena o mala según el aspecto en que se la considere; y así ocurre con lo perfecto y lo imperfecto.
El hombre cree ser libre
De la Ética, I, parte, prop. 32
La voluntad no puede ser llamada causa libre, sino sólo causa necesaria
Del Apéndice, De la Ética
(...) Mostraré cómo han surgido los prejuicios referentes al bien y al mal, al mérito y al pecado, a la alabanza y a la censura, al orden y a la confusión, a la belleza y a la fealdad (...)
Bastará por el momento poner como principio lo que todos deben reconocer: que los hombres nacen sin conocimiento de las causas de las cosas, que tienen apetito de buscar lo que les es útil, y que tienen conciencia de este apetito. De los que se sigue que los hombres creen ser libres porque tienen conciencia de sus voliciones y de sus deseos, mientras que no piensan, no aun sueñan, las causas por las que son determinados a desear y querer, puesto que de ellas no tienen conocimiento alguno.
El derecho consiste en la fuerza de la naturaleza
Del Tratado Político, capítulo II
4) Entiendo por derecho de naturaleza las mismas leyes o reglas de la Naturaleza según las que sucede, es decir, la potencia de la misma naturaleza. El derecho natural de la Naturaleza entera y por consiguiente el de cada individuo, se extiende hasta donde alcanza su potencia (...)
5) que sea sabio o insensato, el hombre siempre es una parte de la naturaleza. (...) Tanto si se conduce por la razón o por el apetito sólo, el hombre nada hace que no sea conforme a las reglas de la naturaleza, es decir, en virtud del derecho de la naturaleza.
6) La mayoría cree, sin embargo, que los insensatos más bien perturban el orden natural que lo siguen (...) Porque, en efecto, creen que el alma humana, lejos de haber sido producida por causas naturales, es inmediatamente creada por Dios, e independiente del resto del mundo hasta el punto de que tiene poder de determinarse a sí misma y de usar rectamente de su razón. Pero la experiencia enseña de manera más que suficiente que no está más en nuestro poder tener un alma sana que un cuerpo sano.
El derecho del poder público es la potencia del número
Del Tratado Político, capítulo II
16) Cuando los hombres tiene derechos comunes y son todos conducidos por un mismo pensamiento, cada uno tiene tanto menos derecho cuanto los otros reunidos le superan en potencia, es decir, que cada uno no tiene más derecho que el que se ve obligado a hacerlo, lo que es lo mismo que decir que tienen derecho de obligarle.
17) Este derecho definido por la potencia del número es el que se acostumbra a llamar poder público, y sólo posee absolutamente este poder aquel, que, por la voluntad general, cuida de la cosa pública (...).
Del Tratado Político, Capítulo III
2) El derecho del que tiene el poder público, es decir, del soberano, no es otra cosa sino el derecho de naturaleza definido por el poder, no de cada uno de los ciudadanos separadamente, sino de la masa conducida de algún modo por un mismo pensamiento (...).
Solo el Estado determina lo justo y lo injusto
Del Tratado Político, Capítulo II
18) Por lo que acabamos de mostrar se va claramente que en el estado de naturaleza no hay pecado (...) y nada es bueno ni malo sino lo que en virtud de su complexión decide que es para él bueno o malo. El derecho de la naturaleza no prohíbe absolutamente nada, sino aquello que no está en poder de nadie hacer (...)
Del Tratado Político, Capítulo IV
1) El derecho del soberano, que no tiene otro límite que su poder, consiste principalmente en que existe un pensamiento que puede decirse que es el del poder público, y sobre el cual deben todos regularse, y que es el único que determina el bien, el mal, lo justo, lo injusto, es decir, lo que todos, tomados individualmente o reunidos, tienen que hacer o que admitir.
Los tratados subsisten mientras son útiles
Del Tratado Político, Capítulo III
13) Si un Estado quiere hacer la guerra a otro, y recurrir a los medios más radicales para colocarlo bajo su dependencia, tiene derecho a intentarlo, puesto que para hacer la guerra le basta quererlo (...)
14) Este tratado subsiste en tanto que la causa que determine su establecimiento, es decir, el temor de un daño o la esperanza de un provecho, subsista ella misma (...) Cada Estado tiene, pues, el derecho absoluto de quebrantar el tratado cuando quiere, y no puede decir que obre con astucia o perfidia por romper su compromiso, puesto que no tiene ya razón alguna para temer o esperar (...); y si un Estado se queja de haber sido engañado, no puede decir que lo sea por el Estado con el que pactó, sino más bien debe condenar a su propia necedad: pues ha confiado su salvación a otro Estado independientemente de ella y para el cual su propia conveniencia es la ley suprema.
Sólo el poder político legisla sobre lo sagrado.
En la filosofía de Spinoza, el Estado es al individuo lo que la Naturaleza a los modos de la Sustancia. De manera que es como Dios y por lo tanto determina lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto y puede legislar sobre lo sagrado. De esto se desprende que la Iglesia debe estar sometida al Estado.
Para que el Estado someta a la Iglesia, dice Spinoza que es conveniente que conceda libertad individual de pensar.
Del Tratado teológico político, capítulo XIX
Cuando he dicho más arriba que los que tienen el poder público son los únicos que tienen derecho para legislar sobre todo, (...) , no me refería solamente al derecho civil, sino también al derecho sagrado, cuyos intérpretes y defensores deben igualmente ser (...).
Quiero mostrar, en primer lugar, que la Religión no adquiere fuerza de derecho si no es por el decreto de los que tienen derecho a regir el Estado; que el reinado singular de Dios sobre los hombres no se establece sino por medio de aquellos que tienen poder político, y que, además, el ejercicio del culto religioso y todas las formas exteriores de la piedad deben regirse en orden a la paz y la utilidad del Estado, de lo que se sigue que deben ser reguladas únicamente por el soberano y que el soberano debe ser quien interprete.
Del Tratado teológico político, Del Prefacio
Establezco por fin que los que tienen el poder soberano son guardianes e intérpretes no sólo del derecho civil, sino también del sagrado, y que únicamente ellos tienen derecho a decidir qué sea lo justo, y qué lo injusto, y lo que sea conforme o no a la piedad (...) en orden a mantener este derecho de la mejor manera posible y asegurarse la estabilidad del Estado, conviene dejar a cada uno libre de pensar lo que quiera y de decir lo que piense.
Del Tratado teológico político, Capítulo XIX
(...) la justicia y en general todo lo que enseña la verdadera razón, y por consiguiente también la caridad hacia el prójimo, no adquiere fuerza de derecho y de precepto sino sólo por virtud del derecho de regir el Estado, es decir, únicamente por el decreto de los que tienen derecho a gobernar (...)
Dios no reina sobre los hombres sino por medio de los que tienen el poder de regir el Estado.
No podemos dudar que las cosas sagradas dependen del solo derecho del soberano y que nadie, sino es por su autoridad, o en virtud de una concesión derivada de él, tiene derecho y poder de administrar estas cosas, de escoger los ministros del culto, de determinar y de establecer los fundamentos de la doctrina de la Iglesia, de conocer sobre las costumbres y los actos de piedad, de separar o de admitir a cualquiera en la Iglesia, o de proveer a las necesidades de los pobres>>
El papel del racionalismo - Spinoza
Por culpa del racionalismo, la razón repudia a la fe y se independiza de ella para anularla. Se niega el orden sobrenatural y la religión se relega al ámbito de la conciencia individual quedando sometida su regulación en la vida pública al arbitrio del Estado. Por la negación expresa del orden sobrenatural, que se da en el racionalismo, es por lo que se da el calificativo de naturalismo a los sistemas filosóficos que someten el orden sobrenatural al natural y lo hacen desaparecer.
Spinoza, con su monismo de la substancia, representa el primer pensador que formula, con su metafísica coherente, el naturalismo y lo aplica al ámbito de la sociedad civil. Este autor es el precedente filosófico-teórico de los principios que orientaron la revolución francesa y los del más radical materialismo ateo. Así por ejemplo, es innegable la influencia de Spinoza en la voluntad general como originaria del poder y de la ley civil de Rousseau.
Podemos enunciar los principios de Spinoza, aquellos en los que el liberalismo está enraizado:
o La razón es independiente de la fe.
o En la Religión universal se despersonaliza a Dios, que se identifica con la natura naturans y al hombre, que forma parte de la natura naturata y elimina la trascendencia.
o No hay bien, ni mal.
o El poder es la fuente del derecho
o En el orden de la moral, está el derecho natural de cada uno.
o Sólo el Estado puede mandar o prohibir y establece lo que está bien o mal.
o La autoridad como expresión de la voluntad general
o La supremacía del Estado sobre la Iglesia. La religión sometida a la razón es lo mismo que al bien y la paz de la república.
Por otra parte los principios que enuncia el liberalismo y que condena la doctrina de la Iglesia, podemos señalarlos resumidamente:
o El indiferentismo religioso - libertad de cultos
o No hay ley moral, la conciencia es autónoma e independiente de Dios. El hombre se da la ley a sí mismo.
o La Sociedad se constituye por voluntad humana. La autoridad tiene su origen en el pueblo, no en Dios.
o El Estado debe estar separado de la Iglesia y ser no confesional, es decir, laico.
o El Estado legisla según la voluntad general, la Iglesia está supeditada a él.
El fundamento metafísico del “naturalismo” de Spinoza
Con el objeto de transcribir algunos textos más de Spinoza de los que hemos visto en el apartado "En las fuentes del liberalismo el pensamiento de Spinoza" del artículo de Canals "La filosofía del liberalismo y la ruina de Occidente", siguiendo el esquema allí establecido, se recogen algunos textos en los que se percibe la conexión entre la filosofía de Spinoza y el liberalismo. Esta vinculación que se pone de manifiesto en la obra del pensador holandés sirve también para entender la aparente incongruencia de la convivencia entre el absolutismo y el liberalismo, la conexión existente entre los sistemas liberales y los socialistas que se suelen presentar falsamente como enfrentados.
Dios es inmanente al mundo. La identidad entre Dios y el mundo
“Por Dios” entiende Spinoza la Naturaleza en cuanto “naturante”, es decir, como la unidad absoluta en la que existen, como sus particulares “modos”, las múltiples realidades en que consiste la Naturaleza en cuanto “naturada”, es decir, el universo.
Dios no es un ser personal
“Dios” o la “Naturaleza”, en Spinoza, es infinitamente extenso y pensante, pero no se le atribuye “entendimiento”, que no es, según él, sino un modo o afección del pensamiento; ni voluntad, que para él, no es una facultad independiente, sino que se identifica con el entendimiento.
El término Atributo en metafísica es un carácter o cualidad de la sustancia. Aristóteles dice que hay ciertos accidentes que sin pertenecer a la esencia de un sujeto, están fundados en tal esencia. Este tipo de accidente esencial puede llamarse atributo, también se llaman propiedades. Los accidentes propiamente dichos acompañan a la substancia, pero no son de la substancia.
En la Escolástica el término Atributo se emplea para aplicarlo a Dios, reservando el término predicado para otros conceptos de orden ontológico. Para Spinoza, Atributo es “lo que el intelecto conoce de la Substancia como constituyendo su esencia” (Et.I, def.IV). Modo es el carácter accidental; y constituye las diferentes formas en que se manifiestan las cosas extensas y pensantes como individualidades que deben su ser a la extensión y al pensamiento, es decir, a los atributos de la Sustancia. Con esta forma de concebir estas nociones, individual, propiamente dicho, es solo la Sustancia, que es única, pero no los demás seres que son modos y que no son individualidades, en cuanto tales, ya que existen en y por la Sustancia.
Extensión y Pensamiento son, pues, atributos o caracteres esenciales de la realidad. Los modos son las limitaciones de los atributos, las afecciones de la Sustancia.
No hay voluntad libre, ni divina, ni humana
No hay voluntad alguna libre ni en lo divino ni en lo humano. Acusando de imaginación antropomórfica la idea de Dios como soberanamente libre, se destruye no sólo la idea de la Creación, de la contingencia y la dependencia del mundo creado, sino también el concepto de ser personal finito, que la visión cristiana de la realidad entiende como imagen de Dios precisamente por su mente inteligente y libre. El hombre individual, en el sistema de Spinoza, no es tampoco un ser personal, sino un modo particular de la infinita substancia extensa y pensante.
En consonancia con lo cual, si el hombre habla de libertad de albedrío es sólo porque, consciente de sus deseos, es ignorante de determinismo de causas necesarias que los producen y condicionan.
Como modo individual de la naturaleza, el hombre está inexorablemente sometido a fuerzas más poderosas que él. En este sentido podemos considerarle en situación de servidumbre en cuanto es pasivamente determinado por ellas.
El hombre es libre en cuanto tiene poder y es activo
Para Spinoza, podemos considerar al hombre libre en la medida en que es en sí mismo poderoso y activo. Este poder de la mente humana se constituye por el conocimiento según ideas adecuadas, y ay no mutiladas y confusas como las que constituyen las “pasiones”.
En este conocimiento según ideas adecuadas, el hombre adquiere libertad al ser consciente de la estricta necesidad. Conocidas ya como “pasiones”, sus afectos dejan de ser tales. De aquí que el hombre libre no puede tener ya razón alguna para la conciencia de pecado ni del remordimiento.
En el supuesto de que el hombre fuese siempre plenamente libre, es decir, poderoso y activo - virtud que es lo mismo que fuerza o poder -, no formaría nunca las ideas inadecuadas e ilusorias de lo bueno y lo malo, del pecado y de la responsabilidad moral, del mérito y de la alabanza de lo honesto.
Ni la verdad, ni el bien son propiedades trascendentales del ser
En Spinoza los conceptos trascendentale de verdad y bien tienen un sentido muy diferente al que tienen en la metafísica de Santo Tomás de Aquino. La verdad, en Spinoza, es la coherencia de la idea misma, y el bien es un concepto general forjado por el hombre por la comparación de unas realidades con otras según modelos universales que no son sino ideas en sumo grado confusas.
En el sistema spinoziano desaparece toda idea de bien, como fin, y de apetito, como tendencia al fin. Pero puesto que apetecemos impulsados por una necesidad natural, podemos seguir empleando el término “bueno”, entendiéndolo como lo útil para conseguir lo que deseamos.
Y supuesta la universal necesidad de todo - no hablamos de contingencia sino por ignorancia, ni de libre albedrío sino por esta misma ignorancia del determinismo - tendremos que reconocer que “las cosas son como son”.
En este naturalismo integral, que niega la personalidad de Dios y la del hombre, el sentido de una moral preceptiva y valorativa, y la idea de mérito y pecado, no tiene sentido sino en la voluntad de poder. El sentido de su moral se funda, en la doctrina el Spinoza, en nociones como “justo” o “injusto” para referirse a lo establecido por la voluntad de poder de los que ejercen en la sociedad política fundamentado en la fuerza del número, el poder soberano.
Sobre estos fundamentos se construye precisamente el sistema spinoziano sobre la conveniencia o utilidad política de la libertad filosófica y religiosa.
La religión, la providencia y el origen de la sociedad
Como cuestiones complementarias se exponen aquí brevemente los principios fundamentales de la religión católica, tal y como ha sido revelados en la Sagrada Escritura y Tradición, han sido enseñados por el Magisterio de la Iglesia, y explicados por los grandes Doctores de la Iglesia como San Agustín y Santo Tomás de Aquino.
Además, conviene comparar el término providencia en la tradición católica y en Spinoza para ver el brutal determinismo que se sustenta en su sistema y el origen de la sociedad no por la naturaleza sociable del hombre, sino por la voluntad humana.
La religión natural
De acuerdo con el Magisterio de la Iglesia, el hombre puede conocer a Dios como un ser personal, infinito, distinto del mundo y que ha creado cuanto existe. Una vez conocido Dios, el hombre debe reconocerle como a su autor y le darle reconocimiento de alabanza y gratitud. En esto consiste, precisamente, la virtud de la religión que es la parte principal de la virtud de la justicia.
La religión sobrenatural
Dios revela al hombre su plan de salvación para él y para la sociedad. Para salvar al hombre, es para lo que Dios envía a su Hijo y al Espíritu Santo que se hace presente en la Iglesia. Para salvar a la sociedad, Dios ha instituido la Iglesia. El misterio salvífico que se funda en el misterio de la Trinidad, la misión salvadora del Hijo por medio de su Encarnación, Pasión, muerte y Resurrección, la Iglesia y los sacramentos como medios de salvación constituye la religión sobrenatural, a cuya aceptación sólo se puede llegar por medio de la virtud teologal de la fe.
La fe una virtud teologal, por la que el entendimiento asiente a las verdades reveladas, movido por la voluntad, asimismo movida por la gracia santificante. El hombre por el bautismo recibe la gracia santificante que es una participación de la vida divina. Esta vida divina se asienta en el alma y vive por medio de las virtudes sobrenaturales, teologales y morales, los dones del Espíritu Santo, sus Frutos y las Bienaventuranzas.
Por medio de los sacramentos se inicia, asiente y aumenta esta vida sobrenatural en el alma del cristiano. Por el sacramento del bautismo, se borra el pecado original, el alma se llena de gracia y se hace partícipe de la vida divina. Por el sacramento de la Confirmación, el cristiano se hace testigo de Cristo por medio de la acción del Espíritu Santo. Por el sacramento de la Eucaristía, el alma se alimenta con el alimento de la vida eterna uniéndose al mismo Cristo. Con el sacramento de la penitencia se borran los pecados y se aumenta la vida de gracia. Con el sacramento del matrimonio, los esposos cristianos constituyen un consorcio de vida sobrenatural sobre la que se funda la familia cristiana como iglesia doméstica. Con el sacramento del orden, los ordenados se convierten en otros Cristos para interceder ante el Padre y suministrar los sacramentos a la familia de los hijos de Dios. Finalmente, con el sacramento de la Unción de los enfermos, el cristiano se prepara para la otra vida.
La providencia divina
En el Antiguo Testamento, después del pecado original, la promesa del Redentor constituye todo el transcurso de la historia de la salvación hasta la encarnación de la Segunda Persona de la Trinidad. Israel es al Pueblo elegido por iniciativa divina para que de él nazca el Redentor del género humano. Esto es lo que Dios revela al hombre.
Así vemos que Dios gobierna providencialmente a los hombres y a la sociedad humana. En el Antiguo Testamento, el gobierno de la providencia divina se vale de los Profetas y, en el Nuevo Testamento, la acción providencial se lleva a cabo por medio de la gracia santificante, con los sacramentos presentes en la Iglesia.
En cualquier caso, el dinamismo de la vida sobrenatural que tiene su iniciativa en la gracia santificante, totalmente gratuita, no niega la libertad del hombre, sin la cual no habría sido un ser capaz de ser elevado a dicho orden.
El contraste del Racionalismo: El Gobierno de Dios, el orden inmutable de la naturaleza
En contraste con la visión cristiana del mundo, donde la libertad humana juega un papel fundamental, en el sistema de Spinoza, todo sucede por necesidad de la naturaleza.
Spinoza, en su análisis de la religión y de su lugar junto a la filosofía y a la razón, niega que el pueblo de Israel haya sido elegido por Dios, de la forma en como lo creen los judíos y la Iglesia acepta como revelación del Antiguo Testamento.
En el Capítulo III del Tratado Teológico Político, explica su noción de providencia. “Por gobierno de Dios, entiendo el orden fijo e inmutable de la naturaleza o el encadenamiento de las cosas naturales. Las leyes de la naturaleza no son otra cosa que los eternos decretos de Dios que son verdades eternas, en que va siempre envuelta la verdad y la necesidad absoluta. Decir que todo se hace por las leyes de la naturaleza o por decreto y gobierno de Dios es decir exactamente la misma cosa”.
Para Spinoza, el hombre desea tres cosas: Conocer las cosas por sus causas primeras; domar nuestras pasiones o adquirir la costumbre de la virtud; y vivir con seguridad y con buena salud.
La religión cristiana dice que Dios gobierna con leyes. En el Antiguo Testamento con el decálogo y en el Nuevo Testamento, con la gracia o el Espíritu Santo. Spinoza considera que esto son invenciones humanas ya que el hombre se gobierna por su propio poder, y su conducta está guiada exclusivamente por su comodidad, dentro de lo cual se incluye el dominio de las pasiones.
Para Spinoza, ley es aquello que impone una manera de obrar fija y determinada a un individuo cualquiera, a todos los individuos de una especie o solamente a algunos. Dice que hay dos tipos de leyes: las que dependen de la necesidad natural y las que dependen de la voluntad de los hombres. Estas son la que se imponen los hombres para comodidad y seguridad de la vida De aquí que no hay una ley moral natural válida para todos los hombres, en la que se deban basar las leyes de la sociedad civil, sino que éstas se establecen por comodidad y seguridad de la vida.
La sociedad nace por voluntad humana
Para Spinoza, en contra de la concepción cristiana de que la sociedad fue instituida por Dios al crear al hombre naturalmente sociable, la sociedad nace por voluntad humana. La cesión de los hombres de una parte de su derecho natural, depende de su voluntad.
Spinoza enseña que no hay libertad para interpretar el derecho público, si lo hubiera no podría subsistir la República. La Religión es diferente. Nadie puede ser obligado por las leyes a seguir el camino de la beatitud. Cada uno tiene autoridad absoluta para juzgar y explicar la religión, porque ésta pertenece al derecho de cada uno.
De aquí deduce Spinoza que el Romano Pontífice no tiene derecho para imponer la interpretación de la Religión, ni la Iglesia tiene ningún derecho a enseñar en la sociedad civil. En esto se funda la intromisión y el control que el poder civil del Estado hace sobre la Iglesia en aquellas sociedades en las que se instala el liberalismo.
La fe no conviene en nada con la razón
También es aleccionador examinar cómo explica Spinoza la relación entre la Fe y la Razón. Para él, el objeto de la Escritura es enseñar la obediencia y la doctrina evangélica, creer en Dios y reverenciarlo que equivale a obedecer a Dios. El que ama al prójimo como a sí mismo cumple el mandato de Dios. Sólo podemos juzgar a un hombre de su fe, por sus obras.
Ahora bien, qué es Dios, por qué es nuestra vida, por qué es justo o misericordioso, por qué ha hecho todas las cosas. Todo esto, según Spinoza, no toca considerarlo a la fe.
Por tanto, de aquí concluye que la Fe y la Filosofía, no convienen en nada. El fin de la fe es la obediencia y la piedad y el de la filosofía, conocer la verdad. Los fundamentos de la filosofía son las nociones de la naturaleza, los de la fe, la historia, la escritura. La fe no interfiere en la filosofía, deja libertad de pensar.
[1] F. Canals .- CRISTIANDAD Julio 1975 página 180 "La filosofía del liberalismo y la ruina de Occidente"